Ensombrecida
la realidad que hoy vivimos, por tantos desagradables acontecimientos, casi a
diario, no sé a dónde mirar ni dónde refugiar mi espíritu. La poca paz que nos ha dejado a causa de tantos
sinsabores que se repiten, es la confusión colectiva que la duda genera. Cada
mañana, los que gustamos leer, nos sorprenden noticias crueles de hechos
delictivos y vergonzantes que dejan en la sorprendida sociedad, una sensación
de impotencia tal, que ni dentro de casa, pensamos, vamos a estar seguros.
Desde luego, son escalofriantes las “persistentes” noticias que a través de
algunos medios informativos, nos transmiten la dolorosa realidad que vivimos,
aunque la verdadera intención sea informarnos. Pero, desde mi modesta posición,
sugiero, ¿no estarán haciéndole un flaco servicio al país, con tantas
informaciones atroces que, de unos años acá nos tienen acostumbrado?
Yo que tanto
admiro la paz, que me enferma tener que enfrentarme a lo incomprensible de esos
tristes hechos, no hallo forma de hacer una crítica seria, no por falta de
juicio, hay otros elementos que seguramente nos hemos visto obligado a
obviar... Está la impasibilidad de ánimo sistemática o la propia falta de
“voluntad” por estudiar y descubrir un modelo capaz de distender tanta abulia
atrincherada en sus propias miserias. Siempre, el ladrón pensó en el robo... El
asesino en la muerte... Y el hombre de bien, en protegerse de ellos, y de los
otros, aquellos que nos engañan continuamente con falsas promesas
electorales... Eso es un fraude político, si no me equivoco. De todas maneras,
si peco de ignorante, perdónenme. Realmente estoy transcribiendo el
sentimiento de buena parte de las gentes
de mi pueblo. Y quiero dejar bien claro, de que ni desprecio ni apoyo a nadie,
cada cual con su conciencia. Aquellos que no la tengan, mal parado van a estar
a la hora de la verdad.
Se estarán
preguntando. ¡Qué diablos tenemos que ver con este deterioro social que sufre
toda España y, en consecuencias, nuestras “mal tratadas” Islas Canarias! A mí
no me pregunten nada, primero, que no sabría responderles, otros habrá que
mejor que yo sepan hacerlo... Segundo, y acabo, les diría que, por lo que he
visto, lo que estoy viendo y las sospechas que tengo de nuestro porvenir, me
siento sinceramente herido, como todos los canarios honrados, y orgullosos de
serlo, defraudado... con un criminal nudo en el cuello.
No pude
seguir escribiendo, mi espíritu se reveló incondicionalmente. No pude expresar
mis pensamientos, porque las condiciones desfavorables del momento me lo
impidieron. Había dejado la máquina de escribir para serenarme un poco y fui
maquinalmente hacia la T. V.,
para apagarla presuroso al ver de nuevo “más desgracias” televisadas, más notas
macabras, como si pretendieran divertir al “respetable...” Y, aquí estoy
nuevamente, queriendo ocultar mi enfado para pasar desapercibido, al margen de
tantas desdichas. De la impotencia crítica que sufro en estos instantes ante el
deprimente panorama que vivimos. Sólo debo añadir que me avergüenza esta
pesadilla y me siento incómodo como no lo estuve nunca.
Empero,
escuchando ecos lejanos que me llegan de épocas vividas sin esos agobios, de
tantos deprimentes acontecimientos, me siento un tanto “compensado” y con el arrullo
sensual de aquellas melodiosas vivencias - todo entra en juego, ahora y antes -
que mitigaban el tedio del aburrido momento, cuando no había mejores recursos, oír los ecos que me llegan
de aquellas melodías de los años 60, sospechando de donde llegan.
Volviendo al
pasado, mi mente se va poblando con la tierna evocación, que, si para todos no
fue igual, por las razones que fueran, yo conservo con grata emoción, esos
recuerdos... Andar, muy entrada la noche, bajo la luz de la luna, por lugares
desérticos, no precisamente “paseando” e ir, deslizándome entre su luz y las
sombras del verde palmeral y entre la espesa fronda de los ocultos rincones, al
ser requeridos mis servicios profesionales, sin temer jamás en el silencio de
la noche, a adversario alguno. Entonces los portones, día y noche, podían
quedar abiertos, nadie profanaba la intimidad ajena, pues era uno de los peores
delitos, dentro de nuestro orden social.
Es muy
difícil la misión del que escribe para los demás, y muy dolorosa a veces. Nunca
estamos complaciéndoles a todos por igual. Cada cual quisiera, que en los
comentarios que se hagan a través de los correspondientes medios, se hablara de
sus vivencias personales... Uno sólo busca expresar los espontáneos pensamiento
con la palabra, sin previos avisos que lleguen a condicionarnos. Solo
escribimos lo que llega, se detiene súbitamente en nuestra mente y se enriquece
en el alma. Esos susurros fascinantes que nos hablan de épocas pasadas, por
ejemplo, comentando los vestigios hallados en el camino y donde nos sorprende
aquel pasado identificándonos, ahí detenemos los pasos y recogemos los
dispersos retales que quedan en el olvidado sendero... Que aunque fueran de
texturas diferentes, quedan en el ánimo del “escritor” honrado, para
reflejarlos en cualquier momento, los misterios que se ocultan en su mágico
silencio. Todo es digno de ser desvelado en el tiempo y cada tema tiene su
propio entorno y la esencia que le envuelva.
Volviendo a mi
pasado, tal vez un poco idealizado por las circunstancias que en él concurren,
nada tengo que objetar a mi conciencia. Y llegar a mis años con esta supuesta
tranquilidad, supone algo así como haber ganado los primeros peldaños de la
difícil espiral que apunta a lo alto de nuestros mejores conceptos
espirituales.
Cada lugar y
cada hombre es una cosa diferente y en su entorno personal prima la soledad de
sus gentes, y en el hombre, el miedo a
verse solo alguna vez, que puede llegar
a generar la inestabilidad de su
equilibrio racional y emocional... Y ya es bastante, además, tener que sufrir
“sistemáticamente” los problemas del mundo, asumiendo a la vez los propios
desperfectos nuestros y penurias cuando las hubiera. Podemos ser solidarios,
si, eso es hermosísimo y humano, pero no olvidemos nuestro actual panorama
económico y social y no seamos tan “quijotes” ni intoxiquemos tan
“insistentemente” nuestra lacerada piel de corderos asustados.
Celestino
González Herreros