Hiere el gélido
aire de la tarde otoñal. A veces, también hiere no podernos desembarazar de su
influencia depresiva... Viendo caer las primeras lluvias, siente uno,
sensaciones anímicas distintas: alegrías o tristezas... El influjo del aire
húmedo vaticina un cambio emocional en nuestra habitual conducta. Expectantes
de nuevas sensaciones nos dejamos llevar por los causes nostálgicos de la
evocación. Sentimos deseos de rescatar algo del pasado; y con melancólica
mesura nos damos a la ventura de los sueños, compartiendo
tristes momentos y desafortunados episodios antes vividos. O, bajo el rigor del
frío, echamos de menos el calor de unos besos y el contacto afectivo de unas
manos cariñosas... Las grises nubes dibujan en el cielo los más inverosímiles caprichos
de tortuosos perfiles y en ellos se asoman la semblanza del alma.
Viendo caer
las primeras lluvias en otoño, asistimos al encuentro de nuestra propia
soleda
La lluvia
sigue cayendo con pertinaz frecuencia, a pesar de ser una bendición del cielo
para nuestros campos. Sigue golpeando el cristal de mi ventana, entonando la
dulce melodía de esa sinfonía que sus constantes gotas armonizan, golpe a
golpe, su fluido mensaje en la estática superficie del cristal. Es momento de
reflexión, sí, para otra cosa no sirve la ocasión. Tras la ventana puedo ver,
muchas veces, a mis musas, como ángeles míticos que me custodian; y son - mis
ángeles - la causa de mi inspiración
cuando veo caer la lluvia... Turbando el silencio de la habitación
interrumpen mi sueño y el descanso, con sus rítmicos golpes y el susurro de
la brisa herida.
Viendo caer
la lluvia percibo el característico olor de la humedad del campo, de la tierra
calada. Intuyo el de la imperial retama de nuestras cañadas teidíferas, del
geranio silvestre, las madreselvas mojadas y aquellos ramos de crisantemos,
también mojados, y sus fragancias nostálgicas... Mi entorno se puebla con la
presencia de mis ángeles que quieren alegrarme y renovar mis fuerzas; me
animan, para que pueda alcanzar, nuevamente, la ventana. Afuera, la vida
sonríe, las gotas del agua, ahora, titilan como diminutos diamantes, y
resplandecen bajo el resol de la tarde,
cuando la lluvia, por momentos ha cesado. Como si un poder sobrenatural
quisiera, al unísono, alegrar mi espíritu y que viera la vida que continuaba
afuera; después de que, el astro rey nos
brindara su luz y calor, como tributo de esperanza.
Afuera,
nuevamente, seguía lloviendo, no había ni pájaros ni flores, sólo el aire
gélido de la tarde que alelaba al alma. Bajo las frías ropas de mi cama, volví
a refugiarme, y los recuerdos asaltaron a mi mente, como inquietos fantasmas.
Cada nuevo
otoño, la lluvia parece distinta. ¿Serán los años? Hay cierta añoranza en su
presencia. Acaricia más dulcemente su contacto a mi cuerpo. Diría, que divierte
más que en mis años mozos sentirla caer acompasada. Sobre el asfalto deja una
estela de paz irresistible. En el campo regenera su armonía necesaria y
devuelve, como a mi alma, la esperanza de seguir viviendo.
Caminé por
los senderos de la evocación, y sin detenerme remonté mi vuelo y me alejé
cuanto pude, yendo por los derroteros del pasado y con los ojos cerrados volví
a los amados causes... para alimentar mi espíritu; y soñando quedé dormido, sin
importarme la lluvia que seguía cayendo allá afuera.
Celestino
González Herreros
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