31/5/08

San Telmo y su legendaria playa



No se pueden ocultar los encantos de la Playita de San Telmo en Puerto de la Cruz, será lo que será, mas, su embrujo no pasa desapercibido. Vistos sus atractivos bajíos y el espectro de su pequeño muelle, ese sugestivo lugar convoca y su influencia despierta las más diversas sensaciones, máxime cuando le avistamos desde su atalaya, el mirador de Santo Domingo o la Punta del Viento, belleza observada en tan reducido espacio costero de nuestra ciudad, motivo ese que sólo invita a soñar despierto.

Viendo golpearse las olas contra sus basálticos acantilados y peñascos salientes, el chasquido del golpe se siente, junto al derribo de la espuma, cual hechicera caricia de sus combativas aguas.
Sabiendo elegir el momento, en la inmensidad de sus cálidas aguas, hallamos el imaginario espejo de nuestro espíritu allí proyectado. Todos nuestros sentidos claudican, se desdoblan cual si fueran pliegues obtusos que naufragaran meciéndose en armoniosa danza y la mente con el susurro del mar al romper las olas se nos fuera poblando de encuentros sentimentales y apasionados. Nuestro estado anímico va embriagándose entre golpes de mar, hipnotizándonos. Es como si nuestra imaginación navegara contra corriente y se alejara hacia el horizonte, hasta perderse en la lejanía, dejando atrás la sutil estela de viejas ilusiones vividas, resquicios de felices emociones y amados recuerdos que se distancian sobre las movedizas aguas que nos implican y compartiéramos la misma ilusión.

Antiguamente, ese mágico espejismo nos atrapaba, asomados en el muro de la calle que conduce a su ermita Entonces, nuestro pueblo marinero no era ciudad, cuando reinaba la paz, el tedio y la desesperanza, cuando todos éramos como hermanos del mismo desencanto y dueños absolutos de aquellos sencillos lugares de naturales encantos; y las gentes eran otras gentes, cada rincón que visitábamos nos deparaba sencillez y nos identificaba tal y como éramos. Cuando nuestro conformismo sólo era sinónimo de riqueza espiritual y nuestras abundantes escasez un motivo más que nos incentivara a buscar la abundancia en nuestras aspiraciones. Cuando el amor era la semilla de nuestra convivencia y la razón de vivir. Sí, sólo vivíamos para amar y moríamos amando.
La calle de San Telmo, antes era muy concurrida, sin tantos escaparates, pero el blanco de sus muros denotaba nobleza y cívica transparencia. Era el paseo obligado para llegar a la playa de Martiánez, y sus añorados bajíos; y sus sencillas instalaciones que hoy nuestro viejo corazón tanto echa de menos. Aquellos charcos, rompientes y atractivos bajíos algunos ya desaparecidos. Y aquella paz reinante que contagiaba la esencia misma de nuestra idiosincrasia. Hubo un alto grado de felicidad, pese a tantas carencias sufridas. Aquellas terrazas y paseos… ¡Aquellos años que no volverán! Y, qué lejos han quedado, pero nunca en el olvido.

Hoy todo es distinto, los más viejos, sentimos la sensación de estar viviendo de prestados, como extraños… Y el dolor nos embriaga cada vez más, queriendo hallar aquellos encantos perdidos. Los espacios suplantados… Y los amigos aquellos, ¡cuántos se han ido! Razón de más, para uno sentirse un tanto defraudado, algo solos, en medio del esplendor que hoy luce esta envidiable ciudad, sus modernas instalación, renovadas infraestructuras y todo lo demás. Empero, sólo nos resta seguir el camino de los cipreses hasta que ellos se acaben… Como la barca que se aleja mar adentro, sorteando las embestidas de las olas en busca del estático horizonte y podamos tocar el cielo con nuestras temblorosas manos.

Puerto de la Cruz, a 12 de marzo de 2.007

Memorable pasado de la fuente de Martiánez

Gigantesca protuberancia de la corteza terrestre, característica y constante, simbólica de nuestro pueblo, hoy herbazal y dormido lecho de un hermoso pasado. Piedra blanda agrietada por la erosión del tiempo, presentando sus desiguales oquedales a todo lo largo de su imagen frontal y en su declive espectacular, cavernoso y plisado desde la zona alta del montículo, lo que hoy se llama Urbanización La Paz, moderno enclave turístico y que antes fuera un hermoso platanar salpicado de vetustas viviendas campestres distribuidas en medianas que habitaban la gente obrera y campesinos del lugar, y en puntos destacados de la verde llanura de cultivos, algunas familias propietarias de los señalados latifundios de belleza incomparable e intrincados caminos que conducían a la Playa de Martiánez, bajando por La Fuente que lleva el mismo nombre.

Entonces era uno de los lugares más bello y atractivo del Puerto de la Cruz, así mismo, productivo desde el punto de vista agrícola. Hasta hace medio siglo, aproximadamente, era un vergel de frutales en la parte alta, que se escurrían igualmente deslizándose por la accidentada ladera hacia el mar. Aún recuerdo ir a "robar" higos de leche y de tuneras, moras, uvas, etc., con el pretexto de buscar hojas de moreras para alimentar a los gusanos de seda que criábamos, cada cual en sus respectivas casas, como una herencia de nuestros antepasados que ya tenían la misma afición. Había familias que colectaban los capullos vacíos, después de salir el títere para sufrir la correspondiente metamorfosis y convertirse en nerviosa y blanca mariposa. La funda o capullo se destinaba, como ya todos sabemos, para la elaboración oportuna de la seda natural. Curiosamente, aún permanecen en pie algunos de esos árboles y las palmeras datileras; acabo de verlos, y parte del extenso cañaveral a unos metros de distancia tan sólo.

A mi mente acuden recuerdos de la infancia, oteando hacia arriba con melancólica intuición, me pareció ver correr por las difíciles veredas a un muchacho de unos diez años de edad, con las hojas del moral bajo el brazo y con las manos sueltas por si daba un resbalón; y poder agarrarme al grueso tronco de la higuera... Y deteniendo la mirada en los deliciosos frutos me preguntaba: ¿quién se va a casa sin coger algunos y comerlos allí mismo aunque estuvieran calientes?

Abajo están los acantilados, de consistencia basáltica e inmovibles, donde la mar embiste obstinadamente, golpeándose con furia contra sus pronunciadas aristas de color negruzco con influencias del verde reflejado del soberbio entorno, cuando no, las otras rocas menos escarpadas de aparentes redondez y pronunciadas protuberancias que se muestran alisadas por las caricias de las menos inclementes, más suaves mareas de eternos arrumacos bajo la luz de la Luna en las idílicas noches marineras...

Actualmente se ha construido un túnel que serpentea parte de la costa hacia el oriente, que, desde Martiánez enlaza con la autovía del este y sirve de desahogo al impresionante tráfico rodado que entra y sale diariamente a la ciudad, descongestionando la circulación vía Las Arenas. Es el progreso de los pueblos en los tiempos que corremos, somos capaces de mutilar un bello entorno solo por dar salida a las soluciones de imperiosos problemas. Y hemos de reconocer que no todo está mal hecho, en cambio a ojos vista, veces hemos sentido el rubor de vergüenza ajena, cuando las cosas no están bien hechas, las palabras sobran para aclarar temas por todos conocidos y que entristecen sobremanera.

Orientándonos desde donde estoy, todo esto eran plataneras, tanto en La Paz como en toda la zona de Martiánez, a un lado y otro del barranco hasta el comienzo de la Calzada que conduce al Tope. Desde allí seguían las hermosas plantaciones Valle arriba buscando las laderas subsiguientes y la cumbre, donde ya cambiaba la vegetación en los verdes pinares de incomparable belleza.

¿ Quién no recuerda el paseo que nos traía y llevaba hasta la playa desde La Paz y la obligada parada en mitad del sendero para tomar agua limpia y fresca directamente en la Fuente?

El chorro de la atractiva y transparente agua, tenía a su alrededor la compañía de los verdes culantrillos y abundantes colonias de frescos berros, todos ellos diseminados en la húmeda sombra proyectada de la abultada protuberancia basáltica de la majestuosa roca y desde donde pendían variadas plantas trepadoras y hierbajos, junto a los berodes y los rizados helechos. Hasta ella iban a beber y zambullirse las aves de transito y las que habitaban ese tranquilo lugar, dándoles al ambiente un melodioso acento de ilusión y fantasía. Al fresco de tan delicioso paraje se acercaban en busca de su silencio, a refugiarse en sus excelencias naturales, los amantes de "la paz" espiritual y hallaban el consuelo que buscaban... Todo aquello era como un idílico santuario de recogimiento, transportación... y descanso, por el que también ha pasado el tiempo y ha dejado impresa su lastimera huella devastadora y cruel.

Otro atractivo más de esa familiar y augusta roca lo constituían sus cuevas, cavernas con una realidad histórica, aunque algunas veces inspiraron no pocas leyendas de guanches y donde aparecían restos humanos y utensilios que presuntamente usaron los habitantes de las mismas. Y las cuevas de las palomas, donde se refugiaban cantidad ingente de aves de especies diferentes, y las que predominaban eran las palomas salvajes. Últimamente, algunas domesticas se unían al grupo autóctono y allí se quedaban para siempre. Recuerdo la exótica estampa de las tuneras, taginastes y los cardones y la presencia alegre de la alpispa, los mirlos y los tabobos, que de un lado a otro volaban picoteando la aromática y madura fruta que por doquiera hallaban. Era uno de los lugares ecológicos más atractivo, que poseía nuestra costa norteña.

Desde el arcaico y típico paseo de Las Palmeras, próximo a la majestuosa peña, por la sugestiva atracción de su belleza, es otro entrañable lugar de nuestro Puerto digno de mención, y desde ese emplazamiento excepcional, si miramos hacia la admirable roca nos obliga a pensar: ¿Porqué querrá ocultar tanta belleza? Se ha construido indiscriminadamente en ese paradisiaco lugar y su entorno, hasta el punto de que pronto tengamos que asomarnos de puntillas para poder ver algo de lo poco que aún queda. Y si no se ha destrozado por completo, es por lo accidentada de su vertiente, no hay otra razón válida; y esa elegante pared natural de tierra y piedra, permanecerá así hasta cuando Dios quiera. En ella se dan cita, aún y a pesar de su lamentable abandono, nuestra flora autóctona que el hombre no sembró, fueron los vientos alisios y las suaves brisas de nuestro Atlántico quienes trajeron las semillas inmigradas, así como las aves y las aguas de otros Continentes. También los barrancos, desde las altas cordilleras de nuestra geografía tinerfeña, a cuyos márgenes afluyeron las desbordadas aguas, hasta el final de sus desordenados recorridos que fueron dejando a su loco albedrío la fecunda simiente que a nuestros pueblos ha dado siempre su encanto ecológico y tradicional.

¿Cómo no voy a sentirme atribulado en la mañana de hoy, al asomarme en la ventana desde donde estoy y ver el paisaje, antes insólito, por sus bellos atractivos y lo que fuera una realidad ensoñadora, inigualable, convertida en una pobre cosa que está ahí tratando de señalar su patética suerte? Con su agónica presencia, sabiendo cual será el destino de lo poco que nos queda, aunque no muera su pasado, porque estará siempre en el recuerdo mientras el hombre viva cautivado de tanto embeleso.

