29/6/08

Imágenes vivas de un digno pasado


En unos instantes, sin esperarlo, di un salto gigante y retrospectivo en mi vida. Mientras saludaba a varias personas allí presentes escrutaba de soslayo, a diestra y siniestra, ebrio de nostalgia, el popular recinto. Eran muchos los anaqueles distribuidos en el familiar Parque San Francisco de Puerto de la Cruz, exponiendo toda clase de artilugios antiguos, distribuidos en secciones y por capítulos. Todo lo cual, ya hablaba por si sólo, de la forma inteligente como se presentó dicha Muestra. Increíblemente bellos fueron los detalles expuestos, útiles usados en su legendaria época, vestigios nostálgicos, que, con tal iniciativa han vuelto a revivir. Utensilios que fueron usados por nuestros ancestros, desde curiosisimos transformadores eléctricos, pasando por una original máquina impresora manual, valiosa piesa de la antigua Imprenta Rodríguez, máquinas de escribir, enseres propios del campo, navegación, cirugía, comercio, y un largo etc. Hasta una réplica logradísima de uno de aquellos bancos de piedra que adornaban, antiguamente, la Plaza del Charco. Viéndole con natural admiración y el sentimiento de la evocación, también reviví otras tardes, siendo aún un muchacho. Acudieron a mi mente veladas inolvidables... Aquellos bancos de piedra, si hablaran. ¡Cuántos momentos felices vividos, sentados en la dura y fría piedra! Cuántas promesas... Cuántas caricias, sólo con las miradas. Cuántos ratos en silencio mirándonos a los ojos.

Cuando ya lo había visto todo e iba a abandonar el lugar, sentí un extraño apego, el recinto me llamaba con poderosas fuerzas; y por momentos sentí, como si todo aquello me perteneciera, al formar parte de la historia de nuestro pasado y como un niño engatusado me sentí alucinado y quise quedarme un rato más. Llegué a sentir el ahogo propio de la emoción, por lo nostálgico del instante. Todo aquello parecía que fueran juguetes de otra época ya superada y me atraían considerablemente, intuía manos sabias usándolos...

Debemos agradecer a los curiosos coleccionistas que conservan dichas piezas, de valor incalculable, a buen recaudo. Felicitarles y animarles para que sigan rescatándolas.

Los recuerdos, a veces, nos confunden, nos animan o nos entristecen, y como no podemos retroceder, sentí mi alma estacionada, al borde de ese profundo abismo que nos separa en el tiempo, frente a esas viejas reliquias, añosos útiles del trabajo digno de aquellos hombres que lucharon incansablemente, para superar con su tesón, aquellas difíciles circunstancias que les habrá tocado vivir. Sentimientos y la añoranza misma; si, del tiempo que sin darnos cuenta, con ellos pasó de largo, dejándonos tantos recuerdos...

Felicitemos a quienes tuvieron la "hermosa" idea de desenterrar esa parte elemental de nuestra historia, al Ilmo. Ayuntamiento de Puerto de la Cruz, por brindarnos la ocasión de contemplar, esa ilustrativa Muestra de nuestra ancestral cultura.


Publicado en el Periódico EL DIA: 08.05.02
Escrito: 29.04.02

Venezuela mira esperanzada su futuro


Porque esté perdiendo el gallo no voy abandonar la gallera. Uno debe estar pegado a lo que considera suyo, hasta que la lucha acabe. Que gallo muerto "pa" la olla va. Y la vida sigue, con nuevas oportunidades para unos y otros. Así es Venezuela, un pais de oportunidades. Muchas son las vicisitudes por las cuales ha pasado; y ahí está, dándole guerra a los políticos y buscando un chancesito, a ver si de una vez por todas, se agarra fuerte a la buena suerte. No puede pararse el carro, es cuestión de insistir y que no desfallezcan las fuerzas y la esperanza mucho menos. Que, acostumbrados a recibir guantazos del más fuerte, el pueblo aprendió a sufrirlos, hasta no poder más. Y la arrechera es mala consejera.

La situación, por la cual atraviesa el Pais, realmente es lamentable, está muy débil el enfermo, apenas le queda aguante para más. Y eso nos entristece a los canarios también, aquellos que tanto han trabajado, que lo dieron todo por ese país que les cautivó desde el primer momento, a quienes entregaron todas sus fuerzas e ilusiones en esa causa solidaria de engrandecer más aún a la patria que les dio tantas esperanzas y donde desarrollaron todos sus proyectos, con amor y trabajo, aquellos hermanos nuestros que se desangraron allá y tantos hijos han dado a ese querido País, para que ahora, los que aún quedan bregando, vean con desilusión la ingratitud con que les pagan, desposeyéndoles, en muchos de los casos, de sus pertenencias. Primero tanto amor por los canarios, y ahora, ¿qué está pasando? Ojalá esté equivocado y todo sea una pesadilla... El espíritu ha decaído, ya los ciudadanos se miran incrédulos, les cuesta admitir el fracaso evidente de aquellos que llevan las riendas del potro cansado, que da coses a diestra y siniestra, declarándose en rebeldía con su suerte - por no decir otra cosa -
Y aquella mirada lánguida y filosófica, se le va apagando poco a poco. (¿?)
Despierta, gallito colorado, esquiva los golpes del enemigo, no te dejes vencer. Practica la honradez contigo mismo, así acabarás por entender al adversario... El pollo melado escuálido debe ser respetado. Sí, la pechada debe ser dentro de las reglas del juego. No se salgas del círculo, que con inteligencia no hay gallo que te gane, porque su honradez será suficiente para aplacar la ira de los demás. Se gana más pronto que volando... Fíjese, que se lo estamos diciendo hace ya mucho tiempo. ¿Qué está haciendo?

Venezuela se merece más seriedad en los asuntos de Estado y menos argumentos demagógicos y programas imposibles de realizar. Con una pequeña dosis de sentido común gana la difícil pechada, así pues, píenselo bien, Sr. Presidente, aún está a tiempo de corregir tantos errores acumulados. Ayude también a los honrados extranjeros que con tantos sacrificios han aportado valientemente la semilla del bien a su país.
Venezuela mira esperanzada su futuro inmediato, ojalá todo se arregle.


Celestino González Herreros
Puerto de la Cruz. l0 de julio de 2.005

Así era nuestra remota y musical Venezuela


Caracas, allá por la década de los 50, aún conservaba buena parte de su fisonomía primitiva. La recuerdo con cierta veneración y no niego que llegó a cautivarme, por la variedad de sus encantos naturales. Al memorizar aquella fascinante época, siento las mismas sensaciones de entonces, pues, no se borran en mis retinas las bellas estampas de sus mágicos rincones y hasta siento emoción al evocarla, la que me produjera cuando por vez primera, la madre Naturaleza me ofreció. Con tan gratas visiones, sumadas a mi joven condición de soñador, magnificaron cada motivo, al ver cosas así, nunca vistas antes, máxime con las perspectivas afectivas que me animaban.

Qué bueno, que al recordarla, la que guardo en mi mente, en nada se haya deteriorado, ni las espléndidas imágenes de aquellos inolvidables lugares. Sabanas inmensas de un verde chillón y quebradas exóticas, detenían mis pasos para caer rendido de admiración ante tanta belleza. La Verdad es que, la Naturaleza fue siempre generosa con Venezuela. Sólo había que desplazarse de los núcleos poblados, hacia el interior de las distintas zonas, para ser sorprendidos por tan abundantes influjos... Y sólo hablo de la Caracas que conocí con mis años mozos, sin salirme de ella, porque si lo hiciera, no tendría palabras capaces de expresar lo que íbamos hallar en los diferentes Estados venezolanos. Cada uno de ellos guarda, aún, un misterioso tesoro... Y ante la evidencia, siempre tendrían, en la actualidad, atractivos envidiables que ofrecernos.

Imaginémonos, a modo de exhortación lírica, una noche de Luna llena, apostados en un lugar tranquilo, en medio de una espesa plantación. Imaginémonos un genero apetecible: manglares, cafetales, maizales, o una extensa llanura de cizales... Cualquier género, repito. La Luna queriendo ocultarse tras la oscura nube que se mueve; y al corazón que late serenamente. Imaginémonos el eco del golpe acompasado de un tambor que suena anunciando la asomada del lamento melancólico de un arpa solitaria cuyas cuerdas hieren el silencio de la noche... Imaginémonos dos lágrimas furtivas que ruedan por las mejillas de alguien... ¡Quién sabe!.. Y el canto trémulo acompañado de un cuatro lastimero anunciando la alborada. Imaginémonos soñar despierto en medio de una inmensa sabana y las aves cruzando el tibio aire... Y nuestros corazones agitándose cada segundo más. Unos ojos entornados, como dos gecelas que dormitaran bajo la enramada y unos labios jugosos que se entreabren ante los nuestros sedientos... Imaginémonos la locura tropical de mi querida Venezuela inflamándonos el corazón.

¡Así era Venezuela! ¡Cómo recuerdo tantas noches apacibles, en aquella legendaria Caracas de mis sueños! Sólo le pido a Dios que vuelva aquella paz, que vuelvan los campos a reverdecer... Que pronto surja el milagro de su pronta recuperación...

Celestino González Herreros

Gran Poder de Dios y Nuestra Señora la Virgen del Carmen


En el transcurso de los años se ha mantenido inalterable la admiración religiosa por nuestros Santos Patronos, a los que tantas veces hemos acudido suplicantes y hemos leído en su dulce mirada la fuerza redentora de su consoladora apertura al llenarnos de paz infinita. Cada uno de nosotros, los arrepentidos pecadores, esperamos ver realizado el milagro de su favor cuando le necesitamos. Ahí está, en su trono majestuoso en ademán reflexivo y la mirada distante, desde un confín al otro de este conflictivo mundo: porque así lo ha querido el hombre; vigilando todos nuestros pasos y escudriñando cada uno de nuestros pensamientos... Su gran Creación, hasta que surgiera el pecado para causa de nuestras penas, desgracias y la habitual insatisfacción, generando así, tantas guerras, muertes y entre ellas el hambre consiguiente...

¿Cuál si no, iba a ser la expresión de su triste mirada, a pesar de haber dado la vida por todos nosotros para redimirnos del pecado?

