Y LA PALABRA SE HIZO
PLEGARIA
¿Cuál es el misterio que encierran las palabras que
fluyen desde la mente, fuente mágica de inspiración y sentimiento? ¿Qué
relación guardan, a veces, nuestro corazón con ellas? La voz del alma - diría
el poeta- se hizo palabra y esa expresión, una plegaria que rompe el
silencio de la soledad.
Con estos pensamientos caminé por el pueblo. Muy pocas cosas conocía ya de
aquel bello lugar. Todo había cambiado desde entonces y llegué a sentirme como
un extraño, allí, donde tantas huellas deben haber quedado de aquel pasado
irrepetible. Tal vez hayan fenecido en el olvido, bajo el influjo del injusto
abandono.
Comenzaba aburrirme yendo de acá para allá, sin hablar
con nadie, cuando, me llamó la atención ver a un señor de edad avanzada,
sentado en un vetusto banco en la plaza pública, acariciando a un perro que se
le había acercado; y me fijé con interés en la conducta de ambos, por saber
cuál de los dos reflejaba en su actitud, más placer, más gratitud... Ambos
componían el cuadro de la confraternidad, compartían sus penas y necesidades.
Buscaban "la voz amiga", esa comunicación tan necesaria, la caricia
mutua. Aquella ilusión, ahora despierta, aunque se desvaneciera luego como un
sueño roto que jamás fuera a recomponerse, denotaba las fuerzas del amor. Más
tarde supe que el viejo había sido abandonado por los suyos y el perro había
corrido la misma suerte. Ambos estaban solos en el mundo. Es, a veces, la
incomprensión de una parte, de la sociedad, la ingratitud y deshumanización de
la misma, lo que genera estas repugnantes situaciones. Eso ocurre con
frecuencia en algunos pueblos y ciudades, con los viejos y con los animales,
los dejan aparcados en cualquier lugar, como objetos inservibles, cuando ya
poco pueden dar de sí.
De regreso, al pasar por la plaza, ya no estaba el
viejo ni su amigo el perro, los dos habían desaparecido.
En casa, cuando me vi rodeado por mi familia, colmado
de atenciones, la esposa, los hijos, los nietos y el perro, elevé la vista
hacia el cielo y di gracias a Dios por todo cuanto poseía y por la paz de mi
hogar. Supliqué: ¡Señor!, que no pasen hambre ni frió los viejos abandonados,
bucales un lugar digno, o llevarlos contigo, para que nada les falte.
La voz del alma se hizo palabra, presiento. Nunca supe
del destino de aquellos seres abandonados, de aquellos tristes mendigos que
fueron abandonados sólo por ser viejos, decrépitos y desafortunados...
Rodeado de los míos, supe la valía de cada uno de
ellos. Sentí la extraña sensación que llega a ahogarnos de emoción; y volví a
pensar en qué solos deben sentirse los seres abandonados.
Celestino González Herreros
celestinogh@teleline.es
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