Retroceder
hacia el pasado, decía el amigo que casualmente me acompañaba, es como
rebobinar la vieja película del tiempo a nuestro antojo, rebobinar las
vivencias aquellas, algunas de las cuales quisiéramos olvidar para siempre. En
cambio, algunas de ellas pareciera que fueran el aliento consolador que nos
afirma en esta vida y nos depara no sólo la ilusión perdida, también las ganas
de vivirla nuevamente, en el mismo lugar y con los mismos protagonistas, ella y
yo, quienes la hicimos una inolvidable realidad amorosa. Aquella juventud,
aquella lozanía y las mismas energías, que fueron las horas más felices vividas
entonces.
Hoy,
desde la tribuna de los sueños rotos, en esta lejanía, recurrimos,
inexorablemente, buscando de ella algún resquicio de amor truncado en el
abrupto camino, el que antes fuera deliciosamente florido y espejo de nuestras
vidas. Abrupto hoy, seccionadas aquellas huellas nuestras ya tapiadas por la erosión
del tiempo y cubierta de matojos secos y lágrimas llovidas sobre los áridos
senderos.
La
vida es tiempo que corre como el fláccido mercurio que a veces se detiene donde
se acaba y deja constancia de nuestro paso por ella; y delata el calor
apasionado de nuestra deliciosa travesía.
El
amigo, por momentos titubeaba mientras hablaba, su temblorosa voz imponía
cierto respeto y a la vez una lástima incontenible, por ello callé y le dejé
llegar hasta donde quisiera…
Buscándole
con los recuerdos caminé largo trecho y cuando más lejos me hallara más cerca
sentía su presencia.
En
un recodo del sendero, en el fétido barro de un inmundo lodazal, percibí algo
extraño. En el lugar brillaba algo, era un hermoso diamante que no podía
descuidar. Me acerqué y lo tomé en mis manos, aquello desprendía un olor insalubre,
sucio como la más despreciable aparición, pero me llamó la atención. Con sigilo
y algo de apego limpié sus impurezas, el hediondo barro que le cubría y
paulatinamente fue ganando esplendor y sin saber que era en realidad un
valioso diamante seguí limpiándolo hasta
que su espléndida superficie llegó con
su brillo a encandilarme… Era efectivamente un diamante de un tamaño regular y
su fulgor llegó a cegar mis ojos. Aún sin entenderlo, tal vez influenciado por
su lustre, pensé en ella, que también era como un diamante. Pensé que por muy
bajo que haya caído y se embarrara en el sucio mundo del vicio, si la hubiera
frotado con tanta mesura hoy brillara como aquel hermoso diamante y la tuviera
a mi lado dándole luz a mi vida y el calor de su cuerpo.
Uno,
a veces, equivoca sus pasos, no buscamos en el lodo aquello que hayamos
perdido, ni rebuscamos en la profunda fosa de la vida aquella ilusión perdida
por temor al funesto encuentro. Al hallazgo material de nuestros despojos,
donde no solamente la materia brilla,
sino que envuelve como el polvo en el desierto. A veces uno busca lejos un amor
imposible teniendo otro tan cerca… A veces no sabemos ni lo que buscamos, pero
es cierto que, tratándose del verdadero amor no hay nada escrito y mucho menos
cierto, sólo que existe una extraña atracción, una seducción tal de energías en
la vida de los seres humanos como un poderoso imán que hace imposible separar
cuerpo y alma: ¡es el amor!
Celestino
González Herreros
celestinogh@teleline.es
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