Allí está callado y a la vez receptivo para consolarnos en todo momento. Y, cómo su influencia es infinita y a todas partes llega, nos acompaña en la vida y después de ella nos tiende su mano amorosa.

Hasta los lugares más apartados del Universo llega su poder y son muchos los rincones donde le veneran, no sólo en el Puerto de la Cruz. De orilla a orilla le solicitan, tanto los más poderosos, como aquellos desvalidos que tanto abundan por doquiera, con la misma devoción religiosa. Para El, todos somos iguales, con más virtudes que defectos, pese a que seamos victimas de nuestras propias miserias.

Y no olvidemos nunca a tantos hermanos nuestros que luchan, y mal viven algunos; y aquellos que mueren con el desconsuelo de no poder estar aquí entre nosotros, máxime en estos momentos tan emotivos, rindiéndole pleitesía postrados al pie del Hacedor. Los que viven tan lejos, allende los mares, aquellos que emigraron ilusionados, buscando la oportunidad de ayudar a los suyos que quedaron aquí presos en sus diferentes situaciones, tanto económicas como sociales. A ellos le debemos, gran parte del progreso de algunos de nuestros pueblos y ciudades, como he insinuado antes y en muchos de los casos a costa de la propia salud y vida. Digo eso sólo como un simple comentario digno de ser reconsiderados. No olvidemos tampoco a tantos enfermos y personas mayores de edad ausentes en vida; y aquellos seres, psíquico y físicamente impedidos que no pueden venir a verle en su trono a colmarle fervorosamente, con sólo amor, sus sentidas oraciones y contarle todo aquello que guardan con tanto celo en su pecho y en su mente.

Quienes no hayan vivido fuera de este terruño amado, en otras tierras de Dios, no saben ni sabrán, desde esos apartados lugares, cómo se le adora, cuántas lágrimas brotan incontenibles de los ojos, cuando se le evoca; y con qué amor se le llama.

En estos días, más parece que nuestra ciudad se fuera transformando en el ánimo de cada cual, así ha sido siempre, se renueva ese entusiasmo religioso por homenajear, como es tradición, esas bellas imágenes, ahora el “viejito” con prendas de vestir nuevas, recientemente estrenadas, gracias al tesón y arduo trabajo de sus cofrades.

Cuando vemos pasar su comitiva por las calles del Puerto de la Cruz, uno siente beatificada la ciudad y en ese ambiente religioso, parece que despertaran recónditos sentimientos y profundos pensamientos, como si nuestro pueblo se tornara más humilde y la sensibilidad de los creyentes aflorara, aún más, en el corazón. Ver el callado cortejo procesional y sus pasos, sobrecoge, como si algo dentro se nos desatara. Sólo la luz de los cirios encendidos, agitados por la suave brisa, acompaña la dulce letanía de nuestros rezos. Cada perfil suyo delata su bondad infinita e impresiona, a veces, su insondable y serena mirada. Parece que nos hablara...

En ocasiones, acompañándole durante su virtual recorrido por las calles del marinero entorno, advierto entre los fieles que le asisten, tal solemnidad y respeto, que tanto recogimiento conmueve. Uno llega a pensar que, en realidad está entre nosotros, que es EL quien nos acompaña en nuestro constante peregrinar, consolándonos, sedando nuestros pesares y mitigando el dolor de la desventura. Pareciera que se alegrara la triste expresión de sus gestos y sus pupilas se abrillantaran. Siguiendo sus cansados pasos, igual he advertido, muchas veces, entre las gentes que le siguen, susurros incontenibles, furtivas lágrimas y el cadencioso musitar acompasado de los ilusionados rezos... Unos piden por los vivos, otros, en cambio, por sus seres queridos ausentes, reflejado en sus tristes rostros, el inmenso desconsuelo al no tenerles cerca Nos percatamos de que nada somos sin nuestro Gran Poder de Dios, de que teniéndole y queriéndole con devoción y respeto, nuestras tinieblas se aclaran y la luz de su infinito amor, desde las Alturas, nos devuelve las fuerzas necesarias para seguir viviendo.

Por eso, cada año en estas fechas, todo a nuestro alrededor, resplandece más, se inunda de esplendor celestial; es el tiempo del reencuentro irrenunciable, con su divina presencia y de júbilo sentimos invadido el corazón. Todos estaremos juntos al Gran Poder de Dios y nuestra Señora la Virgen del Carmen, los presentes y los ausentes, no habrá fronteras que nos separen ni abismos que interrumpan estar juntos adorándoles.

Celestino González Herreros
Puerto de la Cruz. Julio de 2.008

21/6/08

La música cual vínculo poético de los sueños


A veces, la música nos traslada, a parajes insospechados. Sus melódicas notas, o el concierto de las mismas, nos elevan; olvidándonos de nuestro entorno real. En estado melancólico y entre profundas sensaciones, nos lleva lejos... En una de esas ocasiones de embriaguez sentimental, deambulé, retrospectivamente - cuando tenía alas fuertes para volar- por sendas imaginarias en busca de nuevas aventuras; y los caminos, mientras volaba, iban abriéndose paulatinamente, a medida que mi éxtasis crecía, permitiéndome hallar la visión soñada y tantas veces esperada... ¡Oh, sí! Ahora mismo, escucho, "Danubio Azul", magistralmente interpretado. Si estos compases duraran un rato más, me sentiría aún más feliz, presintiendo de nuevo mi inspiración... galopar por esos lugares del romance, concebidos sólo para soñar...

¿Cómo es posible, que, a pesar de los años ya vividos, uno aún pueda soñar despierto? Y, ¡cómo se enriquece el espíritu oyendo estas composiciones musicales! Todo lo bueno de uno, aflora, lo de menos es la edad, nada de eso importa, porque el alma despierta emocionada en tales circunstancias. Un viejo soñando como si no fuera un viejo, sonriendo para sí, como si fuera un muchacho que sintiera las primeras sensaciones que prodiga el tierno amor de la adolescencia. Cabalgando cual potro desbocado en pos de un ideal soñado. Como el pájaro cantor que salta de rama en rama para llamar la atención de su amada...

La mágica influencia de la música mueve cerrojos tiempos silenciados. La música, como cualquiera rama del Arte, sabiendo interpretarla, es fuente inspiradora que nace en cada uno de los seres humanos, si le prestamos la debida atención. Es la terapia del alma y el consuelo de aquellos que la descubren a tiempo para motivar los impulsos del corazón y la quietud del espíritu. Suele hacernos llorar, y eso es bueno, al darnos cuenta que somos sensibles. Oyéndola comprendemos mejor nuestros verdaderos instintos, valoramos la sutileza de la pequeña flor silvestre, delicada y frágil... El murmullo de la brisa al pasar... La entrega del pintor en su obra, dándole vida al lienzo con sus improvisados colores... El poeta lo dice cantando, o se expresa llorando. También sonríe y llora a la vez, el rapsoda mientras recita... Como cuando el artesano da el toque triunfal a su amada obra, aunque ella no responda.

Y, a veces, descender de esos místicos lugares, donde todo es amor, cuando nos damos cuenta de los cambios sufridos actualmente en nuestra sociedad, entendemos, sin dilaciones, que la conducta de los ciudadanos del mundo, aunque haya mejorado algo, aún quedan sueltos los excéntricos más peligrosos, los incrédulos de turno, los que ni sienten ni padecen... Quizás, si oyeran, de vez en cuando, algunos fragmentos de buena música, otra iba a ser su suerte en adelante.

Los noctámbulos, amantes del aire fresco de la noche, buscamos, entre místicas percepciones, el consuelo de la reciprocidad amorosa. Cabalgamos, navegamos o volamos, siempre buscando el calor humano y sentimental de quienes nos lo ofrecen. Nada ni nadie nos detiene, somos cómplices de la noche y ligeros como el aire para escurrirnos entre sus sombras, oyendo esa dulce caricia musical que nos embriaga.

Celestino González Herreros
Puerto de la Cruz, a 01 de septiembre de 2001

La paz del monte y los barrancos


Pocos lectores se habrán preocupado en pensar cómo discurre la vida íntima del poeta, escritor, narrador, pintor, músico, etc. Posiblemente, muy pocos adivinan el calvario de algunos si ven entorpecida su inspiración por agentes extraños que les asaltan e interrumpen, muchas veces alevosamente. El hombre creador, bien de fantasías o de evidencias reales configuradas por él, a veces, no halla el clímax necesario para culminar o desarrollar su inteligencia. Es fácil entenderlo, aunque pueda parecer escabroso explicar la situación.

El verdadero compositor necesita, mejor, estar solo para poder trabajar y dar de sí el caudal que atesora, mientras lo libera. Es cuando la inspiración aflora cual si emanaran aromas poéticos con sutileza singular dada su influencia lírica. Imaginémonos que en esos momentos especiales, algo trepidante, inoportuno, se mueva a nuestro alrededor y nos despierte de ese ensueño para involucrarnos en el vulgar laberinto de la realidad cotidiana. ¡Sería desolador!..

Tantas veces pienso: ¿Cómo es posible que, en tales circunstancias, aún existan seres capaces de llegar a la meta de sus firmes propósitos? No cabe duda alguna, que, para llegar a ser alguien bien reconocido en el mundo de la inspiración, el del creador, poético, etc., estando obligado, también, a atender otras obligaciones, como es, la familia o el ambiente soterrado en el anonimato en que se vive, es realmente meritorio. Muchas veces se sufre, pues hay que correr en busca del extremo de la débil hebra que la madeja ha soltado, para poder alcanzarla y seguir el hilo de la trama descuidada. Gentes que gritan, otros que pelean, niños que lloran, perros que ladran, cotorras que no callan ni un instante todo el día... El claxon de los coches y los anuncios parlantes de verduras, pescado o helados. Hay que ser de oídos impermeables a los ruidos para poder concentrarse y nadar en las aguas quietas de la inspiración o del relato que se quiera tratar. No todos los narradores disponen de un ambiente adecuado a sus necesidades. Para escribir, algunos nos refugiamos en el monte, en la callada hondonada de algún lugar donde sólo se oyen, desde el solitario barranco, el eco sigiloso del sutil paso de las brisas susurrando arriba, sobre el verde valle, mientras recorren la campiña... Abajo se está mejor, aunque la soledad nos sobrecoja sobremanera de cuando en cuando. Sentimos pasar la brisa, también, cuando pasa presurosa rozando los bordes del abismo. Sintiendo latir nuestro corazón cuando escribimos sin interrupción alguna. El aire transmite su melodioso aleteo con singular denuedo y uno llega a embriagarse con los propios sentimientos y cual báquicos respingos soltamos las palabras henchidas de ese algo tan sublime que llamamos amor. En la hondonada del profundo barranco se oyen voces que acarician, junto al retumbo del aire que se desliza por el accidentado declive de sus húmedas paredes; y el quejumbroso graznido del ave agorera que se aleja asustada de la ladera. El alma y la mente, también, parece que vuelan queriendo liberarse cuando escribimos...

