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Con lo puesto encima partieron, nada de equipaje, para un par de días que duraría el viaje, no era necesario más. En el trayecto conseguirían comer algo hasta llegar.
Era una mañana de esas que parecen propias para señalar un momento importante; no era otro que encontrarse en sus respectivos ranchos, con sus familias, después de un año completico de trabajo, lo que se dice trabajo de verdad, aunque se piense lo contrario. La tierra es cruel con los hombres, se hace difícil a veces domarla por lo dura que se pone; luego el Sol, cuando arrecha, no hay quién lo soporte, pega muy duro... Pero también es generosa cuando se le da lo que pide: Sol y agua, aunque sea la del rocío.
Por un camino de tierra que parecía interminable, los dos amigos llevaban buen rato andando y, para apagar la sed que sentían, hallaron a un chamo ambulante, subido en una pequeña lomada con una pila de cocos que vendía, como medio de sustento, para negociar con los que transitaran por allí; a la vez descansaban un poco. Después de beberse la sabrosa agua de coco con ron, y repuestas las fuerzas gastadas en el largo viaje, siguieron adelante, hasta llegar a un trozo de vía medio asfaltada de vieja ejecución, que haría menos penoso el trayecto. En ambos márgenes de la misma, se adentraba la fronda abundante del lugar, como queriendo cerrarla y dominar lo que antes fue suyo, mutilado por el progreso habitual para dar paso al movimiento urbano de los pueblos adyacentes, en su continuo y diario trajín. No hubo un sólo carro que se detuviera para llevarles, ni por asomo. Está claro, nunca se sabe las intenciones verdaderas del peatón - antes era distinto, la gente no sentía malicia...- y es obvio que la desconfianza genere miedo... Mas, por suerte, ya cerca de unos solitarios y umbríos páramos, refrescó el aire; sendas nubes bajas y abundante neblina, les envolvió de súbito, liberando sus agobiados pulmones para respirar mejor y adelantar el paso.
Un carro que venía a sus espaldas, hizo como si fuera a detenerse, y haciendo un gesto obsceno con la mano el conductor y risas de los acompañantes, aceleró la marcha del vehículo en muestra de mamadera de gallo o lo que es igual, de burla.
-¡Desgraciado, que un rayo te parta en dos!; ¡Que te devore una culebra tragavenado!
-¡Coño e madre!- Inquirió el otro.
Siguieron adelante, profiriendo maldiciones. Hasta que olvidaron el incidente al cambiar el tema de la conversación, haciendo planes para cuando estuvieren con la misia y los muchachos... También pensaban en los animales que habían dejado. Mientras conversaban las horas volaban. Volvió el calor, habían dejado ya lejos el frescor de los páramos y las sombras de las nubes. También es verdad, que la tarde se sentía más apacible mientras se avecinaba la noche, tibia y sensual, con el vientecillo propio del trópico abanicando el ambiente.
A la sombra de un hermoso palmeral, guarecidos entre la maleza, disfrutaron a piernas tendidas, un sueño dichoso, hasta muy cerca de la madrugada. Pensaron partir antes que amaneciera para evitar el molesto castigo del Sol. Así ganarían camino sin tanto agobio.
- Oye la queja del viento en el camino que nos lleva a la aldea, dejamos atrás la quebrada y el tupido carrizal. Como que va a amanecer horita; y aquí estamos, compadre, parados siempre, aunque el andar cansado; la ilusión nos mantiene erguidos, pensando, claro está, en la familia que nos espera, más ahorita, cuando se viven estos días de la Navidad.
- Si, mi hermano, aunque llevemos pocos reales en los bolsillos, piense en ellos, todos en torno a la mesa, adornada con los típicos manjares de nuestros campos; y el hervido de gallina calentico... ¡Ah mundo!...
- Todavía nos falta para llegar.
- Diremos que se nos escapó el autobús y nos echamos andar para ganar tiempo. Estas alpargatas que llevamos puestas en los pies, nos protegerán hasta llegar al bohío... Aún siento la impresión de la lejanía, de soledad, de llanura perdida. Como si nos siguieran las voces de aquellos compañeros de trabajo, algunos, quizás, no tienen familias y les da igual quedarse cerca de la Hacienda. Al no tener dónde ir; y no quieran perderse el calor humano del afecto que les brindan, algunas veces, el patrón, el capataz o el bollero Juan. Ellos celebrarán la Navidad a su modo y no estarán solos. Se me antoja, estar oyendo la música criolla de una típica “chipola”, de allá, del Estado Portuguesa. Como antes las cantaran el Trío Cantaclaro, que me cuenta el viejo de por los años 37. - Imaginémonos dichas notas sentimentales... Verdad, que siente uno aún más, las ganas de llegar y poder escuchar en el cerro, el parrandón, los aguinaldos y las gaitas, unos de los más bellos aires musicales navideños de nuestro folklore, y sin lugar a dudas, el motivo que alegra tanto la Navidad.
