.
Nada hay más grato que refugiarnos en el mundo de los recuerdos, llegamos a aislarnos de tal manera, que olvidamos cuanto gira a nuestro alrededor. Cerramos los ojos para apartarnos de la realidad, para entregarnos, en cuerpo y alma, al éxtasis de la contemplación de aquellas vivencias perpetuadas en el corazón y en la mente: el recuerdo de un pasado que no dejamos morir. Nada es, como caminar en dirección retrospectiva, para hallar las cosas y personas que se nos fueron para siempre. Ir por las calles de nuestros pueblos y poder detener el paso, para contemplar los rincones amados que nos sirvieron de escenario sentimental; y poder escuchar la voz amada y su risa, ver su andar familiar y beber su cálido aliento otra vez, aunque hayan pasado muchos años... Jugar en las plazas públicas con la muchachada, volver a sentirnos pequeños, cuando la mente se nos nublaba al querer descifrar los pequeños problemas que pudieran turbar nuestra inocencia en el difícil aprendizaje... La incógnita de la vida, cuando nos damos cuenta que vamos haciéndonos mayorcitos. La primera mirada que nos cautivó. Las primeras lágrimas y el extraño sentimiento de la responsabilidad, los primero suspiros de la juventud. Las caricias y la entrega abnegada de nuestra añorada madre; y el cariño del padre.
Siempre habrá algo grato que evocar mañana. Nada es más grato que refugiarnos en nosotros mismo y no dejar que se escapen las meditaciones que traen esas queridas vivencias, para poder vivirlas nuevamente y volcar en ellas todo el cariño y el calor humano que las inspiran. Aunque seamos viejos, mañana tendremos ocasión o esta misma noche, en cualquier instante, de repetir los ratos felices que disfrutamos ayer, con la misma intensidad...
Todo cabe en la mente, todo cuanto anida nuestro corazón, y con ello, somos dueños de nuestros propios deseos “volver a vivir” es posible, aquello que nos dio tanta felicidad. O puede ser que suframos al recordar, los ratos amargos. Pero, también, al llorar por aquello que nos hizo llorar, puede ser motivo para encontrarnos con la realidad y acabemos aprendiendo a vivir con los sufrimientos, hermanándonos con ellos, como un producto del mismo destino y podamos desviarnos hacia el comienzo, para volver a vivir todos los ratos buenos y poder, si no mitigar del todo nuestros desconsuelos, si participar de lo único grato que nos quede, los recuerdos alentadores de tantas horas ilusionadas que vivimos antes... Sólo se trata de elegir el momento o aceptar el que la Providencia nos depare. De la vida lo mejor es recordar, eso ayuda a seguir luchando por ella. El futuro es la incógnita... Se puede, con el presente, hacer mucho para complacer al espíritu. Cerrar los ojos es suficiente, para ver aparecer esas quiméricas vivencias y participar de ellas como en los mejores momentos. Oímos las voces amadas, escuchamos sus pasos y aquella musiquita preferida que tantas veces despertó sensaciones nuevas... La dulce sinfonía que orquestaban las brisas al pasar, perfumadas de idílicos aromas que nos embriagaban. Cuando caía la lluvia y nos acampábamos donde primero halláramos, para estar más juntos, mirándonos con ternura a los ojos, casi conteniendo el aliento, cuando nos “pretendíamos”. Toda una vida, dispuesta para que podamos repetirla nuevamente, a través de los recuerdos. Nos sentimos arropados y tiernamente acompañados, reviviendo aquel pasado que atesora toda la ternura y el amor que una vez Dios nos permitió disfrutar y que se nos va de las manos para siempre, que aunque lo haya atrapado el corazón para perpetuar su permanencia sentimental, también respetamos la soledad cuando no podemos compartirla...
Uno se siente poseído en la paz de los recuerdos, vagando con ellos quedamos enfrascados en sus hechizos: el éxtasis de la contemplación. Nada detiene al deseo del reencuentro, cerrando los ojos vemos los pasillos del templo de la ilusión, cual si fueran caminos que se abren hacia la otra dimensión... Hoy todo es distinto, somos más pobres y el deterioro acusado nos delata, es la evidencia, el paso del tiempo. En nuestros ensueños no pasa el tiempo, está en ellos detenido para siempre, con la misma ilusión de aquellos “episodios” tan distantes hoy y a la par cerca, a través de la evocación. Se detuvieron en la memoria y en el corazón, para inmortalizarse. No hay voluntad ajena capaz de destronarlos, son nuestros para siempre, mientras Dios nos permita que dure esta corta permanencia nuestra.
Anoche, mientras reposaban mis sienes sobre la almohada, no pude conciliar el sueño, todo el tiempo estuve galopando en aras de mi añorada juventud; y vi amanecer, aún soñando. Nada hay más bello y grato que airear los recuerdos y cabalgar con ellos a través de la oscuridad y el silencio de la noche. Unas veces, despertamos de esas fantasías con una sonrisa en los labios. Otras veces, nos damos cuenta que hemos llorado durante el letargo del sueño, y despertamos apesarados y tristes. Anoche fue distinto...
.
.
Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
Nada hay más grato que refugiarnos en el mundo de los recuerdos, llegamos a aislarnos de tal manera, que olvidamos cuanto gira a nuestro alrededor. Cerramos los ojos para apartarnos de la realidad, para entregarnos, en cuerpo y alma, al éxtasis de la contemplación de aquellas vivencias perpetuadas en el corazón y en la mente: el recuerdo de un pasado que no dejamos morir. Nada es, como caminar en dirección retrospectiva, para hallar las cosas y personas que se nos fueron para siempre. Ir por las calles de nuestros pueblos y poder detener el paso, para contemplar los rincones amados que nos sirvieron de escenario sentimental; y poder escuchar la voz amada y su risa, ver su andar familiar y beber su cálido aliento otra vez, aunque hayan pasado muchos años... Jugar en las plazas públicas con la muchachada, volver a sentirnos pequeños, cuando la mente se nos nublaba al querer descifrar los pequeños problemas que pudieran turbar nuestra inocencia en el difícil aprendizaje... La incógnita de la vida, cuando nos damos cuenta que vamos haciéndonos mayorcitos. La primera mirada que nos cautivó. Las primeras lágrimas y el extraño sentimiento de la responsabilidad, los primero suspiros de la juventud. Las caricias y la entrega abnegada de nuestra añorada madre; y el cariño del padre.
Siempre habrá algo grato que evocar mañana. Nada es más grato que refugiarnos en nosotros mismo y no dejar que se escapen las meditaciones que traen esas queridas vivencias, para poder vivirlas nuevamente y volcar en ellas todo el cariño y el calor humano que las inspiran. Aunque seamos viejos, mañana tendremos ocasión o esta misma noche, en cualquier instante, de repetir los ratos felices que disfrutamos ayer, con la misma intensidad...
Todo cabe en la mente, todo cuanto anida nuestro corazón, y con ello, somos dueños de nuestros propios deseos “volver a vivir” es posible, aquello que nos dio tanta felicidad. O puede ser que suframos al recordar, los ratos amargos. Pero, también, al llorar por aquello que nos hizo llorar, puede ser motivo para encontrarnos con la realidad y acabemos aprendiendo a vivir con los sufrimientos, hermanándonos con ellos, como un producto del mismo destino y podamos desviarnos hacia el comienzo, para volver a vivir todos los ratos buenos y poder, si no mitigar del todo nuestros desconsuelos, si participar de lo único grato que nos quede, los recuerdos alentadores de tantas horas ilusionadas que vivimos antes... Sólo se trata de elegir el momento o aceptar el que la Providencia nos depare. De la vida lo mejor es recordar, eso ayuda a seguir luchando por ella. El futuro es la incógnita... Se puede, con el presente, hacer mucho para complacer al espíritu. Cerrar los ojos es suficiente, para ver aparecer esas quiméricas vivencias y participar de ellas como en los mejores momentos. Oímos las voces amadas, escuchamos sus pasos y aquella musiquita preferida que tantas veces despertó sensaciones nuevas... La dulce sinfonía que orquestaban las brisas al pasar, perfumadas de idílicos aromas que nos embriagaban. Cuando caía la lluvia y nos acampábamos donde primero halláramos, para estar más juntos, mirándonos con ternura a los ojos, casi conteniendo el aliento, cuando nos “pretendíamos”. Toda una vida, dispuesta para que podamos repetirla nuevamente, a través de los recuerdos. Nos sentimos arropados y tiernamente acompañados, reviviendo aquel pasado que atesora toda la ternura y el amor que una vez Dios nos permitió disfrutar y que se nos va de las manos para siempre, que aunque lo haya atrapado el corazón para perpetuar su permanencia sentimental, también respetamos la soledad cuando no podemos compartirla...
Uno se siente poseído en la paz de los recuerdos, vagando con ellos quedamos enfrascados en sus hechizos: el éxtasis de la contemplación. Nada detiene al deseo del reencuentro, cerrando los ojos vemos los pasillos del templo de la ilusión, cual si fueran caminos que se abren hacia la otra dimensión... Hoy todo es distinto, somos más pobres y el deterioro acusado nos delata, es la evidencia, el paso del tiempo. En nuestros ensueños no pasa el tiempo, está en ellos detenido para siempre, con la misma ilusión de aquellos “episodios” tan distantes hoy y a la par cerca, a través de la evocación. Se detuvieron en la memoria y en el corazón, para inmortalizarse. No hay voluntad ajena capaz de destronarlos, son nuestros para siempre, mientras Dios nos permita que dure esta corta permanencia nuestra.
Anoche, mientras reposaban mis sienes sobre la almohada, no pude conciliar el sueño, todo el tiempo estuve galopando en aras de mi añorada juventud; y vi amanecer, aún soñando. Nada hay más bello y grato que airear los recuerdos y cabalgar con ellos a través de la oscuridad y el silencio de la noche. Unas veces, despertamos de esas fantasías con una sonrisa en los labios. Otras veces, nos damos cuenta que hemos llorado durante el letargo del sueño, y despertamos apesarados y tristes. Anoche fue distinto...
.
.
Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com