11/7/12

GRAN PODER DE DIOS Y NUESTRA SEÑORA LA VIRGEN DEL CARMEN

En el transcurso de los años se ha mantenido inalterable la admiración religiosa hacia nuestro Gran Poder de Dios y la santísima Virgen del Carmen, a los que tantas veces hemos acudido suplicantes y hemos leído en sus dulces miradas las fuerzas redentoras de sus consoladoras aperturas al llenarnos de paz infinita. Cada uno de nosotros, los arrepentidos pecadores, esperamos ver realizado el milagro de sus favores cuando les necesitamos.

Ahí está, en su trono majestuoso, en ademán reflexivo y la mirada distante, desde un confín al otro, de este conflictivo mundo: porque así lo ha querido el hombre; vigilando todos nuestros pasos y escudriñando cada uno de nuestros pensamientos... Su gran Creación, hasta que surgiera el pecado, para causa de nuestras penas, desgracias y la habitual insatisfacción, generando así, tantas guerras, muertes y entre ellas el hambre consiguiente...

¿Cuál si no, iba a ser la expresión de su triste mirada, a pesar de haber dado la vida por todos nosotros para redimirnos del pecado?

Allí está callado y a la vez receptivo para consolarnos en todo momento. Y, como su influencia es infinita y a todas partes llega, nos acompaña en la vida y después de ella nos tiende su mano amorosa.

Hasta los lugares más apartados del Universo llega su “poder” y son muchos los rincones donde le veneran, no sólo en Puerto de la Cruz. De orilla a orilla le solicitan, tanto los más poderosos, como aquellos desvalidos que tanto abundan por doquiera, con la misma devoción religiosa. Para El, todos somos iguales, con más virtudes que defectos, pese a que seamos victimas de nuestras propias miserias.

Y no olvidemos nunca a tantos hermanos nuestros que luchan, y mal viven algunos; y aquellos que mueren con el desconsuelo de no poder estar aquí entre nosotros, máxime en estos momentos tan emotivos, rindiéndole pleitesía postrados al pie del Hacedor. Los que viven tan lejos, allende los mares, aquellos que emigraron ilusionados, buscando la oportunidad de ayudar a los suyos que quedaron aquí presos en sus diferentes situaciones, tanto económicas como sociales. A ellos le debemos, gran parte del progreso de algunos de nuestros pueblos y ciudades, como he insinuado antes y en muchos de los casos, a costa de la propia salud y la misma vida. Digo eso, sólo como un simple comentario, dignos de ser reconsiderados. No olvidemos tampoco a tantos enfermos y personas mayores de edad ausentes, en vida; y aquellos seres, psíquica y físicamente impedidos, que no pueden venir a verle en su trono, a colmarle fervorosamente, con sólo amor, sus sentidas oraciones y contarle todo aquello que guardan con tanto celo en su pecho y en su mente.

Quienes no hayan vivido fuera de este terruño amado, en otras tierras de Dios, no saben ni sabrán, desde esos apartados lugares, cómo se le adora, cuántas lágrimas brotan incontenibles, cuando se le evoca; y con cuánto amor le llaman.

En estos días, más parece que nuestra ciudad se fuera transformando en el ánimo de cada cual, así ha sido siempre, se renueva ese entusiasmo religioso por homenajear, como es tradición, a esas bellas imágenes, ahora el “viejito” con prendas de vestir nuevas, recientemente estrenadas, gracias a su hermano mayor, al tesón y arduo trabajo de sus cofrades y a la misma vocación religiosa de todos ellos.

Cuando vemos pasar su comitiva por las calles del Puerto de la Cruz, uno siente beatificada la ciudad y en ese ambiente religioso parece que despertaran recónditos sentimientos y profundos pensamientos, como si nuestro pueblo se tornara más humilde y la sensibilidad de los creyentes aflorara aún más, desde el corazón. Ver el callado cortejo procesional y sus pasos, sobrecoge, como si algo dentro se nos desatara. Sólo la luz de los cirios encendidos, agitados por la suave brisa, acompañan la dulce letanía de nuestros rezos. Cada perfil suyo delata su bondad infinita e impresiona, a veces, su insondable y serena mirada. Parece que nos hablara... En ocasiones, acompañándole durante su virtual recorrido por las calles del marinero entorno, advierto entre los fieles que le asisten, tal solemnidad y respeto, que tanto recogimiento conmueve. Uno llega a pensar que, en realidad está entre nosotros, que es EL quien nos acompaña en nuestro constante peregrinar, consolándonos, sedando nuestros pesares y mitigando el dolor de la desventura. Pareciera que se alegrara la triste expresión de sus gestos y sus pupilas se abrillantaran.

Siguiendo sus cansados pasos, igual he advertido, muchas veces, entre las gentes que le siguen, susurros incontenibles, furtivas lágrimas y el cadencioso musitar acompasado de los ilusionados rezos... Unos piden por los vivos, otros, en cambio, por sus seres queridos ausentes, reflejado en sus tristes rostros el inmenso desconsuelo al no tenerles cerca. Nos percatamos de que nada somos sin nuestro Gran Poder de Dios, que teniéndole y queriéndole con devoción y respeto, nuestras tinieblas se aclaran y la luz de su infinito amor, desde las Alturas, nos devuelve las fuerzas necesarias para seguir viviendo. Por eso, cada año en estas fechas, todo a nuestro alrededor, resplandece más, se inunda de esplendor celestial; es el tiempo del reencuentro irrenunciable, con su divina presencia, y de júbilo sentimos invadido el corazón. Todos estaremos juntos al Gran Poder de Dios y nuestra Señora la Virgen del Carmen, los presentes y los ausentes, no habrá fronteras que nos separen ni abismos que interrumpan estar juntos adorándoles.

Celestino González Herreros

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