Hay momentos en la vida que la casualidad nos juega
importantes papeles sin esperarlos. Ayer me estuvieron hablando de un común
amigo, que estaba de vuelta al pueblo después de algunos años de ausencia, que
estaba destrozado, depresivo y solitario, que recientemente había enviudado y
no se resignaba a vivir sin ella. Toda una tragedia.
Si será o no una casualidad, en la calle coincidimos y
fue muy emotivo el encuentro después de tanto tiempo…
Había caminado un buen trecho y estaba cansado cuando vi.
donde sentarme, en la histórica Plaza del Charco, en la ciudad turística, a la
sombra de un frondoso laurel de India. Dejé que transcurrieran los minutos sin
importarme para nada, todo cuanto acontecía a mí alrededor. Veía, con la mirada
distante, que la vida seguía su curso normal,
que las gentes se movían como hormigas de un lugar a otro y con pasmosa
tranquilidad, como si no hubiera espacio suficiente para correr; daba la
sensación de que estaban frenados por circunstanciales fuerzas individuales en
cada uno de ellos. Iban apáticos o resignados. ¿Quién sabe?, cada cual llevaría
ocupada su mente; y mientras, caminaban, sin rumbo fijo la mayor parte de
ellos, otros buscarían liberarse de sus tediosas situaciones. Algunos llevarían
a cuesta algún dolor o pesar. Entre tantos que veía moverse no podían faltar
los más felices, aquellos que no cabrían en sí de contentos y lo iban dejando
entrever con sus inconfundibles sonrisas de felicidad que no podían ocultar.
Me incorporé un poco para contemplar a un grupo de
aves que picoteaban un trozo de pan en el suelo, cerca de mis pies,
despreocupadamente, tanto que tuve la sensación
de sentirme ausente, como si no estuviera donde en realidad estaba, o
fuera invisible para los demás. Evidentemente, no fue así, yo estaba allí,
cuando vino a saludarme el buen amigo, uno de esos, de los que siempre hay, y
que se sinceran sin el menor de los reparos. A quienes inspiramos confianza, y
a veces nos necesitan para darles un poco de apoyo moral. Ese fue el caso...
Después de tanto tiempo sin vernos (ambos estuvimos ausentes, fuera de este país) y encontrarnos en esa ocasión, cuando estaba allí sentado, relajándome y sin prisas, me cogió sorpresivamente. Hablamos más de sus cosas que yo de las mías. Poco a poco fue apoderándose de mi atención y fui todo oído para él; sin interrumpirle le escuché mientras hablaba, él con la mirada fija en el pavimento, sin apenas levantar la cabeza.
“Claras son las noches de plenilunio; y no tan claras
cuando pasan lentas las horas del insomnio… Nadie nos devuelve ese tiempo
perdido, ni nada compensa el cansancio sufrido, cuando se ha visto turbada la
paz del sueño. Ese remanso compensador de las incesantes energías perdidas
durante el día, buscando el equilibrio necesario para ir por la vida lo más
despierto posible y poder seguir luchando”.
Con voz entrecortada por la emoción, hablaba sin
parar. Conociendo su problema todo el tiempo estuve atento, que hablara, que
desahogara sus pesares, decidí.
“Noches sin claro-oscuros, yo las prefiero y si dormir
no puedo, busco los caminos que me lleven a otra paz distinta, refugiándome en
los recuerdos. No necesito la luz, sólo el camino que me conduzca al lugar apetecido que pueda
conducirme a lugares y vivencias tan lejanas en el tiempo y tan íntimas en la
mente. Entonces, ya todo me conforma, me
siento protegido, con luz propia, compartiendo de nuevo aquellos momentos del
pasado, los ensueños de horas transcurridas en el ceno cálido de la evocación,
cuando el amor desbordó sus límites y transformó cada entorno en algo sublime,
maravilloso; cuando cada mirada transmitía aquel mensaje enternecedor, lleno de
calor y ternura. Entonces, las brisas eran conductoras de apasionados poemas de
amor, cual tiernas caricias; de suspiros contenidos, de llantos; y alegres
reacciones que se fraguaban y nos golpeaban con fuerzas en el pecho,
despertando en el corazón la sensación de triunfo y placer irreprimible.
¿Quién no ha sentido alguna vez la grata sensación del
amor? ¿Quién, aunque parezca impertinente decirlo, no vive hoy gracias al amor?
Y, ¿quién no ha sufrido al perderlo para siempre? “
“Vamos a la playa, a la gruta de los sueños ocultos...
Corramos sobre la arena hasta agotar las fuerzas que nos queden. Vayamos sin
demora, que el tiempo pasa presuroso y puede anochecer pronto”.