Es más bella la ladera desde Martiánez en toda su extensión hasta que se nos pierde de vista en dirección opuesta; realmente, cuando he bajado a la playa, para verle mejor, he comprobado que me he quedado corto en mis manifestaciones poéticas al describirla. Habría que empezar de nuevo... Habría que tener una sensibilidad especial, tendría que escoger las palabras y buscar la más elocuentes, que dudo estén a mi alcance. Tendría que emborracharme de ternuras e implicar a mi alma, y delirar enloquecido de entusiasmo por sus exóticas veredas, sin turbar la paz que le rodea ni alterar su maravillosa imagen... ¡ Habría que soñar despierto!

Desde la arena, viéndole con reverente pasión, me dominan sus profusos atractivos, hay en todo ello mucho esplendor todavía. Hasta donde mi cansada vista me permite ver, le contemplo cada vez más extasiado, como si hubiera de improviso renacido todo lo que echaba de menos, para calmar mi desazón: cual aurora refulgente diseñada por la mano omnisciente de nuestro Creador... Así se advierte en mi voraz contemplación...



Puerto de la Cruz, a 27 de junio de 1994
Publicado en el Periódico EL DIA: 09.10.94

La Paz, su bella ermita de San Amaro y el Valle...


Es cierto, cuando digo que entonces hubo un esplendor muy singular en los bellos rincones de nuestras Islas Canarias, en general y muy particularmente en nuestro Valle de La Orotava. Aunque lejos estén las vivencias, ellas se han perpetuado con la presencia de los perdurables recuerdos.

La Ermita, hoy acogedora Iglesia de San Amaro en La Urbanización de La Paz, antes estaba circundada por exuberantes y bien cuidadas plataneras y floridos árboles juntos a los impresionantes cipreses muy abundantes en esa privilegiada zona agrícola y, un tanto reservada, por lo que no era transitada habitualmente por cualquiera, a excepción de un núcleo determinado y de algunos extranjeros curiosos y celosos estudiosos traídos por los encantos de su entorno.

Su denominación transmitía acopio de ternuras, sugerencia de sosiego y tranquilidad, solo alterada con cierta armonía, cuando al caer la tarde cientos de aves de diferentes especies regresaban a sus nidos y sus gorjeos, arrullos e instintivos juegos, alegraban ese silencio a veces prodigioso de aquella tranquilidad sorprendente. Cada amanecer, ante que sonaran los clarines del alba los gallos ya correteaban entre la maleza y se oían desde los más apartados lugares el eco de sus viriles y alegres cantos. Los caminos cobraban vida, se animaban por la presencia de las hermosas vacas y becerras que eran llevadas por los gañanes de un lugar a otro en sus tareas campestres cada mañana. Y las bestias transportaban cestas repletas de verduras frescas y olorosos frutos tan abundantes en la época cuando el Valle reverdecía en toda su extensión; había agua por doquiera y hasta parece que sus gentes fueran diferentes, más amables y generosas. Cuando cualquier rincón canario era un vergel de inagotables recursos y bucólico esplendor. Estas consideraciones que me hago como glosa de una nostálgica adhesión en los tiempos que, según la evolución social nos están dado vivir, me incita a revelarme ante la evidencia...

Ante el ruinoso desastre perpetrado desde estos últimos decenios en el Valle de La Orotava, pienso que no habrá reposo en sus conciencias, ni descanso en nuestras protestas, todos hemos sido injustos con el patrimonio rural, hemos preferido la suntuosidad urbana imitando a las grandes ciudades turísticas, en detrimento de nuestras bellezas naturales. La verticalidad del suelo, en su vertiginoso ascenso, anuló la fértil fisonomía en nuestros campos y en nuestras costas mutilaron los románticos bajíos que tanto deleitaron a nuestros primeros visitantes, que esos sí, entendían de turismo ecológico y ambiental. Recordemos, cuantos estudiosos e insignes investigadores universalistas recalaban en nuestras costas con ilusión altruista y cuantos cientos de libros en el mundo entero hablan de las Islas Afortunadas... Esta fue la meta de algunos eruditos que me vienen a la memoria y, a los que debemos el más respetuoso homenaje... Hoy el turismo es otra cosa, pan para hoy y hambre para mañana, no lo olviden.

Se han quedado atrás otras épocas, que nunca han podido ser superadas por que el hombre se degrada paulatinamente, tornándose inconsciente e irresponsable ante sus propios hechos y cuando dispone de mejores recursos los desaprovecha deliberadamente buscando otros derroteros egoístas donde cebarse y sacar sus propios beneficios. Pero la dignidad de aquellos luchadores rurales, en el recuerdo de algunos de nosotros no muere.

La Paz y su Ermita de San Amaro, están hoy dentro de mi alma; qué extraña sensación al imaginarme los tranquilos lugares, desviando el pensamiento hacia el pasado, de aquella tierra fresca y sombreada por el verde platanar y los angostos senderos por el florido abundante de su exuberante flora... Los caminos que señalan mi exaltada imaginación, me llevan con atribulada inspiración a todos esos rincones idealizados, quizás si, pero amados hasta la saciedad, por ser ellos fuente evocadora e histórico pulso poético, de todo aquello que, "miserablemente" hemos destruido. Ya de nosotros, sólo quedan los recuerdos: lamentable sentencia que hemos de sufrir eternamente. Mi viejo y lindo Puerto de la Cruz, ¿qué hemos hecho contigo, cuántos jirones en tu piel ya existen?. Lo mismo digo de los demás municipios del Valle y todo su histórico entorno rural, indudablemente más afectados que la acogedora ciudad turística. Y se sostienen y alimentan esperanzas de ser cada vez más bellos sus atractivos pueblos. Sin olvidar que antes eran todo un vergel, eran un sueño, de irresistibles encantos.

Desde lo alto se extasiaba la vista contemplando la verde extensión del Valle y sus bellezas naturales, la alfombra de su epidermis reverdecida se deslizaba hasta llegar a la costa, desde los otros extremos de La Orotava y se prolongaba, pasando por Los Realejos, lamiendo montañas y costas, queriendo besar todo el cono norte de la isla. Dejaba ver sólo las profundas hendiduras de sus tranquilos barrancos de escabrosas paredes y pronunciadas pendientes, en cuyo silencio y allá, en sus peñas más altas, el águila y las demás rapaces vigilaban la actitud confiada de las sumisas especies que adormitaban bajo el sol abrasador entre las ramas de los hierbales...

Caí en la trampa de mis debilidades, una vez más, y atrapado entre los recuerdos siento como herida mía los zarpazos que hoy sufre el pelaje alborotado de mi pobre Valle..
Nunca tan cierta la locución verbal que dice: <> Sólo que, dentro de mí queda una rabia que no contengo, y quisiera alentar mi ánimo dando un grito que llegue a las conciencias de nuestros pueblos... ¡Por favor, piedad..! ¡Que no muera lo poco que ya nos queda...
Y en la paz y su Ermita, decir, que en ese sagrado recinto, a veces me he refugiado, y disfrutando esa tranquila sensación de aplomo que su recogimiento inspira, he oído mis íntimos lamentos respecto a los destrozos ecológicos que sufren nuestros pueblos y sus campos, al mismo tiempo he sentido la vergüenza de mi impotencia física ante tales atentados; todos visibles, que no se trata de una simple pesadilla, están ante nuestras impávidas miradas cuando va muriendo nuestro Valle, donde trabajaron aquellos viejos campesinos, entre sudor y lágrimas, para que hoy lo linchen despiadadamente como lo están haciendo... Y que valiente es mi Valle, que aún no muere, a pesar de todo el daño que cada día le hacen... Como si en las noches calladas las cálidas brisas le alentaran con sus reconfortantes caricias, ese mágico aliento que baja desde las Cañadas del Teide. Parece que intenta resistirse, pero no puede.

Puerto de la Cruz, a 07 de enero de 1995
Publicado en el Periódico EL DIA: 14.01.96

La Plaza de Europa inspiradora de sueños


Retomando el pulso nostálgico del acontecer, vuelvo a la Plaza de Europa por que me gusta el lugar y confieso hoy, que cuando comenzaron a construirla muchas veces critiqué en mi fuero interno y desde el punto de vista ecológico, lo que estaban haciendo. Ahora felicito a quién o quiénes tuvieron la idea de la ejecución de tan bello arquetipo y al arquitecto que la diseñó.

Parece como si uno se sintiera transportado a otros tiempos ya pasados y desde ese mágico escenarios esperáremos una trifulca naval, una sangrienta batalla... Una agresión bélica de temidos bajeles piratas e intrépidos bergantines asomaban su arboladura hasta en el sueño, y ya estuviéramos esperándoles al lado de los cañones que poseemos apuntando a la mar enfurecida; expectantes a la primera vista de esos mástiles enemigos que asomaran allende, por el horizonte. Todo el pueblo estaba siempre en pie de guerra... Y hasta me parece escuchar el rugir de los cañones disparando con disciplinada rapidez contra los objetivos invasores que sucumben progresivamente ante el valeroso empuje de nuestros bravos hombres. Veo hundiéndose las últimas naves y es evidente que la victoria es nuestra. El pueblo grita de alegría a pesar de las bajas sufridas y en la Plaza veo ondear la bandera de Canaria como un símbolo innegable de nuestra identidad, elogiando nuestro valor patriótico ante el despiadado enemigo.

La Plaza de Europa tiene otro sentido, más poético, es el faro de nuestra amistad e idiosincrasia "canaria" dirigida hacia todos los pueblos del mundo, desde el ancho océano, no solo para Europa, para la cual, sí representa un argumento político y económico, un cartel cuyo texto expresa solamente amistad y solidaria participación para la solución de nuestros comunes problemas europeos. Así pues, mis poéticos sueños medievales son sólo cosas mías, con ello he querido alegrar el espíritu evocando del recuerdo de históricas épocas pasadas, escudriñadas con ilusión y mesura, dándole a los sufridos protagonistas el valor imperecedero de sus grandes hazañas.

Cada viejo fortín de Puerto de la Cruz, igual que todos aquellos que aún se conservan en nuestras ínsulas canarias, verdaderas joyas de nuestro patrimonio histórico, tienen su propio protagonismo, donde lucharon a sangre y fuego, por la defensa de nuestra tierra, merecen otra mención aparte.

Hoy estaba en la Plaza de Europa rondando por su bello enclave y fui invadido de improviso por los duendes de mi inspiración para acabar delirando como estoy. Pudo haber sido en el Castillo de San Felipe, en San Telmo, en cualquier otro lugar de este encantador Municipio. Esas realidades históricas tienen su propio sello, escudos y blasones, de historia y leyendas, que justifican nuestra presencia en este bello marco social a través de los años con ganada admiración.

Comenzó mi idílica percepción admirando los históricos cañones ubicados en las terrazas de la citada Plaza que están allí como guardianes celosos del arquitectónico y ejemplar enclave. Entre esas potentes armas de fuego, encontramos, comenzando por: "HIPONEME" Cañón de bronce de calibre de a 16, de a cargar por la boca. Fue fundido en Barcelona por Francisco Mir en el año 1.730 durante el reinado de Felipe V.

