Mucho
debe agradarle a una madre que le hablen bien de sus hijos, y triste, muy
triste debe resultarle que le digan lo
contrario.
Con cuántos desvelos y preocupaciones la madre trae al
mundo a los hijos y cuántas lágrimas en el anonimato han vertido para sacarlos
adelante; y muchas de ellas, las solteras, arreglándoselas como mejor pueden
para que nada les falte, o por lo menos lo elemental, privándose algunas veces
del abrigo, comida, descanso... Los mejores años para ellas se tornan durísimos
en muchos de los casos y después la incógnita de siempre; ¿Que será de estos
chicos cuando sean mayorcitos? Luego vienen las sorpresas, buenas algunas,
otras malas: las ingratitudes más que alegrías y el abandono más tarde. Aún así, la madre siempre perdona
y disculpa los errores de los hijos que les puedan llevar a los peores caminos,
por que una madre lo absorbe todo con infinito amor. Su sensibilidad les lleva
hasta el sacrificio más cruel y da su vida a cambio de la felicidad de sus hijos.
Nada hay comparable al amor de una madre ni hay ternuras como las que ponen en
el cariño que reparten equitativamente
en sus hijos. Empero, también las hay que sólo saben parir y ahí te dejo para
que otros carguen con el bulto, por suerte son muy pocas, ¡faltaba más! Mejor
no toco ese tema, ya se ha hablado mucho sobre ese dramático asunto, cuyas
victimas son siempre los hijos…
En los casos normales, la madre es así,
desde cuando lo conciben; y es cuando comienzan a sufrir y a preocuparse
seriamente, hasta tal punto de no importarles perder la vida si la de ese hijo
ha de salvarse, sin admitir elección. Ya empieza su calvario desde muy
temprano, cuando va asumiendo con amor y valentía su responsabilidad y va
sintiendo poco a poco el inmenso placer en la preñez que la ilusiona, sin saber
la suerte que le espera, si es buena o es mala... Y así la madre va dejando en
su vida una estela de afecto que jamás se borra.
Y son sus besos tan tiernos que llega uno
a viejo y aún conserva, de cuando era niño, el calor de sus caricias recostado
en su regazo... La suavidad de sus manos y la gracia que ponen en sus juegos
maternos cuando quieren entretenernos y vernos contentos. ¡Son adorables!
Cuando una madre nos habla su voz parece angelical, ponen en ella tal dulzura y
proximidad que convencen. Y cuando nos consuelan ahuyentan todas nuestras penas
y sufrimientos; comparten con ella el dolor de los hijos y sus alegrías. Como
si allanara los pedregosos caminos y aclarara los umbríos atajos haciéndolos
transitables y pasaderos.
Y el llanto de una madre ¡Cómo nos
acongoja! Nos duele verla llorar, no podemos verla así, por que las lágrimas de
una madre son puñales que nos clavan, son nuestras propias lágrimas que las
sentimos brotar del alma y nos hieren poderosamente.
Yo recuerdo de la mía los mejores
momentos que me brindó, todos los momentos de mi vida mientras le tuve a mi
lado, ya hoy no la tengo, ha dejado en mi vida un vacío tan profundo... A una
madre nada ni nadie puede sustituirla, sólo el silencio y sus recuerdos me la
devuelven cuando pienso en ella.
Tuve la suerte de haber sido cariñoso con
ella, le demostré siempre mi amor y eso la hacía feliz. Me gustaba besarla y
tener sus manos entre las mías. Iba a verle siempre que podía después de
casado, también a mi ejemplar padre. Hoy, después de haberles perdido, notamos
muchísimo su ausencia, nada es perfecto, la vida se ha truncado despiadadamente
faltándonos ellos, no tiene arreglo. Pero, "la vida sigue" y somos
objetos llevaderos que no podemos detenernos, hay fuerzas dominantes que nos
empujan hacia nuestros destinos y nada podemos en su contra.
Y, ¿cómo es posible que haya hijos e
hijas que les maltratan y hasta en casos extremos les maldicen? Y yo les digo a
quienes aún la conservan de que la cuiden, que disfruten de ella todo lo más
que puedan, que nada se interponga entre la madre y el hijo, que si fuera
egoísta que la disculpen, es que su amor les ciega. Y si no saben demostrar lo
que en realidad sienten deben ayudarla queriéndola y no mortificándole como
hacen muchos y luego son los que más le lloran cuando se la lleva el cortejo
fúnebre...
No hay dolor mayor para una madre que el
silencio de su hijo. Ya es triste un desplante, una mala contestación, pero
llegando al desconcertado silencio toca fondo el suplicio. Eso está hoy muy en
moda y los chicos lo hacen por ignorancia, sin dobles sentidos, simplemente se
callan, se retraen, no quieren comunicarse.
Pero eso es pasajero, la juventud siempre
busca un cierto aislamiento que le permita hallarse consigo mismo y despejar
ciertas dudas que siempre asaltan a ciertas edades y lógicamente quieren
despejarlas y salir de ellas. No lo hacen con maldad, pero la madre tan
proclive al sufrimiento que le ocasionan otras dudas, automáticamente las asume
y desespera pensando en lo peor. Nada más negativo, pero quiere estar en todo y
sólo lo hacen para ayudar, por nada más. Los muchachos difícilmente comprenden
lo que sufren los padres y los mismos hermanos por esas conductas
desconcertantes que hasta cierto punto tienen una causa, por no decir razón de
ser. El hombre está destinado a la aventura y se ve en ese embarque con su
única capacidad intelectual -y según sea se comportan- con los atenuantes de
que a todos los niveles llega la oportunidad de escapar de un estado anímico a
otro. Para eso se estudia y se pone empeño por superarse en el trabajo. Por esa
razón me gustó siempre escuchar a los viejos cuando hablaban con otros viejos,
o esporádicamente me hablaban a mí. Sabían que les escuchaba y eso para una
persona mayor es lo más grato que pueda ocurrirle. Escuchar a un viejo y
preguntarle cosas es como darle a comprender que son necesarios, que aún hacen
falta, que les necesitamos...
Y las madres siempre están esperando que
se les consulte, que se les haga partícipe de las cosas que van sucediendo a lo
largo de la vida que le rodea, siempre están dispuestas ayudarnos y nadie sabe
hacerlo mejor.
Nos ven crecer, alejarnos un tanto de
ellas buscando caminos distintos, nuevas experiencias, buscando un futuro
seguro. Ven como dirigimos la pequeña barca hacia horizontes soñados y temen
que sea definitiva la ausencia que desde ahora les llena de dolor y
desconsuelos... ¡Ay!, quién la tenga viva que disfrute de ella, no hay nada más
hermoso que tenerla cerca y poderla tener entre los brazos... Ocuparlas en
algo, que se sientan felices, que no dejen de sonreír...
Celestino González Herreros
celestinogh@teleline.es
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