Estaba avizorando entre la tupida y frondosa vegetación del hermoso
jardín, cuando me atrajo poderosamente un lindo y minúsculo pájaro de color
verde, que, muy cerca de donde me hallaba jugaba con otro de su misma especie,
cortejándose ambos mutuamente entre rituales amorosos e incansables arrumacos,
entregándose al idílico y tierno juego del amor... Sonreí distraído,
sensiblemente conmovido; y volví la mirada hacia otros objetivos; busqué entre
las exóticas plantas las que aumentaran más mi evidente entusiasmo, y me detuve
en mi observación donde estaban las diminutas violetas cuyas flores lilas destacaban esplendorosas en el
cantero central, guarnecido su espacio de alelíes blancos minuciosamente
cuidados... Así consumía yo mí tiempo de ocio, entre plantas y aves que vivían
libres en ese romántico entorno lleno de silencio y melancolía, donde se conjugaban
la armonía del multicolor floral y sus aromas excitantes, de las flores su
delicado perfume junto al olor peculiar de la humedad de la tierra. Los rayos
del sol apuntaban en torno a mis pies, con infiltrados tangibles a través de la
espesura del ramaje de los esbeltos árboles de prolongada verticalidad,
buscando la luz y su calor revitalizador. Avizoré también, desde mi ventana en
el jardín, la nitidez del azul celeste, cual si fuera un endiosado amanecer que
invitara a volar, a escapar del verde clorofílico, junto a las aves que
coreaban en el apacible silencio con sus alegres trinos, emulando poéticos
cantos hacia una mística primavera que comenzara, abajo, en el jardín, en este
vespertino encuentro del ilusionado sueño que no debiera interrumpirse jamás,
aunque deje mi vida en ello.
Caminé en ese mudo y profundo trayecto lleno de soledades, buscando la
evasión y en su proyección sólo vi la luz, arriba, que nunca pude alcanzar...
Y en mi jardín deambulé como en cada nueva primavera, me fui de un lugar
a otro buscando cuál fuera la flor que se abriera primero. Presintiendo la
llegada de las mariposas y abejas de siempre, corrí hacia sus ansiados
encuentros y viéndoles libar en las flores primeras, hubo en mi subconsciente
un lapso de nostalgia y en mi corazón un sentimiento dolido al verme tan solo
esta vez, sin ella a mi lado, sólo plantas y flores, arbustos desmelenados y
las aves mañaneras; y esas bellas mariposas y las golosas abejas... pero ella
no estaba para que, como cada año, me consolara en mis delirios de primavera...
De jardinero delirante que sueña con sus huertos todos sembrados de flores y
esperaba cada año la resplandeciente luz primaveral cuando el alba despuntaba
sensiblemente perfumada y la recibíamos desde la vetusta ventana, juntos los
dos, para ver la flor primera...
Hoy, este nuevo amanecer trae un mensaje distinto, las pesadillas del
sueño anterior, que no dejaron de atormentarme, esta vez no van a impedirme que
la vea, para darle todas las flores de nuestro jardín, ¡todas a la vez! Y si
no la viera... oiré el canto de las aves
y sentiré la cálida brisa; y los aromas inflamarán de ilusiones nuestros viejos
corazones, habrá una eterna primavera para los dos desde mi triste ventana,
proyectada hacia el Cielo. Hoy sólo me queda ver el paso de las aves en sus
callados vuelos, cual mensajeras de mi amor, un vuelo ilusionado de mi débil
corazón inquieto por volar... Y en esta, o en la próxima primavera, llevaré
conmigo todas las flores de nuestro jardín, para que alegren aquellos rincones
por si allá no hubiera flores, para cuidarlas entre los dos.
Tras la vetusta ventana, la mirada perdida sobre la mar tendida, diviso
allá, a lo lejos el estático horizonte solícito por momentos. Más acá, la
lluvia pertinaz cayendo sobre el frió asfalto, al otro lado del tapiado jardín.
Hasta donde mi vista alcanza a ver, diviso a las gentes, los coches rodando en
distintos sentidos, la bulla callejera también la intuyo, el incesante ir y
venir de unos y otros, los primeros a cumplir con sus obligaciones, a
satisfacer sus deseos; los segundos sin saber a donde van, sólo tratan de
imitar a los que se mueven, sin saber porqué y acaban sin llegar a ninguna
parte.
El mundano acontecer de los que viven sólo para vivir; y yo, en cambio,
espero tras los arañados cristales de mi ventana por si la veo aparecer.
Pierdo, a veces, la cuenta del tiempo, aunque lo sienta pasar presuroso, sin
detenerse... Sin entender que ya no dispongo de mucho más y temo no estar tras
los húmedos cristales, cuando vuelva la nueva primavera y no sepa ir solo a dar
con ella.
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