13/6/13

¡AY, SI FUERA LA ABUELITA QUIEN VIENE!..





El pendiente camino iba remontando con paso cansino que le obligaba a detenerse repetidas veces para reponer fuerzas y tomar nuevos respiros, sin desistir en su proeza de cubrir todo el trayecto ascendente que le llevaría a su destino. La abuela sabía que le esperaban al final del mismo sus encantadores nietos y al pie del portal; y que saldría primero a su encuentro el perro, amigo inseparable de la familia, cuyo olfato e instinto le diría que se acercaba la "abuelita buena" con las golosinas, como todos los domingos antes del medio día.

La mañana era algo fría, no tanto para la señora que el camino la sofocaba y a sus años no todas hacen ese recorrido desde su casa, pasando la plaza del pueblo hasta el extremo del mismo, por un pronunciado desnivel del terreno. Pero la vieja era extraordinariamente optimista y enérgica, al menos eso parecía, nunca se quejaba ante los demás y parecía feliz. Cierto es, adoraba a sus nietos, también se dejaba querer y era muy prudente en sus decisiones familiares para evitar choques...

Aún faltaba por recorrer parte del camino, aunque ahora tocaba un tramo más benigno por su regular nivel, entonces escuchó los ladridos del perro que corría y ladraba en busca del feliz encuentro. La señora se detuvo un instante mirando al frente y haciendo un gesto de alucinación limpió el sudor de su frente con el pañuelo que rodeara su cuello y aprovechó para enjugar un par de lágrimas emocionadas que descolgaban irresistiblemente de sus cansados ojos; el animalito estaba tocando su llagado corazón. Hay cosas que realmente llegan al alma y el amor que le profesaba ese perrito la ponía en trance. Qué ternura, qué bondad, cuánta consideración sienten siempre por las personas amigas y en el caso de la abuela, que sólo la ve una vez por semana, cuando se encuentra con ella no se separa de sus pies todo el tiempo, como si quisiera mitigar su soledad "que sólo él adivina" para que se sintiera acompañada y verla feliz, ya que siempre estaba sola desde cuando enviudó y quedó sumida en un cruel vacío del que sólo la sacaba en algunas ocasiones las atenciones del perro amigo y la alegría de sus lindos nietos cuando la veían aparecer, medio despeinada por la brisa, sudorosa y sin poder ocultar su cansancio... Cuando llegaba sus hijos eran los últimos en recibirla y algunas veces adivinaba el fastidio que les producía y que no tenían la delicadeza de disimular y la vieja sufría, tanto que sabía de que mucho más no aguantaría "que las apariencias eran otras". Cada vez que llegaba, últimamente, a donde estaban sus nietos, pensaba: -Hoy llegué, la próxima semana no sé...-

¿Abuela, abuela, hablamos del abuelo? ¿Cómo era él? -uno de los chiquillos inquirió- Abuela, ¿yo me parezco a él? Dímelo, por favor.
La encantadora señora se dio media vuelta y dijo: -Ya vengo, un momento.- Se fue al otro extremo de la casa y desahogó su dolor en ese llanto callado que desgarra por dentro y tratamos de ocultar. Se limpió las mejillas, suspiró desde muy adentro y dijo palabras que nadie escuchó, se las tragó todas o se las llevaron las brisas amigas de sus pensamientos a la gran reserva de sus acumulados recuerdos, en el solitario dominio de su vida compartida con el hombre bueno, amigo y amante, su esposo ya perdido...

Luego apareció nuevamente al escenario de las contradicciones, a la realidad, frente a sus nietos que la esperaban en el portal, e insistieron: -Cuenta abuela, ¿quién se parece más al abuelo?

-Muchachitos, todos tenéis algo del abuelo, y de la abuela también. Y tú, -dirigiéndose al cariñoso perro le dijo: también te pareces a nosotros por tu leal afecto... Ven conmigo, mira lo que te he traído, esto es sólo para ti, corre, llévatelo, pero criatura, cómetelo despacio que no hay más...

La anciana no se sentía bien, pero no lo daba a entender, veía tan felices a sus nietos que le parecía cruel romperles esa ilusión que ella misma compartía atrayéndolos contra su pecho y besándoles tiernamente, con desesperación, sintiendo un fuego abrasador en sus ojos que ya ni le dejaban ver lo que tenía delante.

Estuvo con ellos un rato, les contó historietas divertidas, las que les ocurrieran e inventara, al menos para verles tranquilos y poder disfrutar viéndoles quietos y atentos a sus movimientos de labios y manos y la expresión de sus diminutos ojos. Eran bellísimos y pacientes. Tomaron refrescos juntos y como el cielo se iba oscureciendo, la linda abuelita optó por anunciar que se iría pronto.

Niños, me tengo que ir, la casa está lejos y puede llover, volveré la próxima semana y les traeré muchas cosas bonitas y también a ti, precioso... Por favor, compórtense bien y piensen siempre en el abuelo y la abuelita, no nos olviden nunca, nunca.


Celestino González Herreros
   celestinogh31@gmail.com




                                                                          
                                                                                 





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