Dios le acoja en su morada divina
De luto nos has dejado, amigo Ignacio, de rigurosa aflicción nuestro
espíritu, nuestro ánimo, el espíritu atormentado, tempestuoso, lluvia, viento y
la oscuridad dolorosa que nos envuelve en días tan señalados… Desde mi
pesadumbre intuyo la paz de tu alma asomado en la elevada cúspide de tus sueños
viendo caer la lluvia persistentemente calmando la sed de nuestros campos.
Intuyo tu paz infinita asomado en el imaginario balcón de tus perspectivas,
desde donde tantas veces volaron tus pensamientos hasta hallarte de nuevo con
tu querida familia al no poder estar lejos de ellos tanto tiempo, mientras
dirigías la proa de tu nave buscándoles puertos seguros donde sólo el amor
prevaleciera y pudieras tenerles a todos siempre contigo.
Amigo Ignacio, a tantos amigos y conocidos que como tú se hayan ido por
esa senda ilusionada que Dios te ha ofrecido, según los vayas viendo, como
ocurre ahora contigo, quisiera decirles que jamás les olvidaremos. Esa
envidiable paz que tú gozas es el alimento que nuestro espíritu necesita, y en
tanto ese momento nos llegue, amigo Ignacio, no te faltarán nuestras oraciones
que son la luz y armonía de los senderos, oraciones nacidas en el alma,
mensajeras inagotables que llegan con nuestros sentimientos al Cielo de los
Ángeles…
Sólo existe en estos momentos de nuestra vida terrenal, el profundo
deseo de que hayan alcanzado la paz de tu alma y que Dios disipe el dolor de tu
esposa e hijos y demás familiares y amigos; y la pena que sufrimos los que siempre
te hemos querido como excepcional amigo.
Celestino González Herreros
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