A veces, la
música nos traslada, a parajes insospechados. Sus melódicas notas, o el
concierto de las mismas, nos elevan; olvidándonos de nuestro entorno real. En
estado melancólico y entre profundas sensaciones, nos lleva lejos, nos aísla...
En una de esas ocasiones de embriaguez sentimental, deambulé,
retrospectivamente -cuando tenía alas fuertes para volar- por sendas
imaginarias en busca de nuevas aventuras; y los caminos, mientras volaba, iban
abriéndose paulatinamente, a medida que mi éxtasis crecía, permitiéndome
realizar la visión soñada y tantas veces esperada. ¡Oh, sí! Ahora mismo,
escucho, "Danubio Azul", magistralmente interpretado. Si estos
compases duraran un rato más, me sentiría aún más feliz, presintiendo de nuevo mi inspiración galopar
por esos lugares del romance, concebidos sólo para soñar.
¿Cómo es
posible, que, a pesar de los años ya vividos, uno aún pueda soñar despierto? Y,
¡cómo se enriquece el espíritu oyendo estas composiciones musicales! Todo lo
bueno de uno, aflora, lo de menos es la edad, nada de eso importa, porque el
alma despierta emocionada en tales circunstancias. Un viejo soñando como si no
fuera un viejo, sonriendo para sí, como si fuera un muchacho que sintiera las primeras
sensaciones que prodiga el tierno amor en la adolescencia. Cabalgando cual
potro desbocado en pos de un ideal soñado. Como el pájaro cantor que salta de
rama en rama para llamar la atención de su amada.
La mágica
influencia de la música mueve cerrojos tiempos silenciados. La música, como
cualquiera rama del Arte, sabiendo interpretarla, es fuente inspiradora que
nace en cada uno de los seres humanos, si le prestamos la debida atención. Es
la terapia del alma y el consuelo de aquellos que la descubren a tiempo para
motivar los impulsos del corazón y la quietud del espíritu. A veces, suele
hacernos llorar, y eso es bueno, al darnos cuenta que somos sensibles. Oyéndola
comprendemos mejor nuestros verdaderos instintos, valoramos la sutileza de la
pequeña flor silvestre, delicada y frágil... El murmullo de la brisa al
pasar... La entrega del pintor en su obra, dándole vida al lienzo con sus
improvisados colores... El poeta lo dice cantando, o se expresa llorando.
También sonríe y llora a la vez, el rapsoda mientras recita... Como cuando el
artesano da el toque triunfal a su amada obra, aunque ella no responda.
Y, a veces,
descender de esos místicos lugares, donde todo es amor, cuando nos damos cuenta
de los cambios sufridos actualmente en nuestra sociedad, entendemos, sin
dilaciones, que la conducta de los ciudadanos del mundo, aunque haya mejorado
algo, aún quedan sueltos los excéntricos más peligrosos, los incrédulos de
turno, los que ni sienten ni padecen... Quizás, si oyeran, de vez en cuando,
algunos fragmentos de buena música, otra iba a ser su suerte en adelante.
Los
noctámbulos, amantes del aire fresco de la noche, buscamos, entre místicas
percepciones, el consuelo de la reciprocidad amorosa. Cabalgamos, navegamos o
volamos, siempre buscando el calor humano y sentimental de quienes nos lo
ofrecen. Nada ni nadie nos detiene, somos cómplices de la noche y ligeros como
el aire para escurrirnos entre sus sombras, oyendo esa dulce caricia musical
que nos embriaga.
Celestino González Herreros
celestinogh@teleline.es
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