Celestino González Herreros.
Puerto de la Cruz, año 2.000.

Todo esta distinto

He tenido que refugiarme en un conocido y habitualmente transitado rincón, siempre concurrido, pero que hay una discreta esquinita al terminar el mostrador, que siempre me ha permitido aislarme casi por completo. Esta vez, como otras tantas veces, huyendo del mundanal ruido y la alegría desbordante que se advierte en casi todos los rostros, según iba observándoles a lo largo del paseo por distintas calles y plazas públicas de la ciudad, me pareció ser el único, entre tanta gente, que andaba abstraído, meditando pasajes del pasado, recordando aquellos tiempos y tantas ilusiones que se han perdido. A la vez, me hallaba pensando más en el cercano futuro que me espera… Si alguien, entonces, me hubiera preguntado que a dónde iba, no hubiera sabido responderle. Buscaba algo, si, algo que ya no está, pues todo ha cambiado desde entonces. Ni la gente son los mismos, ni las plazas, donde los árboles han crecido lo indecible. Ni las calles, ni aquellas casitas terreras enjalbegadas de blanco, de puertas y ventanas verdes, tejados rojos… Todo está distinto. Y al verme asomado en el cristal de una de las tiendas, yo no era aquel que estaba reflejado en el, aquel era otro, con expresión tristona y el cuerpo todo desfigurado, sienes blancas y ojos cansados, todo aquello que aparecía reflejado en el frió cristal no era mi persona. No era yo aquel que me miraba fijamente, con desmesurada insistencia y que llegó hasta sonreírme como queriendo acentuar la burla, esa mueca que a veces tanto fastidia. Di media vuelta girando sobre mis talones con cierta dificultad y me fui de aquel inhóspito lugar, dando pasos confusos y la mirada gacha, fijándome donde iba pisando para evitar un fortuito tropiezo... Disimulando mi agotamiento, no sólo el moral, también el físico, mientras seguía el corto trayecto.

Me sentía como un extraño por donde quiera que iba, creyendo que nadie me estaba reconociendo, que yo no era el otro espectro que vi. en el sucio y frió cristal de aquella ridícula tienda. Yo estaba ausente, corriendo de allá para acá, practicando los juegos propios de aquella tierna edad… Ausente entre el tumulto de las gentes que tampoco yo conocía, gozando aquella hermosa juventud, como nadando felizmente en ese mar ilusionado del amor, viéndome en los ojos de miradas serenas de aquellas que me brindaron su atención… También estuve observando casas ruinosas, ya inhabitables expuestas para su futura venta y posterior derribo. Casas que me trajeron recuerdos inolvidables desde mi infancia, hasta me pareció ver asomadas en sus postigos y ventanas a tanta gente que uno conoció y ya no están entre nosotros, personas maravillosas algunas de ellas, cuya evocación me entristeció más.

Ahora, en este tranquilo rincón, donde me hallo, voy recuperándome un tanto, lo otro era muy doloroso, eso de ir de allá para acá, sin apetencia alguna, pero si, buscando todo aquello que perdí para siempre, sin hallar respuesta alguna. Eso acaba por entristecernos.

Aquí estaré sólo un rato más, cuidando, claro está, la noción del tiempo, escribiendo, sondeando mi mente y estrujando mi viejo corazón. Con un vaso de vino como único amigo acompañante, confidente del alma; y sintiendo en mis cansados ojos el calor inmenso de la soledad. Soltando la madeja de los sueños mientras oigo, muy quedamente, una musiquita que llega hasta mí, como queriendo alimentar a mi espíritu y que me recuerda que la vida sigue, que es muy bella y que mientras no me llegue el momento definitivo, cuando tenga que irme de esta aburrida escena, debo seguir haciendo el esfuerzo necesario para no entorpecer el normal desafío de la vida.

Celestino González Herreros.
Puerto de la Cruz, a 21 de junio de 2008.

Viendo llegar las aves un singular atardecer

En estos instantes de meditación, por mi viejo reloj son las siete de la tarde. Aún hay claridad solar. Sentado en el coche y aparcado en un lugar del Valle de La Orotava. A mi izquierda hay una moderna urbanización; a la derecha de esta calle, todo es campo abandonado, pero que aún conserva la huella de un memorable pasado. Muros altos y bajos, resquicios de viejas viviendas ya desaparecidas y plantas trepadoras por doquiera, aferradas al sólido soporte de las mismas. Abundantes flores alfombran el desnivel de las pendientes y senderos del lugar; y una larga acera, bien pavimentada, delimitando ese multicolor entorno, sentencia la atractiva imagen campestre que, en cualquier momento desaparecerá para siempre. Y será entonces, prolongación de esta suntuosa zona residencial, donde habitan tantas gentes despreocupadas de su pasado y que viven alegremente en sus confortables y cálidos hogares.

Me detuve allí, atraído por el canto de decenas de mirlos y otros pájaros que regresaban a sus nidos para recogerse con sus crías y darles alimentos y el calor de sus diminutos cuerpecitos, cansados de buscar aquello que ha de nutrirles. Aún siguen moviéndose entre el follaje maltrecho, pero con un encanto considerable. Dando saltos aparecen entre las ramas animando el ambiente con sus dulces tonalidades musicales; y es tal la armonía de sus cantos, que no puedo irme y dejar de escuchar esa grata sinfonía que turbaba el silencio de tanta soledad que reinaba en ese abandonado lugar. Su negro plumaje y pico amarillo, siguen siendo atractivos y sus cantos, no menos alegres, hasta el punto de contagiar en nosotros, la ternura que derrochan.

No es del todo oscuro el espectro de la tarde. Mientras, incansablemente, subían centenares de automóviles, ya de retirada - como las aves del campo - a sus respectivos hogares. Se va haciendo un silencio muy singular en la maleza. Sólo sí, de vez en cuando, volvía a oír algunos mirlos rezagados, los últimos que iban llegando.

¡Cómo me obligan a recordar, estos ocasionales reencuentros, los días de mi infancia y mi primera juventud! En el Puerto de la Cruz, entonces rodeado de vegetación, espacios agrícolas, arboledas en abundancia hasta la costa, existía ingente cantidad de aves. Casi todas las casas tenían solares o jardines, plantados en ellos distintos árboles frutales, ornamentales y nuestras plantas autónomas. También, en muchas casas, hubo espacio suficiente para criar animales...

A menos de cuatro metros y en el umbral de la noche, sobre una elegante farola, acaba de posarse un enorme y precioso mirlo. Lo veo tan grande, tal vez, por tenerle cerca; se explayaba cantando como un divo en escena, sin preocuparle mi presencia. Y en un abrir y cerrar los ojos, desapareció... ¿Acaso estaba contento porque me había fijado en ellos y, porque escribía con el corazón, prestándoles la máxima atención? Es posible, todo es posible.

Puerto de la Cruz, a 23 de septiembre de 2001
Publicado en el Periódico EL DIA: 29.08.01

Pálido manto del Valle de la Orotava

Cuando languidece la tarde realejera y me hallo a la altura de El Lance, viendo hacia abajo, la mirada se detiene entristecida, me siento tremendamente conmovido ante el descalabrado y atropello hacia nuestro "emblemático Valle" que nadie quiere socorrer... Me rindo, pues, en esta cima volcánica, sobre la magnífica roca de Tigaiga y en un privado llanto y mudas plegarias, pido al Cielo, Dios ponga su mano piadosa...

Desciende mi enardecida mirada por todo el hermoso lugar, como si se posara incrédula ante tantos atropellos ecológicos vergonzantes, zarpazos brutales e indignos a nuestro zaherido Valle, impropios de una civilización como la nuestra de religiosa conducta hacia la Naturaleza por herencias etnológicas y ancestrales. Si se quiere, de histórica valentía de nuestros menseyes y reyes... ¿Pero, qué es lo que pasa en Tenerife? ¿Habremos perdido nuestra propia estimación, nuestra dignidad canaria? Es que no lo entiendo. A mis años, tal vez ya en las postrimerías de mi existencia, aparte de lamentarme, lo considero una imprudencia inaceptable ante las futuras generaciones, por el destrozo que hacen con nuestro sufrido suelo, están locos y se les permite toda clase de atrocidades... ¡El Valle de La Orotava, qué poco queda ya de él, cómo va muriendo ante nuestras miradas impasibles!.. Que las máquinas sigan destruyendo, arrancando de la tierra nuestras raíces, las de nuestra historia... La verde estampa bajo el acrisolado resplandor del Sol, del Valle alegre e inspirador, fértil como el Paraíso y con la mansedumbre de la paz de un sueño amoroso, radiante y generoso.

Apoyado en el muro protector de la carretera, seguía mirando hacia abajo, con una fuerte opresión en la garganta, con ganas de gritar... ¿Pero, de qué me iba a servir?; y ahogué un llanto extraño, sin lágrimas que me delatasen, sin un solo lamento, un llanto que antes no había sentido, tan angustioso "y no estaba solo" que también en silencio mi Valle estaba llorando sin que nadie nos oyera...

Vi caer la tarde con melancólica resignación y hubiera volado, de tener alas, a consolarle, sin demoras y ante mi indefensión se me escapó esta vez la atención hacia el horizonte, donde el inmenso océano se detiene y parece que estuviera en posición estática, donde no acaban las lamentaciones nuestras que superan esa inmóvil barrera de la distancia, buscando la comprensión y se expanden allende los mares en rebeldía constante... Canarias ante el mundo entero siempre ha podido presumir, y muy dignamente, de su Valle de La Orotava y nadie admite con agrado lo que aquí está ocurriendo; es posible que la "locura" haya alterado los esquemas sentimentales de nuestra condición humana.