Montado sobre una cureña de marina y cargado con 10 2/3 libras de pólvora, podía tirar balas esféricas de hierro fundido de 17 libras de peso hasta 1.440 toesas (2.800 metros).
Luego le sigue "JUPITER" con las mismas características, pero construido en el año 1.733.
Seguimos con el cañón "MALACAYO", también de bronce (viejos bronces de Solana y Marnola) calibre de a 12 corto, de a cargar por la boca. Fue fundido en Sevilla en el año 1.802, durante el reinado de Carlos IV. También montado en una cureña de marina y cargado con 8 1/2 libras de pólvora podía tirar bolas esféricas de hierro hasta 1.335 toesas (2.600 metros).
Hay otro con la insignia del Duque de Alba, ( escrito así en una reseña gravada en el) se que pertenece a la época del reinado de Felipe IV y que fue construido con cobre de México (Río Tinto).

Y ya, por últimos en el extremo de levante hay dos gemelos, de a 9 cortos, reglamentarios para Baterías de Posición (R.O. de 7 de Agosto de 1.878). Fueron fundidos en Sevilla en 1.884 y 1.886 con bronce comprimido e iban montados en cureñas de chapa, modelo 1.877.

Con una carga de pólvora de 1.4 Kg. podían tirar granadas de 6.35 Kg. de peso a 6.000 metros. Todas estas valiosas piezas son un Depósito del Museo Militar Regional de Canarias, del Ministerio de Defensa, en Noviembre de 1.992.

Fue una mañana apasionante y el encuentro apacible frente al viejo mar, desgranando recuerdos entrelazados, guerras, amor entre ese bello mar y el cielo, cantos de gaviotas y viendo la gente disfrutar del lugar. Viendo tan de cerca todo el Valle despertar, desde la misma costa, sentí largo rato mi corazón henchido de un sentimiento especial, estaba siendo objeto con mi presencia allí, de una sana complicidad con el mar como leal testigo, participando de tan hermoso protagonismo y orgulloso como nunca, de haber nacido tan cerca de ese singular lugar...

Puerto de la Cruz, a 30 de mayo de 2.008
Festividad Canaria

Cada atardecer desde la distancia

Serenas noches de mi entrañable pueblo marinero, noches tibias y sensuales. Algunas veces, bajo el influjo de la luna llena, su calidez sosegó a mi espíritu; y sentía cada vez más apego y me inquietaba más por todas esas cosas tan maravillosas propias de aquella tierna edad, con esos claros de limpia luz, mientras me asaltaban los recuerdos... Iba por los callados caminos del blanco caserío tras el recuerdo de viejas vivencias dejadas en sus discretos rincones, testigos fieles de esas imborrables horas vividas al amparo de las sombras, cuando rondaba por esos deliciosos lugares...

Desde la cima esperaba en el aburrido atardecer, cuando el preludio de la noche se iniciara y el astro declinara enrojecido sobre las inquietas aguas en el fulgurado ocaso, al reflejarse donde pareciera que se juntan en la distancia, entre el mar y el cielo, cual caricia fogosa de llameante luminosidad. Y luego, en la negrura de la noche perderla cuando el cenit ilusionado se apaga. Bajaba a la playa, tal vez buscando en su silencio el gemir de las olas o para sentirme acariciado por la cálida brisa de la orilla, generosa y apacible, imantada de afectivos recuerdos y frescos aromas.

Ver morir al sol en su agónico descenso desde la húmeda arena, me producía sensación de angustia y si acariciaba la incesante y suave espuma que dejaba el inclemente oleaje, me transmitían desamparo y amargura y a la vez insólitas delicias que me obligaban a exclamar, en soliloquios, susurros que escapaban de mis labios sedientos, soplos de aliento animados con el canto de la constante brisa, mientras buscaba rutas soñadas, navegando en silencio con mis proyectados pensamientos, hálitos sentimentales.

Y al cabo del tiempo, aún contemplo cada atardecer y los fulgores que preceden a las noches “el sol de los muertos” y mientras consumo mis últimos días, agradezco a Dios no sentirme tan solo en estos placenteros momentos. Cada atardecer, desde la distancia, siempre recordaré con nostalgia el viejo caserío y sus playas...

Escuchaba el ruido sordo y persistente de sus aguas después de rebasar la orilla, dejando sus burbujas heridas dispersas sobre la estática y negra arena como el gemido de un llanto entrecortado, entre suspiros; o escucho, el canto de bellas sirenas y el sollozar de las solitarias caracolas entre las rocas prisioneras. Sentía entonces, la brisa cual si fueran sus cálida caricia, soplos de lamentos y me adormeciera su familiar contacto, como un extraño sentimiento.

Cada noche en mis sueños, me hacía a la mar. ¡Tal vez buscando el tiempo perdido! Y las cosas que quedaron atrás, mis escasas pertenencias y tanto calor de los seres queridos anclados en mi pueblo, aquel que antaño fuera tan nuestro y tranquilo.

Puerto de la Cruz. 31 de mayo de 2.008

24/5/08

Vislumbrando la bocana del muelle en silencio...

Sobre la mar, con el vaivén de las olas, las rosas que te obsequié se deshojaban solas... Sus encendidos pétalos se dispersaron buscándote y la estela que dejaron, indicaron el rumbo de mis sueños, hasta hallarte.

En este tranquilo lugar, junto al mar, nunca ha dejado de oírse el rumor de las olas, que, como cántico marinero, guardan los más hermosos secretos y dicen que han sido confidentes de muchas historias y aventuras soterradas en sus profundidades, protagonizadas por nuestros viejos marinos.

Tal vez no sea yo la persona más indicada para glosar y elogiar a todas aquellas mujeres, las pescadoras o gangocheras, del Puerto de la Cruz. Aún conservo el recuerdo, de cuando sólo era un niño, de verles subirse en las guaguas, para llevar su mercancía a los municipios que conforman el Valle de La Orotava, y algunas veces, también hacia Santa Ursula, La Matanza y La Victoria. Las cestas iban repletas de los elementos del mar y regresaban también repletas de los productos del campo, para resolver el principal problema, que era el de la comida. Siempre se sentaban atrás, así controlaban la escalerita que conducía a la capota, por si acaso... Durante el trayecto, todas tenían algo que decir, y cuando no, hablaban a la vez y se reían con sus chistes y ocurrencias. Y el resto de los pasajeros se divertían con ellas, quienes hacían sus amistades comerciales. Las pescadoras de Puerto de la Cruz tenían fama de buenas conversadoras y quienes cayeran en desgracia con ellas, que se cuidaran. No tenían pelos en la lengua, ni papas en la boca... Al pan pan...

Luego fui creciendo, ya iba solo por la Pescadería y desde entonces, me atrajeron, dichas señoras, por su particular forma de ser y espontáneo comportamiento, nada desdeñable, y por tantas historias que siempre contaban mis mayores y el resto de los mayores del pueblo, incluyéndoles a ellos, claro está. Mi padre, Enrique González Matos, que en la Gloria esté, era el Practicante en Medicina Oficial de los Pescadores y funcionarios del Ayuntamiento. Los conocía bien a casi todos. Por esa circunstancia nos acercaba más. Aún me asombra cuando hablan de mi viejo, con el cariño y respeto que lo hacen. Sólo Dios sabe porqué. Cómo hubiera disfrutado al saber que se le ha rendido en nuestro pueblo, tan sentido homenaje, a todas aquellas mujeres, incansables trabajadoras y ejemplares madres que, con tesón y tantos sacrificios y no pocas privaciones, sacaron a sus hijos adelante, llevando al campo, pueblos y villas las hermosas capturas logradas por los hombres de la casa, con el riesgo de sus propias vidas, pasando frío en alta mar y expuestos, cada noche, a los cambios de mareas y vientos, bajo la lluvia... Mientras en tierra firme, sus sufridas mujeres e hijas, rezaban por que volvieran sanos como cuando salieron a la mar. A veces en la playa, en el Muelle pesquero, desde las santas horas de la madrugada, se veían algunos de sus perritos esperándoles para recibir las primeras caricias de sus amos. Alguna vez naufragó la barca y se hacía tan profundo el silencio en la bocana, era tan frío el mensaje... que hasta los perros entendían esa soledad sobrecogedora y no se apartaban de la orilla, mirando insistentemente a la mar con expresión de reproche, e incrédulos insistían con la vidriosa mirada por si se hubieran retrasado, esperando que volvieran.

Así, pues, dedico estas sentidas y humildes líneas, a todos aquellos pescadores que una vez salieron y no volvieron por designios del destino, y a sus familiares que también lo sufrieron en su soledad; y al resto de las mujeres homenajeadas con tan hermosa réplica erigida en la explanada de la playa del Muelle, acariciada por las briznas marinas, yodadas y salitrosas de nuestro litoral portuense.


Puerto de la Cruz, a 17 de abril de 2.008

El primer carro de la basura y su burro

Por pura casualidad, llegó a mis manos una vieja fotografía, la misma que ilustra este espontáneo artículo, la cual me produjo cierta sensación de nostalgia. Con los recuerdos retrocedí en el tiempo, evocando de aquella época, vivencias enternecedoras. A tal grado llegó mi exaltación, al sentirme nuevamente muchacho, que me vi aferrado a tantos y tan viejos recuerdos de aquellos días lejanos e irrepetibles; y tiernos, para la generación de entonces, en la que, dada nuestra conformidad, ignorábamos el paso de las horas y del tiempo presuroso, cuando íbamos acercándonos a la madurez y a la responsabilidad inherente de la misma edad. Los juegos iban siendo relegados por las tareas del colegio, amén de otras tantas obligaciones. Cuando comienza aflorar el sentimiento de la angustia, el miedo a lo prohibido y las primeras sensaciones sentimentales que nos iban sorprendiendo... Todo aquello que perdimos con el paso del tiempo y que, quisiéramos o no, siempre íbamos a evocarlo.

Con frecuencia, por las calles adoquinadas y callejones del Puerto de la Cruz, solíamos deleitarnos, entre otras muchas cosas, viendo rodar el carro de la basura, tirado por un sumiso burro, cuyo amo era D. Domingo Perera Abero (conocido por “El Fatiga”), entonces Jefe de Limpieza del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, (no aparece en la foto). Después de recoger la basura y llevada al barranco San Felipe, allí la quemaban. A continuación volvían, ahora a recoger la comida para los cochinos que criaba el mismo.

De pie, sobre el carro, vemos a don Felix Perera Ramos, hijo de “El Fatiga” cuando era un jovencito, y ¡si será casualidad!, acabar siendo yerno de D. Manuel Florentín Plasencia, de sobre nombre “El Canterrio”, vecino del barrio San Antonio, quien en la foto va caminando... Esta instantánea está tomada allá por los años cincuenta; y el camino por donde transitan, todo sembrado de tarajales, se llamaba “Cuesta Mariña” por debajo de la finca y casa de don Juan Galán, entre ese lugar y El Charcón, lo que es hoy Playa Jardín.

Recordamos a don Manuel, con su cigarro entre los labios, serio y pensativo, ir de un lado a otro, con sombrero, alpargatas y en mangas de camisa. Era un hombre bueno y tranquilo, hasta que alguien tratara de molestarlo.

