la supuesta evidencia recelaremos de tanta belleza presente.
Hallé por fin, un refugio adonde esconderme, literalmente, se supone. Encontré un lugar tranquilo y que me permitiera ausentarme todo el tiempo necesario hasta lograr aclarar y solventar mis dudas y conseguir estar solo, no hablar ni escuchar a nadie, sólo oírme a mi mismo en tanto reflexione y ordene mis acuciantes ideas, quería estar esquivo, no escuchar ruidos ni voces disonantes… En cambio sí, hallar un apetecible encuentro con una de mis preferidas intervenciones del genial Chopin, que no debo desairar, más bien me consuela y me acompaña en mis aflicciones...
¡Cuántos valores hemos perdido! Al ritmo que vamos, la nuestra va a resultar ser una sociedad muerta, si continúan faltándonos nuestros ideales y aquellos valores que siempre nos identificaron, pilares tan necesarios para una normal convivencia entre unos y otros, conceptos importantísimos para mantener fijo el justo equilibrio social, que como estamos viendo, se tambalea.
Sí, la música me pone sentimental, me persuade y me trae a la memoria épocas pretéritas inolvidables. Cuando las personas éramos sensibles, respetuosas y más solidarias de lo que son hoy. Con esas tres e indispensables cualidades, vencimos épocas muy difíciles. Crisis financieras, persecuciones políticas, acosos indebidos, amenazas y secuestros, guerras y sus dramáticas secuelas, hambruna y enfermedades… Todo ese cúmulo de adversidades que sí fueron minimizadas con nuestros valerosos sentimientos cívicos y eminentemente sociales.
Hoy esos valores comunitarios y tan necesarios en el ámbito social, en nuestros pueblos, han decaído considerablemente. Aquella semilla de amor es como si se hubiera enfermado y sólo germinara de ella la escoria que haya suplantado, en gran medida, a nuestros principales esquemas sociales y a la vez, morales. Aquellos valores mal interpretados y hoy víctimas del desprecio más absurdo.
Realmente, se nos hacen incómodos los distintos conceptos que las nuevas generaciones tienen de sus estériles y nefastos proyectos. Como si para ellos la vida fuera acabarse, cuando aún están comenzando. Como si se hubieran declarado en rebeldía y quisieran acabar con todo aquello que tan gratuitamente les hemos dado, para que se sintieran mejor de lo que muchos, ni se merecen. Como si al no tener perspectivas ni ganas de hallarlas, se sublevaran contra sus mayores que ya más no puedan darles; y les quieran erradicar anulando todos aquellos principios y hasta las sanas costumbres. Con toda la suerte ambicionada, en general no piensan y proceden así, la diferencia es notoria en los que han seguido nuestros pasos y han luchado siempre por mejorar sus estatus de vida, y el de los suyos.
Hay una juventud admirable, y esa es nuestra única esperanza. Jóvenes que supieron mantenerse firmes en su camino de superación y de estudios, de ideas fijas y altruistas, que han sacrificado mucho para ser cada día mejores personas y que, algunos de ellos, ya ocupan puestos importantes (no muchos, pero algunos si…) cada cual en su escala, en los lugares más estratégicos (¿?) de nuestra convulsionada sociedad y que, sin lugar a dudas, serán ellos nuestros leales guardianes y el mejor ejemplo a imitar por la otra juventud víctimas de la desorientación social existente.
La agresividad existente en la calle, en cualquier lugar y en cualquiera circunstancia, es verdaderamente preocupante, Delictiva, amenazante y comprometedora. Quieren hacerse los dueños de todo, sin reparar en el daño que nos hacen y sin que teman a las consecuencias que se enfrentan… Mientras,
Celestino González Herreros
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