Hagamos, pues, trasbordo desde El Lance de Icod El Alto, en el municipio de Los Realejos, distraigamos la mirada que se posara antes sobre nuestro vejado Valle, que la nave que ahora elijamos nos lleve hacia otro encuentro que nos depare motivaciones menos tristes, capaces de devolvernos nuestra natural alegría, ese modo de ver la vida que tenemos los canarios, y que el Todopoderoso nos acompañe en el trayecto ilusionado de nuevas rutas, sin volver la vista atrás, para no ver morir al Valle y poder conservarlo perennemente en nuestra memoria, verde y florido, como era antes.

Puerto de la Cruz, a 06 de octubre de 1994
Publicado en Los Realejos: Diciembre 1.994


El runrún apacible de la mar serena

Los soberbios preludios musicales de Liszt, me llevan de sus manos geniales por atajos sorprendentes, por su singularidad y tanta fantasía inspirada de su extraordinario talento. Mis musas oyéndoles, navegan en el aire de su cálida atmósfera musical; su virtuosa fuerza nos envuelve, y a mi alma. El éxtasis dura mientras sigo oyendo sus partituras de exquisita lírica musical.

Aunque no abandone su mensaje poético, porque le sigo escuchando, he de integrarme al real medio que me rodea: el blanco papel, eso lo primero, y estas cuatro paredes que son el rincón preferente y tranquilo de mi hogar. Lo es, hasta que me asaltan los nostálgicos fantasmas, que deben conocer mis debilidades y vienen a poseerme...

A través de la ventana observo, mirando hacia afuera, las luces de la ciudad. Había pensado que era más temprano. Ahora no voy a ver el horizonte, como tantas tardes desde aquí. Algún encendido ocaso... o a la mar serena, distendida y plateada, con luz deslumbrante proyectada desde el cielo, cual torrente de vida. Al correr la cortina, la noche me había sorprendido entonces. Siempre me ocurre igual, cuando recurro a la música, me roba el tiempo y los sentidos. Me quedo embelesado, por los sinuosos caminos que me ofrece deliberadamente y me cuesta volver, - me olvido - a este mundo, también apasionado. No sólo buscamos aquello que nos depare satisfacciones que compensen nuestros afanes personales para que culmine todo en nuestra ansiada felicidad. Hay cosas intangibles, acá y más allá.

Veo e intuyo, la paz que reina en nuestra ciudad; siento deseos de salir a la calle y caminar, deambular hasta que se canse mi cuerpo. Rumbo al muelle pesquero, esta vez. Allí estaría largo rato, alelado, soñando que voy con mi barquita de nácar a donde me lleven las corrientes, en silencio, hasta que el susurro de las olas me despierten...

Hace unas horas hablaba con mi hermano Enrique, acerca de la posibilidad, que fuera cierto, por intuición, que el mar atrae a las personas que hemos vivido siempre cerca de sus costas. Hagamos, pues, una somera reflexión, pensemos... Observemos a las gentes que instintivamente se va acercando a la dársena pesquera, a nuestro místico muellecito, cuando se sienten cansados, otros enfermos... Nadie escapa de su atracción misteriosa. Será así. Con mi intuición observadora he acertado a entender, que, si la mar atrae por todos sus encantos marinos, también es verdad, que cuando nos extasiamos en ella, contemplando su estático horizonte, hallamos al final algo manifiesto, dentro de lo imaginario. Algo que intercede en la supuesta lucha espiritual del hombre, cuando ve comprometida la suerte de su salud, cuando sospecha su próximo fin... Casi todos, gustamos acercarnos a la orilla de nuestras playas en momentos de “capa caída”... Buscamos recuperar la moral, asistiendo al concierto, a veces silencioso de sus tibias brisas, y la lejana bulla de sus olas, cual canto que nos envuelve en sus notas musicales hasta adormecernos.

El runrún apacible de la mar, aumenta mi aislamiento y me aleja de mi entorno real... Me siento como hechizado por el poder mágico de la contemplación. Veo abrirse puertas nunca antes conocidas; y traspongo umbrales distintos, cada cual más atractivo. Sobre la mar, ya idealizada, nos figuramos ver redes inmensas en su superficie, emulando pequeñas ciudades, colinas y parques... Caminos, muchos caminos sin márgenes que le impidan al errabundo caminante seguir siempre adelante en su empeño por hallarse asimismo o encontrar la luz apetecida... Jardines bordados con múltiples hilos de distintos colores, para que destaquen las luces y sombras de bellos rincones... Colores que seducen a la curiosidad de los sentidos; amalgamas y penumbras, que se difuminan... y el blanco de los muros enjalbegados del cementerio de la ciudad, desde los senderos que vienen del pueblo hasta ese rincón, donde algún día, iremos a refugiarnos... buscando sus sombras, acariciadas por la brisa marina de la cercana orilla...

El mar, espejo azul de tantas visiones, es doblemente bello cuando está enfurecido, cuando arremete con su imparable furia. Son sus ímpetus, incontrolables, y es capaz de anular toda clase de previsiones si se lo propone. No por ello se nos escapan sus encantos, su mundo submarino... Cuando está furioso corremos a su encuentro, deseamos guardar en nuestras retinas el espectáculo, ver las olas gigantescas romperse con estrépito ensordecedor, contra lo que halle ante sí, destrozándolo todo. Luego memorizar ese curiosísimo espectáculo en nuestro cerebro, para que, cuando se nos presente la ocasión traerlo de la memoria y comentar los hechos que antes nos conmovieron tanto, y con ellos revivir la época, de otrora, y que siempre son el eje fundamental del mejor de los comentarios... Recuerdo aquella vez, cuando el mar subió hasta la Plaza del Charco... los destrozos que hizo... las enormes piedras que arrastró... Entonces, cada uno de nosotros, éramos más soñadores, más jóvenes y las pasiones alimentaban nuestro espíritu, no conocíamos el miedo, éramos más livianos y podíamos correr como la veloz gacela.

Siempre el mar. ¡Cuántos espejismos sufridos en el silencio de la tarde, mirando allá, a lo lejos, imaginándonos cosas!.. Cuántas veces hallamos el consuelo apetecido, cuando la mar nos brindaba su faz aletargada, en sus momentos de calma, e intuíamos con admirable imaginación, apariciones idealizadas de nuestros tiernos sueños... en ese mundo mistificado, donde a veces aparecen formas fantásticas, que satisfacen al tiempo que nos transportan, al origen de su filosofía onírica!

La mar me puede llevar un día, de tanto acercarme a ella. La mar nos llama cuando nos sentimos solos y, evidentemente, si nos acercamos a ella; sin darnos casi cuenta nos hayamos en el muelle pesquero o caminando sobre la arena mojada, meditabundos... Como quien tuviera una cita concertada para ese momento, una cita que al final de todo, sólo viene a ser, una quimérica ilusión perdida... Yo he oído voces que arrancan desde sus críticas profundidades, que nunca llegué a identificarlas pero que se me antojan voces conocidas...

¿Iremos a la orilla en otra ocasión, cuando queramos recuperarnos de nuestras aflicciones o a reparar el aliento espiritual? ¿Lo dejamos? ¿O vamos ahora?...

¿Acaso no parece real cuánto les he dicho? Sólo que la metáfora continuada que empleo confunde el cruel sentido de las palabras, las dulcifican para que no hieran deliberadamente su contenido. De todas formas, esta noche me doy un paseo por nuestro muelle pesquero, a respirar profundo y a soñar despierto, oyendo el runrún de las olas...

El compact disc se detuvo en estos instantes, y el silencio que dejó la música al callar me produce cierto malestar, y reflexionando estoy en la idea que me viene respecto a la muerte en sí. La vida será como un disco que gira y sólo se detiene cuando se acaba el último surco... ¿Al morir sentiremos esa sensación de soledad y silencio sin límites?...


Puerto de la Cruz, a 08 de agosto de 1998
Publicado en el Periódico EL DIA: 20.08.98

Voces en el silencio del monte

A medida que me adentraba en la tupida y frondosa maleza, por los difíciles atajos de las agrestes lomadas, me fueron absorbiendo mis profundas meditaciones. Nunca otra mañana de mis acostumbradas salidas al monte, me pareció tan esplendorosa. Como si para mí, se hubieran abierto en ese ideal lugar, nuevos senderos jamás transitados, que me ofrecieran las más diversas impresiones. Lo que antes nunca vi: el paisaje amenizado por infinidad de atractivas especies de mariposas que libaban en las flores silvestres con pasmosa tranquilidad, sin preocuparles mi callada presencia; y en las ramas menos distantes del follaje trinaban algunos pájaros entonando extraños cantos, sólo para mí, que llegaron a extasiarme, de tal manera que, en ocasiones tuve que contener la natural emoción que me invadía... Y entre los distintos tonos de tan dulces cantos, pude distinguir los entrecortados acentos musicales del gracioso mirlo, dulcemente interpretados.

Nunca el bosque me pareció más bello. A través del ramaje de los esbeltos pinos el espléndido sol rielaba su fantástica luz, atravesando la verde espesura del atractivo follaje con el resol de la mañana, que lamía, al unísono, las cálidas pinochas allí acumuladas, tan tentadoras y llamativas, manteniendo la tierra húmeda para la fertilidad...

Entonces no me sentía tan sólo; veía las ramas moverse agitadas por los alegres saltos de las diminutas aves del monte que en ellas se balanceaban. Había tanta vida ante mí, tanto espacio virgen, que no fueron pocas mis exclamaciones, alertado continuamente por los encantos que iba descubriendo a medida que avanzaba, monte adentro, pisando la resbaladiza hierba y abundantes pinochas por doquiera desparramadas. Arriba había más silencio, apenas se oía, de pasada, alguna ventada de aire tibio que se extinguía a lo lejos; y allá abajo, la albura impresionante del mar de nubes separando la majestuosidad de nuestro Valle de La Orotava, de este otro mundo de ensoñaciones palpitantes y seductoras y el embrujo abrasador, que ciertamente estremece, de nuestras montañas y verdes pinares de encendida sabia y soledades infinitas, donde paso las horas más emotivas de mi vida en mis solitarios momentos de paz, renovando mi espíritu y consultando al Creador de todo ese embeleso sobrenatural, mis furtivas dudas... Donde mis pensamientos se liberan y mi alma; a veces, siento mi espíritu alborotado en la quietud de mi transportado ser y en el silencio sobrecogedor de estos parajes apartados.