Así, como don Domingo, su hijo Felix (aún entre nosotros) y don Manuel, hubo muchos hombres que bien se merecen el homenaje del recuerdo, porque han dejado, como buen ejemplo, su paso por la vida, a veces en circunstancias muy difíciles, sin desfallecer en ningún momento. Cada persona de aquellas, contribuyeron sin darse ellos cuenta, al bienestar económico que hoy gozamos. Fueron leales a sus familias, las cuales salieron adelante, a costa de sus sacrificios y muchas privaciones... Desde los más humildes, todos, los de ayer y los de hoy, por supuesto, somos eslabones imprescindibles para la consolidación de nuestra singular idiosincrasia; y de nuestras conductas dependerán los éxitos que vayamos cosechando. ¿Será la semilla que sembraron nuestros ancestros en este suelo fértil y generoso? No lo pongamos en duda jamás, es la herencia recibida, la mejor de las herencias... Los buenos ejemplos, vengan de quienes vengan.

Como anécdotas... ahora hablemos de burros. En el Puerto de la Cruz, respetamos y consideramos también a los animales. Hubo una época, hace muchos años, aunque no tantos, fueron protagonistas de excepción dos cuadrúpedos más, aparte del mencionado de la basura, denominados, uno, el burro Sarguito y la otra, la mula de El Fielato. Ambos destinados para el reparto de mercancías, el primero de don Tomás Reíd y la otra del comercio El Fielato, cita en la calle La Marina. Ambos tiraban de sus respectivos carros y como el pueblo era pequeño, a veces se cruzaban en el camino y los animales al enfrentarse, entre ellos surgía el inevitable ceremonial que duraba unos segundos, mientras los baquianos o arrieros se saludaban, liaban algún cigarrillo y hablaban sus cosas, los cuadrúpedos enamorados disfrutaban del encuentro a través de sus melancólicas miradas y los correspondientes rebuznos y movimientos de orejas. Dicen las malas lenguas del pueblo, que hay hasta escritos, que rezan, que una vez fueron, o que fue al pasar, se detuvieron frente a la casa de un retratista, y que se hicieron un retrato. La prosa dice así: “El burro Sarguito y la mula de El Fielato, una tarde fueron hacerse un retrato...” Instantánea que no he podido conseguir. Sólo para el recuerdo, para acompañar e ilustrar esta nota social. En otra ocasión hablaremos de los camellos del popular Lázaro.Así se escribe la historia, un poco de cada cosa y sin olvidar a nadie, con la mejor buena fe, despolvando los recuerdos y acariciándolos como un preciado tesoro.

Puerto de la Cruz. año 2.000

Mágica Ciudad de emotivos reencuentros



Apartado, en un tranquilo rincón de mi hogar, hallándome solo y entre tanto silencio, mi mente fue acumulando distintos pensamientos que a la postre bullían sin orden ni mesura. Instintivamente busqué algo a mi alrededor, denodadamente, necesitaba desahogar, librarme de la aguda emoción que me embargaba en esos extraños momentos. Súbitamente sentí miedo de la soledad y busqué maquinalmente donde escribir, dejar alguna constancia, que las ideas, los pensamientos aquellos que me asaltaban hallaran lugar donde quedar literalmente reflejados, como quien necesita testamentar un sentimiento virtual, sin demora alguna. Pero las palabras brotaban desordenadamente, como si también temieran no caber, ni en el tiempo ni en el arrugado papel... La vista se me fue nublando; y las estáticas paredes del lugar donde me hallaba, imaginativamente, se fueron abriendo, resquebrajándose... Sólo mi mente voló a través de ellas y se expandió afuera, como se expande la luz sobre las tinieblas, me sentí liberado, yendo por las calles del pueblo buscando a las gentes; mi mente, avanzó solícita tras el bullicio de la misma vida que discurría resplandeciente con las luces de la ilusión... Salí de mi encierro transitorio por temor a hallarme solo sin la cálida presencia de lo cotidiano.

Entonces, ante la evidencia, me fui dando cuenta de lo hermosa que es la vida entre las gentes, y caminé, llevado por el pensamiento, desde mi cautiverio hacia la ciudad, y la hallé como nunca la había visto, experimenté la natural nostalgia al percatarme del tiempo perdido, de la grata visión al asomarme y ver nuevamente cada lugar, cada rincón amado, al descubrir por primera vez sus múltiples encantos. Cada motivo me decía algo íntimo. Poco a poco fui recuperando las ganas de vivir y con mi emocionado interés logré la paz de mi espíritu, oculta momentáneamente en los entresijos de la ciudad con su enorme oferta de increíbles motivaciones y extraordinaria forma de disuadir y enriquecer tantas extrañezas de la vida. Ello, recuperando todo aquello que creí haber perdido para siempre. Lo tuve todo a mi alcance: pasado y presente, y hasta pensé en un posible porvenir haciendo otra vez planes...

La mente es como el potro salvaje, galopa ligero y sin mirar hacia atrás, cubre todas las sabanas y trepa por los sinuosos senderos del recuerdo como el aire movedizo de la tempestad. Y como el ave migratoria, elevando su acrobático vuelo sin dejar de batir sus livianas alas, hasta superar las alturas que sólo pueden alcanzarlas los pensamientos.
Puerto de la Cruz, a 21 de mayo de 2.008.

Documento histórico del siglo XVIII



Por considerarlo histórico e importante, desde el punto de vista político y cultural para aquellos a los cuales pueda interesarle, tanto como por lo anecdótico, he rescatado de la Gaceta de Madrid (Año CCXVII.= Núm. 108. Tomo II.- Pág. 153) de fecha: Jueves 18 de abril de 1.878, la Real Orden que dice así:
Habiéndose resuelto de conformidad con lo propuesto por la Sección por Real órden de 14 de Junio último el expediente instruido con motivo de las diferencias surgidas entre la corporación y la empresa, esta última en junta general celebrada el 6 de Julio siguiente dió ámplias facultades á una comision de accionistas para llevar á cabo el arreglo con la Municipalidad.
En instancia dirigida á la misma hizo presente la comision el perjuicio que se produciría a la comunidad de regantes y al país en general de cumplimentarse en todas sus partes la mencionada Real órden, pues de entregarse las aguas del abasto público por el barranco del Burgao, según aquella dispuso, no podría aprovechar la Sociedad las 200 pajas que fluyen en la galería baja, cuyo usufructo pensaba adquirir, perdiéndose en el mar una riqueza tan importante; por lo que suplicaba al Ayuntamiento excogitase el medio de conciliar todos los intereses.

La Junta municipal en sesion convocada al efecto del dia 29 de aquel mes, en vista de las manifestaciones de la Compañía, y teniendo en cuenta, entre otras consideraciones, que las aguas de la galería baja, dada su poco altura, no podian dedicarse al riego, y sólo utilizarse en el abasto de la poblacion, y que lo que favorecía á la empresa y no perjudicaba á los intereses locales debia tolerarse y consentirse, acordó por unanimidad acceder á lo solicitado por aquella bajo las condiciones siguientes:

1.ª El Ayuntamiento permitirá que la Sociedad entregue el raudal de aguas que fluye de la galería baja (siempre que no baje de 200 pajas) por el acueducto, hoy sin uso, del Municipio, y este las percibirá en el callejon del Burgao, garantizando dicha Sociedad la perpetuidad del expresado volúmen por aquel sitio, y cediendo el Ayuntamiento á la comunidad de regantes (sólo para este uso y dicho caso) aquel trozo de acueducto.

2.ª La vigilancia, conservación y reparacion de la expresada atarjea desde el callejon del Burgao hasta la galería baja correrá á cargo de la Sociedad, sin que el Municipio tenga que hacer ningun gasto por ese concepto, ni para la reedificacion de dicho trozo de acueducto en todo ó en parte si se destruye por la caida de rocas ó por otra causa natural ó fortuita, aunque expresamente no se mencione.
3.ª La Sociedad canalizará de su cuenta las aguas de la galería baja desde las nacientes hasta el acueducto del Municipio, reparándolo y cubriéndolo desde aquel punto hasta el callejon del Burgao á fin de que reuna las condiciones de limpieza, higiene y salubridad indispensables para el servicio del vecindario, sin que la Sociedad pueda destinar las aguas á otro uso que al abasto público.

4.ª Si por cualquier accidente se interrumpiese el curso de las aguas desde el expresado callejon hasta las nacientes de la galería baja, la Sociedad tendrá la ineludible obligasion de poner sin demora en el acueducto del Municipio 215 pajas de agua de las que corren por su atarjea y salen por la galería alta (en donde están las que corresponden al pueblo), las que provisionalmente y mientras la Sociedad repara la interrupcion correrán por el punto que ámbas partes crean más conveniente, y que se ha de designar ántes de celebrarse este contrato. Si hubiese negligencia en el cumplimiento de esta condicion, el Municipio podrá de oficio poner corrientes las aguas por medio de zanjas, por el pasaje que de antemano ha de señalarse, á fin de que el pueblo no esté privado ni por un momento de un artículo tan indispensable para la vida.

Y 5.ª Si en algun tiempo la Sociedad no pudiese ó no le conviniere entregar el raudal de aguas que fluye de la galería baja, en ámbos casos tendrá que dar 215 pajas de agua de la galería alta por medio de acueducto cubierto que contruirá por el callejon del Burgao, desde su atarjea hasta la del pueblo; y el Ayuntamiento renunciará para siempre el derecho que pueda asistirle á exigir de dicha Sociedad mayor caudal de aguas. Si la Sociedad no cumpliese sin demora con esta condicion, el Municipio podrá constuir de oficio, y á costa de aquella, el mencionado acueducto por el callejon del Burgao.

La Comision provincial opina que procede aprobar el contrato por considerarlo equitativo y ventajoso para ámbas partes.

Remitido el expediente áinforme de la Seccion de Real órden de 24 de Noviembre último, nada tiene que observar de verdadera importancia acerca del proyectado contrato.

En él aparecen bien afianzados los derechos é intereses del Municipio del Puerto de la Cruz, previéndose todas las contingencias que en la ejecucion del contrato pudieran surgir, y dándole una solucion útil y conveniente á los intereses del comun.

Aunque en el expediente no consta que se haya hecho el análisis de las aguas, ni la altura que tienen las de la galería baja, circunstancia que hubiera sido del caso comprobar para demostrar que en ninguno de esos conceptos se perjudica al vecindario con el cambio de dichas aguas por las de la galería alta á que el pueblo tiene derecho, como esta omision puede subsanarse fácilmente, bastaría, en sentir de la Seccion, que ántes de otorgarse la escritura se justifique que las aguas tienen buenas condiciones potables, y la altura conveniente para elevarlas, si fuera preciso, a los pisos de las casas.

Hecha esa constancia y especificándose por cuenta de quién han de ser los gastos de escritura, registro, impuesto de derechos reales (sise devengasen) y demás, la Seccion entiende que puede V. E. conceder al contrato su superior aprobacion.>>
<<>
De real órden lo digo á V. S. para su conocimiento y demás efectos, remitiéndole adjunto el expediente de referencia. Dios guarde a V. S. muchos años. Madrid 25 de Febrero de 1. 878.
ROMERO Y ROBLEDO.
Sr. Gobernador de la Provincia de Canarias. >>

Hurgando en las viejas estanterías de los dormidos Archivos, desempolvando esos resquicios del pasado en busca de algún retazo sentimental, hallamos, a menudo y sorpresivamente, un fiel documento, una estampa que se aviva y a la vez nos enriquece, un documento anecdótico que no deja de ser actualidad permanente en el plano cultural y social de un pueblo con historia propia.


