Ya
los duendecillos de mi imaginación abrieron sendas ventanas de aquel fantástico
castillo; ya la Luna
se escondió y en breve la luz de la aurora matinal inundará el lugar donde me
hallo, a oscura mi mente aún, pero ya desperezándose mis aturdidos sentidos
como queriéndome alinear y cuadrarme frente a la evidente inspiración que está
por llegar. En cuanto las luces del Sol aclaren el nuevo día, saldré de mi
madriguera a juntarme con mis musas y a buscar entre mis duendes quiméricos
hechizos o salvajes fantasías. Y el agua cristalina que baja alegre, ladera
abajo, de la fuente inspiradora. O los distintos arroyuelos llevando el mensaje
de la vida hasta los apartados rincones soñados buscando en la lejanía la paz perdida.
Mi
pluma se deslizará sobre el blanco papel por la misma intuición movida, debe
ser la influencia engendrada por los duendecillos que asoman.
Mi
espíritu, a veces pienso, si será también como el de otro duende, inseguro de
mí mismo, que me obliga a escribir cuantas cosas, gusten o no gusten, pero que
me liberan sosegadamente, tantas veces en aras del amor…
Los
distintos conceptos que el hombre tenga de la vida, en verdad no corresponden
siempre con la realidad. Cada cual piensa de acuerdo a sus convicciones, sufre
tropiezos o se le hace llano el camino. Puede, a veces, parecer una fantasía,
producto de la imaginación, pero la evidencia casi siempre suele ser otra.
De
acuerdo a las comunes suposiciones e intuiciones de cada cual, siempre hubo causes
indestructibles que llaman la atención e invitan a seguir esas huellas
indelebles conductoras del persistente deseo.
Algún
día sabremos qué andábamos buscando; y no será por pura casualidad, andaremos
juntos cuando nuestras respectivas vidas converjan en el mismo lugar y no será
aquel donde nos separamos, sin que aún sepamos la razón que nos confundió,
apartándonos tan lejos y por tanto tiempo.
Celestino
González Herreros
celestinogh@teleline.es
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