Pocos lectores
se habrán preocupado en pensar cómo discurre
la vida íntima del poeta, escritor, narrador, pintor, músico, etc.
Posiblemente, muy pocos adivinan el calvario que sufren algunos si ven
entorpecida su inspiración por agentes extraños que les asaltan e interrumpen,
muchas veces alevosamente. El hombre creador, bien de fantasías o de evidencias,
realidades configuradas por él, a veces, no halla el clímax necesario para
culminar o desarrollar su inteligencia. Es fácil entenderlo, aunque pueda
parecer escabroso explicar la situación.
El verdadero
compositor necesita, mejor, estar solo para poder trabajar y dar de sí el caudal que atesora, mientras lo libera. Es
cuando la inspiración aflora cual si emanaran
aromas poéticos con sutileza singular dada su influencia lírica.
Imaginémonos que en esos momentos especiales, algo trepidante, inoportuno, se
moviera a nuestro alrededor y nos despertara de ese ensueño para involucrarnos
en el vulgar laberinto de la realidad espontánea. ¡Sería desolador!..
Tantas veces
pienso: ¿Cómo es posible que, en tales circunstancias, aún existan seres
capaces de llegar a la meta de sus firmes propósitos? No cabe duda alguna, que,
para llegar a ser alguien bien reconocido en el mundo de la inspiración, el del
creador, poético, etc., estando obligado, también a atender otras obligaciones,
como es, la familia o el ambiente soterrado en el anonimato en que se vive, es
realmente meritorio. Muchas veces se sufre, pues hay que correr en busca del
extremo de la débil hebra que la madeja ha soltado, para poder alcanzarla y
seguir el hilo de la trama descuidada. Gentes que gritan, otros que pelean,
niños que lloran, perros que ladran, cotorras que no callan ni un instante todo
el día... El claxon de los coches y los anuncios parlantes de verduras, pescado
o helados. Hay que ser de oídos impermeables a los ruidos para poder
concentrarse y nadar en las aguas quietas de la inspiración para el relato que
se quiera tratar. No todos los narradores disponen de un ambiente adecuado a
sus necesidades. Para escribir, algunos nos refugiamos en el monte, en la
callada hondonada de algún lugar donde sólo se oyen, desde el solitario
barranco, el eco sigiloso del sutil paso
de las brisas susurrando arriba, sobre el verde valle, mientras recorren
la campiña... Abajo se está mejor, aunque la soledad nos sobrecoja sobremanera
de cuando en cuando. Sentimos la brisa, también, cuando pasa presurosa rozando los
bordes del abismo. Sentimos latir nuestro corazón cuando escribimos sin
interrupción alguna. El aire transmite su melodioso aleteo y sus tímidos soplos
con singular denuedo y uno llega a embriagarse con los propios sentimientos; y
cuales báquicos respingos soltamos las palabras henchidas de ese algo tan sublime que llamamos amor. En la
hondonada del profundo barranco se oyen voces que acarician, junto al retumbo
del aire que se desliza y se filtra por el accidentado declive de sus húmedas
paredes; y el quejumbroso graznido del ave agorera que se aleja asustada de la
ladera. El alma y la mente, también, parece que vuelan queriendo liberarse
cuando escribimos, cuando nos entregamos en cuerpo y alma, cuando abrimos
nuestro corazón.
Abajo, en la
silente hondonada, en el desértico espacio del recogimiento, también se oyen
voces, se oye el llanto lastimero de nuestro abandono y entrega y soltamos en
su busca todos nuestros afanes, nuestras ilusiones heridas, los deshechos
aquellos desperdigados en el injusto descuido… Abajo están ocultos, soterrados y
literalmente lapidados, tal vez. los mejores sentimientos y por eso bajo, a su
encuentro y a compartir su silencio. Qué profundas son, a veces, las tristes
fosas… Qué extensa la distancia que no alcanzo vencer, su impuesta ausencia, su
dolorosa lejanía por muy profundos que sean los barrancos y solitarios. Sólo los
sinceros rezos, intuye mi único consuelo, pueden llegar, ni las lágrimas, ni
las flores que le llevemos, para poder estar, aunque sea virtualmente, con ella.
Celestino
González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
celestinogh@teleline.es
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