El día 19 del presente mes y año, leí en este mismo Periódico, que Puerto de la Cruz recuperará el chorro de la Calle Blanco. La edil de Servicios Sociales Ángeles Marrero anunció la inauguración del mismo, después de rescatado y restaurado, la cual tendrá lugar en la víspera de San Juan, día en el que es costumbre enramarlos con flores, frutas y verduras.


Puerto de la Cruz, noviembre de 1.993

21/5/08

Cantos de la mar que traen los vientos...

Sentí un reparo intenso mientras descendía por la empinada y sombría escalera que conducía algún lugar nuevo, al menos para mí. Todo había sido hasta entonces sorpresas. Mis obsesivas y curiosas inquietudes de ese día habían despertado el deseo de echarme andar hasta lo más lejos posible del entorno habitual y busqué en los lugares más apartados nuevas sensaciones que rompieran la tediosa monotonía que a veces nos mal condicionan enturbiando las escasas, pero gratas perspectivas y que tantas veces hacen sentirnos como sumidos en el trágico abandono de tal o cual persistente melancolía. Pero la vida, con todos sus encantos de excelentes atractivos y motivaciones, está presente en todo aquello que se nos aparece y nos sorprende, que nos ilusiona y también nos atrae e incentiva a nuestras fuerzas. Y los sentidos que nos despiertan a veces en el extraño mundo de los ensueños pasajeros... La Creación está presente en todo cuanto nos rodea y allá donde no podamos llegar materialmente logramos conseguirlo con el pensamiento.

Con estas meditaciones había continuado el atrevido descenso. Ante de llegar a los últimos peldaños de añosas piedras, ahora mugrientas, húmedas y medio desplazadas, medité calladamente, con cierta amargura que no podía disimular... Entonces advertí, que el silencio se acentuaba, hasta el punto de sentir mi respiración entrecortada en esos abandonados momentos, verdaderamente, me sentí más solo e impotente, ciertamente, tuve deseos de retroceder; mas, no lo pude hacer por que oí, inesperadamente, el bullicioso revolotear de muchas aves que, advertidas de mis pasos huyeron despavoridas.


Avancé un poco más y me encontré con una enorme pared basáltica que descansaba en la fértil lomada que sobre el acantilado reverdecía bajo los influjos del candoroso Sol y cuya frondosa vegetación me devolvía en esta especial ocasión aquellos ánimos perdidos mientras bajaba la empedrada y tosca escalera que me sobrecogiera tanto.


Abrí los brazos con ademán de triunfo y respiré muy profundamente... ¡Qué sensación tan sublime sentí entonces! Aquello parecía un sueño de esos que a veces vivimos y del cual no sentimos deseos de romperlos con el frívolo despertar y quisiéramos conservarlo para siempre.


En la verticalidad de la pared dorsal, al girar sobre mis propios talones, apareció regulares oquedades en el amasijo basáltico y de tamaños diversos, y algunas dejaban entrever manchas blancas - parece que las estoy viendo - de los excrementos de las aves que allí habitaban. Ahora mismo vuelven aquellas que huyeron, pero aún no se posan, han preferido dar algunas vueltas en reposado vuelo para observarme bien, ya que extrañadas estaban de mi espontánea presencia y con cautela fueron posándose donde sus respectivos nidos y ya interrumpían la paz de tanto silencio alcanzado, la alborozada alegría de sus crías que esperaban el calor y los alimentos indispensables.


Yo había descubierto un lugar ideal para la meditación espiritual. Conociéndole ya, desde ahora sería fácil llegar hasta él y me sentía el único dueño universal de ese pequeño mundo. Levantaría con piedras cuatro muros e improvisaría un techo seguro que me proteja del sol del medio día y de los céfiros vientos alisios. La convertiría en un santuario el apetecido lugar, improvisando un fortín armonizado siempre con la madre Natura... Abajo y un poco alejado está el mar, rompiendo con elástica suavidad los sueños del petrificado y milenario acantilado que no reposa, que sólo resiste y acepta acostumbrado las caricias nunca iguales de las delirantes mareas... Esas embestidas frenéticas, contundentes contra los estáticos peñascos del indomable "oleaje" como si fueran caricias del agua que les llega y ellos la rompen en blanca espuma que se dispersa uniformemente en todas las orillas del espléndido océano.


Al cabo de cierto tiempo, con la mente cargada de alucinantes proyectos, emprendí el regreso por el mismo camino, que ya no era el mismo quién lo transitara inflamado de curiosidad. Ahora iba seguro y sorpresivamente halagado, había hecho un gran descubrimiento, había hallado el lugar idóneo para mis furtivas huidas en busca de la tranquilidad... Ahora podría hablar con los ángeles sin ser interrumpido, las musas de mis sueños habitarían en ese misterioso paraje bien seguras de no ser turbadas y habría un celestial paralelelísmo entre los vientos y el canto que surge del mar... Y muchas veces hablaría con las aves del entorno y podría acariciarlas entre mis manos, sin que me teman por que les hablaría en su lenguaje amoroso, cuando desciendan hasta mi lado, como las musas. Y los poéticos fantasmas de mi inspiración se unirían también al feliz cortejo de mis idílicos sueños, entre la verde fronda y el ancho mar que nos baña calladamente y es a la vez espía a mi febril fantasía; donde desde su acariciable lejanía hasta sus cálidas orillas, arrullándome están con sus cantos, en lontananza y acariciándome desde sus costas, hasta poseerme, llegando hasta arriba, a mi santuario, con esa brisa tan suya que refresca su grata sinfonía y que tan dulcemente acompaña. El mar y el cielo, cómo se me parecen en mis sueños, y las cumbres de mi tierra, qué misterios descuelgan, parecen un reto el canto que de ellas llega, esos lamentos que se oyen, o es la brisa o son lamentos lo que estoy escuchando...



Puerto de la Cruz a 02 de enero de 1994.

Puerto de mar y de ilusiones donde los sueños arribaron...


Aún conservo en mi memoria aquellos lejanos días, viviendo las Fiestas de Julio... Entonces lo veía todo distinto, e indudablemente cautivado por las influencias habituales de la juventud. Todo eran sorpresas, emociones imposibles de contener y nada fáciles de olvidar, siempre sensaciones nuevas; y era allí, donde íbamos tan ilusionados a dar vueltas, en la Plaza del Charco, donde, esperándonos, estaban los amigos y las amigas... Entre todas ellas siempre había una que sobresalía, que no se apartaba ni un instante de la mente. ¡La de los sueños!

Y en las noches de rondas por las calles empedradas del viejo y atractivo Puerto de la Cruz, recordemos juntos, aquellas románticas serenatas al pie de la ventana de la muchacha amada y los largos paseos por la costa... Por las tardes, también recuerdo ir buscando a ultranza, las viejas tascas de la calle Mequinéz y sus aledaños, así como las de la calle La Lonja, El Presidio en Santo Domingo, el merendero típico y alegre de Felipe, en la playa de Martiánez, Mario en San Telmo, los aperitivos soberbios en casa de Don Casiano Verano y tantos otros. Hoy, a mi mente acuden esos recuerdos con el natural desconsuelo que hasta llegan a entristecerme; por todos los cuales, al evocarlos, siento la sensación de un vacío tremendo, como si al retroceder a esa época tan ausente, se me fuera, deliberadamente, el alma en busca de esas vivencias y quisiera recobrar aquellas ilusiones perdidas para sentirme tan feliz como lo fuera entonces, cuando creía alcanzarlo todo... Tradicionalmente, y por estas mismas fechas, el espíritu de mi pueblo parece que fuera creciendo, y se estimularan su idiosincrasia e imagen, como si se fueran animando con todos los deliciosos encantos de sus abundantes bellezas.. El Puerto de la Cruz se desvela en su espléndida condición social, cual si amaneciera deslumbrante de un fantástico sueño y se le viera risueño, brindándonos realidades multicolores en sus calles y plazas ahora abanderadas e iluminadas... Igual que en sus noches sensuales y bullangueras, amenizadas con los ritmos más exóticos de nuestras espléndidas orquestas con aires musicales bailables de diversos ritmos y las de los otros queridos pueblos del Centro y Sur de América, sones caribeños que tan gratamente nos contagian sus alegres cadencias tropicales. La sensibilidad de nuestras gentes se mezcla con la alegría del visitante que sabe poner la nota más expresiva en el acontecer de estos días con su presencia y participación en los variados eventos socio culturales a celebrarse. Es interesante ver sus vías públicas transitadas masivamente, y observar en los rostros de las personas asistentes esa disposición alegre y desenfrenada de plena participación fiestera. En estas fechas, cada año, el programa a desarrollar se amplía con el empeño de que todos sus actos religiosos y populares satisfagan lo más ampliamente posible y con ello transmitir también la condición comunicativa de los portuenses al recibir con gracejo la fascinante contribución foránea.

Innegablemente, siempre estamos de fiestas o al menos dispuestos para celebrarlas. El medio es propicio, entre otros motivos, porque la Ciudad aún conserva muchos de los antiguos rincones que nos recuerdan su identidad social primitiva; perdura, pues, su tipismo y folklórico acento, que es su sentimiento popular y, obviamente le pone de manifiesto; y, es por eso, que siempre está alegre y abierto a todas las corrientes sociales y culturales. Mas, por tantas razones, hoy es la meta más acreditada del turismo universal, lo que viene a corroborar cuanto he dicho a grosso modo. Pero en Julio, el Puerto de la Cruz se crece en todos los aspectos. La Primavera ha dejado sus lindas flores en honor a las fechas tradicionales señaladas, y en sus perfumes, el embeleso poético de una ofrenda sentimental a los Santos patronos. Aromas y fragancias que envuelven el aire que nos acaricia y respiramos... Las viejas casitas terreras que aún quedan se visten de blanco y destacan sus rojos tejados que anhelosos se proyectan hacia las alturas... Volveremos a escuchar el tronar de las tracas y demás artificios pirotécnicos... Y la pequeña bahía romperá su monotonía, conservando sus atractivos, engalanando sus bellas embarcaciones, que siempre nos recordarán pretéritas procesiones marineras sobre el ancho mar...

Son sus calles cauce de un caudal desbordado de religiosidad y civismo que convocan a reflexionar detenidamente en lo humano y en los vínculos religiosos que nos unen... Todo ello, en su conjunto, refleja esa solidaridad que distingue a sus gentes cuando se encuentran en ese ambiente tan propio, como es el que nos brinda la gran Ciudad Turística y, eminentemente, marinera; puerto de mar y de ilusiones donde los sueños más hermosos arribaron siempre.

El talante popular y alegre de sus natos moradores rompe a tiempo los esquemas negativos para imponer, en ese desafío, sus tradicionales sentimientos y para lucir su gracia universal en el ambiente cosmopolita que se vive, en el cual no se necesita agenda ni fortalezas, por que nada, decididamente nada, se les opone. Puerto de la Cruz es como una monumental roca basáltica de inmensas proporciones que rompe valientemente todas las adversidades que nos puedan llegar. Es el fortín de tantos sueños... Los años transcurridos han sido generosos con nosotros; hoy podemos rememorar aquellas andanzas, y evocarlas con ternura, soslayando lastimosamente todo lo que el progreso y el tiempo nos llevó. El que más o el que menos, sintió alguna vez, en ese marco dilecto, alguna ilusión... Quizás hoy lo recuerden algunos, los que nunca valoraron eso que se les fue de las manos y por lo que, en consecuencia, se lamentan tardíamente. Yo, en cambio, disfruto cuando llegan estas fechas, siento que me invaden los recuerdos de aquellas gentes, viéndoles ir en todos los sentidos celebrando el grato momento que vivían en sus calles, las plazas, la iglesia de Nuestra Señora de la Peña de Francia, y la dulce mirada del Gran Poder de Dios en su silente Altar, cual humilde y atrayente trono, fuente deificada de amor, humildad y paciencia. Y también, San Telmo. ¡Ay, cómo lo recuerdo todo, a pesar de los años! Mi infancia y mis amigos de entonces, aquella juventud..., años de embelesos constantes hoy rescatados en mi mente para con ellos despertar otros que han sido sueños aletargados pero igual de queridos, arropados todos ellos, en un rincón del alma para que nunca mueran... He vuelto a soñar aquellos alejados momentos y he sentido la ilusión de entonces, caminando sobre los vetustos adoquines de mi pueblo marinero, saludando a tantas buenas personas que te inspiraban afecto y confianza, gentes sencillas y nobles, ausentes muchos de ellos y tan presentes en mis recuerdos. Pueblo por el que siento gran admiración, por saber conservar la gran ilusión de mantener la tradición cristiana y popular de las Fiestas de Julio desde tiempos inmemorables, celebradas en honor al Gran Poder de Dios y su veneraba Virgen de El Carmen, de la forma acostumbrada y con el calor humano de siempre. Sea pues, esta inspiración espontánea y sincera mía, la razón más afectiva de una profunda y sentida plegaria de amor, rogando, un año más al Cielo, por el destino de nuestro entrañable Ciudad y toda la Isla de Tenerife. ¡ Una vez más en Julio!..Que llegue a cada rincón de sus hogares la dulce mirada de nuestra Carmela y el Gran Poder de Dios, que se posen cual divina bendición en el lecho de tantos enfermos... y les brinden su gracia divina y con ella recuperen las fuerzas perdidas... Y, a tantos compatriotas nuestros, que luchan en tierras lejanas en sus obligados exilios, que no muera nunca en ellos el recuerdo de esta tierra que nos vio nacer; para todos ellos también pido una sentida oración...

Así ama mi pueblo, aquel pueblito que fue creciendo hasta llegar a ser lo grande que es hoy. De todas formas, yo me remito al pasado, a aquel hermoso enclave a la orilla del mar, bañado por sus olas con olor a algas y yodo, bajo este espléndido sol, con sus brisas cancioneras que nos brindaban esperanzas marineras que despertaban en nosotros el deseo de amar y luchar... El deseo de buscar de la vida todos sus encantos...

Siempre será así en Julio y habrá muchas razones que nos pongan sentimentales. Mas, amorosamente mitigaremos nuestros pesares acompañando los pasos serenos y lentos de nuestras Veneradas Imágenes en su recorrido acostumbrado... Con ese disfrute espiritual hallaremos el consuelo necesario y las fuerzas para sobre llevar, dignamente y con provecho, esta vida hasta un próximo encuentro.

Puerto de la Cruz a 31 de mayo de 1996.

Playa jardín remanso de paz portuense

Pese a todo lo que se haya podido decir antes, yo haría un detenido esbozo, sin llegar a necesitar la mente despierta de un "genio", de lo que captan mis sentidos, saturados, hoy, de yodo y de salitre, gozando plenamente de los encantos que surgen en todas las direcciones; y que convocan a la meditación y a recoger, sin desperdicio alguno, todo lo que acontece a nuestro alrededor... Miento si no digo, que no hay estampa más bella y que recree tanto. Todo ello enmarcado dentro de unos parámetros mágicos, increíblemente seductores. Teniendo arriba la nitidez del azul celeste; y a mis pies, las arenas negras de Playa Jardín y el concurso abierto de esbeltas palmeras decorando el arenal junto a los espacios ajardinados, con influencias poéticas sorprendentes, que resaltan en todos sus niveles, magistralmente diseñados para agradar al usuario que los disfruta, por tantos detalles decorativos y sensiblemente exóticos... Sus parterres parecen lagunas multicolores que hubieran emergido del suelo libremente signados por la propia Naturaleza... Pero me consta, que sí ha intervenido el hombre en esta ejemplar manifestación artística, han sido capaz de convertir la desembocadura de un barranco en un lugar envidiable y está en su ánimo conservar dicha estructura ambiental y ecológica, contando con la preciosa colaboración de todos los beneficiarios, como no, para seguir mejorando y ampliando dichas instalaciones.



En ese cálido y ensoñador lugar, la flora autóctona emula a un perennal verano, bajo el mismo sol y con el arrullo de las olas que languidecen, al romper su furia cuando llegan a la orilla, tornándose mansas como una sutil caricia... propinando un verdadero remanso sus cálidas aguas, y que la suave brisa sobrenada en la luz que destella...



Viéndole desde el soleado paseo, abigarrado de gentes, la Playa Jardín, me obligó a glosar, animado por ese sentimiento romántico que nos atrapa tantas veces a los que gustamos escribir, como única expresión a nuestro alcance, cuando necesitamos manifestarnos de alguna manera especial. La mar, que puede uno acariciarla, también con serena mirada, nos la arrastra hacia su inmensidad y se pierde en su deliciosa huida hacia un confín de ilusionados sueños; a mi izquierda, tengo, desde la Ciudad Turística de Puerto de la Cruz, todo un vergel lleno de encantos, toda una visión paradisíaca, hasta llegar a la montaña y el coloso Teide al frente, que lo custodia todo, desde su atalaya. Es como si se corriera un mágico velo, para mostrarnos la exuberante armonía de realidades tangibles que no se escapan del asombro lírico y a la vez místico, en que nos deja sumidos ante su detenida contemplación. El palmeral, en su variedad de especies, anima aun más el ambiente sobresaliendo siempre nuestra palmera canaria.



Desde donde me hallo, atisbo tres mirlos jugando y desgranando sus cantos, junto a otras especies, volando entre las ramas en busca de los insectos apetecidos; ello imprime a mi espíritu tal bonanza y deleite...



Mientras seguía mi paseo, ese día a solas, mis familiares disfrutaban del baño. Llegué hasta el otro extremo de las atractivas veredas, contemplando sus exóticas y autóctonas plantas que me extasiaban en todo momento. Antes bien, debo añadir, que sentí, súbitamente, en determinadas ocasiones, una extraña sensación de nostalgia... A veces llegué a sentirme triste, cuando pensaba: -¡OH Dios, que uno tenga que dejar tanta belleza y para siempre! ¡Habrá tantas cosas hermosas que irán surgiendo! Porque esta Ciudad tiene muchos más proyectos, próximos a ejecutarse a corto, medio o largo plazo. Que Dios nos permita contemplar esas realidades que enorgullecerán "universalmente" el nombre de nuestras Islas Canarias; que no nos falten los sentidos, para poder deleitarnos, también entonces. Atrapado entre tantas bellezas, mi mente acoge con verdadero sentimiento de ternura, el recuerdo que el inexorable tiempo no borra, del que fuera "autor" material de esa gran Obra, nuestro inolvidable Cesar Manrique, cuyo talento está reflejado ahí, en esa diversidad de colores, cual si fueran los alegres colores que imprimían sus vivaces pinceladas de románticos trazos, hermanados entre la cumbre, los campos y el mar que intenta acariciar: Esa huella de amor que nos dejó antes de partir...



Extendiendo un poco más la mirada, se posa en el emblemático Barrio de María Jiménez, sobre sus blancas casas, apretujadas como para protegerse mejor de las inclemencias que pudieran surgir con una mar brava, colérica como suele acontecer en ciertos momentos del año y según la influencia de la Luna. Recuerdo, cuando ese lugar era una franja de roca basáltica y volcánica, todo un ancho pedregal. Había un sólo camino, el que cruzaba el Barranco de San Felipe, desde el Castillo del mismo nombre, hasta El Burgado, todo lo demás eran rocas inhóspitas, que descendían hasta los bajíos, los cuales servían de rompeolas. En realidad, no sabría nunca, plasmar sin dañar su delicada imagen, todo cuanto mi vista alcanza a ver desde un extremo a otro, alrededor mío, y buena parte del Valle de La Orotava sirve de colofón lírico a la humilde exaltación que hago, por lo demás, para mi desahogo espiritual. Respira uno, en este onírico lugar, salpicado por su deliciosa maresía y el aroma de las flores que en libertad se extienden sobre el fértil suelo de sus canteros, los cuales se ven desbordados en sus límites, por la abundante y bien cuidada flora, esencias de amores... Se siente uno, como si estuviera en lugar distinto a todo lo demás, por que nos sentirnos más libres, dominados por los influjos de la Naturaleza, hasta sentirnos prisioneros de tantas fantasías.



Voy a bajar a la orilla, para darme un chapuzón, a ver si consigo sosegar tantas emociones... No podemos permanecer indiferentes en este placentero recinto. Los que hemos viajado hacia afuera, valoramos lo que es aceptable, no es posible pasar desapercibidos por este enclave turístico de primera calidad, para propios y para extraños, el lugar idóneo para la meditación, él celas... Para el reencuentro, también, de sentimentales ausencias o dilatadas esperas. Playa Jardín nos da lo que buscamos, pero para hallar eso, que tan devocionalmente deseamos, antes, hay que abrir el corazón, que se cure con ese dientecillo yodado y los aromas de sus flores, y navegando por el proceloso mar de la poesía, dejarnos arrastrar por sus transparentes aguas, con rumbos de ensueños, por aureolados caminos de preeminentes excelencias: por los senderos imaginables de nuestra agradecida evocación sentimental, gozando las realidades que nos brindan los duendes de nuestra romántica inspiración, desde esta preciosa Playa Jardín.


Publicado en el Periódico EL DIA: 28.07.96
Escrito: 27.06.96




10/5/08

Acariciando la sinuosa verticalidad del Teide


Fue la altura del lugar y ese silencio sobrecogedor, seguramente, lo que en mí produjo tan extrañas sensaciones, máxime al sentir que no estaba tan solo allá arriba y tan lejos…


A medida que ascendíamos en dirección a Las Cañadas del Teide, desde la parte alta de La Orotava, mi mente fue como despertando recuerdos de mi niñez, fueron avivándose como rosas tempraneras que se abrieran en un matinal encuentro primaveral, cuando aún quedan espacios reconocibles durante el ascendente trayecto. Puntos magnificados, tal vez, donde hemos dejado la huella indeleble de tantos sueños infantiles… Mas, con el devenir de los años, al evocar aquellos tiernos momentos, reviven y justifica esta exaltación poética que vivo. Fueron otros tiempos y pese a ello, han quedado muy atrás, pero sin olvidarlos. Hoy todo es distinto, aunque el paisaje sea el mismo; yo si he cambiado, y hasta me siento más sensible y observador. No desaprovecho ocasión alguna, ya no queda tanto tiempo disponible…


Al llegar arriba y poner pie en tierra firme de las Cañadas del Teide, dudé por unos instantes donde estaba. Como si aquel fuera otro lugar, más bello y silencioso. La solemnidad del momento fue un ceremonial confuso, no sabría dilucidar el encuentro… Aquello era otro mundo, una aparición que embriagaba y nos transportaba, como al nostálgico poeta, a un orbe de ensueños y a merced de tal fascinación, los sentidos cedían… No hallé palabras para expresar mi ebriedad emocional, sólo pude mirar al cielo y exclamar: ¡Señor, a Ti, qué cerca me siento!, donde debe comenzar el verdadero camino, siguiendo la sinuosa verticalidad de nuestro Teide. Hay que estar en esa espectacular altura para poder sentir el vértigo de la extrema emoción. Dejemos libre la imaginación – incansable viajera – y trotando como corcel enamorado de sus atractivas lomadas, perderse en esa abundante y fantástica proyección; y acariciar tanta lava reflectora bajo la luz del sol, hoy testigo excepcional de la erosión primaria del entorno volcánico.