Ya en medio de aquel silencio, sólo escuchaba el graznar del ave agorera cruzando el solitario firmamento, sentenciándome e indicándome otros senderos de interminables distancias... Entonces opté por descender hacia mi Valle, entre pinochas, hierbales y un mar de nubes infranqueable por su mágica espesura, alejándome del infausto eco del grito de las alturas...

Puerto de la Cruz, a 23 de agosto de 1997
Publicado en el Periódico EL DIA: 14.10.97

7/6/08

Invocación marinera portuense



El Muelle pesquero, con su nueva y alegre faz, por la reciente remodelación en él practicada, sin que hiriese su vieja y encantadora fisonomía - todo lo contrario - se ve enriquecido con lo que se le ha hecho; sigue siendo motivo y valor sentimental para los que nos visitan y en particular para los portuenses. Representó siempre el emblema tradicional de nuestra idiosincrasia. Es por ello, que, desde el mes de Junio ya uno comience a imaginárselo (¿?) cómo ha de ser en las próximas fiestas patronales, por ser el lugar de encuentro de tantos corazones que se agitan al unísono, emocionados, ante la dulce presencia de la Virgen del Carmen, madre de los pescadores. Esos hijos suyos del alma que la llevan sobre sus hombros por nuestras calles y rincones más bellos, en solemne procesión, antes y después del “embarque”... Festejándola con gritos y vítores, aclamándola con calurosos y hasta emocionados “piropos” que Ella sabe valorar como nadie - y que no le quiten ese gusto a las gentes que la quieren de ese modo - que la invitan al “baile” que acompañan con canciones populares y sentidas oraciones, para verla contenta, como una madre que sonríe y le ríe las gracias a sus muchachos...

Las blancas gaviotas, en la pequeña bahía, se han multiplicado; y las grandes y pequeñas embarcaciones. Afanosamente trabajan en algunas de ellas para echarlas a la mar ese gran día. Este año, va a vivirse un ambiente como nunca, me lo dice el corazón, y espero estar presente para gozarlo. Y aquellos que no van a poder disfrutar de ese maravilloso encuentro popular y religioso, bien sea por obligadas ausencias u otras razones, - tantos compatriotas nuestros que viven y luchan en Venezuela, por ejemplo, y otros países - tendrán al Viejito y a la Virgen en sus corazones y hasta aquí llegarán sus plegarias sumándose a las nuestras, cual canto de amor que le brindamos a nuestros Santos Patronos. También les recordaremos, familiares y amigos, con los que vivimos tantos momentos entrañables que han quedado en el recuerdo para perpetuarlos. Viviremos con el desconsuelo de no tenerles entre nosotros y valoraremos el esfuerzo y sacrificio que están haciendo por una causa justa que el Cielo alguna vez sabrá premiar.

Hoy, en mi subconsciente, me parece escuchar el conmovedor eco de pretéritas ocasiones, la bulla emocionada del pueblo que te aclama, Virgen del Carmen; y al resignado San Telmo, que sigue siempre cuidando Tus pasos, y en la mar, como ávido centinela. Escucho cuando gritan desde lo más hondo de su ser: ¡Viva la Virgen del Carmen! ¡Viva nuestra Patrona! ¡Viva la madre de los marinos y pescadores! Y siento el natural escalofrío que produce la emoción incontenible del majestuoso momento y la sensación de ahogo... viendo llorar a algunos de ellos, Tus marinos, Señora, como si les fueras a faltar...

¡El Muelle pesquero nos dice tanto! ¡Cuántas horas con la mirada perdida sobre la mar hemos navegado sin rumbo fijo, por esos senderos que dejaron atrás la estela de una ilusión ya perdida! Otros navegantes, con más suerte, rumbearon ilusionados... Cuántas veces, en ese trayecto a donde la imaginación nos lleva, hemos escuchado la voz amiga que andábamos buscando, la voz que habíamos perdido, que se nos fue un día!.. Cuántas veces hemos regresado con el corazón destrozado y las manos vacías; y sentados sobre la arena hemos reflexionado, aún perdida la mirada en el estático horizonte, en ese mar de soledades, por tantos, tristemente compartido.

Aún estamos aquí, esperando en El Muelle, donde se refugian tantos náufragos, donde hay barcas huérfanas de cariño, esperando la pleamar, absortas en sus sueños... No están todos aquellos marinos, algunos tan añosos como sus viejos barcos que aún siguen esperándoles, y que no estarán para festejar a nuestra Virgen, aquellos verdaderos marinos de corazón henchido de bondad y excelentes cualidades, tanto humanas como sociales; ni tantos amigos y conocidos de siempre. Roguemos, pues, por ellos - que bien se lo merecen - a nuestra Madre, nuestra Reina marinera, para que nunca les falten sus atenciones amorosas.

Cómo se nota en el rostro de la Virgen, cuando la acercan a su muellito pesquero, más tierna y alegre su cándida mirada; y en sus finos labios de inmaculada tersura las dulces muecas de sus sonrisas! ¿Acaso no la han visto de cerca cuando sonríe, la han mirado bien? No hay sonrisas más bellas y amorosas que sus sonrisas. Fijen la vista bien, hermanos, si hasta parece que respira y que suspira cuando su pueblo le aclama.


Puerto de la Cruz, a 17 de junio de 1998.
Publicado en el Periódico EL DIA: 01.07.98

Desde la cumbre, ladera abajo, hasta la costa...



Viendo arar a los bueyes, comparo su constante esfuerzo mientras abren los surcos en la dura tierra, con la perseverante lucha que libraron nuestros viejos enfrentándose a las distintas adversidades de sus vidas para que hoy podamos vivir mejor de lo que vivieron ellos y podamos asistir al gran concierto de las culturas que compartimos a diario.

Aquellas manos amasaron el barro con el sudor de su frente y a la mar dieron, algunos, su propia vida, para llevar el sustento a sus deprimidas familias... Aunque hayamos superado en gran parte aquellas despreciables épocas para una larga mayoría, aquellos hombres de antes, de sol a sol, se ganaban el pan de cada día y alimentaban a sus familias con la ilusión de verlos sanos y crecidos, hechos hombres capaces de continuar sus sanas costumbres y nobles sentimientos. Esa era la única ambición que les sostenían hasta el último instante. Hoy, cuando todo ha evolucionado tanto, para bien o para mal, relativamente, ellos no están para presenciarlo, acaso, tampoco sospecharon que sería así, al cabo del tiempo, que aquellos surcos y aquellas lágrimas, iban a ser recordadas, como lo hacemos hoy nosotros. Muchos somos los que en el recuerdo buscamos aquellas huellas que no han podido borrar las pesadas e hirientes máquinas del progreso del cercano ayer y el presente, buscando nuevas formas de vida y vías que conduzcan más aprisa hacia la destrucción de toda la herencia que fuera el fruto de tantos sacrificios infravalorados por la ceguera de la ambición de otros pocos, que son los que pueden a su antojo deshacer los sueño dorados de nuestros queridos antecesores. Abajo, en la hondonada del Valle de La Orotava, la marcha devastadora continúa adelante, no escuchan nuestras voces, cuando pedimos que se detengan, que razonen... Ellos seguirán adelante, invariablemente, así como le han dicho sus jefes: "Que el trabajo debe continuar hasta el final". Piensan que nos cansaremos de patalear, por que se saben "protegidos" por la plana mayor del poder administrador que nos gobierna.

El cansado campesino se detiene unos instantes, para secar el sudor de su frente, respira profundo y agacha el ala de su desteñido sombrero en ademán de resignación, luego sigue arando la tierra y por su triste expresión, deduzco, lo que estará pensando. Su suerte no va a ser otra que la suerte de sus antepasados, todo el amor que ponga en esa tierra será ultrajado cuando hagan nuevos proyectos y trazados urbanísticos, o piensen ampliar el número de autopistas... A la postre, no son capaces, los depredadores, de estudiar la forma de aprovechar el agua de las lluvias que va a morir al mar por que el hombre no quiere retenerlas para sus múltiples usos. Claro, que hay intereses creados y muy poderosos, lo sabemos todos. Millones y millones de pesetas, que, bien servirían para construir un hermoso y moderno hospital, a nivel COMARCAL, en la zona norte de Tenerife. Buenas bibliotecas en los centros rurales y en los barrios. Colegios "aptos" con personal docente seleccionado, para la mejor formación de nuestros jóvenes, capaces de incentivarles y apartarles de las cloacas... Nada de eso conmueve a nuestros ambiciosos políticos canarios. A lo mejor de fuera vendrán... Destruir si que saben, lo que está hecho con tantos sacrificios. Eso si es divertido y además, "beneficioso" a la hora de los correspondientes repartos.

