2/5/13

MADRESITA DEL ALMA QUERIDA




Mucho debe agradarle a una madre que le hablen bien de sus hijos, y triste, muy triste debe resultarle  que le digan lo contrario.


Con cuántos desvelos y preocupaciones la madre trae al mundo a los hijos y cuántas lágrimas en el anonimato han vertido para sacarlos adelante; y muchas de ellas, las solteras, arreglándoselas como mejor pueden para que nada les falte, o por lo menos lo elemental, privándose algunas veces del abrigo, comida, descanso... Los mejores años para ellas se tornan durísimos en muchos de los casos y después la incógnita de siempre; ¿Que será de estos chicos cuando sean mayorcitos? Luego vienen las sorpresas, buenas algunas, otras malas: las ingratitudes más que alegrías y el abandono  más tarde. Aún así, la madre siempre perdona y disculpa los errores de los hijos que les puedan llevar a los peores caminos, por que una madre lo absorbe todo con infinito amor. Su sensibilidad les lleva hasta el sacrificio más cruel y da su vida a cambio de la felicidad de sus hijos. Nada hay comparable al amor de una madre ni hay ternuras como las que ponen en el cariño que reparten  equitativamente en sus hijos. Empero, también las hay que sólo saben parir y ahí te dejo para que otros carguen con el bulto, por suerte son muy pocas, ¡faltaba más! Mejor no toco ese tema, ya se ha hablado mucho sobre ese dramático asunto, cuyas victimas son siempre los hijos…

En los casos normales, la madre es así, desde cuando lo conciben; y es cuando comienzan a sufrir y a preocuparse seriamente, hasta tal punto de no importarles perder la vida si la de ese hijo ha de salvarse, sin admitir elección. Ya empieza su calvario desde muy temprano, cuando va asumiendo con amor y valentía su responsabilidad y va sintiendo poco a poco el inmenso placer en la preñez que la ilusiona, sin saber la suerte que le espera, si es buena o es mala... Y así la madre va dejando en su vida una estela de afecto que jamás se borra.

Y son sus besos tan tiernos que llega uno a viejo y aún conserva, de cuando era niño, el calor de sus caricias recostado en su regazo... La suavidad de sus manos y la gracia que ponen en sus juegos maternos cuando quieren entretenernos y vernos contentos. ¡Son adorables! Cuando una madre nos habla su voz parece angelical, ponen en ella tal dulzura y proximidad que convencen. Y cuando nos consuelan ahuyentan todas nuestras penas y sufrimientos; comparten con ella el dolor de los hijos y sus alegrías. Como si allanara los pedregosos caminos y aclarara los umbríos atajos haciéndolos transitables y pasaderos.


Y el llanto de una madre ¡Cómo nos acongoja! Nos duele verla llorar, no podemos verla así, por que las lágrimas de una madre son puñales que nos clavan, son nuestras propias lágrimas que las sentimos brotar del alma y nos hieren poderosamente.

Yo recuerdo de la mía los mejores momentos que me brindó, todos los momentos de mi vida mientras le tuve a mi lado, ya hoy no la tengo, ha dejado en mi vida un vacío tan profundo... A una madre nada ni nadie puede sustituirla, sólo el silencio y sus recuerdos me la devuelven cuando pienso en ella.

Tuve la suerte de haber sido cariñoso con ella, le demostré siempre mi amor y eso la hacía feliz. Me gustaba besarla y tener sus manos entre las mías. Iba a verle siempre que podía después de casado, también a mi ejemplar padre. Hoy, después de haberles perdido, notamos muchísimo su ausencia, nada es perfecto, la vida se ha truncado despiadadamente faltándonos ellos, no tiene arreglo. Pero, "la vida sigue" y somos objetos llevaderos que no podemos detenernos, hay fuerzas dominantes que nos empujan hacia nuestros destinos y nada podemos en su contra.

Y, ¿cómo es posible que haya hijos e hijas que les maltratan y hasta en casos extremos les maldicen? Y yo les digo a quienes aún la conservan de que la cuiden, que disfruten de ella todo lo más que puedan, que nada se interponga entre la madre y el hijo, que si fuera egoísta que la disculpen, es que su amor les ciega. Y si no saben demostrar lo que en realidad sienten deben ayudarla queriéndola y no mortificándole como hacen muchos y luego son los que más le lloran cuando se la lleva el cortejo fúnebre...

No hay dolor mayor para una madre que el silencio de su hijo. Ya es triste un desplante, una mala contestación, pero llegando al desconcertado silencio toca fondo el suplicio. Eso está hoy muy en moda y los chicos lo hacen por ignorancia, sin dobles sentidos, simplemente se callan, se retraen, no quieren comunicarse.

Pero eso es pasajero, la juventud siempre busca un cierto aislamiento que le permita hallarse consigo mismo y despejar ciertas dudas que siempre asaltan a ciertas edades y lógicamente quieren despejarlas y salir de ellas. No lo hacen con maldad, pero la madre tan proclive al sufrimiento que le ocasionan otras dudas, automáticamente las asume y desespera pensando en lo peor. Nada más negativo, pero quiere estar en todo y sólo lo hacen para ayudar, por nada más. Los muchachos difícilmente comprenden lo que sufren los padres y los mismos hermanos por esas conductas desconcertantes que hasta cierto punto tienen una causa, por no decir razón de ser. El hombre está destinado a la aventura y se ve en ese embarque con su única capacidad intelectual -y según sea se comportan- con los atenuantes de que a todos los niveles llega la oportunidad de escapar de un estado anímico a otro. Para eso se estudia y se pone empeño por superarse en el trabajo. Por esa razón me gustó siempre escuchar a los viejos cuando hablaban con otros viejos, o esporádicamente me hablaban a mí. Sabían que les escuchaba y eso para una persona mayor es lo más grato que pueda ocurrirle. Escuchar a un viejo y preguntarle cosas es como darle a comprender que son necesarios, que aún hacen falta, que les necesitamos...

Y las madres siempre están esperando que se les consulte, que se les haga partícipe de las cosas que van sucediendo a lo largo de la vida que le rodea, siempre están dispuestas ayudarnos y nadie sabe hacerlo mejor.

Nos ven crecer, alejarnos un tanto de ellas buscando caminos distintos, nuevas experiencias, buscando un futuro seguro. Ven como dirigimos la pequeña barca hacia horizontes soñados y temen que sea definitiva la ausencia que desde ahora les llena de dolor y desconsuelos... ¡Ay!, quién la tenga viva que disfrute de ella, no hay nada más hermoso que tenerla cerca y poderla tener entre los brazos... Ocuparlas en algo, que se sientan felices, que no dejen de sonreír...



Celestino González Herreros
          celestinogh@teleline.es








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