4/10/12

SON NEGROS NUBARRONES QUE PASAN



Ensombrecida la realidad que hoy vivimos, por tantos desagradables acontecimientos, casi a diario, no sé a dónde mirar ni dónde refugiar mi espíritu. La  poca paz que nos ha dejado a causa de tantos sinsabores que se repiten, es la confusión colectiva que la duda genera. Cada mañana, los que gustamos leer, nos sorprenden noticias crueles de hechos delictivos y vergonzantes que dejan en la sorprendida sociedad, una sensación de impotencia tal, que ni dentro de casa, pensamos, vamos a estar seguros. Desde luego, son escalofriantes las “persistentes” noticias que a través de algunos medios informativos, nos transmiten la dolorosa realidad que vivimos, aunque la verdadera intención sea informarnos. Pero, desde mi modesta posición, sugiero, ¿no estarán haciéndole un flaco servicio al país, con tantas informaciones atroces que, de unos años acá nos tienen acostumbrado?

Yo que tanto admiro la paz, que me enferma tener que enfrentarme a lo incomprensible de esos tristes hechos, no hallo forma de hacer una crítica seria, no por falta de juicio, hay otros elementos que seguramente nos hemos visto obligado a obviar... Está la impasibilidad de ánimo sistemática o la propia falta de “voluntad” por estudiar y descubrir un modelo capaz de distender tanta abulia atrincherada en sus propias miserias. Siempre, el ladrón pensó en el robo... El asesino en la muerte... Y el hombre de bien, en protegerse de ellos, y de los otros, aquellos que nos engañan continuamente con falsas promesas electorales... Eso es un fraude político, si no me equivoco. De todas maneras, si peco de ignorante, perdónenme. Realmente estoy transcribiendo el sentimiento  de buena parte de las gentes de mi pueblo. Y quiero dejar bien claro, de que ni desprecio ni apoyo a nadie, cada cual con su conciencia. Aquellos que no la tengan, mal parado van a estar a la hora de la verdad.

Se estarán preguntando. ¡Qué diablos tenemos que ver con este deterioro social que sufre toda España y, en consecuencias, nuestras “mal tratadas” Islas Canarias! A mí no me pregunten nada, primero, que no sabría responderles, otros habrá que mejor que yo sepan hacerlo... Segundo, y acabo, les diría que, por lo que he visto, lo que estoy viendo y las sospechas que tengo de nuestro porvenir, me siento sinceramente herido, como todos los canarios honrados, y orgullosos de serlo, defraudado... con un criminal nudo en el cuello.

No pude seguir escribiendo, mi espíritu se reveló incondicionalmente. No pude expresar mis pensamientos, porque las condiciones desfavorables del momento me lo impidieron. Había dejado la máquina de escribir para serenarme un poco y fui maquinalmente hacia la T. V., para apagarla presuroso al ver de nuevo “más desgracias” televisadas, más notas macabras, como si pretendieran divertir al “respetable...” Y, aquí estoy nuevamente, queriendo ocultar mi enfado para pasar desapercibido, al margen de tantas desdichas. De la impotencia crítica que sufro en estos instantes ante el deprimente panorama que vivimos. Sólo debo añadir que me avergüenza esta pesadilla y me siento incómodo como no lo estuve nunca.

Empero, escuchando ecos lejanos que me llegan de épocas vividas sin esos agobios, de tantos deprimentes acontecimientos, me siento un tanto “compensado” y con el arrullo sensual de aquellas melodiosas vivencias - todo entra en juego, ahora y antes - que mitigaban el tedio del aburrido momento, cuando no había  mejores recursos, oír los ecos que me llegan de aquellas melodías de los años 60, sospechando de donde llegan.

Volviendo al pasado, mi mente se va poblando con la tierna evocación, que, si para todos no fue igual, por las razones que fueran, yo conservo con grata emoción, esos recuerdos... Andar, muy entrada la noche, bajo la luz de la luna, por lugares desérticos, no precisamente “paseando” e ir, deslizándome entre su luz y las sombras del verde palmeral y entre la espesa fronda de los ocultos rincones, al ser requeridos mis servicios profesionales, sin temer jamás en el silencio de la noche, a adversario alguno. Entonces los portones, día y noche, podían quedar abiertos, nadie profanaba la intimidad ajena, pues era uno de los peores delitos, dentro de nuestro orden social.

Es muy difícil la misión del que escribe para los demás, y muy dolorosa a veces. Nunca estamos complaciéndoles a todos por igual. Cada cual quisiera, que en los comentarios que se hagan a través de los correspondientes medios, se hablara de sus vivencias personales... Uno sólo busca expresar los espontáneos pensamiento con la palabra, sin previos avisos que lleguen a condicionarnos. Solo escribimos lo que llega, se detiene súbitamente en nuestra mente y se enriquece en el alma. Esos susurros fascinantes que nos hablan de épocas pasadas, por ejemplo, comentando los vestigios hallados en el camino y donde nos sorprende aquel pasado identificándonos, ahí detenemos los pasos y recogemos los dispersos retales que quedan en el olvidado sendero... Que aunque fueran de texturas diferentes, quedan en el ánimo del “escritor” honrado, para reflejarlos en cualquier momento, los misterios que se ocultan en su mágico silencio. Todo es digno de ser desvelado en el tiempo y cada tema tiene su propio entorno y la esencia que le envuelva.

Volviendo a mi pasado, tal vez un poco idealizado por las circunstancias que en él concurren, nada tengo que objetar a mi conciencia. Y llegar a mis años con esta supuesta tranquilidad, supone algo así como haber ganado los primeros peldaños de la difícil espiral que apunta a lo alto de nuestros mejores conceptos espirituales.

Cada lugar y cada hombre es una cosa diferente y en su entorno personal prima la soledad de sus gentes,  y en el hombre, el miedo a verse solo alguna vez,  que puede llegar a generar  la inestabilidad de su equilibrio racional y emocional... Y ya es bastante, además, tener que sufrir “sistemáticamente” los problemas del mundo, asumiendo a la vez los propios desperfectos nuestros y penurias cuando las hubiera. Podemos ser solidarios, si, eso es hermosísimo y humano, pero no olvidemos nuestro actual panorama económico y social y no seamos tan “quijotes” ni intoxiquemos tan “insistentemente” nuestra lacerada piel de corderos asustados.

Celestino González Herreros

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