VISLUMBRANDO LA BOCANA DEL MUELLE EN SILENCIO
Sobre la mar, con el vaivén de las olas, las rosas que
te obsequié se deshojaban solas... Sus encendidos pétalos se dispersaron
buscándote y la estela que dejaron, indicaron el rumbo de mis sueños, hasta
hallarte.
En este tranquilo lugar, junto al mar, nunca ha dejado
de oírse el rumor de las olas, que, como cántico marinero, guardan los más
hermosos secretos y dicen que han sido confidentes de muchas historias y
aventuras soterradas en sus profundidades, protagonizadas por nuestros viejos marinos.
Tal vez no sea yo la persona más indicada para glosar
y elogiar a todas aquellas mujeres, las pescadoras o gangocheras de Puerto de la
Cruz. Aún conservo el recuerdo de cuando
sólo era un niño, de verles subirse en las guaguas para llevar su mercancía a
los municipios que conforman el Valle de La Orotava , y algunas veces, también hacia Santa
Ursula, La Matanza
y La Victoria. Las
cestas iban repletas de los elementos del mar y regresaban también repletas de
los productos del campo, para resolver el principal problema, que era el de la
comida. Siempre se sentaban atrás, así controlaban la escalerita que conducía a
la capota, techo del vehículo, por si
acaso... Durante el trayecto, todas tenían algo que decir, y cuando no,
hablaban a la vez y se reían con sus chistes y ocurrencias. Y el resto de los
pasajeros se divertían con ellas, quienes hacían sus amistades comerciales. Las
pescadoras de Puerto de la Cruz
tenían fama de buenas conversadoras y quienes cayeran en desgracia con ellas,
que se cuidaran. No tenían pelos en la lengua, ni papas en la boca... Al pan
pan...
Luego fui creciendo, ya iba solo por la pescadería y
desde entonces, me atrajeron, dichas señoras, por su particular forma de ser y espontáneo
comportamiento, nada desdeñable, y por tantas historias que siempre contaban
mis mayores y el resto de los mayores del pueblo, incluyéndoles a ellos, claro
está. Mi padre, Enrique González Matos, que en la Gloria esté, era el
Practicante en Medicina Oficial de los Pescadores y funcionarios del
Ayuntamiento. Los conocía bien a casi todos. Por esa especial circunstancia nos
acercábamos más… Aún me asombra cuando hablan de mi viejo, con el cariño y
respeto que lo hacen. Sólo Dios sabe porqué. ¡Cómo hubiera disfrutado al saber
que se le ha rendido en nuestro pueblo, tan sentido homenaje, a todas aquellas
mujeres, incansables trabajadoras y ejemplares madres que, con tesón y tantos
sacrificios y no pocas privaciones, sacaron a sus hijos adelante, llevando al
campo, pueblos y villas aledañas, las hermosas capturas logradas por los
hombres de la casa, con el riesgo de sus propias vidas, pasando frío en alta
mar y expuestos, cada noche, a los cambios de mareas y vientos, bajo la lluvia,
a veces. Mientras en tierra firme, sus sufridas mujeres e hijas, rezaban por
que volvieran sanos como cuando salieron a la mar. A veces en la playa, en el
Muelle pesquero, desde las santas horas de la madrugada, se veían algunos de
sus perritos esperándoles para recibir las primeras caricias de sus amos.
Alguna vez naufragó la barca y se hacía tan profundo el silencio en la bocana,
era tan frío el mensaje... que hasta los perros entendían esa soledad
sobrecogedora y no se apartaban de la orilla, mirando insistentemente a la mar
con expresión de reproche, e incrédulos insistían con la vidriosa mirada por si
se hubieran retrasado, esperando que volvieran.
Así, pues, dedico estas sentidas y humildes líneas, a
todos aquellos pescadores que una vez salieron y no volvieron por designios del
destino, y a sus familiares que también lo sufrieron en su soledad; y al resto
de las mujeres homenajeadas con tan hermosa réplica erigida en la explanada de
la playa del Muelle, acariciada por las briznas marinas, yodadas y salitrosas
de nuestro litoral portuense.
Han sido tantas las leyendas acerca de nuestro Muelle
pesquero, que lo que yo diga, aunque no sean invenciones, bien merecen cierta
consideración.
Nosotros, los portuenses, de las aguas del muelle
respetamos sus protagónicos mensajes, ellas son responsables de nuestros
propios conjuros. En las aguas, cuando están tranquilas, oímos voces que nos
intimidan. A veces parece que quieren protegernos, que nos animan. Voces sin
saber desde dónde llegan realmente, que nos transmiten la paz necesaria; e
influenciados por ellas, podamos morir después sin pesar alguno.
La mar tiene alas, la mar tiene brazos que alcanzan
las turbulencias del dolor, la mar seda al alma… Consuela oír el run run de las
olas; y el silencio que ha precedido al dolor, es como una mística prolongación
que llamara para consolarnos y darnos su pronta protección.
La mar y el alma, siempre han sido buenas consejeras,
con sus influjos siempre trata de ayudarnos a sobrellevar la tristeza de las
penas… No quisiera pecar de supersticioso, lo del Muelle pesquero es verdad, se
han curado misteriosamente dolencias increíbles, es un remanso de paz
espiritual.
Hemos visto pasar el tiempo viendo con recelos los
distintos perfiles de nuestro amado muelle y a medidas que nos hacemos mayores
cada vez lo vemos más reducido y menos activo. Posiblemente, Dios mediante,
vuelva a ser tan atractivo como lo fuera antes. A nuestro muelle sólo le falta
el cariño y el respeto que se le ha negado por razones políticas, más que nada.
Al evolucionar los pueblos y ser muchas otras las necesidades, al Puerto de la
Cruz le ha tocado, con suerte, el milagro de la consideración. Parece que todos
nos hemos puesto de acuerdo para que sea efectiva nuestra vocación ciudadana al
aceptar los proyectos estudiados y comenzar cuanto antes las obras por fases
del nuevo muelle y podamos verla terminada y con ello, funcionando
correctamente, con lo que nuestra ciudad turística iba a revitalizarse como
fuente de trabajo y lugar ideal para nuestros dilectos visitantes. Tenemos
sobrados motivos de esperanza sobre tan feliz acontecimiento.
Celestino González Herreros
celestinogh@teleline.es
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