.
En cualquier lugar de la ciudad, en el campo, en cualquier sitio y a la misma hora, aproximadamente, el viejo se veía acosado insistentemente, por acercamientos cariñosos que señalaban una necesidad fisiológica inexcusable que acababa en aullidos y ladridos de su fiel amigo. Tuviera o no tuviera ganas de sacarlo a dar el cotidiano paseo, había que hacerlo. Obviamente, el afecto era recíproco, y no podía existir la tentación malsana de una negativa. Ambos siempre terminaban en los lugares más frescos cuando la estación meteorológica era caliente, buscando las habituales parcelas de tierra, donde no molestaran la sensibilidad de los demás. Luego, caminaban hacia las alamedas más próximas, la plaza contigua o el solar pedregoso del viejo caserón abandonado...
Nuestro hombre, con la visible presencia de sus años, mientras su perro olfateaba todo lo que a su paso hallaba e intermitentemente levantaba su patita trasera, con mirada escrutadora seguía atento a lo que quedaba de la vieja casa. Había un muro y el marco de donde hubiera antes una puerta, desde el cual se veía un pasillo lleno de escombros, hierbajos, y entre otras cosas, despojos que recuerdan que allí hubo vida. Restos de una mesa con sólo tres patas carcomidas por las polillas, y el respaldo de una silla... Más adelante, donde debió haber estado el salón y en un rincón del mismo, una perezosa de madera y mimbre totalmente deteriorada pero identificable, el lugar preferido del abuelo; y muy cerca, otro espacio abierto en la descompuesta pared, posiblemente esa sería la ventana de los sueños, por donde escapaban los suspiros evadidos de su alma y, por cuya abertura, llegaba también el trinar alegre de los pájaros que anidaban en los frutales de la abandonada huerta. Llegaban hasta allí, discretamente, todos los aromas campestres y las caricias de las brisas otoñales a ese recóndito lugar, en lontananza donde habitualmente iba a refugiarse, huyendo de los ruidos de la casa, para concentrar mejor sus ideas, esas percepciones que los viejos sienten cuando apenas ya por si solos no se pueden valer... Me parecía ver al anciano sentado allí, meciéndose en silencio con los ojos cerrados y su expresión triste como tantas veces... pensativo y frotando sus temblorosas manos, caídos sus cansados hombros y sus labios fuertemente comprimidos. Me parecía, viéndole en su soledad, refugiado en el lugar apetecido rememorando su pasado, aquellos días desde su dulce infancia, recordando también a su amado padre y a mamá buena dándole tanto y queriéndole insaciablemente... Y, obligando al tiempo, le hizo llegar al romántico encuentro de su gran amor, los años vividos juntos y aquel malogrado día, cuando le dijo adiós para siempre, en aquellos momentos de desesperación. Se había quedado solo -se supone- y en aquella chirriante perezosa habían acabado sus días... La casa se vino abajo, que, por ser vieja nadie la cuidó y así está: los recuerdos abandonados, las cosas íntimas esparcidas como basura junto a los matojos e impresentables excrementos, iguales a los del perro mío, y orinas expelidas por los rincones... No hay una valla de protección en ese lugar señalado, donde vivieron, sufrieron y amaron seres humanos que lo dieron todo por los suyos... No hay, simplemente, un mínimo de respeto que se pueda atribuir al hecho, y en consideración hacia esas vidas que se consumieron, posiblemente, en el sacrificio y en el amor...
Nuestro hombre llamó al perro, lo acarició tanto, que, en un efusivo abrazo intentó besarle en su cabeza, pero el animal, juguetón, rehusó instintivamente; conmovido secó las lágrimas que de sus marchitos ojos estaban brotando; ya, ni al perro, su mejor amigo, podía besar ni contarle sus temores... Lo sujetó con la cadena y se fueron hacia su casa, donde se encontrarían con la familia, que ya iban siendo menos, porque los muchachos se habían hecho hombres, ya tenían su propia familia y sus casas; allí estaba sólo la esposa, siempre esperándole. Estarían día y noche solos, haciendo cosas, discutiendo algunas veces, o recordando viejos momentos... y mirando de soslayo y cada vez con más énfasis e insistencia a través de la ventana lo que está más allá...
Todo lo demás, forma parte de la vulgar comedia de la vida, visitas esporádicas, risas y fiestas, algún encuentro callejero, miradas frías, caminos solitarios y al final siempre solos, ocultando sus fracasos y decepciones, disculpando los errores y omitiendo lo inconfesable...
