Se
puede ser discreto en determinados momentos de la vida. Se puede, hasta llegar
a fingir ignorancia, pero nunca seremos capaces de disimular el temor
escondido, el interés permanente por saber todo aquello que quisiéramos entender respecto a lo que no vemos y hemos
de admitir. Tantas incógnitas tapiadas en el subconsciente. Se puede ser
discreto, pero la duda nos atormenta. Qué extraña sensación sentimos al saber
de alguien conocido, alguien que fue muy querido por sus buenas acciones, su
comportamiento cívico y demás altruistas cualidades, lamentablemente fallecido.
Y ¿porqué no decirlo?, también al recordar al desposeído, aquel menesteroso,
holgazán o no, que supo ganarse el respeto y el aprecio de todos, por ser un
hombre bueno.
Ante
Dios, todos somos iguales, somos errantes... Caminantes consumiendo el tiempo
estipulado, que en llegando al final del camino, con una leve mirada
retrospectiva, muy lejos veremos nuestras ambiciones materiales ya en desorden,
volatizándose baja el único influjo espiritual
que nos habrá permitido mitigar aquellos desencantos propios de cada
edad y distintas circunstancias de la vida.
Todo
parece ir madurando, hasta nuestro propio espíritu. Si vemos irse a un ser
querido para siempre, que no responde a nuestro adiós postrero, resignadamente,
nos refugiamos en nuestro dolor, temerosos y ansiosos por saber el destino
verdadero del alma.
Nadie
muere del todo, nunca estaremos solos, podremos soñar, al descansar sobre la
almohada nuestras atormentadas sienes... Lo sabremos al llorar, al beber
nuestras ardientes lágrimas... Sentiremos siempre sus amados gestos. Oiremos su
voz, sus pasos al cruzar los pasillos... Sus recuerdos llenarán los nobles
espacios de nuestro herido corazón, siempre.
Celestino
González Herreros
celestinogh@teleline.es
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