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Esa fue una mañana propicia para caminar un rato, a pocos metros del mar, evadirnos y recuperar del incesante trajín de la vida, aquellas energía perdidas. Circulé buscando donde aparcar, como me lo había propuesto, pero me detuve un tiempo razonable, aún dentro del coche y ya estacionado, antes de apearme del mismo en las inmediaciones de Playa Jardín, cuando de súbito, de entre los matorrales de la acera de enfrente surgió un precioso gallo el cual me mantuvo expectante y hasta medio emocionado. Me miró, pienso yo, y comenzó a cantar, como si me dedicara su matutino saludo de bienvenida. Dado el tiempo que no oía esa grata sinfonía campestre, curiosamente esperé a oírle más veces. Luego, mientras buscaba nutrientes para su supervivencia, seguía batiendo las alas y arrogantemente erguía su rojo cuello y se explayaba entonando sus cantos, mas, opté por no bajar del auto en tanto le estuviera viendo y oyendo. Creo que fue el recibimiento del gallo lo que me entristeció y despertó en mí tantos recuerdos soterrados en el tiempo. Volví a revivir aquella infancia y primera juventud ya perdida, cuando los gallos nos saludaban, nos despertaban alabando el milagro de la vida, recordándonos aquellos alrededores y el entorno mismo, cantándole a la madre Naturaleza y el prodigio de
Una vez adentrado en los sorprendentes jardines que lindan desde la avenida hasta el asfalto y la espaciosa arena negra, los bajíos y la mar, uno se queda sorprendido. En mi caso y luego de haberlos transitado en varias ocasiones, esta vez no sé por cuál razón no estaba muy al ciento, pudo ser la hora tan temprana, o por que siempre no estamos ni sentimos igual, lo cierto es que y a pesar de ello, disfruté enormemente y todo el tiempo estuve elogiando y admirando la cantidad de palmeras y la variedad de esa especie allí presentes, erguidas como queriendo alcanzar el cielo, increíbles y bellas. Como si hubiera visitado ese lugar por vez primera. Me hubiera quedado en ese confortable lugar más tiempo, a no ser que advertí, sin intención alguna, la presencia de la mosca blanca que por momentos llegó a molestarme al pasar por determinados lugares, según los arbustos… ¡Qué lástima no poder combatirla eficazmente! Si se lo propone, acaba con los jardines de
Las aves eran felices, ajenas al grave peligro de esa plaga de la mosca blanca; disfrutaban de su libertad selvática y anidaban entre los recodos del ramaje de los árboles. Iban y venían, ignorándome por completo.
Al acercarme a la playa, a pesar del oleaje, los bajíos de la orilla destacaban su bella fisonomía. Recordé por momentos, aquellos años tan lejanos, jugando con el agua de los charcos y persiguiendo los pequeños peces… En esta ocasión había pocos bañistas, vi. un señor de edad avanzada en traje de baño, con una bolsa en las manos recogiendo piedritas de entre la arena, posiblemente eran para sus nietos. Lo que si abundaban eran las personas aquellas cuyos respectivos médicos aconsejaban hacer ejercicios y pasear, como idónea terapia…
Sinceramente, Playa Jardín necesita más cuidados, cualquiera que le visite lo notará. Vean el Parque infantil, por ejemplo, su imagen ratifica la veracidad de mis palabras. Debe ser que no hay dineros, por que es imposible que sea falta de buena voluntad, entonces sería imperdonable. Creo que ha habido tiempo suficiente para acometer las mejoras necesarias, que tampoco son tantas, pero créanme, son detalles que nuestros visitantes, sobre todo ellos, lo habrán censurado y hasta comentado allá en sus lugares de origen. De ninguna manera nos conviene retroceder, en ello nos va nuestro futuro. Pequeñeces si quieren, pero muy importante… ¡Ay, si Cesar Manrique viviera!.. Siquiera por respeto a su memoria debieran solventarse esos pequeños desperfectos hallados.
Celestino González Herreros
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