Según lo he ido narrando, estuve consciente de lo que decía, no se si será cierto que todas estas circunstancias concurran... Yo también tengo un perro y suelo salir con él a dar mis vueltas, ya me estoy haciendo viejo, no es una casualidad, por cierto. Y suelo mirar con frecuencia a través de la ventana... sin saber aún, en realidad, qué busco ni qué cosa extraña tanto me atrae, y por más que trate de disipar esas influencias, no consigo evitarlo. A mis años, busco agotar, a sabiendas de tan serias dudas, toda la energía favorable que pueda brindarme la vida. Busco cómo reunir de nuevo a esos retoños míos que se han dispersado, porque ese es el destino de cada cual; y me han dado hermosos nietos, con los que comparto mis escasas horas, y me hacen concebir nuevas ilusiones. Vuelvo a sentir ganas de vivir, para participar con ellos de todos los encantos de una vida mejor. A tal punto llega mi transformación espiritual, que quisiera ser como ellos, poder crecer a su ritmo, sonreír igual, tener una madre que me duerma en sus cálidos brazos y un padre que me cuente historias... Hoy valoro la vida de otra forma, hoy son mis hijos y los hijos de mis hijos y quisiera vivir mucho más para estar juntos, hacer cosas nuevas e imitar todas sus travesuras... Pero no me va a quedar tanto tiempo, todo ha de llegar a su fin.
-Si algún día, cuando me haya ido, revolviendo en el baúl de mis recuerdos o en las gavetas del viejo mueble, descubrieran entre tantas cosas de insignificante valor, aparentemente, algunos de estos escritos, no os pongáis tristes leyéndolos. Todo lo mío arrojadlo al fuego, que ya se encargarán de sus cenizas las brisas amigas que siempre me acompañaron. Ellas saben los caminos que he soñado y podrán devolverme, con sus caricias, el sentimiento perdido y sabrán llevarme vuestros mensajes de amor-.
La esposa, el hijo, el padre, el hermano y los abuelos, habremos pasado por la vida como una circunstancia compartida... Mas, no dejo de pensar en la perezosa abandonada al azar, en su destino". Insisto, cuando trato de disipar los temores que a veces invaden mi ser y atormentan a mi mente, suelo imponerme, aunque mi ridículo esfuerzo me hiera más, en defensa de los años que no se pueden ocultar. Y quisiera, si fuera posible, que también mi leal perro recordara aquellos ratos que pasamos juntos y el cariño que le daba.
En el portal de la casa, cuando entraba, vio salir a unos niños corriendo sin que se percataran de su presencia. Reían, gritaban... ¡Qué alegría la de algunos niños! Viven cautivados en su mundo de fantasías. ¡Qué envidiables! Al llegar al hogar no había nadie, todos habían salido a sus asuntos... Otra vez solo; y su perro, echado a su lado, muy cerca de él, mirándole de tiempo en tiempo, aunque también estaba callado, como si estuviera triste, le asustaba la soledad; y apoyando su liviana cabecita sobre su zapatilla, adormitaba suspirando a la vez que parpadeaba con resignación. Quizás pensaban en los niños que habían salido por el portal, ellos eran sus nietos.
Reflexionando sobre la posible veracidad de tales experiencias, he llegado a la conclusión de que no debiéramos esperar tanto de la vida. Conformémonos con lo que tengamos, aunque nunca dejemos de esperar... Con la expectativa común de nuevos hallazgos, las ilusiones despiertan el interés... Es bueno esperar, hasta que se detenga el galopar del tiempo.
Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
celestinogh@teleline.es
Nuestro hombre, con la visible presencia de sus años, mientras su perro olfateaba todo lo que a su paso hallaba e intermitentemente levantaba su patita trasera, con mirada escrutadora seguía atento a lo que quedaba de la vieja casa. Había un muro y el marco de donde hubiera antes una puerta, desde el cual se veía un pasillo lleno de escombros, hierbajos, y entre otras cosas, despojos que recuerdan que allí hubo vida. Restos de una mesa con sólo tres patas carcomidas por las polillas, y el respaldo de una silla... Más adelante, donde debió haber estado el salón y en un rincón del mismo, una perezosa de madera y mimbre totalmente deteriorada pero identificable, el lugar preferido del abuelo; y muy cerca, otro espacio abierto en la descompuesta pared, posiblemente esa sería la ventana de los sueños, por donde escapaban los suspiros evadidos de su alma y, por cuya abertura, llegaba también el trinar alegre de los pájaros que anidaban en los frutales de la abandonada huerta. Llegaban hasta allí, discretamente, todos los aromas campestres y las caricias de las brisas otoñales a ese recóndito lugar, en lontananza donde habitualmente iba a refugiarse, huyendo de los ruidos de la casa, para concentrar mejor sus ideas, esas percepciones que los viejos sienten cuando apenas ya por si solos no se pueden valer... Me parecía ver al anciano sentado allí, meciéndose en silencio con los ojos cerrados y su expresión triste como tantas veces... pensativo y frotando sus temblorosas manos, caídos sus cansados hombros y sus labios fuertemente comprimidos. Me parecía, viéndole en su soledad, refugiado en el lugar apetecido rememorando su pasado, aquellos días desde su dulce infancia, recordando también a su amado padre y a mamá buena dándole tanto y queriéndole insaciablemente... Y, obligando al tiempo, le hizo llegar al romántico encuentro de su gran amor, los años vividos juntos y aquel malogrado día, cuando le dijo adiós para siempre, en aquellos momentos de desesperación. Se había quedado solo -se supone- y en aquella chirriante perezosa habían acabado sus días... La casa se vino abajo, que, por ser vieja nadie la cuidó y así está: los recuerdos abandonados, las cosas íntimas esparcidas como basura junto a los matojos e impresentables excrementos, iguales a los del perro mío, y orinas expelidas por los rincones... No hay una valla de protección en ese lugar señalado, donde vivieron, sufrieron y amaron seres humanos que lo dieron todo por los suyos... No hay, simplemente, un mínimo de respeto que se pueda atribuir al hecho, y en consideración hacia esas vidas que se consumieron, posiblemente, en el sacrificio y en el amor...
