Uno recuerda la lejana niñez,
la fantástica adolescencia, la juventud con todos sus matices. Los sueños
aquellos, muchos que jamás se realizaron, los desengaños sufridos, las promesas
incumplidas por imperativos ajenos a nuestra voluntad, los designios del
destino, las largas ausencias involuntarias y las tristes despedidas… Siempre,
activada la memoria, surgirá un motivo distinto que empañe esa paz tan deseada
en días como esos. Fechas de amor fraterno, de sagrados cultos al niño Dios; y
como he dicho: de profundos pensamientos e indelebles recuerdos.
Con más de trescientos mil
parados, sólo en nuestras islas canarias, va a ser imposible disfrutar como
fuera en tiempos pasados, que aunque nunca fuera plenamente, pensando en
aquellos que hoy no tienen con qué y que tanto tuvieron es cruel aceptarlo… Sin
embargo es necesario que nos adaptemos a las actuales circunstancias y
aprovechemos las posibilidades cada cual, buscando cómo distraer el dolor
alegrándonos y con ello contentando a cuantos nos rodean en familia. Si, antes
nuca faltaba aquella amplia sonrisa tan necesaria para dar por compartida tanta
felicidad…
No son necesarios los
lamentos, están de más. Sólo exige nuestra humilde convivencia un simple
pensamiento, una pregunta sin respuesta; si Dios en amor estará siempre en
nuestra mesa, compartiendo con nosotros esos benditos alimentos y si está entre
nosotros, también acompañará a esos trescientos mil parados canarios para
mitigarles el rigor del frió reinante, para darles todo el calor necesario y el
temple colectivo y solidario con sabor navideño e ilusión cristiana.
Cuando suenen las campanas en
Navidad las oiremos todos y caminaremos hacia ellas sin detener nuestros pasos,
el Niño Dios nos estará llamando y allí estaremos. Y si no las oyéramos en este
mundo habremos ido más lejos a escuchar cantos angelicales propios de la Navidad , donde no existen
ricos ni pobres, sólo almas en paz rogando por todos nosotros.
Celestino González Herreros
celestinogh@teleline.es
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