Nuevamente
vuelvo a pensar en ella, la mujer que me dio la vida y la virtud de quererla
tanto y haberla llorado con tanto dolor y ternura al perderla para siempre en
ese arrebato inmerecido que es la
muerte, inesperada y fatídica. Y al pensar en ella, aún recuerdo, cuando era
niño, con cuanta ternura me observaba cuando la sorprendía mirándome, como
queriendo cuidarme aún más; aquella expresión suya de bondad a veces me
conmovía. ¿Qué buscará en mí?, me decía continuamente. Hoy ya mayor adivino
aquellos pensamientos suyos, seguramente pensaba cuál iba a ser mi destino, mi
suerte. Si el crío aquel sería capaz de valerse solo si ella me faltara.
Madre,
mi destino ha sido quererte y cada instante recordarte, darte vida
dentro de mi y te siento cual relicario de amor que me alienta y me
conduce por los más bellos senderos hasta hallarme contigo… Sí, madre, nunca lo
dudes. Además, tú lo sabes mejor que nadie, dueña también de mi mente. Todos
iremos a tu encuentro, unos y otros, a tiempos distintos.
Madre,
cuando tomo tu retrato en mis manos y te beso tan profusamente, ¿sientes el
calos de mis labios? Suelo abrazarte y al tenerte tan cerca del corazón, a
veces siento, como si fueran los latidos de tu corazón acariciándome. Y si te
miro fijamente busco en tus labios alguna mueca, una muy tenue sonrisa y como
si se movieran tus párpados. A veces muy emocionado rompo a llorar como un niño
y te llamo desgarrada el alma y no hallo respuesta, aunque estoy seguro que
entonces me estás oyendo y me sigues consolando con esa dulce sonrisa tuya
inconfundible, piadosa y consoladora. Te beso, madre, una y mil veces, hasta que
declinan mis fuerzas y debo reponerme, decirte: ¡hasta pronto!, mi viejita del
alma.
Estos
son días de profunda reflexión, habrá hijos que vean con cierto olvido la
memoria de esa madre que se les fue para siempre, como un hecho más de la vida
y el día de todas las madres del mundo ni se acuerden de llevarle a su tumba
una simple flor y lo que es más importante una sentida oración por su eterno
descanso. ¡Habrá hijos que ni se acuerden! Y esa desconsolada madre está viendo
desde arriba tan desengañada por tanto abandono. En cambio, una madre jamás olvidaría
a un hijo perdido…
Ay aquellos
que conservan aún a ese ser tan querido. También los hay ingratos, que ni la
visitan si están siempre solas y necesitan que las acompañen, al menos los
últimos años, meses, días de su triste soledad. No piensan en sus necesidades
más perentorias. Ancianas viviendo solas, enfermas y débiles, expuestas a todo
lo peor. Y esos hijos inorándolas por completo, como si desearan que ya se
fueran… Eso es inaudito, muy cruel.
Las
madres que están en el Reino de Dios, siguen esperando, pues son muchos los
buenos hijos que estos últimos días primaverales cuidan las más bellas flores
para dedicárselas y llevarlas al Campo Santo, lastimas que se marchiten y se
sequen como nuestras sentidas lágrimas y suerte que los recuerdos no los borra
nada ni nadie. Frente a sus tumbas entre oraciones y rezos no debe faltar, a
veces, una sonrisa nuestra como muestra de amor. Una sonrisa que contagie las
suyas y en esa actitud romper el crudo silencio que nos separa.
Celestino
González Herreros
celestinogh@teleline.es
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