Los soberbios preludios musicales de Liszt, me llevan de sus manos geniales por atajos sorprendentes, por su singularidad y tanta fantasía inspirada de su extraordinario talento. Mis musas oyéndoles, navegan en el aire de su cálida atmósfera musical; su virtuosa fuerza nos envuelve, y a mi alma. El éxtasis dura mientras sigo oyendo sus partituras de exquisita lírica musical.
Aunque no abandone su mensaje poético, porque le sigo escuchando, he de integrarme al real medio que me rodea: el blanco papel, eso lo primero, y estas cuatro paredes que son el rincón preferente y tranquilo de mi hogar. Lo es, hasta que me asaltan los nostálgicos fantasmas, que deben conocer mis debilidades y vienen a poseerme...
A través de la ventana observo, mirando hacia afuera, las luces de la ciudad. Había pensado que era más temprano. Ahora no voy a ver el horizonte, como tantas tardes desde aquí. Algún encendido ocaso... o a la mar serena, distendida y plateada, con luz deslumbrante proyectada desde el cielo, cual torrente de vida. Al correr la cortina, la noche me había sorprendido entonces. Siempre me ocurre igual, cuando recurro a la música, me roba el tiempo y los sentidos. Me quedo embelesado, por los sinuosos caminos que me ofrece deliberadamente y me cuesta volver, - me olvido - a este mundo, también apasionado. No sólo buscamos aquello que nos depare satisfacciones que compensen nuestros afanes personales para que culmine todo en nuestra ansiada felicidad. Hay cosas intangibles, acá y más allá.
Veo e intuyo, la paz que reina en nuestra ciudad; siento deseos de salir a la calle y caminar, deambular hasta que se canse mi cuerpo. Rumbo al muelle pesquero, esta vez. Allí estaría largo rato, alelado, soñando que voy con mi barquita de nácar a donde me lleven las corrientes, en silencio, hasta que el susurro de las olas me despierte...
Hace unas horas hablaba con mi hermano Enrique, acerca de la posibilidad, que fuera cierto, por intuición, que el mar atrae a las personas que hemos vivido siempre cerca de sus costas. Hagamos, pues, una somera reflexión, pensemos... Observemos a las gentes que instintivamente se va acercando a la dársena pesquera, a nuestro místico muellecito, cuando se sienten cansados, otros enfermos... Nadie escapa de su atracción misteriosa. Será así. Con mi intuición observadora he acertado a entender, que, si la mar atrae por todos sus encantos marinos, también es verdad, que cuando nos extasiamos en ella, contemplando su estático horizonte, hallamos al final algo manifiesto, dentro de lo imaginario. Algo que intercede en la supuesta lucha espiritual del hombre, cuando ve comprometida la suerte de su salud, cuando sospecha su próximo fin... Casi todos, gustamos acercarnos a la orilla de nuestras playas en momentos de “capa caída”... Buscamos recuperar la moral, asistiendo al concierto, a veces silencioso de sus tibias brisas, y la lejana bulla de sus olas, cual canto que nos envuelve en sus notas musicales hasta adormecernos.
El runrún apacible de la mar, aumenta mi aislamiento y me aleja de mi entorno real... Me siento como hechizado por el poder mágico de la contemplación. Veo abrirse puertas nunca antes conocidas; y traspongo umbrales distintos, cada cual más atractivo. Sobre la mar, ya idealizada, nos figuramos ver redes inmensas en su superficie, emulando pequeñas ciudades, colinas y parques... Caminos, muchos caminos sin márgenes que le impidan al errabundo caminante seguir siempre adelante en su empeño por hallarse asimismo o encontrar la luz apetecida... Jardines bordados con múltiples hilos de distintos colores, para que destaquen las luces y sombras de bellos rincones... Colores que seducen a la curiosidad de los sentidos; amalgamas y penumbras, que se difuminan... y el blanco de los muros enjalbegados del cementerio de la ciudad, desde los senderos que vienen del pueblo hasta ese rincón, donde algún día, iremos a refugiarnos... buscando sus sombras, acariciadas por la brisa marina de la cercana orilla...
El mar, espejo azul de tantas visiones, es doblemente bello cuando está enfurecido, cuando arremete con su imparable furia. Son sus ímpetus, incontrolables, y es capaz de anular toda clase de previsiones si se lo propone. No por ello se nos escapan sus encantos, su mundo submarino... Cuando está furioso corremos a su encuentro, deseamos guardar en nuestras retinas el espectáculo, ver las olas gigantescas romperse con estrépito ensordecedor, contra lo que halle ante sí, destrozándolo todo. Luego memorizar ese curiosísimo espectáculo en nuestro cerebro, para que, cuando se nos presente la ocasión traerlo de la memoria y comentar los hechos que antes nos conmovieron tanto, y con ellos revivir la época, de otrora, y que siempre son el eje fundamental del mejor de los comentarios... Recuerdo aquella vez, cuando el mar subió hasta la Plaza del Charco... los destrozos que hicieron las enormes piedras que arrastró... Entonces, cada uno de nosotros, éramos más soñadores, más jóvenes y las pasiones alimentaban nuestro espíritu, no conocíamos el miedo, éramos más livianos y podíamos correr como la veloz gacela.
Siempre el mar. ¡Cuántos espejismos sufridos en el silencio de la tarde, mirando allá, a lo lejos, imaginándonos cosas!.. Cuántas veces hallamos el consuelo apetecido, cuando la mar nos brindaba su faz aletargada, en sus momentos de calma, e intuíamos con admirable imaginación, apariciones idealizadas de nuestros tiernos sueños... en ese mundo mistificado, donde a veces aparecen formas fantásticas, que satisfacen al tiempo que nos transportan, al origen de su filosofía onírica!
La mar me puede llevar un día, de tanto acercarme a ella. La mar nos llama cuando nos sentimos solos y, evidentemente, si nos acercamos a ella; sin darnos casi cuenta nos hayamos en el muelle pesquero o caminando sobre la arena mojada, meditabundos... Como quien tuviera una cita concertada para ese momento, una cita que al final de todo, sólo viene a ser, una quimérica ilusión perdida... Yo he oído voces que arrancan desde sus críticas profundidades, que nunca llegué a identificarlas pero que se me antojan voces conocidas...
¿Iremos a la orilla en otra ocasión, cuando queramos recuperarnos de nuestras aflicciones o a reparar el aliento espiritual? ¿Lo dejamos? ¿O vamos ahora?...
¿Acaso no parece real cuánto les he dicho? Sólo que la metáfora continuada que empleo confunde el cruel sentido de las palabras, las dulcifican para que no hieran deliberadamente su contenido. De todas formas, esta noche me doy un paseo por nuestro muelle pesquero, a respirar profundo y a soñar despierto, oyendo el runrún de las olas...
El compact disc se detuvo en estos instantes, y el silencio que dejó la música al callar me produce cierto malestar, y reflexionando estoy en la idea que me viene respecto a la muerte en sí. La vida será como un disco que gira y sólo se detiene cuando se acaba el último surco... ¿Al morir sentiremos esa sensación de soledad y silencio sin límites?..
Celestino González Herreros
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