Considerando las distintas
situaciones que viven muchos de nuestros semejantes en distintas latitudes,
pensando en ello, uno llega a sentirse, si no cómplice, si bastante incómodo y
no soporto tanto silencio, ni tanto distanciamiento existente. Hay quienes no
quieren entender el verdadero dramatismo de esos pueblos, aldeas, inhóspitos
rincones, cuáles son las necesidades más perentorias, más urgentes de que
adolecen. Oír el grito inconfundible en nuestra conciencia, aquel eco que nos
llega desde lejos, desde tantos lugares donde la gente está muriendo de hambre,
de sed…
También mueren de frío y de
tristeza al comprender que han nacido sólo para sufrir. Y que sus agónicas
voces no se oigan porque “la bulla de la abundancia” nuestra, ensordece ese
lamento humano que progresivamente se apaga en su lacónico medio… Así como
mueren las más sagradas ilusiones del ser humano.
Después de haber exhalado un
profundo suspiro, sigo igual de descontento, a veces, ya ni lo que como me sabe
a comida, viendo en la TV los acostumbrados programas radiotelevisados y precisamente a la hora del
almuerzo, pensando en esos trágicos acontecimientos sufridos por tantos
desposeídos, en tantos seres olvidados que ciertamente sabemos que mueren a diario
por no tener lo que a nosotros nos sobra y que botamos a la basura, ni las
atenciones socio sanitarias que por suerte, a pesar de cuanto protestamos, hoy las
tenemos. Lo nuestro sabemos que es una situación pasajera, una crisis que
estamos sufriendo por razones obvias, mala administración de los bienes
recibidos. Así como la misma palabra indica, más pronto que tarde, seguro que
nuestro problema quedará resuelto. Son situaciones pasajeras, lo nuestro. Pero
esa inmensa mayoría que sólo han venido al mundo ese de ellos, para sufrir. Mueren
sin haber experimentado la grata sensación de alguna vez haber sido felices,
aquello que tantas veces hemos despreciado, inconcientemente, o al menos no
hemos sabido valorar en su justa dimensión y nos pasamos los días protestando
de todo lo envidiable que tenemos y que siempre hemos tenido.
Haciendo un detenido análisis
de la suerte que hayamos disfrutado, posiblemente aprendamos a valorar lo
afortunados que hemos sido desde el momento que vinimos a este espléndido mundo
nuestro, aunque esa suerte no haya sido igual para todos, pero a nuestro
alcance hemos tenido, siquiera, lo
elemental para poder seguir viviendo. No pueden decir lo mismo en tantos
lugares geográficos de nuestro planeta, sólo que necesitan de la ayuda nuestra
y la solidaridad de nuestros respectivos Gobiernos.
Celestino González Herreros
celestinogh@teleline.es
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