Apenas cayeron unas cuantas gotas, como presurosas lágrimas desprendidas
del cielo gratamente recibidas y tan necesarias. Al siguiente día el verde de
nuestra vegetación resplandecía, las hojas de los árboles brillaban cuando en
ellas se reflejaba la luz del Sol. Como si hubieran cobrado vida en sólo unas
horas…
El agua es fuente de vida, también para el hombre. ¡Cómo alegra a las
plantas y al ambiente de su entorno su olor a tierra mojada! Imprime tanta
lozanía, que respirar hondo a nuestro espíritu insufla todos los mágicos
elementos que nos han de permitir
renovarnos percibiendo esos deseos renovadores de revivir.
Para cerciorarnos, sin necesidad de ir al campo, nuestra ciudad nos lo
confirma, se torna más sugerente. El aire es ahora más fresco, aunque aún
persisten las altas temperaturas. Al respirar, el agobio de los anteriores
calores nos hace más soportable la vida y hasta nuestro carácter cambia y la
acritud pasada se torna mucho más agradable. Aunque dicen por doquiera que
tendremos un otoño caluroso. ¿Acaso ya no hemos vivido en varias ocasiones
otros calores iguales? No soy la persona indicada para dar consejos, pero me
aventuro a recordarles a los niños y a las personas de edad avanzada, que
cuiden su salud en estas circunstancias. No es nada nuevo, pero ahí va. No
hacer esfuerzos de más, si se pueden evitar. Apenas nos agitamos un poco,
sentimos la desagradable sensación del cansancio sumado al calor preeminente.
Cualquier esfuerzo, por pequeño que fuera, al momento sudamos. Lo más razonable
es beber mucho líquido y moverse lo menos posible. Aprovechar las sombras y
evitar el Sol. Comer poco y mejor una buena bandeja de ensalada mixta, evitar
los fritos, no abusar de los hidratos de carbono ni de las grasas de animales.
Usar ropas ligeras y que no falten las duchas de agua templada.
La verdad es que fue un grato consuelo ver llover. Fue como una
bendición del Cielo; sólo el ver caer la lluvia sobre los tejados, inundando la
copa de los árboles, sentir golpear la delicada superficie de los cristales de
las ventanas, nos llenó de júbilo. Hubiéramos deseado que siguiera lloviendo
como era antiguamente, unos cinco o seis meses seguidos, cada día lloviendo a
chuzos.
En los tejados de las casas crecían los berodes y las andoriñas volando
incansablemente y en distintas direcciones acababan en los aleros de las altas
casonas cuando la tarde ya declinaba y el influjo del astro rey iba
debilitándose y notabas el rigor del frío en las tardes otoñales. Momentos
aquellos en familia o entre los amigos, buscando en el cálido ambiente de
alguna tasca, en el buen vino, una respuesta templadora, entre ese fino frío y
la lumbre y el grato calor de los efectos báquicos, allí. En la oculta ventita,
en el patio o en el mismo mostrador, picando algo que acompañe para poder
estimular el paladar.
Los años son, indudablemente, el vínculo o nexo revelador de tantas y
tantas historias o vivencias, muchas de ellas inconclusas, que se vieron
interrumpidas, algunas de ellas, accidentalmente. Por que con ciertas edades no
hay fuerzas físicas suficientes para la lucha y las batallas se ganan empuñando
el arma y disparando con ella. Las leyendas son otra cosa. Y así, cada uno de
nosotros, involuntariamente, ha protagonizado con sus vidas, cada uno de esos
mágicos momentos de aquel inolvidable pasado. Aunque hoy, no seamos, ni por
asomo, ante el estático espejo de nuestra vida, lo que fuimos y que ya no
somos, mirando hacia cualquier solitario rincón de nuestro entorno; y luego
cerrando los ojos en ademán reflexivo, siempre hallamos aquel esplendor de
nuestras horas vividas; y aquel silencio, sin escuchar palabra alguna ni quejas
nuestras, nos entregamos a esa evocación sentimental… Queriendo revivir aquello
que no podemos olvidar. Aquel rumor de voces y el palpitar de tantos corazones.
Los pasos que no pudieron detenerse y se fueron hacia el infinito. Como el
chapoteo del agua cundo volvieron las lluvias, así como el seductor olor a la
tierra mojada se llenó todo ese caudal de vida terrenal… Y surgieron las dudas
y la ilusión esgrimió el arma poderosa de nuestra fe; y vencieron en esa guerra
cruenta los desafíos sin cuartel de la
esquiva imaginación. Luego la dirección de los vientos cambió la suerte de los
acontecimientos contendientes, arrojaron sus armas y sellaron la paz con un
fuerte abrazo, como en las leyendas medievales, amor antes que la muerte.
Bien es verdad que se respiran otros aires, que nunca fue tan evidente,
sin la correlación del mismo tiempo al transitar por los imaginarios causes
suyos, no el de las cálidas brisas de nuestro cándido litoral atlántico, no
aquel que medió entre ellos, cuando les decíamos: ¡Cuánto se quieren! Ahí se
detuvo el tiempo; hubo una considerable tregua para sus jóvenes vidas y hasta
que amaneció fue placentero aquel amoroso sueño.
Celestino González Herreros
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