No voy a retroceder en el tiempo para
evocar vivencias imborrables y personales, ni mías ni de otras generaciones
pretéritas; no voy a revivirlas todas, sólo algunas, por que no acabaría en tan
buen tiempo. Decir que me entristece cuando me acerco a ese alegórico y
enternecedor lugar, y veo a tantas gentes, sin distinción de edades,
disfrutando casi durante todo el año de su playita favorita, de piedras y
arenas negras que se complementan, para emular el bello arenal de otras playas
que, si bien tienen mejor lecho, nunca el encanto familiar de su acogedor
ambiente... Este antiguo embarcadero del boquete de San Telmo, supongo que, a
cada uno de nosotros, a todos, nos habrá ocurrido algo semejante. Hubo una
edad, un momento en la juventud, que sólo nos alimentaba la fantasía, como si no tuviéramos los pies
en la tierra y las ideas flotaran como estrellas en el firmamento y se
alinearan buscando realidades, aunque
fueran insólitas; y nos aventurábamos en el ejercicio de las mismas. Es quizás,
el complejo urbanístico, social y turístico mejor asentado que tiene Puerto de la Cruz y el que menos gastos
genera, por que todo allí es natural. En ese paradisiaco lugar, siendo niño
aprendí a nadar, me empujaron otros muchachos y no tuve más remedio que mover
los brazos, las piernas y los pies. Allí aprendieron a nadar mis hijos y ahora
los nietos. Actualmente, lo digo así porque el tiempo ha transcurrido
inexorablemente; veo con frecuencia a algunos de los que fueron activos protagonistas,
aquellos muchachos de entonces, ya con las sienes plateadas algunos, que aun
siguen ejercitando el cuerpo como antes lo hicieran; algunos con el mismo estilo
que cuando eran jóvenes. Digo que me entristece, porque reconozco que he
perdido habilidades. Recordemos cuando nos lanzábamos al mar desde el muro de la Ermita de San Telmo -todos
aquellos buenos amigos están en mi mente- o de la gran grúa que entonces
existía en el Penitente. Cuando nos íbamos nadando, primero hasta la “Cebada”,
luego la gran aventura del risco “El Pris”, el lugar más distante desde la
punta del muro. Ya sé, había otros aventajados que hacían el recorrido desde el
Muelle Pesquero hasta la Playa
de Martiánez. Algunos viven aún, para corroborar lo que digo y añadirán también
que me quedo corto al recordarlo. En las rocas de Santo Domingo, al lado del
Penitente, se celebraban, igual que hoy, verdaderas competiciones de saltos al
mar y las gentes curiosas lo pasaban muy bien, viendo los acrobáticos saltos de
la muchachada de entonces. Casi siempre exhibiéndonos para “cautivar” la
atención de las muchachas que por razones obvias admiraban tanto valor y riesgo
de unos y otros. Hoy en día, igual que antes, la gente va a la playita a
relajarse y olvidarse de todo y con ello recuperar la paz del espíritu en buen
grado y las energías perdidas por el incesante esfuerzo y el estrés por el
precipitado curso del tiempo de que disponemos para resolver los asuntos
propios y los ajenos en el trabajo; poder estar al día en todo.
En verano como en invierno y con ello digo todo el
año, da gusto ir a la playita de San Telmo y sus atractivos bajíos junto a la
escollera que los resguarda. En el extremo del muro está lo más delicioso para
los que saben sostenerse en el agua: el Reboso. Como su nombre indica, cuando llega
la mar hasta su hondo cauce se llena hasta rebosar para enseguida bajar,
súbitamente y volver a subir bruscamente. Es un juego divertidísimo y tan
atractivo escenario se llena de bañistas. En el muro -muellecito rompeolas- cuando las olas baten con fuerza,
premeditadamente, en la parte posterior del mismo hay un descanso y allí
agarrados o simplemente agachados llegaba la ola rota propinándonos la
abundante espuma cual si fuera una mágica ducha. El charco “Los Espadartes”
cuando hay pleamar es una gozada y los charquitos adyacentes para los niños
pescar peje verde y cabozos, además de zambullirse ellos, pues son ideales para
el baño y a la vez jugar.
Está muy bien cuidado ese recinto abierto al mar, con
bar, terraza, solarium, duchas y ese
santito, San Telmo, que desde su hornacina vela por todos los presentes en ese
delicioso lugar de encuentro.
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Mientras, abajo, en la playa, los bañistas lo pasan “bomba”, la calle San Telmo, moderna y marinera arteria urbana de Puerto de
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San Telmo y todo su bello entorno, fue, seguramente el lugar más apetecible, hoy y lo será siempre, para soñar despierto, para vivir soñando la paz y el sosiego del descanso, recuperando la ilusión perdida de algunos y la libertad de otros, en el contexto espiritual; y eso ayuda a vivir más tiempo y enseña a sonreír como lo estáis haciendo.
San Telmo y todo su bello entorno, fue, seguramente el lugar más apetecible, hoy y lo será siempre, para soñar despierto, para vivir soñando la paz y el sosiego del descanso, recuperando la ilusión perdida de algunos y la libertad de otros, en el contexto espiritual; y eso ayuda a vivir más tiempo y enseña a sonreír como lo estáis haciendo.
