Me imagino que aquellos que pertenecen a mi generación, oyendo cantar a
Antonio Machín en la actualidad, acudirán a sus mentes nostálgicos recuerdos de
aquella juventud floreciente, hace ya tanto tiempo perdida… Época aquella de
las románticas fantasías amorosas y de no pocos desengaños. Su música nos
atrapaba de tal forma, que soñábamos despiertos, flotábamos como una ligera
burbuja y en los brazos del ser amado uno se sentía más cerca de Dios; no era
necesario articular palabra, con sólo mirarnos y las dulces melodías de aquellos
boleros o apasionantes canciones, eran como el arrullo sentimental que llenaba
de goce al alma sin poder resistir el embrujo de los distintos temas que tan
lindo interpretaba. Le robábamos su propio aliento y el gemir de su cálida
orquesta; y a través de nuestras encendidas pupilas nos transmitíamos en esos
deliciosos momentos de entrega pasional, cual mensaje de amor que su voz
articulaba.
Muchas parejas de novios se unieron para siempre en Matrimonio
enamorados con los constantes influjo del repertorio de Antonio Machín que
tanto influyó en ellos donde estuvieran, en los bailes, conciertos públicos,
etc. Aquellos bailes conmovedores eran una delicia oyendo la música sentimental
del mago de los boleros, vivencias que nunca podremos olvidar.
Después de viejos recordamos aquellas tardes tan sensuales dando vueltas
en la Plaza del Charco y de los salones del Circulo Iriarte llegarnos tan grata
melodías de su música; si estábamos paseando o sentados en aquellos bancos de
piedra o los de madera, nos quedábamos adormecidos y nos mirábamos como si en
realidad estuviéramos bailando… Hicimos tantas promesas. ¡Qué frágil es la
juventud! Nos trasformábamos en uno solo, en seres únicos que habitáramos en un
mundo de ensueños; y todo cuanto nos rodeaba pareciera que sonriera y las
brisas acariciaran. Todos los caminos y senderos con sus floridos márgenes
invitaban sólo amar. Y por las noches, las estrellas del firmamento pareciera
que nos sonrieran con su nervioso parpadeo. Y la Luna se escondía para darnos
su sombra y que pudiéramos estar más íntimamente unidos en ese mágico bálsamo,
acogedor y a la vez cómplice de nuestros temores, e instintos naturales de
acercamiento… La Luna parecía que llorara celosa de nuestro gran amor. ¡Como si
nunca hubiera tenido amores!
Paseando por la playa íbamos oyendo el débil eco de la voz de Machín
llegar desde lejos, mirando al mar y viendo su blanca luz rielando sobre la mar
tranquila y tenuemente tendida. Nos envolvía con el rumor de las mansas mareas
y las olas, como queriendo danzar… Éramos como las notas de esas canciones en
el torbellino del aire tibio de la noche.
Aquellas parejas sólo las separa la muerte, o algún desafortunado
desliz, una traición, tal vez. Aquellos amores de entonces, está demostrado,
son más indisolubles, más duraderas. Los viejitos no nos separamos nunca,
porque en nuestro corazón hay una cicatriz imborrable de la amorosa huella de
aquella pasión.
Aquel cariño creció más cada día oyendo los boleros de Antonio Machín y
aún hoy los viejos lo sienten, lo intuímo, que esa música es como las brisas
aquellas, que aún siendo tan viejas aún siguen soplando fuerte como el mismo
viento… Hoy, las personas mayores lo recordamos y sentimos que la lleváramos
dentro, junto a nuestro corazón como un vigía cuidándonos y alimentando nuestra
ilusión. Toda una vida amándonos, sin cansarnos nunca, soplando como aquellas
brisas del lejano vendaval.
Celestino González Herreros
celestinogh@teleline.es
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