4/5/13

¡AY MADRE, QUÉ SOLO ME SIENTO SIN TI!




 


...Proseguía hablando de sus cosas íntimas, mientras descansábamos a la sombra de un frondoso árbol. A pesar de ser un lugar concurrido, ello no me impedía que  atendiera su interesante diálogo.


Cada noche, con su retrato entre mis manos, la beso con indescriptible ternura y amor. Son besos tan largos y sentidos, que hasta llego a llorar. Mi amor, mi dulce madre, cómo le quiero. Sé que no volverá más a mi lado, jamás. Tal vez ni me oiga, ¡qué pena siento! Mas, le seguiré queriendo decía conmovido.

 En mis sueños, ¡cómo le busco! Por las noches, tantas veces,  me he dormido pensando en ella. Son mis pensamientos y mis ardientes ansias, lo que me transporta a esa onírica dimensión.  Créeme,  a veces siento deseos de subir a una elevada tribuna, para dirigir palabras de exaltación a la imagen enriquecedora de todas las madres; y que me oyeran... Decirles, seriamente, que “madre” sólo hay una, no como maquinalmente se dice. Que me vean llorar por la mía y oigan mis súplicas. Decirles, que no malogren el tiempo que puedan dedicarle, que la amen, le disculpen sus achaques o defectos, si los hubiere y vean en ella el verdadero amor que suelen brindarnos.

 Madrecita del alma, cuánto daría por besar tus mejillas y acariciarte toda.

 ¡Ay, si la tuviera!, para estar a su lado, cuidarla siempre y, dormir alguna vez, apoyado en su regazo, como cuando era niño, oyéndole decir algún cuento infantil... Hace años que la perdí; y cada día que pasa, siento más su ausencia. Me falta su amor, sus palabras consoladoras, sus sonrisas y el calor de sus manos.

 Viéndole en el portarretrato, es tal la expresión de su mirada, no sé si de añoranza, de ternura... ¡Ya no sé!.. Pero, me entristece mucho no poder tenerle a mi lado, no poder abrazarla y besarla mil veces, más aún, hasta que se acabe mi aliento y muera de amor con ella entre mis brazos.

 Sí, subir a esa plataforma imaginaria y saber que me escuchan, adultos, jóvenes y niños. Que vean en mí, el desconsuelo que se siente cuando se pierde a la madre, aquellos quienes no hayan sentido la necesidad de su presencia habiéndola perdido. Que idolatren su memoria y piensen mucho en ella. Y para los que la tienen y la desprecian, los que creen que les va a durar siempre y los que jamás han sentido miedo  de perderla.

Tantos muchachos adictos a las drogas, aquellos que las mortifican sin piedad, que las están matando poco a poco con ese injusto desprecio a sus propias vidas, que la consideren, que no la martiricen tan despiadadamente, ni abusen de su silencio de madre. Que la quieran como toda madre se merece.

Y cuando ella muera, se acuerden que yo aún lloro por la mía, desconsoladamente, a pesar de haber sido para ella un hijo que buscó siempre su felicidad.

De súbito se hizo un extraño silencio y balbuceó: ¡Ay, madre, qué solo me siento sin ti!



Celestino González Herreros
           celestinigh@teleline.es


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