LA OROTAVA
JARDIN DE MIS AMORES
Sugerentes y atractivas son las imágenes del verde
monte que sólo a unos kilómetros de distancia se me muestra, viéndole desde
una céntrica calle de La
Orotava. Como si acabara aquí la Muy Noble y Leal Villa.
El pasado está ahí, asomado en sus viejas casonas y los balcones canarios que
conservan aún para el recuerdo la huella indeleble de pretéritas generaciones
en los vetustos callejones de umbríos perfiles, algunos de los cuales ahora
casi intransitables, pero que deben decirle mucho a nuestros respetables
ancianos, de cuando eran niños y jugueteaban en ellos con los juegos propios de
la edad y de aquellas épocas superadas con notoria nostalgia. Seguramente que muchos se acuerdan y son felices por que
las subsiguientes progenies no han podido derribar algunos de esos alegóricos
pilares y románticos escenarios que testimonian en nuestro presente la cultura
e historia en cada una de sus clamorosas motivaciones.
Impresiona el contraste, entre la llanura alegre
aunque escasamente cultivada si recordamos cómo nos cuentan que eran antes, y
el silencio de la gente que pasa por mi lado. El campesino canario en general y
muy particularmente el orotavense, habrá sufrido una transformación
psicológica en medio de la confusión que vive y que deriva, por consecuencias
obvias de los desfases del tiempo que corre como un río de contradicciones en
aras del progreso y la destrucción... Aquellos arrieros que bajaban a los
pueblos con los productos del campo. ¿Quién no recuerda esas estampas
memorables? Los caminos se alegraban con ellos, de todos los campos bajaban. Ya
todo eso ha muerto poco a poco y asombra ver alguno, aunque le sigamos viendo
con cariño y respeto. ¿Cómo nos identificaremos mañana, acaso como enemigos de
nuestras propias tradiciones?
Las verdes lomadas de antaño están siendo
sensiblemente afectadas. Antes, cuando subíamos hacia Las Cañadas del Teide, no
había nada más bello e impresionante. Al llegar a Barroso tenía uno que
detenerse y conversar con los viejos y las hermosas muchachas, era obligada esa
consideración para los que no pertenecíamos a tan acogedor lugar, que como simples
visitantes siempre éramos recibido con normal afecto y la curiosidad
propia de la gente extraordinaria del campo. ¡Benditos recuerdos! Y hasta
llegar a la más apartada casa todo era embeleso y gratitud... También hubo
mucha penuria, que lamentablemente empañaban la realidad y belleza de todo
aquello.
Estoy dentro
del coche a unos metros de la amplia puerta de entrada al Cementerio. Ahí está
el monte y antes, una pequeña plaza bien conservada y adornada con dos hermosos
dragos, piteras, una fuente de agua funcionando en el centro y toda ella
rodeada de frondosos hibiscos y cantidad ingente de lindos rosales; y mientras
escribo, cuando levanto la vista del arrugado papel para volver a mirar hacia
el tupido follaje del elevado monte, son interminables los grupos de personas
que bajan de los coches o van andando por la empinada calle, con deslumbrantes
y multicolores ramos de flores para sus queridos familiares fallecidos... Y
hoy es un domingo cualquiera, eso sí, muy soleado y el cielo de un azul
impresionante todo despejado, del mes de diciembre. Si miro a través del espejo
retrovisor veo varios balcones todos engalanados con vistosas macetas de barro,
sembradas de geranios rojos, balcones antiquísimos de puro estilo canario con
tejados de color rojo oscuro, desteñidos por el paso del tiempo y la humedad
del lugar que alimenta a los berodes que despuntan y perduran en los mismos
mientras sean tan favorables las condiciones climatológicas. Sigo viendo la
calle de muy pronunciado desnivel que baja y al fondo de todo el mar azul igual
que el cielo. Hoy se me antoja que también fuera de plata por la luz reflejada.
Sobre él algunas pequeñas nubes, allá sobre el estático horizonte, avisándonos que en breves días lloverá. Otro
síntoma deleitante es ver pasar en todas direcciones las acostumbradas plantitas de "flor de
Pascua", limpias y exageradamente rojas, que se lleva la gente a sus
respectivos hogares.
Siguen bajando encantadoras muchachas con sus ramos de
flores; las más jóvenes dándose tono y sonrientes, las mayores más serias y
pensativas, debe ser que la cuenta las entristece o cosa parecida.
Cuando ya me iba tuve que exclamar: ¡Verdaderamente La Orotava es bonita! .Sus
calles, con los montes en segundo plano, si miramos hacia arriba, producen el
hechizo confortable de la inspiración más sana que despierta sentimientos
poéticos.
Viéndola cada
día quizás no despierte en "los villeros" este entusiasmo mío. Es
que, tal y como están acabando con todo lo nuestro, esos pocos testimonios de
nuestras cosas canarias, que están casi intactos, son mi admiración. Siento
apego por tan bellos entornos y en consecuencia por aquellos que han sabido
imponerse en favor de tales reliquias. Las razones, fueran las que fueran, que
hayan permitido esa prerrogativa afortunada de conservar gran parte del
patrimonio artístico orotavense, deben tenerse en consideración. Yo disfruto
viendo las viejas casonas y sus empinadas calles y me ilusiona poder
manifestarlo. No ocurre como en otros pueblos y ciudades, que se han cargado
todo lo que pudiera enriquecer al resto de nuestros patrimonios artísticos y
culturales, alegando que son pueblos pobres y necesitan realizarse vendiendo...
