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La muralla me traslada con la inocencia de aquella infancia, a un mundo diferente; me hallo calle abajo pisando las empotradas piedras, ilusionado buscando a los amigos que van delante con los aparejos y las cañas, y la pequeña pandorga a buscar la captura de los peces verdes y los cabozos y algunos burgados, allá en el Muelle... Aquello nos parecía inmenso con sus caladeros y bajíos, desde la bahía o la punta, hasta San Telmo, respetando siempre el paso por el Penitente, dada sus conflictivas leyendas y la agresividad de las olas golpeando el acantilado de Santo Domingo. También desde el Muelle hasta Punta Brava. Corríamos por entre los riscos y peñascos atravesando los charcos y en ese afán aventurero disfrutábamos como héroes cada tarde después de las horas de clase; y los días festivos desde por la mañana. Mientras, esperaban los gatos en casa a los menudos pescados.
Sin saber cómo, me hallé en el Muelle pesquero mirando al mar. Aparte de las tranquilas aguas, me vi completamente solo, cosa extraña en el acostumbrado y concurrido lugar ya tan de moda últimamente, pero hoy es nuestro. Las pequeñas barcazas y los arrogantes lanchones no interrumpen el silencio conseguido y ello por azar; al contrario, me ayudan a elegir las palabras amotinadas que quieren todas salir de su cautiverio, encerradas en la mente.
La marea estaba baja, con lo que destacaban los perfiles de los riscos del bajío en el reposado descanso del bravío oleaje en sus constantes batidas. El fondo bastante cerca, sus limpias aguas dejaban ver las piedras que parecían moverse cuando ondulaba el agua por el soplo de las brisas que iban y venían como antes las olas en plena mar.
El estático horizonte dibujaba la línea imaginaria del tiempo como un eco melancólico, hoy envuelto en la danza de los recuerdos... Más allá, entre el mar y el cielo están aquellos en otro continente; y esa es la ruta de los sueños, donde el camino avanza y vuelan los pensamientos. El camino de las distancias, mar adentro...
En el tranquilo y emotivo lugar me hallo pensando, como si el tiempo no hubiera pasado, sintiéndome inmerso en el pasado, entre los barcos y mi silencio, mirando hacia la vieja casona de la Real Aduana, y a la vez soñando... El tramo adoquinado de la calle lo paso con pisadas firmes, como cuando era un muchacho e iba ilusionado a verles, buscando el calor familiar de todos ellos. La grata palabra que consuela. Nada más subir las amplias escaleras, su pasamano me transmitía ese candor, Al llegar arriba, aparecía la tía Juana con su encantadora sonrisa. Yo era entonces algo reservado, estaba en la edad de las confusiones constantes, buscaba y no sabía qué, eso sí, deseaba luchar, “hacerme un hombre”. Quería viajar y escuchaba las cosas que me decía mi tía, como si me las dijera una sonriente hada; y siempre quedaba extasiado mirando al mar desde los alegres ventanales de la casona, respirando el aire fresco y yodado, como si estuviera ya, sobre la marinera cubierta de un enorme barco rumbo a América. Intuía verme con expresión melancólica portando la maleta de madera cual triste emigrante, acariciando el pequeño escapulario de la Virgen del Carmen que me regalara mi madre para que me acompañara por la ruta que antes otros valientes siguieron para buscarse un medio de vida digna y aprender de ella tantos misterios y experiencias nuevas que forjan al espíritu de un muchacho para hacerlo hombre.
Las gaviotas mientras buscaban su alimento moviendo la arena unas, otras zambulléndose en el agua, me daban cierta paz, ellas luchaban también por su subsistencia y la supervivencia de su especie; y con toda normalidad, aceptando esa lucha con dignidad y esforzándose por superar los obstáculos que aparecieran, abriendo nuevos surcos en la vida y dejando en ellos la semilla del amor... Como en los caminos crece la hierba que da las flores más bellas del escondido follaje de la Naturaleza...
Las gaviotas me recuerdan del emigrante su paso por la vida con resignada tranquilidad, como si fuera normal todo lo que estén sufriendo, como un destino entre tantos destinos; sufriendo en silencio y callando su llanto por que saben que no les escucha nadie. Y, casualmente, ahora llegan más gaviotas a la playa, como si quisieran distraer mi obsesiva meditación y quisieran devolverme a la realidad, despertándome del recuerdo como si de un sueño se tratara y quisieran verme alegre caminando sobre los húmedos callaos, jugando con la arena...
Dirán, o simplemente pensarán, que me extralimito en mis apreciaciones, en mis nostálgicas reflexiones. Pero acéptenlo como una inocente desviación hacia un equilibrio consensual de aquello que hoy tenemos encasillado en la época pretérita de nuestros tiernos sueños idealizados por la edad del momento. Que fue el comienzo de la vida y fuimos haciéndonos a los golpes, aprendiendo la lucha y los medios para combatirla... Hoy somos fuertes, representamos a la madurez y aunque haya atisbos de tierna juventud en cada uno de nosotros, no podemos negar el desgaste ya sufrido. Somos más sensatos, menos crueles y mucho más humanos. Ahora todo lo ajeno nos duele; y nos conmueven las cosas "pequeñitas" de la vida mucho más que las grandes manifestaciones. Somos menos calculadores y más humildes. Nos vemos tal y como somos, y respetando las glorias del pasado alimentamos la esperanza de hallar en nuestro camino la comprensión hacia nuestro deterioro... Somos la fuerza de la continuidad... Para bien o para mal, hemos sido los protagonistas de la evolución y sin embargo en el presente construido, se nos dice que estamos desfasados, que estamos anticuados. ¿De qué han servido entonces nuestros sacrificios y los largos y angustiosos desvelos?, ¿de nada? ¿Quién ha señalado el camino donde aún están las huellas de nuestros cansados pasos allanando los senderos, ocultando nuestros fracasos?.. ¿Quién elevó el faro para siempre eternizado, guía de la convivencia entre los hombres?, los que hemos luchado por ello y en el trayecto hemos dejado todos nuestros encantos, las ilusiones rotas y los harapos de nuestras maltratadas vestiduras para que los retoños nuestros vivan mejor y no pasen por los desconsuelos que nosotros, "los desfasados" hemos pasado.
Yo creo que el hombre con su fuerza creadora e influencia renovadora y a corto plazo, conseguirá la estabilidad cívica y social que le lleve al verdadero camino... Los pueblos entenderán las causas de sus torpes distanciamientos y en la exquisita reflexión hallarán el cause desierto de sus ambiciones Para hacer un mundo mejor. Algo nuevo que nace dejando atrás crueles esquemas que fracasaron por sus propias contradicciones e influencias. El hombre, universalmente, busca comunicarse para que en ese empeño podamos descubrir nuevos caminos hacia variables situaciones que desemboquen todas ellas en la armonía y la paz durante el tiempo que dure la existencia misma.
Un reparto justo de los sufrimientos, de las decepciones... Ya para ilusionar la panorámica actual o para dejar un precedente y que a las generaciones venideras les sea más fácil alcanzar esas perspectivas de bienestar económico, cívico y social. Un reparto con los más pobres y luchar sin condiciones antepuestas, por educar al hombre y enseñarle a convivir en armonía y respeto entre los demás hombres. Es un apostolado, ya lo sé, pero sería hermoso conseguir, siquiera el eco de estos deseos míos que es el mismo de casi todos los hombres. Yo me conformaría con que no se entendieran mis palabras como reacciones demenciales por que entonces al carecer de sentido vería la esperanza de tantos, junto a las mías, perdidas en la miseria y para verlo no quisiera vivir...
Dirán: ¿por qué nos dice estas cosas? Y si quieres que sea aún más sincero, tampoco yo lo sé. Nadie lo tiene todo. Menos las gentes que sienten la necesidad de descargar la presión emocional que les agobia... Solemos ser un tanto aislados, a veces infelices, muchas veces. Nos escondemos con las decepciones recibidas y creamos en el imaginado escondrijo un mundo donde refugiarnos, buscando una calma espiritual que no sabríamos definir por su complejidad y hermetismo; donde no queremos que entre nadie, y somos, o al menos eso creemos, centinelas y fieles guardianes de nuestros sentimientos. Nos duele que se desvelen las miserias de un mundo que siempre habíamos soñado que fuera mejor, donde el hombre no tuviera ocasión de revelarse. Aunque muramos nosotros "los románticos", pero nunca dejaríamos de espiar la marcha alegre de la vida...
El hombre está constantemente buscando esa comunicación, ya no se conforma con hallarse a sí mismo, necesita una voz que le consuele, una respuesta a todos sus desvelos, a sus temores e inquietudes. Una clara respuesta a su verdadera vocación. A la suerte de sus reflexiones, si mueren o crecen, para propagarlas a una infinita e indeterminada dimensión…
Celestino González Herreros
La marea estaba baja, con lo que destacaban los perfiles de los riscos del bajío en el reposado descanso del bravío oleaje en sus constantes batidas. El fondo bastante cerca, sus limpias aguas dejaban ver las piedras que parecían moverse cuando ondulaba el agua por el soplo de las brisas que iban y venían como antes las olas en plena mar.
El estático horizonte dibujaba la línea imaginaria del tiempo como un eco melancólico, hoy envuelto en la danza de los recuerdos... Más allá, entre el mar y el cielo están aquellos en otro continente; y esa es la ruta de los sueños, donde el camino avanza y vuelan los pensamientos. El camino de las distancias, mar adentro...
En el tranquilo y emotivo lugar me hallo pensando, como si el tiempo no hubiera pasado, sintiéndome inmerso en el pasado, entre los barcos y mi silencio, mirando hacia la vieja casona de la Real Aduana, y a la vez soñando... El tramo adoquinado de la calle lo paso con pisadas firmes, como cuando era un muchacho e iba ilusionado a verles, buscando el calor familiar de todos ellos. La grata palabra que consuela. Nada más subir las amplias escaleras, su pasamano me transmitía ese candor, Al llegar arriba, aparecía la tía Juana con su encantadora sonrisa. Yo era entonces algo reservado, estaba en la edad de las confusiones constantes, buscaba y no sabía qué, eso sí, deseaba luchar, “hacerme un hombre”. Quería viajar y escuchaba las cosas que me decía mi tía, como si me las dijera una sonriente hada; y siempre quedaba extasiado mirando al mar desde los alegres ventanales de la casona, respirando el aire fresco y yodado, como si estuviera ya, sobre la marinera cubierta de un enorme barco rumbo a América. Intuía verme con expresión melancólica portando la maleta de madera cual triste emigrante, acariciando el pequeño escapulario de la Virgen del Carmen que me regalara mi madre para que me acompañara por la ruta que antes otros valientes siguieron para buscarse un medio de vida digna y aprender de ella tantos misterios y experiencias nuevas que forjan al espíritu de un muchacho para hacerlo hombre.
Las gaviotas mientras buscaban su alimento moviendo la arena unas, otras zambulléndose en el agua, me daban cierta paz, ellas luchaban también por su subsistencia y la supervivencia de su especie; y con toda normalidad, aceptando esa lucha con dignidad y esforzándose por superar los obstáculos que aparecieran, abriendo nuevos surcos en la vida y dejando en ellos la semilla del amor... Como en los caminos crece la hierba que da las flores más bellas del escondido follaje de la Naturaleza...
Las gaviotas me recuerdan del emigrante su paso por la vida con resignada tranquilidad, como si fuera normal todo lo que estén sufriendo, como un destino entre tantos destinos; sufriendo en silencio y callando su llanto por que saben que no les escucha nadie. Y, casualmente, ahora llegan más gaviotas a la playa, como si quisieran distraer mi obsesiva meditación y quisieran devolverme a la realidad, despertándome del recuerdo como si de un sueño se tratara y quisieran verme alegre caminando sobre los húmedos callaos, jugando con la arena...
Dirán, o simplemente pensarán, que me extralimito en mis apreciaciones, en mis nostálgicas reflexiones. Pero acéptenlo como una inocente desviación hacia un equilibrio consensual de aquello que hoy tenemos encasillado en la época pretérita de nuestros tiernos sueños idealizados por la edad del momento. Que fue el comienzo de la vida y fuimos haciéndonos a los golpes, aprendiendo la lucha y los medios para combatirla... Hoy somos fuertes, representamos a la madurez y aunque haya atisbos de tierna juventud en cada uno de nosotros, no podemos negar el desgaste ya sufrido. Somos más sensatos, menos crueles y mucho más humanos. Ahora todo lo ajeno nos duele; y nos conmueven las cosas "pequeñitas" de la vida mucho más que las grandes manifestaciones. Somos menos calculadores y más humildes. Nos vemos tal y como somos, y respetando las glorias del pasado alimentamos la esperanza de hallar en nuestro camino la comprensión hacia nuestro deterioro... Somos la fuerza de la continuidad... Para bien o para mal, hemos sido los protagonistas de la evolución y sin embargo en el presente construido, se nos dice que estamos desfasados, que estamos anticuados. ¿De qué han servido entonces nuestros sacrificios y los largos y angustiosos desvelos?, ¿de nada? ¿Quién ha señalado el camino donde aún están las huellas de nuestros cansados pasos allanando los senderos, ocultando nuestros fracasos?.. ¿Quién elevó el faro para siempre eternizado, guía de la convivencia entre los hombres?, los que hemos luchado por ello y en el trayecto hemos dejado todos nuestros encantos, las ilusiones rotas y los harapos de nuestras maltratadas vestiduras para que los retoños nuestros vivan mejor y no pasen por los desconsuelos que nosotros, "los desfasados" hemos pasado.
Yo creo que el hombre con su fuerza creadora e influencia renovadora y a corto plazo, conseguirá la estabilidad cívica y social que le lleve al verdadero camino... Los pueblos entenderán las causas de sus torpes distanciamientos y en la exquisita reflexión hallarán el cause desierto de sus ambiciones Para hacer un mundo mejor. Algo nuevo que nace dejando atrás crueles esquemas que fracasaron por sus propias contradicciones e influencias. El hombre, universalmente, busca comunicarse para que en ese empeño podamos descubrir nuevos caminos hacia variables situaciones que desemboquen todas ellas en la armonía y la paz durante el tiempo que dure la existencia misma.
Un reparto justo de los sufrimientos, de las decepciones... Ya para ilusionar la panorámica actual o para dejar un precedente y que a las generaciones venideras les sea más fácil alcanzar esas perspectivas de bienestar económico, cívico y social. Un reparto con los más pobres y luchar sin condiciones antepuestas, por educar al hombre y enseñarle a convivir en armonía y respeto entre los demás hombres. Es un apostolado, ya lo sé, pero sería hermoso conseguir, siquiera el eco de estos deseos míos que es el mismo de casi todos los hombres. Yo me conformaría con que no se entendieran mis palabras como reacciones demenciales por que entonces al carecer de sentido vería la esperanza de tantos, junto a las mías, perdidas en la miseria y para verlo no quisiera vivir...
Dirán: ¿por qué nos dice estas cosas? Y si quieres que sea aún más sincero, tampoco yo lo sé. Nadie lo tiene todo. Menos las gentes que sienten la necesidad de descargar la presión emocional que les agobia... Solemos ser un tanto aislados, a veces infelices, muchas veces. Nos escondemos con las decepciones recibidas y creamos en el imaginado escondrijo un mundo donde refugiarnos, buscando una calma espiritual que no sabríamos definir por su complejidad y hermetismo; donde no queremos que entre nadie, y somos, o al menos eso creemos, centinelas y fieles guardianes de nuestros sentimientos. Nos duele que se desvelen las miserias de un mundo que siempre habíamos soñado que fuera mejor, donde el hombre no tuviera ocasión de revelarse. Aunque muramos nosotros "los románticos", pero nunca dejaríamos de espiar la marcha alegre de la vida...
El hombre está constantemente buscando esa comunicación, ya no se conforma con hallarse a sí mismo, necesita una voz que le consuele, una respuesta a todos sus desvelos, a sus temores e inquietudes. Una clara respuesta a su verdadera vocación. A la suerte de sus reflexiones, si mueren o crecen, para propagarlas a una infinita e indeterminada dimensión…
Celestino González Herreros