Ha transcurrido muchos años desde entonces y siempre alimenté la idea de
escribir alguna vez sobre el tema que si lo consigo habré hecho justicia
narrando mis impresiones como breves episodios de la vida de la señora
“Bienvenida” y del Convoy portuense, donde vivía en régimen de residente pobre
de solemnidad y junto con un número determinado de familias sin recursos
económicos, sólo el trabajo esporádico que hallaban en la calle. De ese lugar
se podría escribir muchas historias, limitándome hoy a narrar algunos episodios
de la persona “Bienvenida”, insólita protagonista de enternecedores datos
dignos de ser narrados por sus excepcionales características.
En aquella época, yo ya daba los primeros pasos como Practicante en
Medicina y Cirugía Auxiliar y a usanza de aquellas fechas, se acostumbraba a ir
donde estuvieran los enfermos y en la forma que fuera, sin condiciones, los médicos y así también los
practicantes y comadronas. A los pobres de solemnidad, protegidos por el
Estado, Sanidad los atendía con todo rigor y profesionalidad. Bueno, esa era
una condición nata, propia de cada uno de los profesionales; y como todos
sabemos, siempre ha existido diferencias… El caso es que, a petición de mi
añorado padre, también Practicante, Enrique González Matos, por exceso de
trabajo solía darme una lista de muchos de sus enfermos que tenía que ver
diariamente o en distintos periodos de tiempo para ser atendidos. Resumiendo,
fui al susodicho Convoy, por primera vez, comprobando la calidad de vida
existente de aquella buena gente era un tanto lamentable. Bien es verdad que
eran tiempos muy difíciles. Busqué a un niño que había que aplicarle un suero
intradérmico. Luego busqué a la mencionada señora “Bienvenida” aquejada de una
insuficiencia cardiaca. Para colmo de males, muy obesa y con acentuada
dificultad respiratoria, para inyectarle en vena Eufilina.
Les cuento, no sólo a modo de anécdota, … En el centro de una cama ancha,
de matrimonio, yacía acompañada de unos ocho niños pequeños, algunos de meses
de edad, que para ser posible que sus madres pudieran ir a trabajar se los
cuidaba. ¡Qué cuadro, Dios mío! Casi sin poder respirar –hasta que era tratada-
haciendo a la vez el difícil trabajo y
la responsabilidad que ello conlleva, cuidando a tantos críos.
A pesar de los años que han transcurrido desde entonces, no puedo
olvidar, y hasta a veces me emociono al recordar aquel insólito acontecer y el
gesto de amor y solidaridad de dicha señora.
En varias ocasiones fui a verla, por prescripción facultativa, hasta que
dejaron de llamarme Supongamos la razón.
Recuerdo que alguna vez me sentaba, en ademán compasivo, en una orilla
de dicha cama y jugaba con los niños, a la vez que conversábamos cosas del
pueblo y nuestras gentes, pues llevaba tiempo sin salir a la calle. Con deseos
de saber qué acontecía allá afuera. Era un entretenimiento habitual e
importante la comunicación oral de los últimos sucesos locales… Enfrente,
puerta con puerta, estaba el Empaquetado de Plátanos de don Ignacio Torrents,
hombre bueno donde los hubiera, que mucha hambre mató con sus plátanos a esa
pobre gente. De aquellos niños, en la actualidad, ya hombres mayores, a veces
hablo con alguno y me lo recuerdan. Hoy todos son hombres de provecho, como
suele decirse. Ellos se sienten muy orgullosos de aquel gris pasado y recuerdan
con mucho cariño a la señora “Bienvenida” y a quienes más supieron ayudarles a
superar tan difíciles y circunstanciales momentos.
Es asombroso el cambio que puede generarse en el hábitat humano y cómo
se transforma todo con el paso del tiempo.
Sólo hay que saber esperar a que pasen las tormentas…
Y casos como este que acabo de narrar, son muchos los que hay, vivencias
que al recordarlas nos ayudan a vivir más conformes con nosotros mismos,
posiblemente confortados por aquellos quehaceres pasados, recordando tantas
horas ejerciendo voluntariamente ese sacerdocio de hacer todo el bien posible a
quienes quieran aceptarlo o más nos necesiten, dándoles nuestra humilde ayuda
profesional en ese marco asistencial; llamados por el sufrimiento ajeno, a
mitigar tantas dolencias y tristes enfermedades.
Desde muy temprana edad, también en Venezuela y luego aquí, sacrificando
a mi propia familia y a mi juventud, di lo mejor de mí en esa misión cristiana
que nunca quisiera olvidar. Era otra época, con privaciones y escasez, pero más
sensible ante los problemas de nuestros semejantes. Hoy todo gira alrededor del
dinero, es diferente. La medicina se ha politizado y por ende se ha
deshumanizado.
En contra de lo últimamente dicho, debo, a su vez, añadir que desde hace
un par de años vengo observando en los Centros Asistenciales de la Seguridad
Social y Sanidad, que en un gran porcentaje de los profesionales existentes, al
necesitar sus servicios, por razones obvias, el grado de exquisita amabilidad y entrega es notorio en sus
profesionales responsables. Bueno, siempre hay inadaptados, pero no les tenemos
en cuenta, es más, les despreciamos como algo dañino.
Creo que se ha cumplido mi viejo deseo de escribir alguna vez sobre
nuestra recordada “Bienvenida” y aprovechando la ocasión, con el recuerdo de su
sacrificada vida, a pesar del tiempo transcurrido; y de quienes aún le
recuerden, el día en que también nos llegue la hora de rendir cuentas a Dios y
sigamos sus pasos, apreciaremos las satisfacciones que depara el bien…
Celestino González Herreros
http.www://celestinogh.blogspot.com
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