No
hay amanecer tan grato como aquel que es esperado con ansiedad y nos quita la
angustia de aquellas largas horas de insomnio, sólo esperando que aclare el
alba matutina con la diáfana luz del nuevo día. La vida comienza de nuevo al
aclarar el día y el esfuerzo cotidiano nos va nutriendo de energías renovables
a medida que las horas avanzan como el tren de la misma vida.
En
nuestras Islas Canarias, al poner cada mañana los pies en el suelo, lo primero
que hacemos es asomarnos al exterior y mirar al cielo como expertos
meteorólogos a ver qué tiempo vamos a tener… Luego, si desde donde nos hallamos
alcanzamos ver al padre Teide, con respeto le contemplamos, a veces un tanto
recelosos. Pero siempre admirando su natural belleza, como si le dedicáramos
una sentida oración virtual, sin palabras, con el silencio de nuestra
trasnochada mirada.
Los
bellos despertares de nuestras islas son como un poema de amor y gratitud; y
aquellos soplos de aire tibio que nos rozan la piel transmiten bonanza y un
bienestar tan grato que nos inunda de placer. Hay veces que suelo decir que no
tenemos necesidad de salir de nuestro entorno para ser feliz. Aquí todo es
moderado, la nieve cae en lugares determinados, las playas son tranquilas y soleadas.
No hay ríos que se desborden, sólo, a veces, el viento nos agrede con su
incontenible furia y la lluvia la deseamos con habitual frecuencia. Nuestro
clima es extraordinariamente estable, moderado y semitropical. Estamos
habituados a vivir como siempre ha sido, con ciertas limitaciones y sin
derrochar nuestras posibilidades. En fin, no necesitamos tanto abrigo y con lo
que tenemos nos conformamos. Las distancias tampoco son tan largas, más bien
cortas y en poco tiempo podemos estar en todas partes sin agotarnos. Por eso
digo, me siento a gusto quedándome aquí, en nuestras ciudades, en nuestros
campos, en contacto siempre con la Naturaleza y rodeado de gentes que me aprecian
como un miembro más de su familia, aunque no nos conozcamos de nada. En mi casa
tengo mis cosas ordenadas, se donde está todo para cuando lo necesite y nadie
me importuna. A fuera todo resulta diferente, aunque no lo sea, pero según
tengamos los ánimos, puede ser que molesten.
En
el norte de Tenerife hay muchas gentes que no conocen bien o de nada, los
bellos pueblos de los distintos municipios de la isla y créanme, hay pueblos
preciosos y gentes maravillosas que al tratarlas da lástima dejarlas quizás
para siempre. Los campos canarios, las casas solariegas, sembrados los fértiles
huertos y sus respectivos entornos urbanos son de incomparable belleza; y vivir
entre animales domésticos y participar en las variadas actividades de sus
cuidados diarios, es gratificante y si me lo permiten, hasta conmovedor.
Celestino
González Herreros
celestinogh@teleline.es
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