NUESTRO
VALLE, PARAISO PERDIDO ENTRE BRUMAS
Entre brumas se
yergue su cima verde, se evade buscando expandirse hacia el cielo; y sus costas, batidas por el
ondulante oleaje, resisten sus ímpetus salvajes. Abajo se oye el murmullo de
las olas, como un eco viril cuando muere la tarde. En nuestro afligido delirio sentimos renacer
tantos recuerdos imperecederos...
¡Al Valle se lo
han cargado, eso es evidente! Sus campos han sufrido, en las últimas décadas,
un duro golpe de consecuencias irreversibles. Ya de poco sirve hacer tristes
comentarios al respecto. ¡OH Dios!, ni se inmutan al verle morir, sangrando las
huellas de las crueles embestidas del acoso de las pesadas máquinas del mal
llamado "progreso". Donde se dieron cita todos los encantos naturales
de la Creación ,
con su singular fauna y su flora autóctona, exquisitas por sus múltiples y
variadas especies, que versados y curiosos personajes nacionales y foráneos,
estudiaron con fiel dedicación sus extraordinarias cualidades naturales, para
enriquecer sus experiencias científicas. Se le conocía, entonces, como:
"Paraíso perdido entre
brumas", exaltando nuestra exuberante vegetación, desde la risueña orilla
atlántica hasta el hidalgo Teide y su entorno paisajístico, único por
excelencia, bajo el cielo azul que nos custodia; y mirando al mar, las olas nos
bañan. Surgen desde la orilla oceánica hasta la negra arena. Luego la verde
ladera, que se cubre, en momentos determinados, de espesas nubes, (panza de
burra) masa densa y más opaca cuando oscurece el día en sus bellos atardeceres.
Desde su
perspectiva paisajística, y pese al lamentable deterioro sufrido, aún podemos
deleitarnos con rincones y panorámicas que nos facilitan la espectacular visión
de aquellos quiméricos momentos de exaltación poética a través de esos
vestigios encantadores, tan significativos, que dicen de sus bellezas lo que
mis palabras no alcanzan a reflejar.
Recuerdo,
siendo muchacho, cuando el campo olía a campo y nuestras playas al musgo fresco
sobre la arena, de las algas fenecidas allí varadas. Los verdes peñascos de los
bajíos resplandecían bajo el sol acariciador; aire salobre y yodado, todo olía
a mar limpio.
Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
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