Aquellos consejos sabios
que en mi infancia tú me diste
conmigo el tiempo no perdiste,
han sido como un rosario
que acaricio cada día,
como un santo relicario.
Con amor lo
rezo a diario
y pacifico el alma mía.
Aquellos consejos sabios
recostado en tu regazo,
pronunciados por tus labios,
eran como un maternal rezo
en momentos tan necesarios
como aquello del dulce embelezo.
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Celestino González Hereros
celestinogh@teleline.es
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