Estas líneas que transcribo, son un extracto afectivo de una carta que en breve saldrá hacia Venezuela, enviada a unos primos en Barquisimeto que emigraron hace más de cuarenta años y son muy felices allá y están muy bien, en todos los sentidos; y no olvidan a Canarias.
Dado que se acercan fechas de un profundo significado, tanto religioso como social, me adelanto para desearles lo mejor y que las disfruten, con amor ante todo y luego con salud, que es también importante. Todos los que estamos, bregando aún, por la vida, por los ausentes rogaremos; con la resignación a que estamos acostumbrados, ya que otra cosa no podemos hacer. Estarán en nuestra memoria y con el recuerdo alimentaremos el amor que les debemos, mientras haya vida en nosotros.
Ahora veamos a nuestro alrededor lo que realmente tenemos y demos gracias a Dios por todo.
Seamos, pues, conscientes de nuestra “fragilidad” y brindemos por el sublime hecho de estar juntos, a pesar de todo y las distancias.
Pienso recordar, como siempre, con veneración, a mi querida Venezuela. Nada se me va a olvidar, aunque estemos tan lejos, en el pensamiento estaremos juntos. O les traemos a todos para acá.
Sinceramente, hay veces que me gustan más las Navidades de Venezuela. Será, quizás, por mi forma de ser o por lo ideal que para mí es ese bello País y sus gentes. Será también, que su música me llama y sus hermosos paisajes. O serán los recuerdos de mi juventud que me reclaman... Recuerdo, desde cuando era un muchacho, en Caracas, lo feliz que fui con mi familia - rama paterna - y puede ser que ello sea razones más que evidentes, recuerdos propios de aquella edad. Del dolor de estar solo, de estar tan lejos de los míos; y del cariño que recibí en todo momento, de todos. Que sea lo que me obliga a magnificar esas fechas, tan tristes, a veces, cuando no, para tantas gentes, los días más felices para chicos y grandes, para todos.
En Venezuela, por ejemplo, sin menospreciar cualquier otro lugar del mundo,
A todos nos sobra amor para repartir. A veces, hasta el maleante y el peor de los indeseables, parece que se sensibiliza un tanto y deja de ser el enemigo del bien. Todos buscamos ser y hallar lo que siempre hemos deseado, y estar cerca de los seres queridos... Los cerrojos de las puertas están quitados para que podamos entrar... Y la noche del cañonazo es, como un río de alegría que se desborda e invadiera con la presencia de un amor especial, el ámbito nacional. El cordial y respetuoso abrazo dignifica al hombre y a la mujer. Todo queda en el respeto mutuo y las puertas siguen abiertas para que el vecino entre y pueda honrar el hogar que se le ofrece... Y el compadre con sus amigos... La música y la alegría lo invade todo. ¿Cómo es posible tanta ternura? ¡Y que eso sea una tradición de tantos años!.. Pues si, yo lo viví ampliamente y por ello insisto, al decir: Quién no haya gozado unas Navidades en Venezuela, no sabe lo que se pierde.
Aquí, en mi tierra, me falta ese “sabor criollísimo”. Sin embargo pienso: Será por los siglos de civilización y todo lo que me quieran decir respecto a Latinoamérica -sin olvidar de que Canarias antes era así- y que eso ha desconectado los verdaderos sentimientos en nuestros pueblos, de sus verdaderas raíces, y hoy, sólo seamos un producto más del progreso convencional de intereses foráneos... Las luces en las calles, el despilfarro y la falsa algarabía, nada dicen respecto al amor entre los hombres. Es pues, una cobertura política y social de frías connotaciones para captar los verdaderos sentimientos de quienes esperamos que todos los pueblos sean iguales, con las mismas oportunidades. Que se acaben las guerras y el hambre... Y desaparezcan los intereses partidistas...
Yo aprendí una lección, hace más de cuarenta años, allá, en Venezuela. Una lección que jamás he podido olvidar. Entonces éramos conscientes de la necesidad de luchar “todos juntos” para darle al País el impulso necesario para verle salir a flote, después de tantos desmanes políticos sufridos. Aún era Venezuela un país próspero y prometía poder ayudar a todo aquel que quisiera trabajar... Pero los políticos seguían haciendo de las suyas, enriqueciéndose a costa de la indefensión popular. Y la lección que aprendí, fue, que nunca hay que desfallecer, tarde o temprano, preveíamos, todo se iba arreglar...
Esperemos que sea así y que se cumplan mis predicciones. De momento no sé cómo están las cosas por allá. No quisiera generalizar, pero como anda
Celestino González Herreros
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