Sin duda alguna, la playita de San Telmo es el lugar más atractivo, visto desde la calle Santo Domingo, mirador excitante y de excepción de nuestra alegre ciudad, donde solemos detenernos al transitar el lugar con desmedida admiración al contemplar tanta belleza natural desde su angular visión. Esa única panorámica, por sus atractivos encantos ha seguido la ruta de los sueños, está repartida por todo el mundo llevada en la retina y en el corazón de nuestros visitante y, a través del mágico celuloide.
Cuando ha pasado algún tiempo desde el día que escribí
hasta aquí y publiqué en algún Diario regional, lo dicho en esa ocasión, desde
un punto de vista sentimental por lo que ello representó siempre para mi
generación, los románticos de ayer, que por cierto, muchos de ellos ya no están
físicamente entre nosotros, debo añadir como respuesta a mis actuales
observaciones, la evidencia de los logros urbanísticos de la zona en ciernes y
sus afines lindes.
Desde que comenzaron a ejecutarse las obras de modernización
en esos límites urbanos, cada vez es mayor mi entusiasmo y observo con lógica complacencia la aprobación
colectiva de mis conciudadanos y visitantes.
Es ese atractivo paraje, como una parcela marítima de excepción
e índole familiar, allí casi siempre veo a las mismas personas, asiduos beneficiarios
que no faltan a la cita, haga frió o haga calor, asisten al diario acontecer a
disfrutar del aire yodado, limpio y salitroso que se respira deliciosamente y
del baño tan recomendado como revivificador y el sol tan necesario tomado con
prudencia en todo momento, necesario y regenerador.
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Siempre que paso por la calle Santo Domingo, el lugar llamado “Punta del Viento” al llegar a esa altura mágica, me detengo para contemplar la soberbia y hermosa estampa marinera, social y deportiva, esa calidez ambiental que enamora y sugiere libertad y progreso. La imaginación, como siempre me ocurre, vuela sin poder evitarlo, me traslada a pretéritas etapas de mi vida, a mi niñez, primera infancia y aquellos años de mi juventud, como a tantos otros debe estarles ocurriendo, Mi mente se va poblando, inevitablemente, de tantos recuerdos… Nuestra playita de San Telmo para mí fue y lo sigue siendo, lo mismo que para muchas personas conocidas que veo al transitarlo, abajo en la diminuta playa, yendo placidamente de un lugar a otro, el obligado movimiento o paseo por el muro hasta la orilla final del mismo. El “Reboso”, aquella sensación cuando la mar nos sube… Éramos también como peces en el mar. Hoy ya no es igual, al menos para mí. Hace tiempo me despedí de ese enorme placer, necesariamente, por imperativos mayores. Más, si recomiendo, sin límites de edades, disfrutar todo el tiempo que la vida les permita, seguir asistiendo a ese entrañable lugar.
Siempre que paso por la calle Santo Domingo, el lugar llamado “Punta del Viento” al llegar a esa altura mágica, me detengo para contemplar la soberbia y hermosa estampa marinera, social y deportiva, esa calidez ambiental que enamora y sugiere libertad y progreso. La imaginación, como siempre me ocurre, vuela sin poder evitarlo, me traslada a pretéritas etapas de mi vida, a mi niñez, primera infancia y aquellos años de mi juventud, como a tantos otros debe estarles ocurriendo, Mi mente se va poblando, inevitablemente, de tantos recuerdos… Nuestra playita de San Telmo para mí fue y lo sigue siendo, lo mismo que para muchas personas conocidas que veo al transitarlo, abajo en la diminuta playa, yendo placidamente de un lugar a otro, el obligado movimiento o paseo por el muro hasta la orilla final del mismo. El “Reboso”, aquella sensación cuando la mar nos sube… Éramos también como peces en el mar. Hoy ya no es igual, al menos para mí. Hace tiempo me despedí de ese enorme placer, necesariamente, por imperativos mayores. Más, si recomiendo, sin límites de edades, disfrutar todo el tiempo que la vida les permita, seguir asistiendo a ese entrañable lugar.
Desde la atalaya de Santo Domingo suelo extasiarme
largos ratos, en silencio asomado; y leo el pensamiento de cuantas personas ven
el panorama veraniego y eminentemente
llamativo, que ven con expresión de desconsuelo y natural envidia al no
estar abajo entre tantos bañistas de todas las edades viviendo momentos
inmejorables, mientras en sus lugares de origen nieva abundantemente…
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Antes de terminar, me urge felicitar a todos los bañistas dela Playa
de San Telmo, por haber sido distinguidos con la Bandera Azul , distintivo este,
bien ganado y que ha de ser respetado cuidándolo todo el tiempo posible y por
supuesto, en tanto lo cuiden, conservarán ese honor indiscutible. También que
nuestras autoridades se impliquen por que siempre la
Bandera hondee en dicha playa.
Antes de terminar, me urge felicitar a todos los bañistas de
Los criterios Bandera Azul exige el cumplimiento de
normas de calidad del agua según análisis oficiales, la seguridad con presencia
de socorristas o equipo de salvamento, la prestación de servicios generales y
de ordenación del medio ambiente, como papeleras, acceso al transporte público,
acceso para discapacitados, duchas, limpieza periódica de la playa, etc.
Los perfiles extraordinarios que sustente ese
emblemático lugar, vistos desde cualquier ángulo que se les mire, se han hecho
merecedores de tan exquisito acontecimiento. ¡A cuidarlos, para orgullo de
excepción también de nuestra progresista ciudad turística!
Celestino González Herreros
celestinogh@teleline.es
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