Como es costumbre, cuando llegamos a ser mayores no nos gusta estar mucho tiempo solos, sinceramente, reconocemos que estamos predestinados a entregar nuestra alma a Dios, algún día… Tememos vernos solos, esa es una verdad incuestionable y quien lo niegue se está traicionando así mismo. En cualquier momento podemos necesitar una mano consoladora que nos ayude a levantarnos del suelo.
Cuando somos mayores hemos de extremar todas las precauciones. Buscar la compañía de alguien, hablar con las gentes, no transitar solos lugares apartados, asistir a reuniones y celebrarlo sin preocupación alguna. Aquello de los naturales temores, hagamos de ellos que pasen a último termino, olvidarlos. Estando acompañados nos sentimos más seguros ante cualquier contratiempo eventual.
La compañía es tan importante que nos insufla gran dosis de confianza y hasta nos serena transmitiéndonos estabilidad emocional. Estar solos en tan funestos trances, debe ser lo más triste que a un ser humano pueda ocurrirle. Los últimos deseos, las últimas palabras… Aquella sensación de abandono, físico y mental, cuando sentimos que nos queda muy poco, que la vida se nos escapa por décimas de segundos, debe ser desesperante. Pero si no estuvieran tan solos todo iba a ser diferente en cuanto a tantos desconsuelos acumulados.
Yo recuerdo un accidente de tráfico que sufrí en Venezuela, en el Estado Lara, yendo para Siquisique desde Barquisimeto, en el lugar llamado El Jabón, por lo resbaloso del terreno de tierra mojada cuando llovía; y en cuyas curvas los vehículos derrapan y se van de lado y traspasan la cuneta inevitablemente… Aquello fue infernal. Mi acompañante y yo, estando en acto de servicio, volamos con el vehículo por los aires sin haber podido controlarle, Nunca pensé salir de aquel abismo.
Sinceramente, es una historia como para dedicarle algún tiempo más, el necesario como para poder declarar su importancia que tiene la vida y precisamente, en aquellos momentos, tan lejos…
En otra oportunidad, tendrán ocasión de leer todo el suceso. Viene a colación, estas referencias que hago con aquello de la soledad, cuando nos llega la hora de la definitiva partida hacia el infinito. Estando acompañados es diferente, uno siente que se nos acaba el último aliento e instintivamente nos aferramos a la vida con las pocas fuerzas que nos queden, agarrando fuertemente la mano amiga y pareciera que aún hay tiempo para decirle adiós a todos, como si habláramos con ellos y supiéramos que nos oyen y descifran el último balbuceo de nuestras entrecortadas palabras confundidas con el sepulcral estertor de la misma muerte.
Todo es como una triste pesadilla, nos deshacemos en lamentos, queremos salir del tormento que representa en esos instantes de la vida, la triste partida, ahora sin fuerzas, cuando se nos apaga la tenue luz del subconsciente todo queda en silencio, un silencio que, a veces, hasta resulta placentero, cuando dejamos de sentir nuestros sufrimientos y sólo reina en todo nuestro entorno aquella extraña paz… Si, aquella vez sentí como si estuviera trasponiendo el tétrico umbral entre la vida y la muerte.
Es curioso, en los más difíciles momentos de nuestra vida, cuando sentimos desfallecer, por quien llamamos primero es por Dios y nuestra madre, qué poder sobre nuestro subconsciente ambos tienen que siempre están a nuestro lado, si nos parece hablar con ellos y sentimos el calor de sus tiernas caricias y el consuelo de no morir desamparado.
Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
celestinogh@teleline.es