Desde la cumbre, ladera abajo... ya vemos asomarse, cual asustados engendros, los múltiples errores ecológicos y el abandono indiscriminado del que pudiera ser el más bello encuentro con la Naturaleza. No existe un verdadero y estético concepto, en todos los ordenes rurales, del necesario equilibrio armónico de cómo debe, o cual debe ser la verdadera imagen de nuestros campos. Da la impresión de que todo estuviera abandonado a la suerte que Dios quiera darnos; todo parece normal, que lo que están haciendo con nuestro campo agrícola, necesariamente ha de ser atrayente y hasta sugerente, como si la Naturaleza hubiera querido que fuera así. Nuestros campos si hasta hoy han sido bellos, fueron ellos, nuestros labradores, quienes se rebelaron y dieron de sí, lo que hoy son, a pesar de todo, los verdaderos encantos ecológicos que disfrutamos. El campesino de hoy es más despreocupado en ese sentido estético, le da igual crear una estampa digna, que, un cúmulo de contradicciones, con tal que la tierra le dé algo que merezca la pena, para compensar tantos sacrificios... Está obsesionado con el intermediario y a la vez decepcionado por sentirse solo, sin apoyo moral ni económico; y con el temor de que en cualquier momento lo dejen sin nada.. Al no tener incentivos que les convenzan han perdido la ilusión de embellecer su entorno, de blanquear las paredes de sus humildes casas y sembrar nuevos geranios en torno a ella. Ni tienen deseos de levantar el muro caído después de la última ventisca, como hacían nuestros antepasados para adecentar las huertas o los solares habitados, donde vivía la familia, los símbolos primordiales de la vida; la familia y el trabajo... El campesino, difícilmente se equivoca en sus apreciaciones y es obvio de que está desmoralizado, si no, nuestros campos no estuvieran así, como antes he manifestado. Hay un acentuado abandono de algunos, no de todos, que contrasta lastimosamente con las benignas posibilidades que nuestro clima nos ofrece, lo vemos cuando bajamos de la cumbre y llegamos a la campiña, campo herido y mal tratado, por doquiera, viejas casas abandonadas... vestigios evocadores de tiempos distintos, senderos donde las huellas ancestrales han sido borradas, donde crecen los zarzales incontroladamente, obstruyendo el paso que nos permita llegar al principio de aquella breve historia y leyendas rurales de tantos valerosos hombres... Hoy sólo se piensa en la compartición de la huerta, aún con algunos frutales que plantaran aquellos patriarcas nuestros; y en la vieja choza cuelgan algunas de sus roídas pertenencias, y la podona del tatarabuelo gastado su aplastado mango. Y en el rincón más sombrío y oculto una mesa destartalada y carcomida... ¡Ay, cuántas historias sabe esa mesa del abuelo, si hablaran sus gastadas tablas! Un día pasará por el lugar un viento fuerte y quedará al descubierto la techumbre y la luz de los inclementes rayos solares va a herirle mucho... Si antes no pasa sobre ella y las demás cosas que aún quedan esparcidas alrededor de ella, la pesada máquina del progreso...

Ya está la huerta arada. Los bueyes, llevados por el taciturno campesino, caminan a otro lugar, ellos y el hombre, con destinos diferentes, con ambiciones distintas, unos a echarse sobre sus propias miserias y a pastar en silencio, sin pensar en nada. El otro, quisiera no detener su camino, caminar hacia la eternidad, sin detenerse jamás, aunque el cansancio le agobie; antes que llegar y ver la expresión triste en la mirada de su afligida compañera, que se fija en él compasiva. - Anda, ven a comer algo, que hoy tenemos... No penséis cual va ser nuestro mañana, ni cual será el destino de todas estas pocas cosas... No hagamos caso a los rumores y esperemos a ver en qué queda todo, a lo mejor el escaso tiempo que nos queda por vivir nos depare alguna esperanza, de no verlo todo perdido.


Puerto de la Cruz, a 04 de junio de 1996.
Publicado en el Periódico EL DIA: 14.11.96

El atractivo Drago milenario de Icod de los Vinos



Al Drago milenario quisiera saber llegar con la exquisitez que supieran hacer otros más adelantados en estos menesteres; y como no sé esperar y ante el temor de que mañana ya sea tarde, a mi modo, le rindo el culto más emocionado... Hoy que tengo ocasión de admirarle me extasío en él, tal contemplación me conmueve al verle, además de milenario, tan fuerte y elegante, tan lleno de sabia, tan hermoso símbolo nacional y de ser tan fiel testigo de tantas generaciones étnicas; que sabe por ser viejo la historia de todos los icodenses, desde que brotó de su embrionaria semilla y como una luz divinizada del corazón de esa tierra como ejemplo de belleza brotara... Hoy viéndole siento como un lamento dentro de mí, una queja que me enternece y me obliga a pensar -como habrán pensado tantos - ¡qué pena que tanta sabia algún día se pueda secar!.., entonces, ¿cuál fuente más pura calmaría la sed de nuestra imaginación...? Si hasta parece que fuera un faro que alumbra hacia las estrellas, sus flores todas proyectadas siempre al cielo. Como dos manos sobrenaturales que juntas en ademán de súplica se abrieran alabando a las Alturas pidiendo Gracia... ¿Quién duda que El Drago sea el protector eminente del pueblo icodense? Su ancho tronco parece brazos musculosos asidos fuertemente que se trepan... siempre hacia el azul del infinito con la energía que brota de un corazón tierno pero sumamente vigoroso. Y todos nosotros decimos siempre lo mismo: "antes me voy yo, que no tendré su suerte de vivir tanto y tan respetado siempre."

Qué poquita cosa nos sentimos en nuestro fuero interno, cuando le miramos con el delicioso asombro que inspira. ¡Qué pequeños nos sentimos ante tanta grandeza y belleza!..¡Cuántos vendavales habrá frenado su augusto cuerpo y cuántas inclemencias!..Y siempre erguido como nuestro Teide querido... Atalayas, los dos, milenarios monstruos de belleza y fantasía incomparable, símbolos naturales que hacen más atractivas aún la isla de Tenerife. De paso me detuve a verle y al comprobar su esbeltez, no puedo menos que brindarle mis humildes elogios sublimados por mi admiración... y me voy alejando de él con el natural sentimiento que me depara el temor de que no le vuelva a ver.


Puerto de la Cruz, a 01 de octubre de 1994.
Publicado en el Periódico EL DIA: 23.11.94


Atractivo mar el de mis costas atlánticas



Son testigos de mi exaltado canto las gaviotas que revolotean sobre mí, y el acostumbrado encanto que deleita a la vista en esos momentos y ello me inundaba de un tierno sentimiento de amor.


Apenas comenzaba el nuevo día, cuando tuve ocasión de llegar hasta la novísima e inteligente Plaza de Europa, en el Puerto de la Cruz, que estaba brindándome sensaciones tan emotivas y tiernas, que me atrapaban en el sueño evocador de históricos acontecimientos de trascendencia universalista. Me hablaba de piratas, de una defensa enconada y valiente de nuestros antepasados que luchaban dignamente por defender nuestras tierras y sus frutos, las mujeres y a los hijos. Odiosos piratas que nos acosaban constantemente y nos dejaban arruinados material y moralmente; y cada vez que les “vencíamos” subía un grito a los cielos que parecía el trueno de la esperanza. Y aquí estamos, continuamente amenazados, pero creo que nunca tan juntos...


Cada cual va a donde su espíritu le obliga. Yo deseaba acercarme más aún al litoral... Nosotros los de costas, los portuenses, cuando nos vamos haciendo viejos, buscamos la orilla instintivamente (cómo el pescado que agoniza), todos quisiéramos morir cerca de la playa, tocar el agua cuando sube, y besarla antes de entregarnos... Cuando nos subimos en una lancha, lo primero que hacemos es tocar el agua del ancho mar, la acariciamos como si de un ritual se tratara, no es para saber si está más fría o simplemente templada, es un extraño sentimiento comunicativo que nos identifica como reflejo respetuoso hacia esa inmensa extensión oceánica que inspira también religiosidad y temores, como si al pertenecer a ella fuéramos persuadidos del riesgo inminente que se vive... Y el hombre de la mar los desafía diariamente, no por presunción, es buscando el alimento a través de ese duro y expuesto trabajo para garantizar el sustento de sus familias. Y no caben dudas, siempre nos hemos sentido atraído por su identidad y grandeza, por las riquezas que atesora y con ello olvidamos muchas veces los peligros que también encierra.


La mar nos ofrece ese encanto sublimado por Dios y que, en mí hoy ha despertado el deseo de acercarme a ella, como si la hubiera tenido abandonada, aunque no es cierto, siempre le busco, hasta en mis sueños poéticos. La mar me extasía, me da energías extrañas; y otras veces me amansa su prepotencia natural. La mar siempre me atrajo, le dio a mi vida un sentido diferente que me obliga a verle con respeto... A veces pienso, y hasta le he imaginado surcando sus aguas en solitario, a nuestro Dios, y creo, ¿si no nos estará devolviendo una gracia Divina, representando su voluntad extraordinaria y "dominante", por que la mar tiene nobleza y encantos, también bravura capaz de castigar al hombre sin piedad alguna? La mar es, como una boca abierta que está hambrienta. Sin embargo, nadie entiende, ¿ por qué es así el mar?


En la señalada Plaza pública, caminé un tanto entusiasmado, recorriendo su amplio espacio advirtiendo sus encantos que no consigo detallar, hasta diría más, me sentía tan inspirado en medio de mi alborozo... La mar destacaba los cálidos influjos de tanto embeleso, el arrullo de sus olas y las caricias de sus constantes golpes, dejaban en mi ser un sentimiento peculiar de ternuras, el oleaje seguía inflamando mi corazón de nobles deseos que se aglutinaban con pasión... Nunca vi la mar tan cerca, la sentía dentro de mí resonando dentro de mi pecho, como si fuera un puerto abandonado aunque abierto...


Me olvidé hasta de las personas que me rodeaban, eran las diez de la mañana y nuestro entorno estaba animado con abundantes "extranjeros", yo diría amigos de mi tierra, y creo que suena más bonito, este es el mejor puerto de sus ilusionadas naves, por esa razón se van y vuelven, como las aves que surcan los mares con afanoso vuelo, para volver con nosotros...


Descendí de la Plaza en dirección al viejo muelle pesquero atraído por el jolgorio que se advertía, a esa hora unos regresaban de sus diarias faenas en sus pequeñas lanchas, otros renovaban la pintura de las mismas, revisaban sus aparejos y en la adoquinada explanada de la orilla algunos vendían la captura de la noche anterior con caras alegres, agotando sus extenuados esfuerzos...


Y sin querer, me acerqué a la orilla... ¿ Ven como es cierto? ¿ Qué busca uno en la mar, cuando se ha nacido cerca de ella, cuando de niño se ha jugado en la arena de sus playas, cuando se ha familiarizado uno con el canto de sus caracolas, con la intempestiva influencia y la presencia de las olas rompiendo su furia contra los estáticos riscos de la escollera que la desafían años tras años, siempre... Como mi callado corazón que las siente llegar y las espera resignado cuando la envestida es inminente... Y, ¿cuántos caminos se abrieron a través de sus inquietas aguas, senderos hacia nuevos mundos? Senderos de dolor y, otras veces de la felicidad. Vía crucis del hombre aventurero, del visionario y también de los valientes hombres de la mar, los marineros de mis inigualables costas...


