Es cierto,
cuando digo que entonces hubo un esplendor muy singular en los bellos rincones
de nuestras Islas Canarias, en general y muy particularmente en nuestro Valle de
La Orotava. Aunque
lejos estén las vivencias, ellas se han perpetuado con la presencia de los perdurables
recuerdos.
La Ermita, hoy acogedora Iglesia de
San Amaro en La
Urbanización de La
Paz, antes estaba circundada por exuberantes y bien cuidadas plataneras
y floridos árboles juntos a los impresionantes cipreses muy abundantes en esa
privilegiada zona agrícola y, un tanto reservada, por lo que no era transitada
habitualmente por cualquiera, a excepción de un núcleo determinado y de algunos
extranjeros curiosos y celosos estudiosos traídos por los encantos de su
entorno.
Su
denominación transmitía acopio de ternuras, sugerencia de sosiego y
tranquilidad, solo alterada con cierta armonía, cuando al caer la tarde cientos
de aves de diferentes especies regresaban a sus nidos y sus gorjeos, arrullos e
instintivos juegos, alegraban ese silencio a veces prodigioso de aquella
tranquilidad sorprendente. Cada amanecer, ante que sonaran los clarines del
alba los gallos ya correteaban entre la maleza y se oían desde los más
apartados lugares el eco de sus viriles y alegres cantos. Los caminos cobraban
vida, se animaban por la presencia de las hermosas vacas y becerras que eran
llevadas por los gañanes de un lugar a otro en sus tareas campestres cada
mañana. Y las bestias transportaban cestas repletas de verduras frescas y
olorosos frutos tan abundantes en la época cuando el Valle reverdecía en toda
su extensión; había agua por doquiera y hasta parece que sus gentes fueran
diferentes, más amables y generosas. Cuando cualquier rincón canario era un
vergel de inagotables recursos y bucólico esplendor. Estas consideraciones que
me hago como glosa de una nostálgica adhesión en los tiempos que, según la
evolución social nos están dados vivir, me incita a revelarme ante la evidencia...
Ante el
ruinoso desastre perpetrado desde estos últimos decenios en el Valle de La Orotava, pienso que no
habrá reposo en sus conciencias, ni descanso en nuestras protestas, todos hemos
sido injustos con el patrimonio rural, hemos preferido la suntuosidad urbana
imitando a las grandes ciudades turísticas, en detrimento de nuestras bellezas
naturales. La verticalidad del suelo, en su vertiginoso ascenso, anuló la
fértil fisonomía en nuestros campos y en nuestras costas mutilaron los románticos
bajíos que tanto deleitaron a nuestros primeros visitantes, que esos sí,
entendían de turismo ecológico y ambiental. Recordemos, cuantos estudiosos e
insignes investigadores universalistas recalaban en nuestras costas con ilusión
altruista y cuantos cientos de libros en el mundo entero hablan de las Islas
Afortunadas... Esta fue la meta de algunos eruditos que me vienen a la memoria
y, a los que debemos el más respetuoso homenaje... Hoy el turismo es otra cosa,
pan para hoy y hambre para mañana, no lo olviden.
Se han
quedado atrás otras épocas que nunca han podido ser superadas por que el hombre
se degrada paulatinamente, tornándose inconsciente e irresponsable ante sus
propios hechos y cuando dispone de mejores recursos los desaprovecha
deliberadamente buscando otros derroteros egoístas donde cebarse y sacar sus
propios beneficios. Pero la dignidad de aquellos luchadores rurales, en el
recuerdo de algunos de nosotros no muere. La Paz y su Ermita de San Amaro, están hoy dentro de
mi alma; qué extraña sensación al imaginarme los tranquilos lugares, desviando
el pensamiento hacia el pasado, de aquella tierra fresca y sombreada por el
verde platanar y los angostos senderos por lo abundante de su exuberante
flora... Los caminos que señalan mi exaltada imaginación, me llevan con
atribulada inspiración a todos esos rincones idealizados, quizás si, pero
amados hasta la saciedad, por ser ellos fuente evocadora y pulso poético, de
todo aquello que, "miserablemente" hemos destruido. Ya de nosotros,
sólo quedan los recuerdos: lamentable sentencia que hemos de sufrir
eternamente. Mi viejo y lindo Puerto de la Cruz, ¿qué hemos hecho contigo,
cuántos jirones en tu piel ya existen? Lo mismo digo de los demás municipios
del Valle y todo su histórico entorno rural. Y se sostienen y alimentan
esperanzas de ser cada vez más bellos sus atractivos pueblos. Sin olvidar que
antes eran todo un vergel, eran un sueño, de irresistibles encantos.
Desde lo
alto se extasiaba la vista contemplando la verde extensión del Valle y sus bellezas
naturales, la alfombra de su epidermis reverdecida se deslizaba hasta llegar a
la costa, desde los otros extremos de La Orotava y se prolongaba, pasando por Los
Realejos, lamiendo montañas y costas, queriendo besar todo el cono norte de la
isla. Dejaba ver sólo las profundas hendiduras de sus tranquilos barrancos de
escabrosas paredes y pronunciadas pendientes, en cuyo silencio y allá, en sus
peñas más altas, el águila y las demás rapaces vigilaban la actitud confiada de
las sumisas especies que adormitaban bajo el sol abrasador entre las ramas de
los hierbales...
Caí en la
trampa de mis debilidades, una vez más, y atrapado entre los recuerdos siento
como herida mía los zarpazos que hoy sufre el pelaje alborotado de mi pobre
Valle...
Nunca tan
cierta la locución verbal que dice: “Una imagen vale más que mil palabras” Sólo
que, dentro de mí queda una rabia que no contengo, y quisiera alentar mi ánimo
dando un grito que llegue a las conciencias de nuestros pueblos... ¡Por favor,
piedad!.. ¡Que no muera lo poco que ya nos queda!
En la paz y
su Ermita, decir, que en ese sagrado recinto, a veces me he refugiado, y
disfrutando esa tranquila sensación de aplomo que su recogimiento inspira, he oído
mis íntimos lamentos respecto a los destrozos ecológicos que sufren nuestros
pueblos y sus campos, al mismo tiempo he sentido la vergüenza de mi impotencia
física ante tales atentados; todos visibles, que no se trata de una simple
pesadilla, están ante nuestras impávidas miradas cuando va muriendo nuestro
Valle, donde trabajaron aquellos viejos campesinos, entre sudor y lágrimas,
para que hoy lo linchen despiadadamente como lo están haciendo... Y que
valiente es mi Valle, que aún no muere, a pesar de todo el daño que cada día le
hacen... Como si en las noches calladas las cálidas brisas le alentaran con sus
reconfortantes caricias, ese mágico aliento que baja desde las Cañadas del Teide. Parece que intenta resistirse,
pero no puede.
Celestino
González Herreros
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