Les diré a los muchachos que me canten “Espléndida Noche”, tan profundo y sensual: << Espléndida Noche / radiante de luz, / es la Noche Buena / pues nació Jesús >>
Apenas había amanecido, ya estaban, pues, llegando al lugar ansiado; como caballos viejos adelantaron la marcha y al final casi corrieron. Los dos amigos se separaron, tomaron caminos distintos para llegar a sus respectivos y cálidos hogares. Allá les esperaban con la impaciencia propia de la añoranza, del ser querido, que ha tenido que salir afuera a buscar la arepa para ellos.
Ya hoy, llegaban jubilosos, como si llevaran un gran capital; de trabajar largos meses en el Estado Portuguesa, en las tareas de peones de la Hacienda que los habían contratado y cuyos propietarios, de puro contento por la buena conducta de estos o sumisión, como quieran entenderlo, les renovaban, año tras año, los respectivos contratos de empleo y paga. Lo demás, todos entendemos, unos más que otros, la rutina de los acontecimientos, esos episodios cotidianos y con mucha suerte, aquello de la paz y del amor que se viven en esas fechas, desde un par de meses antes de su celebración.
Ahora es la vida en el rancho y sus alrededores, con los familiares y los amigos de siempre, y ordenando un poco las cosas que habían quedado a medias durante la ausencia. “Ocasión única, para aprender a valorar lo que Dios les ha dado y que aún tengan: la familia, el trabajo y los buenos amigos que en estos días tan especiales, parece que cobraran mayor dimensión y hacen sentirse tremendamente felices.”
Sobre el chinchorro descansaba, una de esas tardes serenas - radiantes de luz - el viejo campesino. Y le quedaba fácil ver el cielo, ahora poblado de grises nubes, otras se tornaban de un color naranja encendido, emulando al resplandor del fuego, sobre la distante montaña que a lo lejos se erguía, desde los valles lejanos y los precipitados páramos y barrancos que morían en el silencio de la niebla reinante. Viendo al cielo, medio adormecido, un sentimiento reflexivo le abordó de súbito, dejándole a expensas de su conciencia, que, sumamente emocionado le hizo claudicar ante el poder mágico de sus percepciones. Como si alcanzara a ver la divinidad de un encuentro místico, pensando en el Nacimiento de Jesús. En la última revelación del encendido ocaso, al filo del comienzo de la noche, con ese hermoso e ilusorio espejismo, durmió un rato, sin perder la fúlgida imagen del más bello sueño... Vio a los pastores, a Jesús niño y María, el asno, el buey y a los tres Reyes Magos... Toda una escena de Paz y de Amor, hasta que la cálida brisa tropical le increpó, despertándole, aunque dejándole la grata sensación de haber vivido un feliz sueño en su propio rancho de paredes de cartón <> un lugar de su Belén; y el irrepetible encuentro con el Niño; que supo romperle el llanto interior de su infelicidad, tornándola en alegría, ante la admiración suya, bajo el Sol dorado de esa fúlgida luz crepuscular...
Ahora, rodeado de los suyos, se había olvidado de tantos sacrificios pasados. Ahora se sentía inmensamente rico, si la riqueza consiste en saberse querido y arropado por los suyos. No sabían qué hacer para verle así, contento, pero no podía ser más.
La señora le miraba con expresión compasiva, medio triste, medio alegre; pasarían los días y otra vez se iría...
- Amor, ¿te traigo otra cervecita? ¿O prefieres aguardiente?
- Arrímate "pa" acá, compañera, traedme otra, pues...
Iba y venía de un rincón a otro, como si estuviera estrenando rancho nuevo. ¡Cuántos recuerdos por doquiera!.. Los muchachitos habían crecido un poco, la niña casi ya es una mujer; y él se sentía más viejo y cansado. Pero estaban todos juntos y esta Navidad iba a ser distinta.
Salió al exterior con el botellín en la mano, y apurando un trago y al echar hacia atrás la cabeza, viendo al cielo, sintió un extraño sentimiento, que perecía le ahogara; por su mente cruzó un pensamiento, que, casi le hiela la sangre, echaba de menos seres queridos que ya se fueron... y, ¡qué lejos los sentía!, para brindar por ellos con sincero respeto. Habían partido para siempre; pero estarán en su corazón en todo momento, para sentirlos más cerca.
Ya era Navidad, también en su humilde caserío. Desde la quebrada llegaban las voces de los aguinaldos... Los muchachos corrían de un lugar a otro con el nerviosismo propio del momento. Ya el fogón estaba prendido y la gallina en la olla. Por el camino polvoriento venía uno de los compadres a buscarle, para estar juntos un ratico, allá, en el Botiquín de la esquina, para oír música y hablar de sus cosas, cosas de pobres que saben vivir la Navidad a su manera y no envidian a nadie, si se hallan entre los suyos, brindándoles su amor...
Por todas partes se oían las gaitas navideñas; y las tracas explotaban en el carrizal, en las afuera del rancho.
Celestino González Herreros
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