Viendo una fotografía añosa
del paseo o calle de San Telmo me recordó aquel entrañable lugar, vivencias de
un pasado por cuyo sitio transitaba todos los días para ir a holgazanear en la
Playa de Martiánez, estudiar, zambullirme en sus deliciosas aguas o retozar en
sus cálidas arenas. Camino obligado aquel hasta llegar al ensoñador paraje
marítimo de nuestros mejores días. Aquel atractivo y deleitante lugar más
perecía un enorme desierto de arenas negras bañadas por el mar, cuando llegaban
las olas y rompían su furia vencidas al llegar al cálido arenal subiendo la
espuma blanca lo más adentro posible, según fueran la fuerzas que trajeran
hasta derrapar…
Volviendo a la Calle San Telmo, según
refleja la oportuna foto, es admirable la discontinua pendiente en dirección
ascendente hasta llegar a la ermita y cuyo perfil natural se presta
caprichosamente para satisfacer el instinto poético del más exigente pintor de
curiosas callejuelas. A un lado un elevado muro todo blanco tras el cual todo
eran ricos platanares cuyas hojas asomaban para ver el mar y oír sus susurros
constantes y distantes. A continuación algunas casas que daban a la calle un
acento familiar inconfundible, como era la del señor Escobar, don Mario Martín
que llegaba a la esquina transversal con la calle Corales donde vivió con su
familia don Juan Barlet y otros. Al llegar a la Punta del Viento nace el
fornido mura de menos altura hacia la ermita, elemento que separa la calle del
boquete o pequeña bahía de San Telmo, con sus respectivas modificaciones, pero
sumamente discretas, sólo algunos escalones. Dicho muro que aún se conserva con
su vieja fisonomía y color blanco, sobrepasaba el metro de altura y de ancho
considerable, cuyo perfil urbanístico se ha exhibido en el mundo entero a
través de tantas fotos que han disparado miles y hasta millones, eso hay que
decirlo, de turistas que desde entonces nos han visitado. Hoy día es, quizás la
vista panorámica más hermosa que pueda ver retina alguna. Es evidente que cualquier
reforma que se haga con fines estructurales, si desaparece ese nostálgico muro
y practiquen cuantas más innovaciones quieran improvisar, va a ser un
lamentable atentado e imperdonable contra nuestro patrimonio arquitectónico y
cultural. He oído decir que los talentos del actual progreso urbanístico
quieren desaparecerlo. Si eso ocurre, ese vestigio valiosísimo de nuestra ciudad
va a sufrir un error irreversible e imperdonable. Íbamos a ridiculizarnos ante
el mundo inteligente, nuestros asiduos visitantes, aunque se haga con la mejor
buena fe. Son mentes jóvenes que no sienten lo que sentimos nosotros, los
viejos o románticos, como quieran catalogarnos; y mentes no tan jóvenes que
nunca han pertenecido al Puerto de la
Cruz, que sólo han metido las narices donde no bebieron
hacerlo, para con ello hallar un dudoso protagonismo que choca frontalmente con
toda lógica y sentimiento con nuestra evidente
idiosincrasia. Repito, gentes que no son de aquí y se las dan de
intelectuales, ambiciosos que sólo buscan situarse… Y no hay nadie que proteste
contra tal atentado. Que hagan, pues, lo que quieran. Llévense su parte y
acaben de una vez por todas con nuestra sufrida ciudad turística.
Yo no estoy en contra del
progreso razonable, no me crean tan
retrodraga, lo que me impacta son los abusos urbanísticos y la indiferencia de
aquellas personas que están obligados a poner coto a los desaguisados que se
están tolerando… Y si lo logran, seguirán esquilando nuestro suelo hasta acabar
con lo poco que nos queda.
Celestino González Herreros
celestinogh@teleline.es
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