28/2/13


         NUESTRO VALLE, PARAISO PERDIDO ENTRE BRUMAS

Entre brumas se yergue su cima verde, se evade buscando expandirse  hacia el cielo; y sus costas, batidas por el ondulante oleaje, resisten sus ímpetus salvajes. Abajo se oye el murmullo de las olas, como un eco viril cuando muere la tarde.  En nuestro afligido delirio sentimos renacer tantos recuerdos imperecederos...


¡Al Valle se lo han cargado, eso es evidente! Sus campos han sufrido, en las últimas décadas, un duro golpe de consecuencias irreversibles. Ya de poco sirve hacer tristes comentarios al respecto. ¡OH Dios!, ni se inmutan al verle morir, sangrando las huellas de las crueles embestidas del acoso de las pesadas máquinas del mal llamado "progreso". Donde se dieron cita todos los encantos naturales de la Creación, con su singular fauna y su flora autóctona, exquisitas por sus múltiples y variadas especies, que versados y curiosos personajes nacionales y foráneos, estudiaron con fiel dedicación sus extraordinarias cualidades naturales, para enriquecer sus experiencias científicas. Se le conocía, entonces, como: "Paraíso  perdido entre brumas", exaltando nuestra exuberante vegetación, desde la risueña orilla atlántica hasta el hidalgo Teide y su entorno paisajístico, único por excelencia, bajo el cielo azul que nos custodia; y mirando al mar, las olas nos bañan. Surgen desde la orilla oceánica hasta la negra arena. Luego la verde ladera, que se cubre, en momentos determinados, de espesas nubes, (panza de burra) masa densa y más opaca cuando oscurece el día  en sus bellos atardeceres.

Desde su perspectiva paisajística, y pese al lamentable deterioro sufrido, aún podemos deleitarnos con rincones y panorámicas que nos facilitan la espectacular visión de aquellos quiméricos momentos de exaltación poética a través de esos vestigios encantadores, tan significativos, que dicen de sus bellezas lo que mis palabras no alcanzan a reflejar.

Recuerdo, siendo muchacho, cuando el campo olía a campo y nuestras playas al musgo fresco sobre la arena, de las algas fenecidas allí varadas. Los verdes peñascos de los bajíos resplandecían bajo el sol acariciador; aire salobre y yodado, todo olía a mar limpio. 


¿Acaso, no echamos de menos aquellos caminos vecinales y atajos, cruzando plataneras, valle abajo, para llegar a Martiánez por la Paz y descender por el majestuoso acantilado, no sin antes beber el agua cristalina y fresca en la fuente?.. ¡Cómo estaban de flores en todos los bordes de las viejas carreteras de Tenerife! ¡Y cómo, de exuberante colorido las del Valle de La Orotava!  ¿Por qué no es hoy  todo así de igual? ¿Acaso el hombre se ha convertido en un ser insensible, apático y desordenado? ¡Qué lejos está aquella excepcional época, vital e irrepetible! Por más que nos tilden de románticos, aún quedamos nosotros para recordar aquella dimensión poética y sentimental de sus encantos naturales que nutrieron tantos sueños de amor y alimentaron la ilusión de nuestros antepasados. Entonces todo era tan distinto, y hasta las gentes fueron más sensibles. Compartían con la Naturaleza la bonanza de sus irresistibles encantos.  






 Celestino González Herreros
 http://www.celestinogh.blogspot.com
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