14/10/11

ELLOS CON SÓLO MIRARSE A LOS OJOS SE DECÍAN TODO

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Ella volvió sus ojos hacia el cielo, inundados de abundantes lágrimas, e imploró con resignada mueca y aquella sensación de nostalgia que seguía sintiendo al evocar aquellos momentos tan felices vividos, el uno para el otro, entregados enteramente al amor que sentían… Pero, tempestades irreconciliables les obligó, a cada cual que se fueran por caminos distintos, ni hubo, siquiera un adiós de despedida. Fue como un cruel soplo del destino lo que les separó. Aún hoy, ni ellos mismos saben cuál pudo haber sido la causa para llegar a romperse así una relación tan hermosa.

Ellos con sólo mirarse a los ojos se decían todo cuanto se querían. A veces las palabras sobraban, como si temieran pronunciarlas y les aterrase, las callaban recelosos por si pudieran equivocarse al confesar lo que sentían. Mírame a los ojos –se decían- ¿acaso no ves en ellos la pasión que siento por ti?

La espera en las citas concertadas se hacía eterna cuando había que esperar; y cuando estaban juntos el tiempo las devoraba… Aquella desesperación por querer estar nuevamente juntos cegaba toda perspectiva. Y cuando llegaba el momento de separarse, era un sufrimiento tal, que no había forma de resistirlo y en realidad no querían separarse por temor a no volver a verse.

Así ocurrió, una vez se dijeron ¡hasta luego, hasta mañana! Ironías del destino, ese día, ese encuentro, no se realizó, no volvieron a verse. Ni acariciaron más sus manos, ni se miraron como entonces a los ojos, aquellas profundidades se nublaron para siempre, es de suponer…

Y así han transcurrido los años, sin saber sus verdaderos destinos. Sin saber si algo importaron sus vidas, si alguna vez han llorado el dramático desenlace que truncó sus vidas. Ambos desconocen su sino y ya con las sienes plateadas posiblemente se estén buscando y aún se sigan amando, o ni sepan si se recuerdan con aquel amor que tan tiernamente sintieran.

Pero esos recuerdos siguen latentes; y a veces, sus pareceres y sentimientos, tal vez, se encuentren en el silencio de cualquier tarde, viendo declinar allá en el horizonte, los fulgores agónicos en el espectro crepuscular de aquellas playas…

Insistentemente, ella volvió sus cansados ojos, como era habitual, hacia aquella imaginaria línea horizontal, donde pareciera que el mar y el cielo se juntan, por si le ve llegar. Para decirle que aún le quiere y que seguirá esperando, como espera su solitaria barca sobre la arena para ir a buscarle.


Celestino González Herreros
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