7/3/13


           LA MÚSICA CUAL VÍNCULO POÉTICO DE LOS SUEÑOS

A veces, la música nos traslada, a parajes insospechados. Sus melódicas notas, o el concierto de las mismas, nos elevan; olvidándonos de nuestro entorno real. En estado melancólico y entre profundas sensaciones, nos lleva lejos, nos aísla... En una de esas ocasiones de embriaguez sentimental, deambulé, retrospectivamente -cuando tenía alas fuertes para volar- por sendas imaginarias en busca de nuevas aventuras; y los caminos, mientras volaba, iban abriéndose paulatinamente, a medida que mi éxtasis crecía, permitiéndome realizar la visión soñada y tantas veces esperada. ¡Oh, sí! Ahora mismo, escucho, "Danubio Azul", magistralmente interpretado. Si estos compases duraran un rato más, me sentiría aún más feliz,  presintiendo de nuevo mi inspiración galopar por esos lugares del romance, concebidos sólo para soñar.


¿Cómo es posible, que, a pesar de los años ya vividos, uno aún pueda soñar despierto? Y, ¡cómo se enriquece el espíritu oyendo estas composiciones musicales! Todo lo bueno de uno, aflora, lo de menos es la edad, nada de eso importa, porque el alma despierta emocionada en tales circunstancias. Un viejo soñando como si no fuera un viejo, sonriendo para sí, como si fuera un muchacho que sintiera las primeras sensaciones que prodiga el tierno amor en la adolescencia. Cabalgando cual potro desbocado en pos de un ideal soñado. Como el pájaro cantor que salta de rama en rama para llamar la atención de su amada.


La mágica influencia de la música mueve cerrojos tiempos silenciados. La música, como cualquiera rama del Arte, sabiendo interpretarla, es fuente inspiradora que nace en cada uno de los seres humanos, si le prestamos la debida atención. Es la terapia del alma y el consuelo de aquellos que la descubren a tiempo para motivar los impulsos del corazón y la quietud del espíritu. A veces, suele hacernos llorar, y eso es bueno, al darnos cuenta que somos sensibles. Oyéndola comprendemos mejor nuestros verdaderos instintos, valoramos la sutileza de la pequeña flor silvestre, delicada y frágil... El murmullo de la brisa al pasar... La entrega del pintor en su obra, dándole vida al lienzo con sus improvisados colores... El poeta lo dice cantando, o se expresa llorando. También sonríe y llora a la vez, el rapsoda mientras recita... Como cuando el artesano da el toque triunfal a su amada obra, aunque ella no responda.


Y, a veces, descender de esos místicos lugares, donde todo es amor, cuando nos damos cuenta de los cambios sufridos actualmente en nuestra sociedad, entendemos, sin dilaciones, que la conducta de los ciudadanos del mundo, aunque haya mejorado algo, aún quedan sueltos los excéntricos más peligrosos, los incrédulos de turno, los que ni sienten ni padecen... Quizás, si oyeran, de vez en cuando, algunos fragmentos de buena música, otra iba a ser su suerte en adelante.

Los noctámbulos, amantes del aire fresco de la noche, buscamos, entre místicas percepciones, el consuelo de la reciprocidad amorosa. Cabalgamos, navegamos o volamos, siempre buscando el calor humano y sentimental de quienes nos lo ofrecen. Nada ni nadie nos detiene, somos cómplices de la noche y ligeros como el aire para escurrirnos entre sus sombras, oyendo esa dulce caricia musical que nos embriaga.




  Celestino González Herreros
           celestinogh@teleline.es





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