Nuestro hombre llamó al perro, lo acarició tanto, que, en un efusivo abrazo intentó besarle en su cabeza, pero el animal, juguetón, rehusó instintivamente; conmovido secó las lágrimas que de sus marchitos ojos estaban brotando; ya, ni al perro, su mejor amigo, podía besar ni contarle sus temores... Lo sujetó con la cadena y se fueron hacia su casa, donde se encontrarían con la familia, que ya iban siendo menos, porque los muchachos se habían hecho hombres, ya tenían su propia familia y sus casas; allí estaba sólo la esposa, siempre esperándole. Estarían día y noche solos, haciendo cosas, discutiendo algunas veces, o recordando viejos momentos... y mirando de soslayo y cada vez con más énfasis e insistencia a través de la ventana lo que está más allá...
Todo lo demás, forma parte de la vulgar comedia de la vida, visitas esporádicas, risas y fiestas, algún encuentro callejero, miradas frías, caminos solitarios y al final siempre solos, ocultando sus fracasos y decepciones, disculpando los errores y omitiendo lo inconfesable...
Según lo he ido narrando, estuve consciente de lo que decía, no se si será cierto que todas estas circunstancias concurran... Yo también tengo un perro y suelo salir con él a dar mis vueltas, ya me estoy haciendo viejo, no es una casualidad, por cierto. Y suelo mirar con frecuencia a través de la ventana... sin saber aún, en realidad, qué busco ni qué cosa extraña tanto me atrae, y por más que trate de disipar esas influencias, no consigo evitarlo. A mis años, busco agotar, a sabiendas de tan serias dudas, toda la energía favorable que pueda brindarme la vida. Busco cómo reunir de nuevo a esos retoños míos que se han dispersado, porque ese es el destino de cada cual; y me han dado hermosos nietos, con los que comparto mis escasas horas, y me hacen concebir nuevas ilusiones. Vuelvo a sentir ganas de vivir, para participar con ellos de todos los encantos de una vida mejor. A tal punto llega mi transformación espiritual, que quisiera ser como ellos, poder crecer a su ritmo, sonreír igual, tener una madre que me duerma en sus cálidos brazos y un padre que me cuente historias... Hoy valoro la vida de otra forma, hoy son mis hijos y los hijos de mis hijos y quisiera vivir mucho más para estar juntos, hacer cosas nuevas e imitar todas sus travesuras... Pero no me va a quedar tanto tiempo, todo ha de llegar a su fin.
-Si algún día, cuando me haya ido, revolviendo en el baúl de mis recuerdos o en las gavetas del viejo mueble, descubrieran entre tantas cosas de insignificante valor, aparentemente, algunos de estos escritos, no os pongáis tristes leyéndolos. Todo lo mío arrojadlo al fuego, que ya se encargarán de sus cenizas las brisas amigas que siempre me acompañaron. Ellas saben los caminos que he soñado y podrán devolverme, con sus caricias, el sentimiento perdido y sabrán llevarme vuestros mensajes de amor-.
La esposa, el hijo, el padre, el hermano y los abuelos, habremos pasado por la vida como una circunstancia compartida... Mas, no dejo de pensar en la perezosa abandonada al azar, en su destino". Insisto, cuando trato de disipar los temores que a veces invaden mi ser y atormentan a mi mente, suelo imponerme, aunque mi ridículo esfuerzo me hiera más, en defensa de los años que no se pueden ocultar. Y quisiera, si fuera posible, que también mi leal perro recordara aquellos ratos que pasamos juntos y el cariño que le daba.
En el portal de la casa, cuando entraba, vio salir a unos niños corriendo sin que se percataran de su presencia. Reían, gritaban... ¡Qué alegría la de algunos niños! Viven cautivados en su mundo de fantasías. ¡Qué envidiables! Al llegar al hogar no había nadie, todos habían salido a sus asuntos... Otra vez solo; y su perro, echado a su lado, muy cerca de él, mirándole de tiempo en tiempo, aunque también estaba callado, como si estuviera triste, le asustaba la soledad; y apoyando su liviana cabecita sobre su zapatilla, adormitaba suspirando a la vez que parpadeaba con resignación. Quizás pensaban en los niños que habían salido por el portal, ellos eran sus nietos.
Reflexionando sobre la posible veracidad de tales experiencias, he llegado a la conclusión de que no debiéramos esperar tanto de la vida. Conformémonos con lo que tengamos, aunque nunca dejemos de esperar... Con la expectativa común de nuevos hallazgos, las ilusiones despiertan el interés... Es bueno esperar, hasta que se detenga el galopar del tiempo.
Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
celestinogh@teleline.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario