3/3/13


VISLUMBRANDO LA BOCANA DEL MUELLE EN SILENCIO

Sobre la mar, con el vaivén de las olas, las rosas que te obsequié se deshojaban solas... Sus encendidos pétalos se dispersaron buscándote y la estela que dejaron, indicaron el rumbo de mis sueños, hasta hallarte.

En este tranquilo lugar, junto al mar, nunca ha dejado de oírse el rumor de las olas, que, como cántico marinero, guardan los más hermosos secretos y dicen que han sido confidentes de muchas historias y aventuras soterradas en sus profundidades, protagonizadas por nuestros viejos marinos.

Tal vez no sea yo la persona más indicada para glosar y elogiar a todas aquellas mujeres, las pescadoras o gangocheras de Puerto de la Cruz. Aún conservo el recuerdo de cuando sólo era un niño, de verles subirse en las guaguas para llevar su mercancía a los municipios que conforman el Valle de La Orotava, y algunas veces, también hacia Santa Ursula, La Matanza y La Victoria. Las cestas iban repletas de los elementos del mar y regresaban también repletas de los productos del campo, para resolver el principal problema, que era el de la comida. Siempre se sentaban atrás, así controlaban la escalerita que conducía a la capota, techo del vehículo,  por si acaso... Durante el trayecto, todas tenían algo que decir, y cuando no, hablaban a la vez y se reían con sus chistes y ocurrencias. Y el resto de los pasajeros se divertían con ellas, quienes hacían sus amistades comerciales. Las pescadoras de Puerto de la Cruz tenían fama de buenas conversadoras y quienes cayeran en desgracia con ellas, que se cuidaran. No tenían pelos en la lengua, ni papas en la boca... Al pan pan...


Luego fui creciendo, ya iba solo por la pescadería y desde entonces, me atrajeron, dichas señoras, por su particular forma de ser y espontáneo comportamiento, nada desdeñable, y por tantas historias que siempre contaban mis mayores y el resto de los mayores del pueblo, incluyéndoles a ellos, claro está. Mi padre, Enrique González Matos, que en la Gloria esté, era el Practicante en Medicina Oficial de los Pescadores y funcionarios del Ayuntamiento. Los conocía bien a casi todos. Por esa especial circunstancia nos acercábamos más… Aún me asombra cuando hablan de mi viejo, con el cariño y respeto que lo hacen. Sólo Dios sabe porqué. ¡Cómo hubiera disfrutado al saber que se le ha rendido en nuestro pueblo, tan sentido homenaje, a todas aquellas mujeres, incansables trabajadoras y ejemplares madres que, con tesón y tantos sacrificios y no pocas privaciones, sacaron a sus hijos adelante, llevando al campo, pueblos y villas aledañas, las hermosas capturas logradas por los hombres de la casa, con el riesgo de sus propias vidas, pasando frío en alta mar y expuestos, cada noche, a los cambios de mareas y vientos, bajo la lluvia, a veces. Mientras en tierra firme, sus sufridas mujeres e hijas, rezaban por que volvieran sanos como cuando salieron a la mar. A veces en la playa, en el Muelle pesquero, desde las santas horas de la madrugada, se veían algunos de sus perritos esperándoles para recibir las primeras caricias de sus amos. Alguna vez naufragó la barca y se hacía tan profundo el silencio en la bocana, era tan frío el mensaje... que hasta los perros entendían esa soledad sobrecogedora y no se apartaban de la orilla, mirando insistentemente a la mar con expresión de reproche, e incrédulos insistían con la vidriosa mirada por si se hubieran retrasado, esperando que volvieran.

Así, pues, dedico estas sentidas y humildes líneas, a todos aquellos pescadores que una vez salieron y no volvieron por designios del destino, y a sus familiares que también lo sufrieron en su soledad; y al resto de las mujeres homenajeadas con tan hermosa réplica erigida en la explanada de la playa del Muelle, acariciada por las briznas marinas, yodadas y salitrosas de nuestro litoral portuense.

Han sido tantas las leyendas acerca de nuestro Muelle pesquero, que lo que yo diga, aunque no sean invenciones, bien merecen cierta consideración.
Nosotros, los portuenses, de las aguas del muelle respetamos sus protagónicos mensajes, ellas son responsables de nuestros propios conjuros. En las aguas, cuando están tranquilas, oímos voces que nos intimidan. A veces parece que quieren protegernos, que nos animan. Voces sin saber desde dónde llegan realmente, que nos transmiten la paz necesaria; e influenciados por ellas, podamos morir después sin pesar alguno.
La mar tiene alas, la mar tiene brazos que alcanzan las turbulencias del dolor, la mar seda al alma… Consuela oír el run run de las olas; y el silencio que ha precedido al dolor, es como una mística prolongación que llamara para consolarnos y darnos su pronta protección.
La mar y el alma, siempre han sido buenas consejeras, con sus influjos siempre trata de ayudarnos a sobrellevar la tristeza de las penas… No quisiera pecar de supersticioso, lo del Muelle pesquero es verdad, se han curado misteriosamente dolencias increíbles, es un remanso de paz espiritual.

Hemos visto pasar el tiempo viendo con recelos los distintos perfiles de nuestro amado muelle y a medidas que nos hacemos mayores cada vez lo vemos más reducido y menos activo. Posiblemente, Dios mediante, vuelva a ser tan atractivo como lo fuera antes. A nuestro muelle sólo le falta el cariño y el respeto que se le ha negado por razones políticas, más que nada. Al evolucionar los pueblos y ser muchas otras las necesidades, al Puerto de la Cruz le ha tocado, con suerte, el milagro de la consideración. Parece que todos nos hemos puesto de acuerdo para que sea efectiva nuestra vocación ciudadana al aceptar los proyectos estudiados y comenzar cuanto antes las obras por fases del nuevo muelle y podamos verla terminada y con ello, funcionando correctamente, con lo que nuestra ciudad turística iba a revitalizarse como fuente de trabajo y lugar ideal para nuestros dilectos visitantes. Tenemos sobrados motivos de esperanza sobre tan feliz acontecimiento.


Celestino González Herreros
           celestinogh@teleline.es
     











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