Es
impresionante y nada nueva la costumbre de enramar nuestras cruces, símbolo de
cristiandad, algunas de las cuales llaman la atención por su delicada
ornamentación y abundante colorido; otras por su estética y la sencillez de su
atractiva presentación floral.
Es
costumbre antiquísima, el día tres de mayo, cada año, salir a la calle a
visitarlas y de acuerdo a las posibilidades económicas de cada uno, dejar unas
monedas para cubrir los gastos que ello conlleva o el fin que les quieran dar.
Hay hasta quienes organizan un taperío o condumio para degustar en honor de La Cruz, un buen vinito, pero no
son más los que se aventuran. Cada cual tiene sus sistemas y todos valen en un
día tan importante. El momento lo requiere; y es lo más importante y entrañable
la magna Procesión de la Santa Cruz,
discurrido por el recorrido acostumbrado, animado por ingente cantidad de
fuegos artificiales cedidos por el pueblo; y las notas musicales de la Banda de Música Municipal.
A
la vieja usanza solemos reunirnos varios amigos o con la propia familia,
haciendo el animoso recorrido y al final salir fuera a comer juntos y así acabar
el día.
Cada
Municipio del Norte de Tenerife tiene sus Programas preestablecidos, todos
dándole la máxima brillantes a los Actos acordados y de forma diferente. Cada
cual respetando sus legendarias tradiciones, en Los Realejos, por ejemplo,
destacar la costumbre de la enconada lucha entre las calles del Sol y la del
Centro, con sus sonoros fuegos artificiales, donde se queman miles de kilos de pólvora.
En
estos instantes recuerdo, aún siendo un chiquillo, con otros amiguitos de
entonces, recoger las cañas de los cohetes grandes, los clásicos cañones,
después de haber reventado en el aire, cuando caían y a ver quienes coleccionábamos
más cañas, total para nada. A menos que las usásemos como flechas en las constantes
guerrillas que protagonizábamos entre bandas diferentes.
El
Puerto de la Cruz
se llenaba de vendedoras, algunas muy famosas, de turrones, tachones, caramelos
de cuadritos, etc. Y ese día, el que podía, usaba zapatos nuevos. Las plazas se
llenaban de gentes, muchos venidos de otros lugares y el ambiente se tornaba
tan alegre que contagiaba al más importuno o aburrido.
El
día anterior también es muy movido, hermosos ramos de flores que van y vienen y
el trabajo de la limpieza de las cruces de las distintas calles que se pueden
contar por cientos, aunque suene a exageración. Y la algarabía es tal que
podemos asegurar que es cuando comienza la gran fiesta de la
Santa Cruz; y es digno de mención ver con
la solemnidad que hacen dichas faenas y el respeto que se manifiesta entre
tantas personas de todas las edades.
Diría
que es una celebración religiosa extraordinaria por su entrega y amor hacia
nuestra señal de la Santa Cruz
en toda su sana vocación religiosa.
Celestino
González Herreros
celestinogh@teleline.es
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