“Mirábamos a la mar y oíamos el requiebro de las olas
rompiendo su furia sobre la arena, para llegar frígida y descompuesta donde
nuestros desnudos pies esperaban su frescura. Subíamos a los acantilados y
corríamos ascendiendo hasta llegar a “la cueva” donde antes nos besábamos, una
y mil veces, ocultos en el silencio. Divisando a lo lejos las barcas que
sorteaban el oleaje buscando vencer las mareas, hasta llegar a la orilla.
Íbamos por los senderos ocultos que alimentaban de ilusiones el fluido río de
nuestras fantasías amorosas; llevándose las aguas cristalinas de la fuente
mágicas nacidas en nuestras mentes y que entonces desbordaban en su cause amoroso
todo nuestro caudal...
Vayamos por los mismos rincones, aquellos que antes
transitábamos cogidos de las manos, ocultos entre las sombras del tupido
follaje que nos envolvían y perfumaban deliciosamente el aire gratificante del
entorno.
No era necesario que la luna transmitiera su luz ni
que las estrellas, al unísono, parpadearan, nos bastaban nuestras miradas para
alumbrar los senderos aquellos”...
“Desde el día que se fue, quedó en mi vida un tremendo
vacío; lo disipo algunas veces, pero hay momentos que no puedo resistir pensar
que fue para siempre cuando le dijo adiós a la vida. Antes, ¿cuántas veces nos
dijimos adiós?, sabíamos que volveríamos a vernos y esa ilusión nos mantenía
unidos. Nada me conformaba si no estaba a mi lado, me sentía solo, incómodo;
como que su compañía formaba parte de mi vida. Son tantos los recuerdos que
asaltan a mi mente. Aquella mirada suya de interrogante expresión, más parecía
la párvula mirada de una criatura suplicante, atemorizada a causa de las dudas
que nos obligan a pensar seriamente en lo que podría sucedernos si todo cambiaba
negativamente. A veces le escuché decir cosas extrañas que no comprendía, hoy
si las comprendo. Temía que nos sucediera lo peor, que la vida nos separara o
la misma muerte, y que uno de los dos se viera solo.
No hay rincón donde ella no aparezca; y hay risas que
las confundo con la suya. Por las noches, cuando tratan de reposar mis sienes
sobre la mullida almohada, pensando en nosotros, cuántas veces vencido por el
sueño, he dormido con el llanto y cuántas lágrimas habré bebido. Mas, creo que
es aún más triste el despertar y no hallarle a mi lado. Entonces, mis primeras
oraciones se las dedico y le pido a Dios, que si es cierto que me espera, que
no se olvides de mí, si es que vamos a estar nuevamente juntos”.
“Y así me reincorporo, con esa esperanza, viendo
transcurrir las horas e imaginándome su mirada, su voz, cada movimiento suyo. ¡Y
si supiera lo feliz que fui con ella!
“Mi cansancio se torna en alegría; mi esperanza sigue
siendo ella. También anoche mientras dormía estuvimos juntos, todo el tiempo
nuestras manos enlazadas muy fuertemente, e íbamos en el sueño, caminando por
un sendero muy singular, habían flores por doquiera, las más bellas, tanto,
como las que jamás había visto; y las acariciaba con delicadeza y las miraba
con su expresión noble, esa que no podía disimular. Siempre le ocurría cuando
algo le cautivaba, por sutil que fuera, expresión que no se borra en mi mente;
y de cuando me miraba… A ratos corríamos como dos chiquillos jugando con la
maleza. Otras veces, se me iba de las manos como una silueta de humo y desaparecía,
para hallarle más tarde sobre un pequeño montículo de tierra, con los brazos
abiertos en ademán de súplica y su bonita sonrisa. Volvía a tenerle mientras
durase el sueño; igual los dos de contentos, ajenos de la realidad; viviendo
engañados y tan distantes a pesar de ello.
No hay rincón donde no aparezca. Si cierro los ojos le
veo, tal y como era; escucho su voz y siento el calor de sus caricias. Es como
si no se hubieras ido para siempre.
Cuando miro al cielo, entre las nubes le busco; y si
es de noche, si hay estrellas, le busco igual entre ellas e intuyo que vigila
cada uno de mis movimientos y sabe lo que pienso. Y cuando me ahoga el llanto
contenido viene a calmar mi angustia y me alienta.
Todo cuanto me dice el corazón ella lo ha dictado,
todo parece conformarle con tal de verme feliz. Es innegable que el amor que en
vida me dio fue sincero, si no, no fuera así”
Tuve que interrumpirle, algo tenía que decirle, pero
no hallaba las frases apropiadas, mi mutismo fue tal, que sólo acerté a
decirle: Amigo mío, ¿te apetece una cervecita bien fría?, anda, acompáñame. Y,
créeme, no sé qué decirte. Me imagino que de momento no hallas consuelo, pero
cuenta con mi compañía. Luego vamos a casa para que conozcas a mi familia. No
te voy a dejar solo mientras estés por aquí. Tenemos mucho tiempo para hablar.
¡Anímate hombre!
Celestino González Herreros
celestinogh@teleline.es
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