NO
TENÍA FRONTERAS
Cómodamente
sentado en banco de madera, bajo uno de los frondosos laureles de India y al
socaire de su fresca sombra, leía el tinerfeño periódico EL DIA. Perdí la
noción del tiempo. Hasta darme cuenta de que, tenía que cambiar de banco,
porque el Sol me castigaba sin piedad. Ahora, desde el nuevo lugar, frente a la
pila de agua central, la añosa ñamera cautivó mis sentidos. Antes era distinta,
como todo lo viejo, sin despreciar su actual fisonomía, mimosamente cuidada
para deleite de quienes sensiblemente nos congratulamos contemplándola. También
la Plaza era
distinta, más humilde, más nuestra, más atractiva y acogedora. Era el lugar
donde aprendimos los primeros juegos de la infancia y correteábamos por la tierra
como locos, disfrute restringido hoy, por el progreso de la ciudad turística,
donde a veces nos sentimos como extraños... Hay normas estrictas, parcelas
acotadas y muchos "ancianos extranjeros" que han venido a la Isla a descansar, y a
quienes, en su mayoría, les molestan los niños, o vienen hartos de los suyos
que habrán dejado en sus lugares de origen.
En épocas
pasadas, eran nuestros familiares, los que nos cuidaban y hasta jugaban con
nosotros, cuando éramos niños, se sobre entiende. La Plaza del Charco era nuestro
parque comunitario, nuestro lugar de encuentro y de experiencias inolvidables;
y así crecimos, contando siempre con ese lugar acogedor como cosa nuestra. Allí
vivimos las primeras sensaciones gratas del amor... La Plaza del Charco no tenía
fronteras, era para todos, sin distinción de clases sociales. En las calles
adyacentes estaban ubicados: aquel irrepetible Círculo de Iriarte, preferido
lugar cultural de entonces, donde nos dábamos cita la juventud portuense. Y,
¿quién no recuerda sus bailes?.. También en el Cinema Olímpica, los populares
"baños turcos."
Respecto a la
añosa Plaza del Charco, todos sabemos las vueltas que dimos pisando sus
históricas baldosas. Analizando la costumbre, aquello más parecía un
polideportivo techado de hojas verdes y aireado con la fresca brisa del mar.
Horas ejercitando y sin sentir cansancio alguno, con el emotivo incentivo de ver caras interesantes y
bonitas... Guardamos recuerdos inolvidables de aquella Plaza tan popular,
engalanada tan bellamente, por su ñamera central, sus palmeras canarias y los
exuberantes laureles. Solar habitual, donde pernoctaban en sus árboles ingente
cantidad de aves, se les veían llegar de regreso a sus nidos antes que muriera
la tarde, alegrando el lugar.
Sigo cobijado
en la sombra, percibiendo el contacto acariciador del aire salitroso de la
orilla costera, sigo refugiado con los recuerdos en aquel Puerto de antaño, con
desmedida nostalgia. Cierro los ojos y siento la sensación vivida en aquellas
tardes apacibles, oyendo el trinar de los pájaros y el tímido susurro de voces
emocionadas que entregaban la pasión contenida a su ser amado. ¡Veo tan lejos
aquellos días!, y sin embargo los siento con la misma intensidad y emoción de
entonces, a pesar de estar solo, acariciando mi inseparable periódico.
Celestino
González Herreros
celestinogh@teleline.es
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