Sólo aquellos que somos padres entendemos la importancia de la efemérides que hemos celebrado hace un par de días y que nos recuerda acontecimientos y desvelos, junto con la madre, figura indispensable y pilar fundamental para conservar la armonía del hogar cuidándonos en todo momento, los buenos y los malos, y con cuyo amor siempre ha minimizado cuantos problemas surgieran en el ceno familiar.
Sin la presencia del padre
falta la autoridad en casa, cuando el padre es una persona responsable capaz de
cumplir el papel que juega y sabe representarlo con buen criterio y conducta y
los mejores ejemplos que debiera aportar. Si no es así falla su papel. Es
entonces cuando la esposa suele actuar en ese doble cometido con ejemplar
acierto y dedicación, a pesar de tener que salir a trabajar, también en la
calle, para ayudar a resolver los problemas económicos que la vida “moderna”
exige. Con ello, los cónyuges y las parejas de hecho, en el mejor de los casos,
han conseguido repartir las obligaciones del hogar asumiendo las
responsabilidades contraídas. Y la otra vertiente de la vida de los conyugues,
sus definitivas separaciones. Por Ley están obligados a cuidar de los hijos
periódicamente, según lo estipule la autoridad jurídica y sin disculpa alguna,
hasta que los hijos lleguen a cumplir la mayoría de edad y puedan elegir por
voluntad propia su nuevo destino respecto a sus padres. Cuando son hijos
pequeños la situación casi siempre es dramática, más que nada para ellos y
cuando no existen los abuelos, que en esas lamentables separaciones juegan un
papel decisivo, prestando toda clase de ayudas a los divorciados y dándole a la
vez a los niños aquel calor que muchos de ellos han perdido, salvo pocas
excepciones, que depende de la educación recibida en los padres.
Hogares rotos por culpa de la inmadurez de ambos conyugue y la irresponsabilidad consiguiente. Se acabó el amor, suelen decir. No se soportan, lo que indica que no cabe el sacrificio personal. Es evidente que se acabó el amor (cumplidos los sucios propósitos); se acabó la ilusión y ya nada hay que hacer, cada cual por su lado y en algunos de los casos a formar nuevas familias, los que tuvieran ganas de aventurarse nuevamente o no hayan escarmentado. Pero la desconfianza minará las fuerzas y esa nueva ilusión nunca será mejor que la anterior.
Y los hijos, ¿qué? ¡Nunca será
igual! Aquellos que tanto unen y a la vez separan, dicen algunos, como
queriendo echar culpas a quienes no la tienen. Los hijos serán los desamparados,
aunque parezca que no. Cuando vienen los hermanastros la balanza se inclinará,
toda ella, hacia los nuevos vástagos, quienes recibirán las más expresivas
muestras de amor, desde todos los ángulos y los otros pasarán a ser hijos de
segunda, los del otro conyugue.
Dichosos aquellos que todos
los días del año tienen en casa a su único padre y pueden disfrutar de su grata
presencia, su calor humano y todas sus atenciones familiares. Dichosa la madre
que junto a su esposo educan a sus hijos y les ven crecer física e
intelectualmente, preparándoles para cuando tengan que enfrentarse a las duras
pruebas que a veces nos depara la vida. Los herederos universales de las
lecciones más hermosas que puedan ser aprovechadas, siendo esos padres
concientes de sus obligaciones ante todo y responsabilidades inherentes del
sagrado mandamiento del matrimonio; y como nuestros padres y abuelos, hayan
sabido conservarlo y luchar por no romperlo tan fácilmente, como lo hacen las
moderna parejas. Mantenernos unidos hasta la muerte si fuera posible. Claro,
antes había mucho respeto, al menos más que el que se goza hoy.
Antes las relaciones entre los
pretendientes duraban años y había
tiempo suficiente para que los novios se conocieran bien y así ir convencidos al Altar. Hoy apenas se conocen,
muchos de ellos, se independizan y se van a vivir juntos y a los pocos meses,
“cuando la ilusión se acaba” se separan y ella queda embarazada, en el peor de
los casos.
Analicemos tales
circunstancias y no hay que decir más respecto a la madurez de los jóvenes, los hay respetuosos
con los sentimientos ajenos. Y aquellos inmaduros e irresponsables que jamás
llegarán a ser buenos padres y en el caso del chico un buen padre y por ende un
esposo respetable, esos sobran donde vayan…
Celestino González Herreros
celestinogh@teleline.es
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