4/7/13

AQUEL ERA UN LUGAR ENCANTADOR


Barroso es un barrio de la parte alta de La Orotava. Intento hacer una semblanza, de cómo fue en la época de su máximo esplendor, hace cinco o seis décadas y no sé si llegué a idealizar ese añorado entorno ambiental, lo cierto es que me entusiasma la idea de señalar aquellas admirables excelencias, desde cuando fui un muchacho. Y puede ser que en esa tierna edad, fuera capaz de sensibilizarme excesivamente y me condicionara para ver las cosas desde distinta óptica y las interpretara más hermosas, entonces. Nada hay de particular en ello, ahora sólo pretendo revivirlas tal y como eran, con quienes le conocieron y con dicha evocación disfrutar de esos momentos entrañables que muchos de nosotros vivimos y no podemos olvidar.

Antes era de una belleza incomparable, jamás se repetirán tantos encantos juntos, por su conservación estética y eminentemente agrícola. Era lugar de transito obligado para aquellos que iban hacia Las Cañadas del Teide y su poético entorno ambiental era admirable. Nunca vi tantos frutales a la vez, los castaños y nogales bordeaban la carretera, desde La Orotava hasta muy avanzada la vía de acceso al monte. La abundancia de frutales enriquecían los terrenos cultivados y sus lindes. Abundaban los cereales, principalmente el millo; papas, viñedos, etc. La lista es delirante, por su variedad y exuberancia.

Por doquiera aparecían los típicos pajares o chozas con techumbre de paja y paredes anchas, confeccionadas con piedra y barro, donde encerraban y conservaban la cosecha recogida y las hojas frescas del grano y otras, por el ambiente húmedo que proporcionaban; y almacenaban todo cuanto recolectaban, millo, castañas, nueces, almendras, etc. Aquellas peras y manzanas de distintas especies, limpias y olorosas, despertaban el apetito de morderlas. Y el cultivo de la vid, con el característico peso de sus abultados racimos de uva, realmente impresionantes. Hubo ganado de calidad en cantidad y agua en abundancia.

Desde arriba se veía El Valle, que llega desde la cumbre hasta las espumosas aguas, donde dejan su blancura en la rizada mar las olas que golpean nuestras costas norteñas. Era cual falda verde que le cubriera y se veían, apenas algunas casas escondidas entre la frondosa platanera, donde también abundaban frutales y hortalizas; animada con la presencia de los circulares estanques de regadío, que refulgían desde la distancia, bajo los rayos del sol.

En las frescas tardes, eran obligados los paseos por la angosta carretera, un tanto melancólicos, cuando la bruma bajaba y nos envolvía. Esas tardes en Barroso, las recordaré siempre, cuando íbamos a veranear todos los años... Siempre había alguien que supiera rascar las cuerdas de la guitarra, y bajo la luz de la luna, peregrinábamos canturreando viejas melodías de amor o los aires musicales de nuestra tierra canaria. Entonces, en ese aislamiento, nos perdíamos en la espesura de la niebla, entre un mar de nubes y la cumbre, que parecía se dilatara en sus cromáticas formas, bajo el cielo obnibulado, más allá tachonado de estrellas que parpadean mimosas en la lejanía; acariciados siempre, por ese airecillo frío del campo, que tanto embriaga y enamora. Y en la soledad estimula los más recónditos sentimientos. Los animales, llevados por el risueño campesino, a pesar de llevar, calladamente, la pesada carga de sus desilusiones y quebrantos, iban y venían en ambos sentidos, llevando la espléndida cosecha a su destino. Las ventitas consolaban a los más sedientos con deliciosos vinos y jugosos quesos del país... Los famosos rosquetes no podían faltar, ni los chochos...

Son vivencias enternecedoras que evocándolas ayudan a vivir y arrancan sentimientos ocultos en lo más profundo del corazón.

Barroso ya no es el mismo, ha perdido su antiguo encanto; ni las gentes son aquellos que conservo en la memoria y que me han dejado, con el recuerdo de sus vidas, la sensación de haber muerto también. Viéndole nuevamente hace sentirme como un extraño, en un barrio distinto. Los años lo han cambiado todo, aquel era un lugar encantador, donde solía soñar entre brumas y el perfume de sus frutales, viendo abajo, cuan verde era mi valle, ahora maltrecho y herido, dejándonos decepcionados al recordar las expresiones de admiración que antaño inspiraran a tantos sabios exploradores y científicos que venían a contemplarlo por sus bellezas naturales, universalmente reconocidas.

Barroso y tantos barrios de nuestro Valle de La Orotava, hoy, sólo son una quimera sentimental del pasado; al final de todo, aunque ya nada podamos hacer, brindémosle un último tributo de amor.

El progreso y las exigencias de la vida lo han trastocado todo y no es que estuviera aquel entorno de más, sólo si, me hubiera gustado que los muchachos de hoy hubieran disfrutado de ese lugar, tanto como disfruté yo y los de mi época. Esos días en contacto con la Naturaleza y viviendo la vida del campo, al menos para mí, fue como una escuela donde aprendí para siempre a entender la tierra, su generosidad inmensa y cuanto atesora, cuando se la sabe atender y se le da nuestro sudor y cariño. Compartir el tiempo con los campesinos nos enriquecía cada vez más. Practicar las labores del campo era trabajo duro, pero ilusionaba, así como lidiar a los animales. Aquellas tardes, acompañados de una vela encendida y el silencio del ambiente de recogida era emocionante. Y antes que saliera el Sol, ya estaban las veredas de las lomadas concurridas e íbamos a la faena, a aprender más cada día por si alguna vez lo necesitábamos a donde tuviéramos que ir a ganarnos la vida. Uno nunca sabía… Los muchachos de hoy debieran aprovechar las vacaciones escolares en estos menesteres, nunca se sabe, máxime si la situación económica empeora. Nunca se sabe… Y el campo hoy está abandonado y la agricultura. Hoy, sin poder evitarlo, exclamo: ¡Cuánto tiempo se ha perdido, sin pensar en los reveces de la vida!..


Celestino González Herreros
celestinogh31@gmail.com



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