Mas, todo se olvida de repente, mientras veía a mi alrededor tantas caras felices sentí el contagio de esa grata influencia invadir todo mi cuerpo y me fui hablar con un grupito de ellos, buscando quizás en esa natural participación los elementos necesarios de ambientación para sentirme mucho mejor de todo lo bien que pudiera sentirme.


Por estas fechas, el Puerto de la Cruz, vuelve a vivir, un año más, en sus engalanadas calles, la solemne presencia de sus Santos Patronos en mayestática procesión... Ha llegado Julio nuevamente y ya se respiran otros aires; y el entusiasmo es tal que transmite esa alegría a los felices visitantes que se admiran ante tamañas influencias de calor humano y desenfrenada algarabía. El Puerto está de fiestas, desde aquí veo engalanar las ligeras barcas y los potentes lanchones, recién pintados casi todos y abanderados con los colores de nuestras insignias agitándose como aves ilusionadas danzando con las brisas deliciosas de la bahía. Ya el pueblo huela a ventorrillos, a carne a la braza, adobadas o los clásicos pinchos morunos tan de moda hace unos años. Huele a comida por todas partes y el vino, las cervezas y los cubatas, ponen la nota alegre más atractiva al popular ambiente cosmopolita de nuestra bella Ciudad. Y en las esquinas y lugares asignados al respecto, sonríen las turroneras ofreciendo su apetitosa mercancía. Las tómbolas y los conciertos, ¡cómo rompen el silencio de sus calles en esos señalados días de constante algarabía!


Instintivamente volví a la Plaza de Europa, evadiéndome un poco de los ruidos de la Ciudad viendo al mar cuando riela bajo los rayos del Sol y cuya quietud sosiega a mi espíritu, hoy profundamente emocionado mientras siento los influjos de esta soledad, acariciado por ese aire salobre y el olor de las algas de la escollera más próxima. Mirando a lo lejos busco... y no sé qué cosa busco con tanta devoción en mi contemplación, deslizando mi cansada mirada sobre el ancho mar que comienza a rizar... En breve la veremos acompañada de San Telmo, cruzar las aguas costeras y en porfía cristiana y marinera, celebrar la embarcación todos los hombres de la mar que se dan cita ese hermoso día.


Puerto de la Cruz, a 27 de junio de 1994.
Publicado en el Periódico EL DIA: 15.10.95

Brisas y aromas de mi Valle



En el costado sudoeste del Valle de La Orotava se encuentra el Municipio de Los Realejos, conocidos por Realejos Alto y el otro denominado Realejos Bajo, colindante con el Puerto de la Cruz y hacia el noroeste con La Orotava, que viene a estar ubicada en el centro y más cerca a las montañas inmediatas. Esto dicho a groso modo trata de orientar a los que nunca le han visto y puedan interesarse por ello.

Repasando los anales de nuestra Historia vamos a remontarnos a los años l.799, auxiliados por los testimonios en los que se puede leer según los historiadores, como por ejemplo, Alejandro de Humboldt, R. Verneau, P.Kinderley y un largo etc. Todos ellos coincidieron en señalar como lugar de ensueños a nuestros paisajes canarios, describiéndolos como algo poco común. El primero cuenta, que, desde California a Patagonia nunca vio tanta belleza junta. Respondía su apreciación a la sensación que sintiera de pura atracción contemplativa, al asomarse en los caminos, entre medianía y atajos, y ver abajo al final de la ladera, al Valle de La Orotava... - debió haber sentido la confusión de estar viendo el verdadero Paraíso, de hecho pensaría, de alguna manera, que nada había visto igual, tan bien distribuido y reverdecido, con todos los detalles de un sueño embriagador. Impresiones excepcionales a pesar de haber recorrido tanto mundo. Nada tan irresistible y seductor, a cuyos encantos uno se entrega sorpresivamente. Montes y mar y una franja de verdes cultivos, alternados entre, frutales, plataneras, hortalizas, árboles gigantescos de castaños, morares, nogales, higueras, nispereros, manzaneros, araucarias, dragos y los cañaverales en los húmedos márgenes de los profundos barrancos protegidos por abundante arboleda y matojos de diversas especies. Hubo tal cantidad de flores y plantas silvestres, que los caminos se cubrían impidiendo el paso de los transeúntes. Igualmente, los geranios cubrían las azoteas y paredes exteriores en casi todas las casas, así como los rosales trepadores y en los lugares más fríos los berodes, culantrillos y los helechos de tamaños impresionalmente largos y de tallos graciosamente rizados En los peñascos de los lugares más altos el ganado cabrío asomaba, dándole al ambiente un tono simpático y atractivo, tanto que conmovía; siempre aparecían un par de ejemplares y detrás de la peña centenares de ellas, pastando la abundante y fresca hierba de los prados y atajos que conducían a los silenciosos barrancos. Las aves autóctonas de variadísimas especies revoloteaban abundantemente en todas direcciones. Las plantaciones o huertos estaban separados por altos muros hechos de abultadas piedras para garantizar y señalar las propiedades y, a donde iban a desembocar las tarjeas que conducían el agua cuando fuera a ser usada para el riego de la tierra. Esos muros anidaban largas raíces de plantas, como, los helechos, la zarza, melones, sandías, calabazas, chayotes, rosales y otras muchas flores. Con todo lo cual imprimían el sello y carácter alegre de un corrido floral interminable y hermosísimo. Por doquier enormes papayas y gigantes árboles de aguacates. Palmeras datileras en todas direcciones. Luego árboles floridos muy próximos unos de otros, en los caminos y de distintos colores sus atractivas flores que contrastaban con la belleza del almendro en flor. Y un poco más arriba, en Las Cañadas del Teide, las retamas y la violeta silvestre (violeta del Teide) abundantemente extendida a diestra y siniestra, de diferentes colores. Los codesos eran gigantes y las piteras, además de los taginastes que crecían tan altos y desarrollados desde el tallo de sus bases, que resistían valientemente los fuertes vientos que a menudo soplaban.

Y la fauna de los pueblos, sus campos y lugares ribereños, como la marina, también presentaban características admirables en sus distintas especies. Cada casita tenía su propio corral, podía tenerse de todo un poco, ya que había alimentos suficientes y agua abundante que se perdía hasta llegar al mar por los mismos barrancos y multitud de fuentes acuáticas Los montes estaban pobladísimos y las quebradas gozaban de las sombras generosas de abundantes árboles y otras plantas arbóreas que crecían desde los profundos causes en dirección ascendente buscando la luz clara y limpia del verde Valle. Protegidos entre su follaje vivían variadas especies de animales siempre alertados de posibles y reiteradas visitas de las aves rapaces que planeaban insistentemente en el aire para localizar a sus asustadas o distraídas presas. Los pueblos y aldeas de esos entornos respetaban a los animales de los cuales se servían para las tareas del campo, y cuidar sus propiedades de otros animales o simplemente para alimentarse de ellos si fuera necesario. Hubo una gran sincronía entre el hombre y la naturaleza, se sentían unidos, se daban el uno al otro. Comprendían, paradójicamente, la mutua necesidad que les condicionaba y se aceptaban de tal manera. Eran las ventajas de la justa correspondencia humano-ecológica que les caracterizaba. Las costas ribereñas de expectantes atractivos proporcionaban la abundante pesca y captura risueña de los deliciosos mariscos que abundaban en nuestros litorales, desde una parte a la otra.

El Valle de la Orotava, internacionalmente conocido y admirado por sus indiscutibles bellezas naturales, el afable y particular trato personal de su gente hacia los demás, idiosincrasia que ha sabido transmitir el beneplácito a los que la visitaron y el deseo por conocerla de todos aquellos que no han podido ni acercarse a sus exóticas orillas a convencerse viéndolas, de cuanto se dice de las encantadoras Islas Canarias, aquí y allende los mares." Hay que palparlas, palmo a palmo y respirar su aire, tan fresco y perfumado, como jugar con el agua de sus tranquilas playas deliciosamente cálidas.

Nos cuenta R. Verneau, respecto a nuestro verde Valle de La Orotava, que, "siempre estuvo abierto al entendimiento y la comunicación de las corrientes sociales, que ello le ha permitido ser considerado como lugar obligado para ser visitado por los turistas y hombres estudiosos del universo que con sus visitas y experiencias se han llevado el calor de una sana y agradable convivencia y el recuerdo inolvidable de horas distintas vividas con mesura y éxtasis con los encantos naturales que dejó aquí la Mano de Dios..." para que todos, sin distinción alguna, se puedan beneficiar en ese peregrinar multitudinario de personas que nos visitan cada vez más, traídos por la tranquilidad y el respeto que le brindamos a los foráneos, comprendiendo que siendo tan reducido el tiempo de sus vacaciones y sólo por el hecho de haber elegido a Las Islas Canarias como meta turística, entendemos así mismo, que también estamos obligados a compensarles en todo momento con nuestra mejor conducta y el cariño que siempre en nosotros abunda, para devolver la confianza con la cual nos obsequian desde todas las Agencias de Viajes del mundo entero.

Volviendo con la obra de R. Verneau, premiada por la Academia de Ciencias de París y traducida al español por el orotavense Don José A. Delgado Luis por los años l.98O, desgloso de su precioso libro titulado: Cinco años de estancia en las Islas Canarias. “Fue en el Realejo de Arriba o Realejo Alto donde se estableció con las tropas españolas, cuando los jefes guanches, acompañados más abajo, vinieron a traerle su sumisión. También es allí donde instala más tarde su residencia.

“En l.878 viví varios meses en la antigua residencia del primer adelantado. Esta propiedad, que tiene el nombre de Los Príncipes, había sido puesta graciosamente a mi disposición por su dueño actual, el señor Camacho. Un poco abandonada en esa época, no producía sino lo que se podía atender. Con la cantidad de agua que tiene y que es suficiente para hacer mover dos molinos, se le sacaría un beneficio considerable. Allí crece todo maravillosamente; el naranjo, el cafeto, así como el trigo, el millo, el tabaco y el arrurruz. Los muros que contienen las tierras están cubiertos de ranúnculos y cinerarias. Los conductos por donde corre el agua están enramados de colocasias y culantrillos. En la parte alta de la finca, que se extiende casi hasta la cumbre, crecen manzanos, perales y castañeros, mientras que, en la parte que da al mar, los dragos, las palmeras, los guayabos y las plataneras sombrean todos los paseos.”