Los erguidos y hermosos tajinastes brotaron en esta ocasión con vigoroso impulso en el agreste suelo, como la misma ilusión brota, a veces, inesperadamente. Por momentos, hasta pensé si estaban de fiesta, porque todos lucían como en los sueños y daban al lugar la nota más evidente de la creatividad de la Naturaleza, siempre desafiante e irresistiblemente apuesta.


El Teide, desde este incomparable lugar, con majestuoso celo y aparente calma, nos mira en silencio y su apacible postura estremece mientras vigila su entorno con indiscutible elegancia... Lo armoniza todo a su alrededor y hasta llega a tranquilizarnos si le vemos con devoción, ante la soledad que nos transmite.


Por unos instantes llegué a pensar que allí, a sus pies, acababa todo y a la vez comenzaba todo, que mi alma se iba transformando y mis fuerzas cediendo ante tanta belleza, porque estaba despertando del letargo de mi venial ignorancia. Allí estaba gran parte de la verdadera belleza espiritual, más cerca de Dios, en las alturas de nuestras cumbres, bajo el cielo azul y envuelto en el más dulce y placentero silencio.


Como el ave que goza de su entera libertad y puede remontar su vuelo hasta alcanzar la más remota cima…


Celestino González Herreros, 13 de noviembre de 2.007

El silencio de mi valle


El Valle parece que gozara del sueño estival oportuno y placentero, como si aquella fisonomía de años atrás se hubiera alegrado y otros aires esperanzados le estimularan... Viéndole hoy, aún sin ocultar la huella del evidente abandono del que ha sido víctima, diría, que hasta el verde de su alegre platanar bajo el sol radiante de estos meses, brillara hoy con límpida lucidez. La profunda oquedad de sus sombríos barrancos se pronuncian más oscuras que otras veces por contrastes luminiscentes en sus claros márgenes de arriba, en la superficie donde la campiña se abre al socaire de los rayos solares brindando su tierra fértil

Y el vuelo de las aves que regresan a sus nidos parece que marcaran otros ritmos que recuerdan melódicas sinfonías que sincronizan entre sí alegres notas musicales que se encuentran dispersas en el espacio etéreo, como ecos celestiales de armónicas alabanzas...

Pero, ¿qué le ocurre hoy a mi Valle de La Orotava, que hasta los caminos se alegraron y el campesino parece que sonriera más convencido y satisfecho de lo que suele estar habitualmente, mientras va sachando la tierra bajo el cielo azul que fulgura ardientemente y encandila como el agua cuando corre por la ceñida atarjea emulando al pequeño arroyo y al cortejo de la vida y bajo esa luz radiante, por su angosto cause hasta llegar al profundo abismo salpicando a su vera el entorno florido, como si de un juego angelical se tratara, celebrando la alegría de nuestro arcaico Valle?

Al otro lado del camino me arrimo, para asomarme curiosamente buscando más deleite en la abundante estampa del silente campo y me sorprende sobremanera, ver los frutales colmados de olorosos frutos de vivos colores ya madurados, y la hierba crecida, de exuberante sabia que se expande abundantemente a todo lo largo y ancho de los atajos y las orillas de los caminos hoy reverdecidos y profusos, que antes tantas veces anduve en busca de la hierba fresca, las flores silvestres y de la apetitosa frutas para ofrecérsela celosamente a quien al otro lado, siempre me esperaba al pie del vetusto castaño... Y seguíamos por las pendientes y escabrosas veredas hacia la era, donde nos sentábamos sobre las dispersas piedras del bordillo, íntimamente juntos, a contemplar la majestuosa alfombra verde, mientras seguíamos degustando la rica fruta que le había llevado. Abajo, hasta llegar al mar, se podía ver la estampa más emotiva que nadie pudiera soñar y a la par que deleitaba, transmitía bonanza y pasión y hasta que le dábamos fin a los apetitosos frutos hablábamos de cosas bellas, del milagro de la Creación, de la sensibilidad del ser humano cuando su entorno es la Naturaleza y el marco inspirador un rincón cualquiera con olor a campo, con la paz y el silencio de mi Valle: entre animales y flores, al lado de una apacible campesina que solo sabe mirarte y decirte sin palabras sus nobles pensamientos, con olor a brezos y a hierbales del campo mezclados con el de la leña quemada...

Todo el tiempo estuve acompañado de mi fiel amigo Lukas, que no cesaba de dar saltos y cortas carreras durante el trayecto circundado de abruptas y empinadas lomadas cubiertas de los acostumbrados matojos que crecen con sus desiguales y onduladas formas que trepan hasta la espesura del callado bosque a medidas que ascendemos por senderos y veredas según las vamos sorteando, para aminorar la distancia que nos separa del lugar inamovible y fantástico que nos ilusiona ver y cuyo enclave son nuestras entrañables Cañadas del Teide.
Caminamos aún un largo trecho hacia arriba, entre gigantescos pinares que en espesa formación parecen unidos sus ramajes que no dejaban pasar al sol, por lo que era tremendamente agradable la frescura bajo sus verdes ramas que asemejaban techumbre sobre la frescas pinocha y provocaba echarse, pero había que seguir...

Hacía un día espléndido, el azul del cielo y el verde del fresco monte mitigaba la sensación de cansancio e inspiraba profundamente idílicas percepciones que armonizaban con lo bello y silencioso del lugar y de los eufónicos cantos de la suave brisa que alguna vez acariciaba la piel y los sentidos, como queriendo eternizar para el recuerdo aquellos momentos llenos de eufórica evasión. Y hasta la tierra parecía que sintiera, al paso de nuestras sombras que lamían su desigual declive cuando le dábamos las siluetas reposadas de nuestros cuerpos y se escuchaba el quejido por nuestras parsimoniosas pisadas.

Lukas, media lengua fuera y sus nerviosillos ojos bien abiertos acechaba cualquier movimiento que surgiera y corría tras los insectos levantando gran polvareda en cada batida y no cesaba de ladrar y mirarme; me daba a entender que era feliz, que estaba a sus anchas y muy a su gusto haciéndome compañía. Como si me preguntara, qué cosa era lo que yo buscaba entre tanta vegetación, cuesta arriba y tanto silencio...

Atrás quedaba, en la fértil hondonada la esplendorosa platanera, y en el páramo más cercano nos detuvimos, sólo un momento, para asomarnos por si veíamos aún nuestros pueblos norteños que ya los iba ocultando la espesura del mar de nubes, que como inmenso cortinaje de esponjosas formas algodonosas corría presuroso hasta cubrirlo todo. Mi acompañante, al unísono que ladraba fijaba su atenta mirada a unos metros de distancia, como si algo se hubiera movido y me obligó a detenerme. Guiado por el interés del perro y viéndole avanzar sigilosamente pude comprobar de qué se trataba. Había una pareja de conejos preciosos comiendo hierbas tan distraídamente que no advirtieron nuestra presencia. Mas, Lukas seguía mirándome, como diciéndome que si atacaba o no. Verdaderamente, le tuve que contener si no se hace con las criaturas, y de verdad, no nos faltaba comida y esos animalitos estaban en su mundo, viviendo su vida... ¿Qué daño nos habían hecho?, ninguno. Di un par de palmadas y desaparecieron como por arte de magia. El perro me echó una fulminante mirada de rencor y me ladró dos veces seguidas, luego, tomando una piña de pino que hallé en el suelo, la tiré lo más lejos que pude para que iniciara el juego que tanto le gustaba y contento la trajo a mis pies, evidentemente seguía siendo mi entrañable amigo; le di un trozo de queso blanco y quedó feliz, como siempre cuando está a mi lado.

Haber contribuido, de alguna manera, ayudando a aquellos inofensivos animalitos del lugar, dándoles la oportunidad de que escaparan del salvaje instinto del perro, completó el placer que el paseo en contacto directo con la Naturaleza me estaba deparando, eran sensaciones incontrolables de desmedida bonanza, como la terapia espiritual que viviera un ermitaño...

Ya se adivinaba un día claro, más claro que el cielo de nuestro Valle y que despuntaba de entre las desnutridas nubecillas del monte, apareciendo, paulatinamente, el calor solar como una caricia reconfortante que invitaba a seguir sin aminorar la marcha. Mientras mi amigo jugaba con dos piñas de la abundante pinocha, mis pensamientos tornaron nuevamente hacia el Valle y me hacía la misma pregunta: -¿Qué le estaba ocurriendo al Valle, que desde unos días atrás lo veo más fresco y alegre? ¿Será una premonición mía, o tal vez sea cierto que otros aires le animan? Dios quiera, porque nuestra gente también se ha vuelto más optimista. ¿Acaso es cierto que la Providencia no nos abandona en estos cruciales momentos de evidente renovación y austera reflexión?
Con esos pensamientos anduve hasta detenernos bajo un frondoso pino y juntando un montón de sus desechos caídos, hice una buena elevación con los mismos y me eché sobre ella, con la mente perdida en arcanas meditaciones, acariciando la ardiente cabeza del perro que se alzaba insistentemente y no paraba de mirarme, guiñándome sus preciosos ojos con interrogante expresión, se acercó más a mí y descansando su cálido hocico sobre mi pierna, también se echó el plácido descanso de un ligero sueño reparador de energías antes de seguir caminando.

Reemprender el camino fue pensado y hecho, me coloqué la gorra y ayudado por un trozo de estaca que llevaba, comenzamos andar, ahora por el borde izquierdo de la carretera, disfrutando del delicioso paseo.

A menudo entablaba algún diálogo con Lukas, quien parecía como si me entendiera, respondiendo a mis monólogos con su nerviosa y mocha colita, que en agitados movimientos transmitía su lenguaje habitual cuando quería darse por aludido o intuía la necesidad de una comunicación expresa. Modalidad que yo, más o menos ya entendía, así como él comprendía mis connotaciones espontáneas y con intermitentes pausas, para no caer en el aburrimiento de la soledad y que por evitársela también consolaba al compañero más inmediato, el que nunca me dejará, sino cuando le llegue su triste hora...

