4/11/11

HILOS MUSICALES Y AROMAS CAMPESTRES

(Producto de la imaginación)
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Al pasar por el salón donde tengo instalados los equipos de música, sentí deseos de activarlos, oír algunas interpretaciones acordes con mi estado anímico, ya que en esos instantes no estaba, precisamente, muy animado que digamos. Me apeteció algo de Schumann (Kinderzeneen Op. 15) Antes pensaba hacer otras cosa mientras oyera esas deliciosas interpretaciones musicales, y entre tanto me movería de un lado a otro, cual fuera mi habitual costumbre. Mas, las notas musicales fueron adormeciéndome y transformando a mi espíritu. Me sentí nostálgico, casi abatido, también, por los influjos poéticos que me sustraían; y acabé sentado frente a un blanco papel, en el secreter de la sala. Sin fuerzas físicas, casi sólo el halo romántico que me envolvía, hasta sentir fluir las palabras y los deseos contenidos, desordenadamente, al salir liberadas por la emoción que me embargaba, yendo al papel que ansioso esperaba ese encuentro. Y mientras mi corazón sufría apesadumbrado, pude ordenar las ideas y los propios sentimientos, obviamente se trataba de encausar los recuerdos que se agolpaban en mi mente. Aquellas vivencias habían vuelto a entristecer a mi alma, volví a sentir aquel sufrimiento, tiempo pasado y que aún sigue dañándonos. Aquella juventud, aquellos días tan sublimes, llenos de tiernas fantasías, de bondad incalculable y que no debió acabarse. Aquello era amor, no era otra cosa, y se nos fue de las manos sin darnos cuenta. Se nos fue para siempre y sin saber porqué.

Sigo oyendo la exquisitez de tan bella música, cuyos compases un tanto tristes, elevan a mi espíritu, me saca de este ambiente mundano, de todo cuanto me rodea y me transporta a otros lugares, rincones oníricos donde siempre estarán los senderos aquellos, lugares amados que entonces anduvimos juntos, absortos bajo el poder mágico de nuestras acariciadoras miradas. Un mundo creado por nosotros mismos, pequeño y tranquilo... Sólo para amarnos, sin voces extrañas ni curiosas miradas que pudieran turbar el idilio de nuestras caricias. Solos, en un lugar salvaje y lleno de atractivos poéticos, sin tempestades capaces de poder separarnos. Caminos dorados en inmensas sabanas tocados por un sol distinto y a la vez reparador; y por brisas transportando hilos musicales y aromas silvestres de campos floridos, llegados sólo para brindarnos sus mágicos efluvios en nuestras cuitas de amor.

Tomé su portarretrato entre mis manos y la miré con tanto dolor como ternura, los ojos humedecidos... Casi sin poder ver, y le besé nuevamente. Es ella. ¡Oh Dios! Siempre estará conmigo mientras dure mi permanencia aquí, en este mundo real, donde la vida sigue su curso y no nos deja ir más allá, cuando lo deseamos.

El piano sigue gimiendo y elevando sus cándidas notas, como mi alma se eleva, cual ave inspirada que agita su frágil vuelo por los caminos fantásticos de la imaginación, buscando el sigilo de su soledad, los yermos parajes, previos a la divina contemplación.


Celestino González Herreros
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