“Entre Los Príncipes y el mar se encuentra la Rambla de Castro, atravesada por un profundo barranco casi completamente cubierto por árboles que crecen en sus bordes. Las paredes están totalmente tapizadas de verdor y el agua chorrea por todos lados para ir a perderse muy pronto al mar. Todas las rocas y todos los árboles están cubiertos de inscripciones que los turistas no dejan de observar. Son casi toda obra de un pobre muchacho, poeta y enamorado. Tímido en exceso, nunca ha dirigido la palabra a su ídolo. Desde que la ve, se escapa. Pasa días enteros escribiendo sus impresiones en la finca donde viene a pasear de vez en cuando su Dulcinea, esperando que un día ella adivine el autor y vaya a precipitarse a sus brazos.”

El Municipio Norteño de Los Realejos, sin lugar a dudas, con sus bellos pueblos que lo conforman, es tan atractivo y singular, que derrocha encantos y leyendas que entusiasman conocerlas. Además de hijos preclaros algunos que ya son historia. Detengámonos en hacer un somero estudio; sin ir muy lejos, encontramos por doquiera testimonios escritos que lo abalan, igual que del resto de los pueblos de nuestro Valle, de ellos se puede decir lo mismo, como si se hubieran dado cita en nuestro reducido perímetro tantos hombres ilustres de Las Ciencias y Las Artes, que no voy a enumerarlos para preservar el respeto que se merecen por si olvidara alguno. Hoy tenemos la oportunidad de recordarles yendo a las Bibliotecas Públicas y muchas de ellas privadas, de inquietos intelectuales que se deleitan con sus gratas compañías y lo que de ellos aprendemos cada día.


Puerto de la Cruz, a 19 de junio de 1993.
Publicado en el Periódico EL DIA: 03.08.93


Brisas y aromas de mi Valle. (...continuación)



Nos cuenta R. Verneau, respecto a nuestro verde Valle de La Orotava, que: “...siempre estuvo abierto al entendimiento y la comunicación de las corrientes sociales, que ello le ha permitido ser considerado como lugar obligado para ser visitado por los turistas y hombres estudiosos del universo que con sus visitas y experiencias se han llevado el calor de una sana y agradable convivencia y el recuerdo inolvidable de horas distintas vividas con mesura y éxtasis con los encantos naturales que dejó aquí la Mano de Dios...“ para que todos, sin distinción alguna, se puedan beneficiar en ese peregrinar multitudinario de personas que nos visitan cada vez más, traídos por la tranquilidad y el respeto que le brindamos a los foráneos, comprendiendo que siendo tan reducido el tiempo de sus vacaciones y sólo por el hecho de haber elegido a Las Islas Canarias como meta turística, entendemos así mismo, que también estamos obligados a compensarles en todo momento con nuestra mejor conducta y el cariño que siempre en nosotros abunda, para devolver la confianza con la cual nos obsequian desde todas las Agencias de Viajes del mundo entero.

Volviendo con la obra de R. Verneau, premiada por la Academia de Ciencias de París y traducida al español por el orotavense Don José A. Delgado Luis por los años l.98O, desgloso de su precioso libro titulado: “Cinco años de estancia en las Islas Canarias " estas notas: “...Fue en el Realejo de Arriba o Realejo Alto donde se estableció con las tropas españolas, cuando los jefes guanches, acompañados más abajo, vinieron a traerle su sumisión. También es allí donde instala más tarde su residencia“.
“ En l.878 viví varios meses en la antigua residencia del primer adelantado. Esta propiedad, que tiene el nombre de Los Príncipes, había sido puesta graciosamente a mi disposición por su dueño actual, el señor Camacho. Un poco abandonada en esa época, no producía sino lo que se podía atender. Con la cantidad de agua que tiene y que es suficiente para hacer mover dos molinos, se le sacaría un beneficio considerable. Allí crece todo maravillosamente; el naranjo, el cafeto, así como el trigo, el millo, el tabaco y el arrurruz. Los muros que contienen las tierras están cubiertos de ranúnculos y cinerarias. Los conductos por donde corre el agua están enramados de colocasias y culantrillos. En la parte alta de la finca, que se extiende casi hasta la cumbre, crecen manzanos, perales y castañeros, mientras que, en la parte que da al mar, los dragos, las palmeras, los guayabos y las plataneras sombrean todos los paseos.

Entre Los Príncipes y el mar se encuentra la Rambla de Castro, atravesada por un profundo barranco casi completamente cubierto por árboles que crecen en sus bordes. Las paredes están totalmente tapizadas de verdor y el agua chorrea por todos lados para ir a perderse muy pronto al mar. Todas las rocas y todos los árboles están cubiertos de inscripciones que los turistas no dejan de observar. Son casi todas, obra de un pobre muchacho, poeta y enamorado. Tímido en exceso, nunca ha dirigido la palabra a su ídolo. Desde que la ve, se escapa. Pasa días enteros escribiendo sus impresiones en la finca donde viene a pasear de vez en cuando su Dulcinea, esperando que un día ella adivine el autor y vaya a precipitarse a sus brazos “.

El Municipio Norteño de Los Realejos, sin lugar a dudas, con sus bellos pueblos que lo conforman, es tan atractivo y singular, que derrocha encantos y leyendas y entusiasma conocerlas, además de hijos preclaros algunos que ya son historia. Detengámonos en hacer un somero estudio, sin ir muy lejos, encontraremos por doquiera testimonios escritos que lo abalan, igual que del resto de los pueblos de nuestro Valle, de ellos se puede decir lo mismo, como si se hubieran dado cita en nuestro reducido perímetro tantos hombres ilustres de Las Ciencias y Las Artes, que no voy a enumerarlos para preservar el respeto que se merecen por si olvidara alguno. Hoy tenemos la oportunidad de recordarles yendo a las Bibliotecas Públicas y muchas de ellas privadas de inquietos intelectuales que se deleitas con sus grata compañías y lo que de ellos aprendemos cada día.

Puerto de la Cruz, a 19 de junio de 1993
Publicado en el Periódico EL DIA: 03.08.93

Santisimo Cristo de Icod de los Vinos

Desde esta apacible paz que hoy disfruto, siento una tremenda inspiración de amor cristiano por El Cristo, una sensación que me embarga y me obliga a pensar en Su dulce mirada, con el deseo de hallar en su deslumbrante fulgor su magna respuesta que alumbre las tinieblas en que vive el hombre y despeje las dudas que le atormentan. Tiene en la mirada la respuesta y he de volver a verle, para enriquecerme con ella, que ya el sendero está abierto para el encuentro, el mismo que sigue la gente de su pueblo y que conduce al Sagrado Altar donde espera pacientemente ese acercamiento espiritual que es pleitesía que le dedicamos los que le amamos sobre todas las cosas y los que le lloramos suplicantes. juntando ambas manos sobre el pecho, con las más bellas plegarias que le dedicamos, al amparo de nuestra fe y ante EL nos postramos.

Hoy sólo me hago un reproche, no haber entendido antes el valor de su compañía, habría sido todo más dulce y más claros los caminos...

Desde esta apacible paz que siento, hoy desde mi querido Puerto de la Cruz, mientras juego sólo, en la playa, tirando piedras al vacío de mi soledad, "como si fuera un risco abandonado" entre los demás peñascos, no sé por qué, se me fue la mente hasta Icod; debo decir que siguió el sendero ilusionado que me llevo a EL involuntariamente. Me acordé de todas las miradas nobles, de todas las soledades... Y en ese peregrinar me hallé frente a la Venerada Imagen del Cristo, oteando a sus ojos que a veces parece que parpadean, cuando distraídamente nos regala esa fugaz mueca de su sonrisa que nos deja henchido de goce y presagiamos bendiciones que en todo momento necesitamos. No sé, algo hay en su mirada, algo más que su aparente solemnidad, hay como una luz afectiva que comunica expresivamente con nosotros los pecadores... Aún desde las distancias, donde quiera que estemos, hasta desde nuestra octava isla, nuestra querida Venezuela, alejados o presentes, diría que tiene el poder infinito de oír los rezos de los fieles que le imploran, que le rinden culto desde su corazón que se entrega a ese silencio suyo que nos obliga a pensar...

Todos tenemos un Cristo clavado adentro y en función de ello, a veces estamos tristes, preocupados, o contentos... Es la influencia que en nosotros ejerce la conciencia, que nos libera o encadena, pudiendo ser hasta indefinidamente. Aunque llevemos el amor (que puede redimirnos) muy adentro, ese sentimiento que tanto nos delata, al socaire de una mala tentación e inspirado en el perdón. Es el juez divino de nuestras propias reflexiones y la mano amiga que nos ayuda a sobreponernos de tantas y tantas caídas. Todos llevamos a Dios dentro y le sentimos que se agita algunas veces con justificada angustia, cuando nos salimos del camino que ÉL nos ha recomendado... Por que está en nuestra conciencia, en nuestro aliento y en los pensamientos queriendo siempre ayudarnos...

Cuando quieras escucharle
busca en tu propia conciencia,
con tu noble inocencia
verás que podrás hallarle...

Y cuando quieras rezarle
no ocultes tus temores,
háblale de tus amores,
eso suele consolarle...

Que el gran pecado del amor
siempre está en negárselo,
pues para llegar al Cielo
hay que conocer el dolor...


Que ÉL lo conoció primero
por el perdón del pecador,
perdonando con su amor...

Con ese amor sincero
y que a la Cruz le llevó...
Sí, ¡por eso le amo yo!

Cuando por las tardes paseo por mi litoral, miro con nostalgia a la mar viendo a las barcas partir, también siento desconsuelos y con mi pensamiento vuelo. A veces no sé dónde ir y si me decido, hacia el Cristo de Icod se van mis pensamientos primero. Ay, que me permita seguir viajando en esa ilusionada travesía cada día, que son mis aguas del Norte un sendero de amor y poesía, y es la senda más placentera para llegar por el Cristo al Cielo...

Puerto de la Cruz, a 27 de Junio de 1993
Publicado en el Periódico EL DIA: 22.07.93