Después de un largo rato y de haber hecho varios altos en el camino, bien sea saludando a algún conocido, o simplemente a alguien que se cruzara en la beneficiosa marcha, bien sea por casualidad o imperativos de rutina, o para tomar alguna fotografía interesante de algún motivo que no podía pasar desapercibido por su singular encanto. Reparando en lo andado, iba notando cierta lejanía. De mí se fue apoderando un sentimiento de tristeza que evidentemente comprendía, era fácil de entender. Aunque estuviera mi fiel amigo conmigo me sentía solo. Y aunque hablara con las piedras del camino y con las montañas, no me contestaban y yo sabía que me oían... Y que adivinaban mis callados pensamientos. En ocasiones, yo miraba al Cielo elevando un sugerente y único sentimiento: -Señor, Vigía del caminante en estas alturas, ¿sabes, que tanta soledad me abruma? Estoy pensando en lo triste que ha de ser tener uno que irse "en el viaje sin retorno" y dejar todo esto de impresionantes bellezas "TU Obra" y luego, no poder sentir jamás este silencio sobrecogedor, ni percibir nuevamente el perfume de la tierra seca imantado al milagro ecológico y ambiental de la florida retama de exuberante frescura, de nuestras violetas teidíferas y de los gélidos ecos de las brisas llegadas del inmenso océano de atlánticas influencias... La paz de mi Valle se acrecienta aquí, en el aire majestuoso de esta soledad, y a la vez, en este abanico de contradicciones y encantos. Se han despertados los hechizos y surge la irresistible visión de un encuentro sensorial excepcional, despiertan en la mente como un preludio celestial que anuncia la capacidad del hombre al poder alcanzar la belleza terrenal en nuestras cumbres y sus frondosos pinares que ocultan los misterios de un encantamiento bíblico y poético entre sus sombras y los claros del viril follaje con solemnidad y dulzura irresistible. Donde se refugian los sueños que con las brisas emigran hasta sus celadas, y como el águila solitaria vuelan a las alturas de aquellos peñascos gigantescos de elevadas prominencias a buscar la paz... E intuyendo con esta sosegada meditación la fortaleza de la mano creadora capaz de deslumbrar la ceguera del mundo, simplemente con la presencia de un trocito ilusionado de su Creación, en lo que a nuestro Valle se refiere, y sus faldas oceánicas y esas cumbres visionarias que se alargan y se pierden melodiosas hasta llegar al Teide, a dos pasos del Cielo.
Fue una experiencia única y al mismo tiempo puede ser repetido el placer que me produjo, porque ahí está, para propios y extraños, es un lugar entrañablemente respetuoso y bello, puedo volver a verle y sentir sensaciones distintas, es quizás, el lugar más pluriespectacular de nuestra Isla de Tenerife, varía su fisonomía al mismo ritmo siempre, más bello y atractivo, más impresionante. Ese es el paraje de nuestras Cañadas del Teide.

Y con estos pensamientos, después de haber pasado un día delicioso, tomamos el rumbo del regreso, luego de descansar lo suficiente e incluso, de haber charlado con alguna gente, que como yo, estaban tremendamente complacidos de haber sabido emplear inteligentemente el tiempo libre, y lejos del mundanal ruido...

Y como siempre nos ocurre a los canarios, en mi especial circunstancia, le comenté a mi fiel e inseparable amigo: -Oye bonito, sabes, desde hoy en adelante todos los domingos y fiestas de guardar, tú, quién nos quiera acompañar y yo, nos vamos a ir de paseo "pa" arriba que es donde estamos mejor.




Celestino González Herreros, 4 de agosto de 1993

Cruces, flores y mi pueblo


Tradicionalmente y cada año, desde cuando fuera la Fundación de El Puerto de La Cruz, se viene celebrando el día que conmemora esa importante y trascendental efemérides una vez por año y en fechas de Primavera, días de ilusiones que vemos brotar esperanzadas como capullos de rosas que se abren en los jardines de nuestro Valle, bajo este cielo azul que alegra a nuestros corazones. Un cielo que nos insta a pensar en su profunda lejanía a donde nos acompaña tantas veces la mente y vuela con las alas de nuestra cristiana intuición buscando el Jardín del Edén bellamente decorado, y todas esas cosas maravillosas y alentadoras que son las Promesas de la Divinidad...


La Cruz, símbolo de nuestra fe, abre sus brazos al mundo y los deja así eternamente, para que sirva de dádiva y consuelo a nuestras inquietudes y debilidades. Recordándonos el dolor de Cristo y el amor de María. La Cruz es el faro de la salvación del hombre, se interpone al mal, por el bien... Aclara los caminos con su luminosidad celestial y da la esperanza enseñándonos a esperar calladamente la Gracia de Dios.


Hablar de La Cruz implica solemnidad y recogimiento, por que está presente en donde exista vida. Le debemos pleitesía que Dios recibe como amor, ofrendas " como rosas perfumadas" que arrancamos de nuestro corazón para su Trono Divino.


En el Puerto de la Cruz se la venera con tal devoción, que es fiesta del corazón, es el día supremo del mes de mayo, el más hermoso... Todos sabemos en qué consiste tanto desprendimiento humano en la ornamentación, a pugna, de cuantas reliquias hay de tradicional perpetuidad. Competencia inocente y noble " a ver quién la adorna mejor " y ello conlleva un sacrificio y entrega, ella alimentada solo con la fe, capaz de generar costumbre que se hereda de generación a generaciones futuras.


Hablemos de una, por ejemplo, la de la calle La Lonja, paralela a la calle Santo Domingo. No voy hacer historia (la tiene y muy interesante) por dos razones: la primera, por todos conocida a través del tiempo, además hay archivos que hablan de ella y sus artífices. La segunda, haré mención, y con ello honro su memoria, recordando a Don Manuel Pérez Perdigón, cuando vivía frente a la citada capillita (camino peatonal por medio) en la calle Santo Domingo, y que se ocupaba de La Cruz junto con su familia, para mencionarles hoy de que aún siguen con la altruista costumbre de cuidarla amorosamente y sorprende, cosa que es digna de destacar, que todavía existen familias generosas, aparte de los Pérez, que ayudan con sus voluntarios donativos al sostenimiento económico para que cada año se vea tan bien presentable la capilla en cuestión y para que al competir en el juego floral, pirotécnico, etc., puedan llevarse los merecidos premios que se otorgan a la mejor presentación ornamental y otras características más. Todos los Pérez de esa rama familiar, contribuyen, cada cual en la forma que saben hacerlo o con la voluntad que inspira luminosidad y talento, para hacer las cosas bien sin buscar pretextos inútiles, a los esfuerzos que llegando a ser comunes se traduzcan en incalculable belleza realmente admirable. No hay palabras que yo encuentre, la imagen dice mucho más y está ahí. Es el día de nuestras cruces, acerquémonos a verlas.


La Magna Procesión del Santo Madero, partiendo desde la iglesia matriz Nuestra Señora de la Peña de Francia, en su recorrido acostumbrado y al medio día, tiene el atractivo devocional de la oración sentida de los fieles que la acompañan y en sus fervorosas plegarias ponen su alma... Al mismo acontecimiento litúrgico se le añade, junto al murmullo de la oración, el soberbio traquetear de los fuegos de artificios que ensordecen por las incontroladas explosiones de las tracas y petardos. Y de las voladoras lluvias de cohetes que se dispersan en su ascensión por los aires como exaltación amorosa de un pueblo religioso y agradecido brindando, más que amores, a la venerada Cruz que desde pequeños hemos visto pasear por nuestras calles, adornada con blancas azucenas y gladiolos del mismo color, completando la estética de los ramos las menuditas flores de lluvias de tallo largo...


En la calle de Santo Domingo, próxima a ella está la Cruz de los Pérez, calle Las Lonjas, se forma una algarabía tal, huyendo de los cohetes, que recuerdo cuando yo era pequeño, había que correr ( parecía que el mundo acabara ahí) y aún hoy sigue siendo igual.


Luego sigue, durante el largo recorrido de la Procesión, más y más Cruces, flores y cohetes. Y siguiendo el camino procesional, los pensamientos amotinados y una larga letanía de buenos deseos y arrepentimiento, se desnuda el alma y se entrega cargada de bonanza... Despiertan los recuerdos de años pretéritos, en épocas distintas y siempre pasa el Santo Madero silente, deteniendo el paso para devolver con bendiciones el canto de la oración que la gente le ofrece como ofrenda de amor y pleitesía... Cuando miro a mi alrededor quisiera verles a todos aquellos que ya no están... Y me consuela la respetuosa evocación del momento, verles juntos a nosotros, siguiendo los pasos lentos de la comitiva, queriendo estar alegre, pero no puedo...


Una enorme columna de humo se va elevando, con olor a pólvora e incienso quemado, esparciéndose hacia lo más alto, no sé a donde irá, pero se aleja dibujando en el aire formas que se confunden en la imaginación, como si fueran... Si, eso, Ángeles que revolotean animados ante el ruido estrepitoso de las tracas y se sintieran confortados por la devoción de los fieles... Ellos siguen jugando en el aire enralecido que se va limpiando y desaparecen...


La chiquillería continúa corriendo en busca de las cañas de los cohetes cuando han sido explosionados, otros llorando asustados por los estruendos, repito, que son ensordecedores, pero siempre atractivos.


En el Muelle pesquero es emocionante detenerse para verle pasar... Uno siente algo extraño que nunca he podido expresar. Bonanza y paz, tal vez, el consuelo de estar cerca de Dios, por que en todo momento recordamos la Pasión y Muerte del Nazareno, antes y después de sus sufrimientos por la salvación de nuestras almas con el perdón de los pecados. Si no fuera por la bulla de los fuegos yo diría que es dicha Procesión la exaltación religiosa más callada y emotiva...
Otra vez, este año voy a notar la ausencia de la Banda de músicos de Sebastián Padilla (Chano) Verdaderamente, tantos años, tantísimos, acompañando los Pasos religiosos de nuestras Procesiones, lo notas, y me entristece sobremanera no ver las caras de todos aquellos amigos y buena gente conocida (que lo dio todo por hacer bien su trabajo) de tantos años, desde cuando ellos y yo, éramos chiquillos, hasta hace poco que se disolvió la susodicha Banda Musical Local <>, eso, en verdad cala hondo en la sensibilidad del hombre, es quitarle algo suyo, algo que acompaña desde tanto tiempo atrás... Habrá música, desde luego que si, pero no es lo mismo seguir el Paso procesional sin el acorde acompasado de aquella que a la vez te acompañaba y te inspiró tantas veces la oración del alma, en la niñez, la adolescencia, juventud y la vejez... Aquellas tonaditas, algún que otro despiste, la entrega amorosa como la nuestra en el curso del avance callejero, eso dice mucho en favor de los sentimientos del corazoncito... que también sufre... ¿Serán cosas sensibleras de pueblos..? Ya da igual lo que sea!


Las ansias y el fervor religioso sigue agitándose dentro de nuestros pechos ante las cosas de Dios y el recuerdo de nuestras calladas reflexiones... Todo acompaña, las mismas calles, las flores, los cohetes, la algarabía... Pero no son las mismas las caras todas que nos acompañan, unos por que se han ido por voluntad de Dios, otros ya viejos no acuden por que no pueden, pero recuerdan... Y los otros, por que los han quitado, de alguna forma... del marco escénico de nuestros públicos y sociales actos...


Todo ha cambiado con el tiempo, pero el Santo Madero está ahí, permanentemente, advirtiendo nuestras acciones... Y pasando diariamente la factura a nuestras conciencias.


La Vida es un abrir y cerrar los ojos, es una plegaria constante que brota de nuestro corazón buscando el camino, aunque no lo entendamos, que nos acerque a Dios. La Vida es Oración que cuando terminamos de rezarla nos pone frente a Jesús... ¡Así sea!...


Celestino González Herreros, mayo de 1.993