Cada mañana, al medio día y en la tarde, todo el
tiempo disponible, me quedo mirando a lo lejos, donde está la majestuosa
cordillera y la otra montaña, inmensamente bella y generosa. Erguida cual
natural escultura de gigantescas proporciones, cuya exuberante prominencia
apunta hacia el cielo queriendo alcanzarlo: El Teide, vigía incansable de nuestros
destinos, fiel confidente de nuestras desventuras y nuestros sueños. Inamovible
en su trono habitual, obsequiándonos sus encantos y deteniendo, cual imponente
fortaleza, la furia de los vientos. No digamos igual respecto al tiempo que pasa presuroso sin detenerse en
sus escabrosas laderas y sus barrancos escarpados e impresionantes... Desde que
amanece hasta que anochece, va cambiando su fisonomía aunque su forma primitiva
no se altere. Y según, cuáles fueran los
ánimos, en esos momentos de quienes le admiren, se dejan ver en el Teide las
huellas delatoras del sujeto afectado. Como un espejo permeable que profanara
los umbrales íntimos del espíritu y se reflejaran aflicciones o esperanzas, en
la rugosa superficie de su lumínica e imaginaria pantalla. Nuestras vidas, en
continuo movimiento, al verse proyectadas, se detienen por instantes cada vez
que le miramos y cuando nos insufla sus influencias venerables. Como si de un
mito se tratara para darnos las energías necesarias para seguir girando en
torno a la evidencia misma. Nos protege en el presente y cuida de nuestro
futuro sentimental inmediato.
A veces, en las tardes tristes y nostálgicas, aún
viéndole envuelto por espesas brumas, adivino su reveladora presencia e intuyo
que no nos abandona, pese al velo oscuro que le envuelve. Sabemos que está
allí, elevado en la hondonada de Ucanca, engalanado por la multicolor retama
que surge de entre nubes y lava y el misterioso influjo de nuestro cielo
espléndido. En su trono majestuoso,
siempre vigilante e inamovible.
Mi actitud reflexiva frente al Teide y su hermoso
entorno, no es sólo un sentimiento ecológico, es también, devoción -lo admito- hacia mi propia identidad, es mi
legítimo apego y fehaciente compromiso de amor y respeto natural. No es
devoción religiosa, es otra cosa distinta, que también sabe darnos innegable
paz cuando nos envuelve en su silencio sorprendente; y un extraño reparo en su
sobrecogedora soledad... En cada entresijo de sus distintas sinuosidades se
esconde una historia de amor, pensamientos profundos y recuerdos perpetuos que
convocan evocación sentimental. Desde donde le veamos, según los caminos que tomemos
y desde los distintos lugares de la isla, el Teide aparece siempre más bello y
atractivo luciendo sus abundantes y diferentes aspectos de exuberante belleza,
de impresionantes perfiles paisajísticos, moldeados al antojo de la óptica
desde donde se le descubra. Aunque sea el mismo de siempre, cada vez que le
volvemos a ver resulta más poético y trascendental. Cada estación climatológica
del año se viste diferente e impresiona de todas formas por sus encantos
propios.
Nuestra cordillera dorsal, por sus características
diferentes, a la par que nuestro padre Teide, puede presumir de sus encantos
naturales y su verde vegetación; entre su espesa maleza también se esconden
recuerdos de quiméricas veladas de amor. Ocultos están entre las sombras de sus
esbeltos pinares, al socaire del sol abrasador. Quedaron para siempre
sepultadas las mismas huellas, las de aquella juventud perdida... A veces al subir a la montaña o al Teide, voy
como queriendo hallar algún vestigio de entonces. Busco por los ocultos senderos,
hoy cubiertos por la abundante maleza, sin suerte alguna. Pero si, me parece
oír, a lo lejos, ecos apagados de voces conocidas que se alejan de mí; son como
lamentos que se pierden en la inmensidad de las montañas y del tiempo, que
nunca he podido alcanzar.
No hay poemas más bellos que aquellos que nuestras
cañadas del Teide inspiran al creador e innovador poeta caído en la maraña de
la exaltación del lenguaje lírico del amor... Ni hay silencio más profundo que
el de su altura, a medida que nos elevamos para alcanzar su mágica cima, donde
el aire se confunde con el aliento de los ángeles y el perfume de sus retamas;
a veces, sólo cruzado por el vuelo de las aves del privilegiado lugar. Desde su
máxima altura, abajo se divisa el espectáculo más seductor concebible, desde su
cima es visible todo el archipiélago canario; y hasta su sombra se proyecta, al
despuntar el día, sobre La
Gomera.
Las noches del Teide son sobrecogedoras, sólo se oyen
los latidos de nuestro corazón. Los sueños toman tal dimensión que rondan
libres por el paisaje teidífero como fantasmas que juegan delirantes, corriendo
entre las quebradas y las pendientes de las lomadas accidentadas... Y se
esconden en el retamal, blanco y amarillo, y vuelven sonrientes a cobijarse en
nuestra mente, cual dulce prisión del subconsciente. Y las estrellas, tan
cercas, son testigos incrédulas de tanta emoción compartida.
Celestino González Herreros
celestinogh@teleline.es
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