O la ingenua visión expansionista de muchos políticos mal iluminados y en
consecuencia "depredadores", buscando el consuelo de sus beneficios
previamente calculados y aún sabiendo que ello va en detrimento del resto de la
sufrida sociedad canaria.
Antes de salir de La Orotava volví a mirar al
monte, esa alargada y verde cordillera que le da al Valle todo su esplendor,
entre brumas bajas que remontan como queriendo llegar al cielo.
Con el volante
del coche entre las manos le dejaba, y en mi mente conservé largo rato la
sensación de haber hallado el halago de la Naturaleza desde La Oro tava, por que el monte
parecía que bajaba para mí y me envolvía con sus magnificencias selectas y
todos los aromas de sus verdes exuberantes y la tierra húmeda, deliciosamente
fresca, bajo los altos pinares y entre pinochas y helechos, entre sueños y
lánguidos despertares, entre las sombras que proyectan las exóticas nubes
cuando caminan hacia el ancho mar empujadas por las suaves y cálidas brisas de Las
Cañadas del Teide, alejadas y siempre presentes en el corazón del canario.
Llegando al Puerto de la Cruz pensaba con cierta
nostalgia: ¡Mira que también era bonito mi Puerto, el de los barquitos y nobles
marinos!.. Y sentí de pronto un arrebato
de rabia. Seguí pensando: ¡No haber respetado la parte vieja, lo más atractivo,
que era la zona marinera con su tipísima Ranilla! Eso realmente es imperdonable desde todo punto de vista. Razón
de más, que vaya a resarcirme de tantos y crueles desencantos a La Villa , cinco o seis
kilómetros de distancia. Camino por sus calles y me deleito contemplándolas
como estampas arquitectónicas de
expresividad única y gran tipismo. Aunque algunas de las viejas casonas no
están habitadas por ruinosas.
También creo que hay dos "Orotavas", a
saber: La del rico, hecha y heredada desde generaciones atrás, y la otra, que a
mí entender es, sorprendente y dinámica, que ha dado el auge económico y social
que la difiere en cualquier lugar por su trabajo y resultados. Considerando su
crecimiento y el esfuerzo de sus hombres laboriosos y verdaderos
profesionales. Su pueblo se ve en el espejo de nuestra cultura y siempre ha
contribuido al fomento de nuestras tradicionales dedicaciones: comercio, arte,
artesanía, agricultura y ganadería, etc.,
Quisiera tener la elocuencia y fluidez escribiendo que
tienen los grandes de la narrativa literaria, que fuera capaz de despertar el
interés de los lectores y nunca el
aburrimiento, para sentirme motivado a seguir, para activar lugares y recuerdos
que yacen en el más absoluto olvido. Que se aireen con el cariño y delicadeza
que bien se merecen tantos acontecimientos anecdóticos e imborrables
vivencias. El hombre nunca muere mientras existan los recuerdos. Ni el hombre,
ni los pueblos, a los que hay que seguir amando con sus virtudes y sus
defectos. Todo a través del tiempo se
torna más hermoso. No sólo cuando evocamos los recuerdos; también nos
condiciona susceptiblemente y depara tiernas sensaciones, ver pasar por nuestro
lado a la gente de a pié y no ser advertido, ver su caminar alegre y lisonjero,
y sus fúlgidas miradas irradiando calor y ternura, despreocupación y alegría.
Son nuestros retoños, la juventud dulce y liberal. Y aunque nos recuerden que
también fuimos jóvenes, ya lejos, nos conforma y distrae de alguna manera, ver
la vida que pasa ante nuestros ya cansados ojos y nos permite saber que aún
estamos sensiblemente inmersos en ella. Que cuando sale el Sol sale para todos
por igual, "jóvenes y viejos", y que cuando llueve ocurre lo mismo.
Vamos por la misma calle caminando en todos los sentidos y compartimos igual
banco en las plazas públicas; a veces hasta nos hallamos conversando sobre el
mismo tema sin tener en cuenta las edades... Nos buscamos mutuamente, por que
yo pienso que nos necesitamos, los unos de los otros en cualquier momento de
la vida, aunque difícilmente nos comprendamos.
La espesa bruma camina amenazante. Se me antoja que
fuera un pesado telón entre el pueblo y
el monte, que quisiera cegar mi romántica inspiración y me obligara a quedar en
las tinieblas de la indefensión o
atrapado en otros pensamientos.
Y a partir de Las Arenas, con otros aires más cálidos,
me voy desabrochando la camisa, bajo los cristales e inspiro profundo un calor
ambiental diferente. Atrás se queda la
muñeca de mi Valle con expresión iluminada y su silencio habitual. Y los gratos
aromas del brezo, las retamas... Entre el verde follaje, bajo el canto de sus
brisas y el melancólico manto de su cielo. Siempre bella y callada, como una
diosa enamorada.
Celestino González Herreros
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celestinogh@teleline.es
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