20/7/12

PEDRITO, LA ABUELA, LA ESCUELA

Y AQUELLOS BUENOS AMIGOS

¿Qué otra cara voy a ofrecer si otra cara no tengo?, decía el harapiento y desaliñado muchacho del pueblo. Le llamaban el tonto del lugar, cuando le preguntaban, ¿por qué era tan raro, que más se parecía a un payaso, una marioneta de feria y que reunía gran cantidad de curiosos y les arrancaba sus más burlona risas al verle?..

El ni se inmutaba, seguía su camino sin valorar esas burlas y el desprecio con que le miraban.

-Adiós Pedrito, no te mires al espejo, que lo rompes en mil pedazos.

- ¡Qué poco talento tuvieron tus padres al concebirte!

Pedrito era un niño huérfano que vivía con su abuela, único familiar que le acompañaba; y la cuidaba como si fuera una madre. En todos los sentidos, ya que la señora no gozaba de buena salud, estaba algo impedida. Y gracias a la pequeña pensión reglamentaria de las instituciones de la seguridad social que ella cobraba cada mes, vivían los dos, estrechamente, como pobres y en la más absoluta austeridad.

El muchacho tenía que salir a la calle en muchas ocasiones, era quien lo resolvía todo, lo relacionado con la supervivencia de ambos, pese a su inmadurez, pues sólo tenía trece años de edad.

Por las mañanas asistía a una escuela pública, una escuela de pobres, como era antiguamente. El resto de la jornada se lo dedicaba a su abuela ayudándole en todo lo que pudiera. Cada domingo y fiestas de guardar, mientras fuera posible no faltaba a la santa Misa, observando el párroco que en aquella criatura había algo que despertaba interés, no sólo curiosidad, sino aquella personalidad suya y el respeto con que gozaba la Misa; y cómo se concentraba al rogarle a Dios y en muchas ocasiones observaba cómo se enjugaba sus lágrimas mientras rezaba. Pedrito le pedía a Dios por sus añorados padres, deseaba hallarse con ellos, pero también pensaba en la dulce abuela. Era un dilema aquello que sentía, sin alternativa alguna, sólo existía el consuelo de que alguna vez estarían todos juntos, que valía la pena esperar tanto a que ese día llegara.

Al salir de la Iglesia, el señor cura se le acercó y poniéndole su mano sobre el hombro de él, le preguntó: -Pedrito, vengo observándote mucho tiempo…

- Qué, ¿también usted me ve cara de payaso?

- ¡OH! No, por favor, en ti veo la sana expresión de un ángel celestial, tal y como me los imagino. Tanta bondad veo en ti, que no puedo menos que admirarte y a la vez respetarte. Dentro de ti, algo grande se está fraguando… Aunque las gentes en la calle se rían de tus defectos físicos, no te importe, Dios está contigo y nada debes temer.

- No, si no me molesta que se mofen de mí, son pobres criaturas que desconocen la sensibilidad de las personas e ignoran sus mismas carencias y necesidades, andan a ciegas por los tortuosos caminos de la vida sin alcanzar a valorar sus propias carencias y miserias: los defectos del alma. Ni voz alguna de sus enfermas conciencias, ellos si que son simples muñecos descarriados e inútiles.

- ¿Cómo van los estudios, muchacho? ¿Sabes?, entre tu maestro, buena persona, y yo, estamos haciendo gestiones, a través del Obispado, para ver si conseguimos una beca de estudios para ti, para que los continúes, si tanto te gusta estudiar… Dice tu maestro, don José, que eres uno de los niños más destacados en la escuela y como también eres el más pobre y tan aplicado, es posible que la necesites algún día. ¿Qué te gustaría ser en el futuro, qué estudiarías?

- Hoy mismo no sé, más adelante quizás. Y será usted el primero en saberlo. Lo que sí es cierto es, que me gustaría poder darle a mi abuelita todo aquello que no puedo darle hoy, ni pude darle a mis llorados padres. Que viva los últimos años de su vida sin faltarle nada, que ya bastantes privaciones sufrimos…

- Será así, muchacho, si en realidad lo deseas tanto, que nada hay tan importante para el ser humano, como la convicción misma de poder alcanzar aquellos objetivos que nos hayamos propuesto y la perseverancia que pongamos en ello. Será así, telo aseguro.

Pasaron los años, mucho tiempo… Una mañana el señor cartero llamó a la puerta de la señora Mercedes, que así se llamaba la abuela de Pedrito.

Muy despacito, como Dios le ayudó, alcanzó abrir la puerta de la casa y se alegró al ver a su cartero.

- ¿Qué me trae hoy? A ver… ¡Ah! Pedrito viene esta semana, ya de quedada. ¡Qué bueno! He de prepararle su habitación…

Al fin llegó ese día tan deseado

Abuela, nos vamos de aquí, he comprado, para nosotros dos, una bonita casa con un precioso jardín. Con todas las comodidades necesarias. Verás qué bien vas a sentirte; y en la misma ya tengo instalado un acogedor Despacho para atender a mis clientes, donde estaba se me hacía pequeño, además, quiero tenerte cerca de mí todas las horas del día, para cuidarte mejor. No va a faltarte nada, te lo prometo.

Celestino González Herreros

http://www.celestinogh.blogspot.com

celestinogh@teleline.es

No hay comentarios: